viernes, 14 de marzo de 2008

Es verdad, lo sé

Las grandes máquinas de color naranja arrancan las cepas, los arbolillos que crecen junto a las acequias, las encinas carrascas de las rocas de arenisca; sus palas cavan y cavan levantando los campos de cebada con sus raíces y sus pequeñas madrigueras, y así, de un día para otro, la hierba es sustituida por tierra removida que una apisonadora comprime y allana. La antigua carretera Nacional 240 está siendo ampliada para construir una flamante autovía de cuatro carriles entre Pamplona y Lérida. Yo seré uno de los usuarios que la utilizará diariamente, y mentiría si no dijese que tengo ganas de que esté hecha, sobre todo la variante de Monzón, porque mis viajes cotidianos a Barbastro ganarán en seguridad y Zaragoza se pondrá a una hora o poco más de mi casa. Pero asistir a todo el proceso, contemplar la destrucción de tramos de un paisaje que me ha acompañado durante los últimos diez años... no sé, me da un poco de pena.

Había, por ejemplo, pasado el canal de Zaidín a la derecha, tres escasos bancales de viñas separados por melocotoneros y almendros, una explotación humilde pero bien bonita, que ha sido expropiada y arrasada por las obras. Y más adelante unos pocos chopos que en otoño se volvían amarillos amarillos, pero muy amarillos, algo precioso de ver, que también han sucumbido. Sí, ya sé, siempre sucede de este modo y la misma vieja y familiar Nacional 240 que tan bien conozco se levantó sobre otros campos y otras propiedades, es verdad, lo sé, y sin embargo...

martes, 11 de marzo de 2008

Ante un semáforo

Por la tarde, detenido ante un semáforo en Monzón, contemplo el castillo. Sus adarves refulgen iluminados por la luz teatral de un sol en retirada. ¿Fue una tarde como esta cuando el niño, acompañado de cortesanos y caballeros, llegó ante sus puertas hace ocho siglos? ¿Sentía pena por la muerte de su padre luchando en Muret unos meses atrás? Quién lo sabe. El rey que sería conocido como conquistador tenía entonces seis años y llegaba al castillo de Monzón, tras haber sido rehén del vencedor de la batalla, para ponerse bajo la tutela de la Orden del Temple. Entre esos muros que se elevan al otro lado del moderno conservatorio de música y los edificios de viviendas sonó el entrechocar de las espadas durante las clases de esgrima, el ruido de los cascos de los caballos sobre la tierra batida del patio de armas, los graznidos de los halcones adiestrados para la caza.

El coche de atrás hace sonar el claxon y me doy cuenta de que el semáforo ha cambiado a verde. Levanto una mano en gesto de disculpa y me pongo en movimiento.

domingo, 9 de marzo de 2008

Jornada electoral

Fui a votar por la mañana con un sol resplandeciente iluminando las calles del pueblo. Ahora, a las cinco y cuarto de la tarde, llueve. Caprichos de marzo.

viernes, 7 de marzo de 2008

Sin título

Leo lo que escribí ayer y pienso en Isaías Carrasco, el hombre al que un terrorista de ETA ha asesinado a tiros esta mañana delante de su esposa y una de sus hijas. Todas esas cosas banales que cuento, que he contado tantas veces, es lo que cruelmente le han arrebatado a él y a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo: los días felizmente comunes, la continuidad de un futuro previsible hacia la vejez y la extinción al final del camino. Qué desmesurado despilfarro el provocado por quienes ya han perdido su guerra aunque no quieran darse cuenta, y qué precio tan alto el que han de pagar los valientes. La imagen de su mujer y su hija abrazadas al cuerpo tendido en el suelo me produce una inmensa tristeza.

jueves, 6 de marzo de 2008

En la clínica dental

Por la tarde, en la clínica dental, Alejandro ajusta las piezas del aparato de ortodoncia de Carlos mientras Paula y yo contemplamos por la ventana la calle mayor de Lérida. Hace más de cinco años que somos clientes de este lugar, es a Alejandro a quien Paula tiene que agradecer la preciosa sonrisa que luce en estos tiempos, y ahora el turno ha pasado a su hermano, que no muestra el menor signo de desconfianza. Decenas de personas caminan por la calle peatonal arriba y abajo, inmersas en la velocidad.

