El pasado viernes santo casi toda mi familia y mis primos de Irún y una de sus hijas con su pareja y sus dos hijos nos reunimos en el huerto de mis padres para hacer una comida. Mi hermano Javier preparó una riquísima paella de pescado y marisco, yo llevé longanizas de Graus e hicimos también cordero a la brasa, panceta, en fin: pecados veniales.
Cuando le tocó el turno a la paella fui al interior de la caseta para sacar el vino del frigorífico. Con el optimismo que me caracteriza pensé que no habría problema en sacar a la vez tres botellas de vino blanco y una de tinto, y allí que atravesé la cortina de la puerta en dirección a la gran mesa rodeada de gente y... ¿qué sucedió? Pues que una de las botellas de Viña Sol resbaló de mis manos y se precipitó hacia el suelo como a cámara lenta. Yo, posiblemente el jugador de fútbol más torpe de la historia universal del fútbol de cualquier categoría y edad, instintivamente estiré mi pierna izquierda para tratar de controlar aquel objeto antes de que se estrellara, y juro que llegué a rozarla, lo cual no impidió que se rompiera y el suelo se cubriera de cristales y vino.
Enseguida mi hermano Carlos, que estaba cerca, se levantó y empezó a retirar los restos del pequeño desastre. Yo dejé las botellas supervivientes en la mesa y fui a por un escobón y un recogedor. Buscábamos especialmente despejar el suelo de los cristales rotos porque había niños jugando y corriendo por allí. Finalmente mi hermano pasó una fregona y, salvo la pérdida de un poco de vino, el suceso hubiese pasado a la historia sin pena ni gloria de no ser porque Joseba me dijo: "¿Has intentado controlarla, eh, Jesúsmari? Te he visto ahí tratando de detenerla como si fuese un balón de fútbol". Yo le contesté: "¿Te das cuenta de qué especie somos? Mi reacción ha sido instintiva, no la he pensado racionalmente y, contra cualquier posibilidad, sobre todo teniendo en cuenta mis antecedentes deportivos, he tenido, durante una milésima de segundo, la esperanza absoluta de que podría detener esa botella con mi pierna izquierda como si fuese Neymar o Iniesta, o, al menos, aunque golpease el suelo, impedir que se rompiera y se perdiera el vino". Él dijo sonriendo: "Ya te he visto, ya". Yo le dije: "Lo mejor es que no podemos evitarlo, Joseba. Llevamos la esperanza inscrita en nuestros genes, nacemos con ella de serie".
No le conté la anécdota del noble francés que fue condenado a la guillotina tras la revolución francesa y, esperando su turno en el calabozo, leía un libro, y al ser llamado al cadalso, antes de dirigirse hacia la muerte, marcó la esquina de la página que estaba leyendo.
lunes, 17 de abril de 2017
Sobre la esperanza
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4 comentarios:
Sea verdad o leyenda, genial lo de ese noble, jaja! Aunque me pregunto si fue esperanza o puro hábito.
Hablando de la esperanza, hay una que me sienta muy bien y otra que me sienta fatal. La esperanza que va asociada a unas expectativas muy concretas, que no deja a la vida un resquicio para que solucione las cosas a su manera, me sienta mal. Porque la verdad es que casi siempre nuestros planes se ven alterados. Pero hay otra clase de esperanza, que tiene más que ver con una especie de confianza en la vida, y esa sí me sienta bien. Esta es más difícil de definir, o al menos yo no sé hacerlo bien. No se trata de ingenuidad tonta, es otra cosa.
Un beso (suerte que no te hiciste daño intentando salvar la botella)
La esperanza es un hábito (yo lo llamo instinto) en nuestra especie. Por eso la leyenda del noble condenado a la guillotina, a la vez que nos impacta, realmente no nos sorprende a nadie.
Y te comprendo tan bien, querida Elvira: la esperanza transformada, en vez de un instinto incontrolable, en una especie de obligación, de muestra de valor, de muestra de fuerza. Ya sabes, los que hemos padecido o padecemos depresión ¿cuántas veces hemos tenido que oír que venga, adelante, si no te falta nada, si no tienes ningún motivo, échale cojones, siempre hay esperanza, etcétera?
Y sobre la otra clase de esperanza, que es la que yo siento que viene de serie en nuestros huesos y neuronas, es algo diferente, es, como muy bien dices, una especie de confianza en la vida, en la naturaleza, en nuestra naturaleza. Y no es ingenuidad, es conocimiento.
Un beso.
Lo leí hace unos días, cuando lo publicaste, como suele ser normal en mi. Me parece muy bien y normal, casi de reflejo condicionado, que intentaras controlar la botella. A veces lo hemos conseguido. En general tus textos van más allá de lo cotidiano o normal y habitual. Hacen, si quieres, pensar, reflexionar, comparar, sentir. En fin, aquí estamos y aquí vamos todos por el mismo río.
Un abrazo
Todos en el mismo río, José Luis. Me alegra compartirlo contigo y tu familia. Un abrazo muy fuerte.
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