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miércoles, 11 de diciembre de 2019

Once de diciembre

Me he despertado de la siesta con un frío ya casi olvidado y antiguo. Era un frío que en vez de venir de mi alrededor parecía nacer en mi interior. Me he servido una infusión muy caliente para intentar recuperar una temperatura humana.

Aunque ha sido Maite quien, sumando notas con la calculadora de su móvil y sin mirarme, lo ha expresado mejor: "Eso es que te has levantado destemplado". Y ya está.

martes, 10 de diciembre de 2019

Diez de diciembre

Salgo del salón donde me he sometido a los diez minutos de rigor de rayos UVA y descubro que junto a la iglesia de San Francisco hay un tiovivo, y al otro lado del puente una churrería en este momento sin clientes. La supero, me detengo como si me llamaran por teléfono y hago una fotografía. Siempre disimulo cuando hago fotos de personas o negocios. No estoy seguro de que sea legal hacerlo sin pedir permiso, pero en fin, no voy a lucrarme con ello.

Hay un experimento que nunca podré llevar a cabo pero en el que he pensado muchas veces: hacer un retrato de cada uno de los rostros que atiendo cada día al otro lado de la mesa. Creo que el resultado sería fascinante: colores y orígenes distintos, sexos distintos, edades distintas y siempre la mirada, esa vulnerabilidad.

He dejado atrás la churrería y su olor a aceite de freír y he caminado hasta casa bajo las luces navideñas. La luna llena era un capullo de seda borroso en el cielo negro. Al entrar en el recibidor y colgar el abrigo en la percha he olido el aroma familiar de este piso que ya hemos hecho nuestro. El número quince en nuestras vidas nómadas, y los recuerdo uno por uno. Todos los hicimos nuestros, en todos fuimos felices casi siempre. Le he dado un beso a mi compañera y he venido a este mismo dormitorio en el que ahora escribo para ponerme la ropa cómoda y vieja de andar por casa. Mi favorita entre toda la que tengo. Es ponérmela y creo que mis pulsaciones descienden a la mitad.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Nueve de diciembre

Dos mil diecinueve
ya comienza a
parecerse más
al pasado que al futuro.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Ocho de diciembre

La primera evaluación siempre es antes de Navidad, y para una profesora de Lengua y Literatura eso significa decenas y decenas de exámenes y trabajos por corregir, que es lo que Maite está haciendo a dos metros de mí mientras escribo estas líneas.

La niebla cerrada de esta mañana se disolvió hacia el mediodía y ahora, a pesar de ser ya noche cerrada, continúa desaparecida.

Todo va y viene hasta acabar yéndose para siempre, pero me prometo a mí mismo no olvidar estos momentos de paz y tranquila felicidad, que también se disolverán y desaparecerán.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Siete de diciembre

Nos hemos acercado a un gran centro comercial, hay quien dice que uno de los más grandes de Europa, para recoger un producto que compramos hace unos días por internet. A pesar de que el puente laboral invitaba a los zaragozanos a irse a esquiar o a cualquier otro sitio, la cantidad de personas que había en ese centro comercial era algo inimaginable. Villancicos norteamericanos a todo volumen, luces de navidad por todas partes, y gente, muchísima gente (como nosotros, claro). En otro tiempo no lo hubiera soportado, lo cual indica cuánto he mejorado.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Seis de diciembre

La tierra estaba fría y musgosa a primera hora de la mañana, cuando hemos empezado a varear los olivos de mi padre. La de este año ha sido una mala cosecha, el fruto era pequeño y muy difícil de soltar de las ramas, pero hemos reído, hemos hecho bromas sobre lo primitivo de nuestra tecnología y finalmente hemos llevado a la almazara unos cuantos sacos. Hemos tenido que esperar nuestro turno y luego, aprovechando el viaje, hemos comprado en la tienda aceite sin filtrar, puro zumo de aceite de oliva virgen extra de color amarillo, opaco a la luz, que la chica nos ha llenado directamente de la linea de circulación del aceite recién exprimido. Al salir al aparcamiento con las bolsas de papel en las manos hacía frío a pesar de la lejana presencia de un sol incapaz de impedirlo.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Cinco de diciembre

Ya en Zaragoza, dos huevos a la plancha y a dormir. Mañana toca coger olivas en el huerto de mis padres en el pueblo navarro del que provengo, y madrugar.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Cuatro de diciembre

Preocupaciones mundanas: tengo el coche en el taller por un ruido extraño en el motor, probablemente una correa de transmisión, bueno, en realidad no tengo ni idea, y mañana por la tarde vamos a Zaragoza para, a su vez, madrugar el viernes e ir al pueblo a recoger olivas. Espero que mañana esté arreglado, si no pediré que me dejen uno de sustitución.