Después de la visita al dentista vamos a comprar a una gran superficie. Llevo en el bolsillo de mi abrigo una larga lista en la que hay, junto a un mando nuevo para la Play Station, una caja de leche, una botella de Jack Daniel's, embutido para los bocadillos, vino, lejía, kiwis, masa fresca para pizzas, mermelada, ensaladas, pimientos rojos y berenjenas para hacer escalivada, bombillas, tomates secos de Turquía, beicon, cebollas dulces, ajos, tomates cherry y, entre bastantes cosas más todavía, unas zapatillas de casa para Carlos que finalmente no encontraremos porque ninguna, ay, le gustaban ("parecen de chica").

Ya es de noche cuando regresamos a Binéfar, cansados y sin "las zapatillas de chico" que necesitaba mi hijo. Conduzco tranquilamente detrás de las luces traseras del vehículo que me precede. Treinta kilómetros me separan de nuestra casa y no tengo prisa.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Montañas lejanas

Acabó la poda de las viñas y ahora los campos aparecen ligeros, limpios de broza, humanamente rectilíneos en estos días de un frío tan inesperado como la nieve caída por la noche en las montañas lejanas. A millones de kilómetros de distancia espacial, en la ladera de una colina de otro planeta, una avalancha de tierra y hielo levanta nubes de polvo bajo un cielo de color naranja. Quiero imaginar el ruido, el crujido de las partículas al moverse y caer en la atmósfera de dióxido de carbono. Ese ruido y ninguno más.

martes, 4 de marzo de 2008

Aniversario

Hoy hace un año que comencé a escribir este cuaderno, el tercero que redacto. Como no tengo whisky decido celebrarlo con un té verde a media tarde.

domingo, 2 de marzo de 2008

Treinta kilómetros

No he salido de casa en todo el fin de semana. En épocas tan perezosas me asalta cierta sensación de mala conciencia. Hoy, por ejemplo, ha hecho un domingo extraordinario, luminoso, radiante, un día perfecto para ir a dar un paseo por el campo; pero no me apetecía, no me apetecía lo más mínimo, me apetecía más levantarme tarde, no afeitarme, cocinar sin prisa, dormir la siesta, mirar una película, leer tranquilamente, disfrutar de las comodidades de nuestra azarosa fortuna... ¿Y la mala conciencia entonces? Qué peso de plomo el de una educación judeocristiana basada en el esfuerzo, en el sufrimiento, el pecado, el sacrificio, la lucha permanente contra nuestras debilidades. Nunca fui inmune a ella, y seguramente por eso esta tarde he recorrido treinta kilómetros ficticios sobre una bicicleta amarilla y estática. Ahora hace rato que hemos cenado. La noche, como cada día, ha convertido las ventanas en espejos.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Fin y principio

Noche agitada, inquieta. En la acera conversa una patrulla de soldados armados. Arden algunas casas. Salgo a la terraza de atrás y, de pronto, contemplo con vista de pájaro el paseo Fernando el Católico de Zaragoza. Lo sobrevuelo con asombro omnisciente. Negros nubarrones navegan sobre mí. Se avecina una tormenta, el fin del mundo.

Suena el reloj despertador. Me ducho, me afeito, me visto, preparo los bocadillos, preparo mi café con leche, subo a la buhardilla, salgo a la terraza de atrás. El cielo es una pálida gasa de color azul sobre los tejados y las antenas de televisión. Las cigüeñas crotoran en el campanario de la iglesia de San Pedro. La mañana es fría en el principio del mundo.