Me está costando mucho hacer frente a la nueva estación. Primero fue la alergia y ahora me despierto cansado por la mañana, voy a trabajar sin ilusión, salgo de la agencia agotado y así permanezco durante todo el día, sin ganas de nada, ni siquiera de escribir. De hecho estas pocas letras son solamente el combustible mínimo necesario para mantener mi proyecto al ralentí, sin que se apague.
martes, 5 de abril de 2011
lunes, 4 de abril de 2011
94
En medio de una consulta de trabajo con un conocido de Barbastro sale a colación el servicio militar. Él me comenta que fue una de las mejores épocas de su vida y que allí hizo amistades profundas. Yo le digo que no hice ni un solo amigo. «¿Ni uno solo?», pregunta sorprendido, «¡Eso sería porque no querrías!». «No lo sé», contesto seriamente, sabiendo que está pensando que la culpa fue mía, «de hecho he olvidado casi todo lo relativo a aquellos meses, es como un espacio en blanco». Cuando el ciudadano se levanta de la silla y sale de la agencia la cuestión sigue dando vueltas en mi cabeza. En realidad yo tampoco me explico cómo es posible que no hiciese amistades en circunstancias teóricamente tan propicias para ello, porque de hecho debo hacer un gran esfuerzo para recordar dos o tres nombres y sus rostros desdibujados por el tiempo. El paisaje que rodeaba el polvorín que custodiábamos, sin embargo, sí permanece intacto en mi memoria: campos de labranza, sembrados de cereal, pinares de repoblación, colinas bajas y un cielo muy alto y limpio. El primer día que llegué me pareció más una granja que un cuartel. En el centro había una balsa de agua donde abundaban las ranas y las culebras de escalera. En verano, durante las guardias nocturnas, las paredes blancas de la garita, iluminadas potentemente por los focos, atraían a decenas de insectos de especies diferentes: mosquitos, escarabajos, saltamontes, mantis religiosas de aspecto maléfico, mariposas nocturnas de cuerpos de terciopelo.
domingo, 3 de abril de 2011
93
A las seis menos diez llevo a mi hija a la estación de autobuses. Ya casi no me afecta o, al menos, no me afecta como al principio. Paula, de dieciocho años cumplidos en diciembre, ha emprendido su propio viaje y yo y su madre ocupamos el espacio, importantísimo, que debemos y queremos tener en su vida, no otro. Regreso a casa y al enfilar mi calle creo ver un avión común volando sobre los tejados. ¿Es posible que ya estén de vuelta?
sábado, 2 de abril de 2011
viernes, 1 de abril de 2011
91
Por la mañana, congestionado, mocoso y lacrimoso, incapaz de estar medio minuto sin un pañuelo, abandoné el trabajo. Hacía muchos días laborables que no volvía a casa de improviso, y al entrar en la cocina sorprendí una luz diferente, más clara, más hospitalaria de lo que recordaba. Durante un instante tuve la sensación de entrar en el plató de una película fuera del horario de rodaje.
jueves, 31 de marzo de 2011
90
Esperando en la consulta de mi otorrino leo en una revista que el escritor John Cheever decidió alistarse en la Armada tras el ataque japonés de Pearl Harbour. Casualmente un comandante había leído alguno de los relatos de aquel soldado raso, publicados en el Harper’s Bazaar o el New Yorker, y decidió ponerlo a escribir para una revista del ejército, salvándole así, seguramente contra su voluntad, de una más que probable muerte en combate en la playa Utah durante las primeras horas del desembarco aliado en Normandía, el fatal destino de muchos de los compañeros de barracón de Cheever. Leo esta información y me recuerdo paseando con mi familia por esa playa en agosto de dos mil siete, preguntándome cuántos futuros músicos, carpinteros, profesores, panaderos, conductores, científicos, albañiles, pescadores, cuántos futuros escritores y granjeros murieron allí sin haber tenido tiempo de intentarlo, víctimas todos ellos, como los supervivientes, como Cheever, como yo mismo sentado en esta sala de espera, del azar.
miércoles, 30 de marzo de 2011
89
En algún lugar del universo existe un planeta girando alrededor de un sol situado a ciento cincuenta millones de kilómetros de su superficie, un planeta como el nuestro pero sin nosotros. En él hay desiertos y playas, océanos profundos, bosques, lagos, ríos, arroyos que cantan entre las piedras, montañas de cumbres blancas, nubes en el cielo donde planean grandes animales alados, praderas en las que pastan rebaños de hocicos humeantes en el frío del amanecer. El rocío cubre la hierba. Por la noche cantan los insectos, rugen los depredadores, brillan, fugaces, las estrellas fugaces.
martes, 29 de marzo de 2011
88
La cercanía física de la desgracia ajena es tan conmovedora como obscena. Hay algo vertiginoso, terrible, en la visión de los peores momentos en la vida de otras personas.
Recuerdo que en cierta ocasión auxilié a una persona mayor que se había caído en la calle abriéndose una aparatosa brecha en la cabeza, entre varios peatones le ayudamos a ponerse en pie tapándole la herida con un pañuelo y le acompañamos al ambulatorio cercano para que le atendieran. Minutos después descubrí que me había manchado las manos con su sangre y, para mi vergüenza, sentí asco, una repugnancia culpable que tardó horas en abandonarme.
Cuando atiendo a seres humanos en el fondo del agujero, pidiendo una ayuda que no existe cuando nunca han tenido que pedir nada, desesperados cuando hace relativamente poco tiempo vivían una vida normal, siento dolor verdadero, no figurado, es un dolor sordo parecido a la jaqueca, parecido a las náuseas. También siento, sobre todo lo demás, una gran compasión que rápidamente he de sustituir por competencia profesional, pues compasión es lo último que ellos necesitan de mí. Cuando trabajo procuro mirar siempre a los ojos de las personas, pero confieso que si rezuman sufrimiento me cuesta muchísimo mantener la mirada.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:27 | 365 , Diario , Vida laboral
lunes, 28 de marzo de 2011
87
Por la tarde, de regreso del trabajo por la carretera comarcal A-133, he aparcado en un camino y he dado un breve paseo para despejar mi cabeza de tantas voces y problemas y preguntas. Sólo se escuchaba el viento sobre los campos de cebada que se extendían suavemente a mi alrededor.
Campos de cebada, 28 de marzo de 2011.
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Anotado por Jesús Miramón a las 20:03 | 365 , Diario , Fotografías