lunes, 18 de octubre de 2010

Decimoctavo día

Este granjero de terneros se parece muchísimo a Sidney Pollack. La joven de la gestoría es el vivo retrato de Anaïs Nin. Tengo un amigo en Binéfar que es clavado a Harrison Ford. En un planeta con una población de casi siete mil millones de seres humanos resulta imposible que cada uno de nosotros no tenga más de un sosias. Alguien idéntico a ti sale ahora de su casa en las antípodas, sube a una bicicleta y se aleja pedaleando sobre el asfalto mojado.

domingo, 17 de octubre de 2010

Decimoséptimo día

Anotar algo en este cuaderno cada día durante un mes no tendría ningún sentido si no fuese por la voluntad de hacerlo. A veces basta con eso.

sábado, 16 de octubre de 2010

Decimosexto día

Hace quince días una señora de Barbastro me regaló una bolsa de almendras de su campo. Esta tarde las he cascado con un martillo, las he escaldado en agua hirviendo con sal para que la piel se suelte fácilmente al comerlas, y después de secarlas con un trapo las he tostado en la bandeja del horno. Todavía calientes estaban buenísimas. La señora en cuestión suele pasar con cierta frecuencia por mi lugar de trabajo, si vuelvo a verla ojalá recuerde decirle que no hubiese cambiado sus almendras recién tostadas por todas las trufas y todo el caviar del mundo. Se pondrá contenta y además es verdad.

viernes, 15 de octubre de 2010

Decimoquinto día

Alertado por el ruido, Carlos me pregunta si me estoy afeitando y yo le contesto que no, que sólo me estoy depilando el vello de las orejas. Mi hijo, intrigado, entra en el cuarto de baño. Sí, le digo, observa esta pequeña máquina, no parece gran cosa, ¿verdad? Pues de eso nada, aquí donde la ves se trata de una máquina tan inteligente que su mera utilización genera y asegura su propio porvenir. ¿Qué quieres decir, papá? Quiero decir, hijo mío, que una vez que has empezado a depilarte el vello de los oídos con una depiladora eléctrica deberás seguir haciéndolo hasta el final de tus días, porque los pelos crecerán cada vez más fuertes y visibles, ¿es o no es inteligencia artificial? Ah, y también sirve para eliminar los de la nariz... Eh, pero, ¿por qué te alejas haciendo muecas de asco? ¡No huyas, cobarde! ¡Algún día también tú te someterás a su poder! ¡Algún día!

jueves, 14 de octubre de 2010

Decimocuarto día

Conduzco de regreso de Lérida con el sol retirándose a la izquierda, su luz definitivamente otoñal iluminando los maizales, un campo de golf, las viñas de Raimat. No he puesto música en el equipo del coche y sólo se escucha el aire deslizándose sobre la carrocería, el ronroneo del motor diesel, mi respiración.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Decimotercer día

Observo conmovido el rescate de los mineros atrapados en Chile, las emocionantes escenas de su llegada al mundo exterior tras más de dos meses sepultados, y también las entrecortadas imágenes tomadas desde el interior del refugio que muestran a la cápsula de salvamento asomando milagrosamente en el techo de roca, esa estrecha cabina que, con un hombre en su interior, recorrerá seiscientos veintidós metros atravesando la tierra rumbo a la superficie, a la luz, al aire fresco y los seres queridos; esa cápsula que se llama Fénix e inmediatamente me hace pensar en Julio Verne.

martes, 12 de octubre de 2010

Duodécimo día

Llegué al retrete con el tiempo justo para arrodillarme y empezar a vomitar violentamente. Expulsé durante un rato lo que mi cuerpo rechazaba sin contemplaciones, me lavé los dientes y me tumbé en la cama hasta que tuve que correr de nuevo, algo que sucedió varias veces durante la noche, al principio para purgarme por arriba y después por abajo. Maite entró a consultar en internet y llegamos a la conclusión de que se trataba de una gastroenteritis viral, lo que por aquí se conoce vulgarmente como «una pasa», nada grave, dos días de adelgazamiento forzoso y curado, espero. Respecto a los vómitos y la diarrea: nunca deja de asombrarme que nuestro organismo pueda adoptar decisiones tan radicales al margen de nuestra voluntad.

lunes, 11 de octubre de 2010

Undécimo día

PUEDE SER SIN TÍTULO

Después de todo, estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un acontecimiento banal
y que no pasará a la historia.
Nada que ver con batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni con tiranicidios dignos de ser recordados.

Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
he tenido que venir de algún lado
y antes
estar en muchos otros sitios,
exactamente igual que los grandes descubridores
antes de subir a cubierta.

Hasta el instante más efímero tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Son tan reales sus horizontes
como los de los catalejos de los almirantes.

Este árbol es un álamo enraizado desde hace años.
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando unos pasos
formaron el sendero.
El viento, para dispersar las nubes
tuvo antes que arrastrarlas aquí.

Y aunque en los alrededores no pasa nada importante,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado, ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.

El silencio no sólo acompaña a conspiraciones secretas.
Ni un séquito de causas a ceremonias de coronación.
No sólo se erosionan los aniversarios de las sublevaciones,
también envejecen los guijarros de la orilla.

Complicado y denso es el bordado de las circunstancias.
Costura de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas en el que se enhebra un tallo.
Por casualidad estoy aquí y miro.
Sobre mí una mariposa blanca bate en el aire
unas alas que sólo a ella le pertenecen
y una sombra se me escapa a través de la mano,
no otra, no la de cualquiera, precisamente la suya.

Ante esta visión siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.

Wislawa Szymborska, traducido por David Carrión Sánchez,
de El gran número, Fin y principio y otros poemas, 5ª Edición, 2010.

domingo, 10 de octubre de 2010

Décimo día

Despierto a Carlos en nuestro piso de Zaragoza cuando todavía es noche cerrada sobre la ciudad. Encendemos la televisión. El Gran Premio de Japón comenzará dentro de un rato.  Todavía no sé que Fernando Alonso quedará en tercera posición y ganará Sebastian Vettel, pero lo que sí sé es que estos madrugones que mi hijo y yo nos damos año tras año desde que era muy pequeño son un territorio único, un lugar especial en el que estamos juntos.

sábado, 9 de octubre de 2010

Noveno día

Hoy comemos en el huerto de mis padres con toda la familia y se supone que ya debíamos estar en Zaragoza, donde queremos detenernos a comprar unos regalos para nuestros sobrinos, pero son las once menos cuarto y todavía estamos en casa. Por mi parte he bajado plásticos y algo de basura a los contenedores, he ido a sacar dinero al cajero y todavía me ha dado tiempo de comprar en la bodega Isabal una botella de whisky Glenfiddich para llevar al pueblo. Siempre pasa lo mismo. Yo antes me agobiaba pero ahora ya no, total nadie me hacía caso y sólo servía para crear tensión ambiental. No veo a mis padres y mis hermanos desde que regresamos de Irlanda, tengo muchas ganas de encontrarme con todos y ver cómo han crecido los niños más pequeños. Por aquí el cielo está cubierto y tiene pinta de llover, no sé qué tiempo hará en la ribera de Navarra. ¡Ya son las once! Pero tú tranquilo, Jesús, ponerse nervioso no sirve para nada, no te asomes a la escalera para gritar: ¿SABÉIS QUÉ HORA ES? ¿CÓMO ES POSIBLE QUE TODAVÍA NO ESTÉIS LISTAS?