Ando ya pensando en los menús de noche buena y navidad. Creo que los platos principales serán rape en salsa verde con almejas en noche buena y ternasco al horno con patatas el día de navidad. Nada de experimentos, a lo seguro. Y alrededor tapeo y ensaladas y jamón bueno y croquetas de mi hermano Javier, que las hace buenísimas, y, en fin: dos pequeños banquetes.

Es un poco raro que ayer escribiese sobre la muerte y hoy lo haga sobre mi coche en el taller y lo que cocinaré en navidades. Supongo que los seres humanos somos así: capaces de pasar de una situación a otra sin remordimiento alguno. Por eso somos supervivientes innatos. Explorar la vida que nos rodea incluye también ser conscientes de eso.

martes, 3 de diciembre de 2019

Tres de diciembre

Ya han encendido los adornos luminosos de navidad en las calles de Barbastro. Afortunadamente son las mismas y modestas que en años pasados, no como en Vigo, Madrid o Málaga, donde han convertido la exhibición de bombillas en un espectáculo obsceno de malgasto de dinero y energía como no se había visto antes.

Las luces navideñas siempre me deprimen. La navidad en general me deprime, me entristece, tiene ese poder sobre mí. Absorbe el color de la vida y la transforma en una fiesta en blanco y negro, un acontecimiento de otras épocas. Bueno, no sé si esto le sucede a alguien más, no tiene importancia.

Hoy ha muerto una usuaria de nuestra agencia. Ángela. Le dieron tres meses de vida y ha aguantado un año. En la foto de la esquela que he leído en la plaza de la Diputación estaba más guapa y menos flaca que la última vez que la vimos. Era una mujer de carácter fuerte pero la enfermedad ha podido más que ella. Tenía cincuenta y siete años, uno más que yo.

Creo que hacerse mayor no consiste en madurar como ser humano, en ser más sabio o tener las ideas más claras, no, en realidad hacerse mayor es comenzar a ver por el rabillo del ojo cómo personas de tu edad van cayendo en la batalla, en el campo de minas, en el bombardeo invisible. La sensación de falsa inmortalidad de la juventud desapareció para siempre y, en cierto modo, no es malo que desapareciese. Es mejor la verdad que la mentira. Caminamos sobre los huesos de los muertos y cantamos sus canciones bajo la misma luna gélida que ayer contemplaban sus ojos.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Dos de diciembre

La semana pasada atendí a una madre que vino con una autorización y el DNI original de su hijo para que le cambiara el nombre en todas las bases de datos de la Seguridad Social. Desde hacía unos días se llamaba Andrés (nombre inventado), y antes Lucía (ídem). Diecinueve años recién cumplidos. En la fotografía del carnet de identidad aparecía un joven muy guapo y sonriente, y pensé en el largo camino que tuvo que atravesar hasta saber que en su cuerpo femenino había un chico. Pensé también en la suerte de ser hijo de unos progenitores abiertos, libres y llenos de amor hacia él, y estuve a punto de felicitar a su madre aunque, ahora me doy cuenta de que sabiamente, me contuve y simplemente, antes de que se levantara de la silla al otro lado de mi mesa de trabajo, le dije: "Ya está todo arreglado, ahora pasa al centro de salud con este documento que te doy y solicítale una nueva tarjeta sanitaria con los nuevos datos". Me miró un momento, casi emocionada, y antes de irse me dijo: "Muchísimas gracias, se va a poner muy contento". "De nada, un placer", le dije, y pensé que eso era más que suficiente para mí.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Uno de diciembre

Recuerdo el crujido de los peces comiendo en las rocas, mi cabeza dentro del agua respirando por el tubo unido a mis gafas de bucear este último verano, en agosto. Ese otro mundo de ingravidez mágica a pocos metros de la playa poblada de sombrillas y seres humanos como yo.

Hace mucho tiempo pude escuchar un archivo de audio en el que podía oírse el sonido de fondo del espacio profundo, y sonaba como una especie de crujido de baja frecuencia inaudible por el ser humano pero sí por las máquinas inventadas por él. Y una vez leí en alguna parte que el verdadero color del cosmos no era negro sino verde, un verde profundo y oscuro. Imagino que todas estas cosas andarán por internet, pero cuando escribo me da pereza ponerme a buscar porque eso significa dejar de escribir y no quiero.

