miércoles, 13 de febrero de 2008

Un cuento esquimal

1.

En septiembre de 1851 la nave Investigator, comandada por el capitán Robert McClure, quedó bloqueada por el hielo en la bahía que él mismo bautizó con el nombre de la Misericordia Divina, en la isla de Banks, en el círculo polar ártico. Allí pasó el invierno con su tripulación. El verano siguiente los hielos no abandonaron la zona y se vieron obligados a soportar un invierno más en terribles circunstancias. Afortunadamente en primavera de 1853 fueron hallados por una expedición de rescate enviada por su nave gemela, el Resolute, que había pasado el invierno en la isla de Melville. Ambos barcos formaban parte de la fuerza expedicionaria británica que había partido en busca de la desaparecida expedición Franklin. Fue muy duro para McClure abandonar el Investigator, un navío de 450 toneladas cubierto de planchas de cobre, pero finalmente los hombres y sus rescatadores se fueron de allí dejando atrás el buque atrapado en el hielo.


2.

Nadie sabe quién fue el primer kanghiryuakmiut que avistó aquella enorme sombra entre la niebla, lo más probable es que se tratase de un cazador especialmente osado, pues nunca la gente de su tribu había llegado tan lejos en el norte. Para aquel hombre la aparición del Investigator entre los bloques de hielo tuvo que ser todo un acontecimiento, tal vez terrorífico. Nunca antes había visto obra alguna de hombres blancos, ni siquiera conocía de su existencia, suceso que acontecería en 1906 al contactar con balleneros norteamericanos, así que aquella gran nave cubierta de metal debió de ser para el cazador inuit una experiencia semejante a la que sería hoy para nosotros encontrar un flamante vehículo espacial cargado de tesoros misteriosos.

Los kanghiryuakmiut y kanghiryuachiakmiut, que vivían en la isla Victoria, comenzaron a organizar excursiones anuales hasta la bahía de la Misericordia. Viajaban con poca carga en sus trineos para reservar espacio y acarrear la mayor cantidad posible de materiales del Investigator. Era un largo viaje durante el cual se alimentaban de las presas que cazaban en el camino: caribúes y bueyes almizcleros al principio, en el valle del río Thomsen, donde los arqueólogos estudian hoy los restos de los campamentos de aquellas expediciones, y ánsares, peces y focas más al norte. El destino merecía la pena: bandas de hierro, maderas blandas, lonas de vela, tejidos diversos, planchas de cobre, cabos de cáñamo, lana, utensilios metálicos, clavos, herramientas, cuero… la enigmática ballena de madera y metal parecía inagotable.

Los esquimales recorrieron aquella ruta hasta 1890, fecha en la que el buque debió de hundirse en la bahía o acaso se alejó a la deriva. Nunca fue encontrado.

3 comentarios:

Miranda dijo...

Que preciosidad!
He pasado hasta frío, voy a cerrar las ventanas.

Beso.
M.

Jesús Miramón dijo...

Siempre me ha atraído mucho el lejano norte, y también el lejano sur, la antártida. Algunas biografías otorgan al capitán McClure el honor de haber sido, en la expedición que cuenta el texto, el primer descubridor del mítico paso del Noroeste a través del estrecho de Bering (había partido de Honolulú). Los esquimales, los inuit, siempre me han fascinado, aún desde antes de ver "Nanuk el esquimal", de 1922, considerado el primer documental de la historia del cine y una maravilla que guardo como oro en paño. Qué fortuna la de haber nacido en una era en la que existen los libros y las películas, ¿verdad? Un beso.

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La historia que cuento en el texto, que es real, la leí en una página del libro "Sueños árticos", de Barry López, de 1986 (que temo que ya está descatalogado).

Miranda dijo...

Es una suerte, sí.
La capacidad de la imaginación, del soñar que tiene el hombre da para mucho bueno.
También para malo, cuando pretende hacer de un cuento una ley de dioses, pero va en el kit. Hay que asumirlo.

Da gusto leerte.

Beso.
M.