Es fácil imaginar que así como en la playa basta con sacar la cabeza del agua para sentir el sol, el aire y el ruido de las personas como si el mundo de los peces y las algas estuviese a kilómetros de distancia de mis ojos, de modo semejante allí arriba pudiera suceder algo parecido. Al otro lado de un agujero negro, al final del viaje más largo del mundo. Otros sonidos, un universo entero de color melocotón poblado de estrellas negras.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Treinta de noviembre

Sábado de recados. He ido a comprar a tres supermercados distintos, además de la panadería y la farmacia. Y antes de esos recados he cumplido disciplinadamente con mi sesión terapéutica de rayos UVA, diez minutos un día sí y otro no. De por medio he pillado capazos con varias personas, alguno de considerable duración. El cielo estaba nublado, casi turbio, y desde el actual Alcampo de la carretera, antes Sabeco, no se veían las montañas nevadas, sólo los edificios de la ciudad y la torre de la Catedral emergiendo en el centro. Como otras veces, he sentido con fuerza lo profundamente extraño que era estar allí de pie junto a la vieja Picasso observando mi pequeño mundo. Qué misterio es este.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Veintinueve de noviembre

Finalmente este otoño ha terminado teniendo su tiempo para durar y satisfacerme. Es, de las cinco, mi estación favorita, y no deja de sorprenderme su belleza melancólica e insensible. Porque a la naturaleza no le importa nuestra sensibilidad o ausencia de ella, no le importan las fotografías tan previsibles que suelo hacer, no le importa nada. Si acaso, y lo escribo sabiendo que es mentira, la lenta retirada de la savia, la progresiva muerte de la fotosíntesis que termina con las hojas cayendo delicadamente al suelo. A veces me resulta agradable pensar y escribir mentiras así. Me parece que es como un tratamiento personal ante la dificultad de aceptar que nada tiene importancia. Por ejemplo: los árboles comienzan a dormir hasta la próxima primavera, desnudándose y dejando al descubierto los nidos vacíos. ¿En qué sueñan? Por ejemplo.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Veintiocho de noviembre

Los días fluyen cada vez a más velocidad. Es algo imperceptible pero lo noto, lo siento a mi alrededor. Duermo, despierto, duermo, despierto. Y en medio la vida visible, la que huele y está poblada de otros cuerpos y otras mentes con las que interactúo. Duermo, despierto, y en medio las jornadas cada vez más rápidas precipitándose sin remedio hacia el futuro.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Veintisiete de noviembre

Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.

Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.

Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.

Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.

Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.

martes, 26 de noviembre de 2019

Veintiséis de noviembre

Después de tantos años trabajando en Barbastro en contacto con la gente, conozco a decenas, a cientos de personas de la ciudad y también de las comarcas. Los veo caminar por la calle, nos saludamos, y no puedo evitar recordar sus historias, sus vicisitudes, las cosas que me contaron. Es algo que convierte a Zaragoza en un lugar extraño para mí, ya estoy acostumbrado a conocer a una de cada diez personas con las que me cruzo, y en la gran ciudad ese mar de rostros anónimos me desconcierta mucho. Jamás lo hubiera pensado.

lunes, 25 de noviembre de 2019

domingo, 24 de noviembre de 2019

Veinticuatro de noviembre

Si ni siquiera fuesen todavía las nueve me iría a dormir ahora mismo, pero no puedo hacerlo porque sé que a las tres de la madrugada me despertaría como si fuesen las siete de la mañana. Así que aquí estoy, haciendo hora para acostarme y sin saber muy bien por qué estoy tan cansado. He cocinado mucho, para dos o tres días, pero eso es algo que hago casi todos los domingos. ¡Y he dormido casi una hora de siesta después de comer!

Otro domingo que se apaga suavemente en este planeta.  Tras las lluvias de estos días el río Vero fluye con fuerza y buen caudal de agua hacia el lejano mar.  Creo que voy a ducharme y así no tendré que hacerlo mañana por la mañana. Y me voy a arreglar un poco la barba, que ya le toca. Primero barba y luego ducha, ese es el orden correcto. Ojalá tuviera tan claro el orden correcto de casi todo lo demás.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Veintitrés de noviembre

Mi hermano J. nos recuerda en el grupo de WhatsApp que, como cada año, hay que recoger las olivas de mis padres para llevarlas a la almazara. Por un lado sí, es un día en el que nos juntamos todos con nuestras varas y trabajamos a destajo, y es bonito ver caer las olivas sobre las mantas, limpiarlas de ramas y hojas y luego cargar los sacos en el coche; por otro lado: oh, misericordia.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Veintidós de noviembre

Días de lotería. La de mi empresa, la del Salud de Aragón, las compañeras de enfrente; la del club de futbol donde juega María, la del Alzheimer, la de la Asociación Española contra el Cáncer, la de la Cruz Roja. Como cada año, juego lo mínimo que puedo, pero al final siempre me veo con un buen puñado de boletos.

Por otro lado a veces me gusta imaginar cómo sería hacerme millonario sin ningún merecimiento, señalado únicamente por el aleatorio dedo de la fortuna. Qué dinero más absurdo. ¿Qué debe sentirse más allá del primer estupor y las primeras celebraciones? ¿Por qué yo y no otro? ¿Cómo puede ser?