Cada noche nos reiniciamos. Cerramos los ojos, nos olvidamos del mundo y, como los androides orgánicos que somos, dejamos que el cerebro comience a trabajar en la oscuridad sin la molesta presencia de nuestra consciencia, dejando que por su propia cuenta asuma las miles de tareas de mantenimiento que necesitamos: desechar la basura en forma de sueños, reordenar los recuerdos en forma de sueños, fijar en su sitio las cosas necesarias a través de los sueños, salvar lo imprescindible para cuando volvamos a ponernos en funcionamiento y nos levantemos de la cama y nos duchemos y salgamos al aire gélido, los charcos de hielo, el humo de nuestros pulmones flotando frente a nuestra boca al respirar, los pequeños y saltarines gorriones que se apartan tan cerca de nosotros cuando avanzamos hacia adelante.
miércoles, 11 de enero de 2017
El océano es grande
Este texto que estás leyendo pertenece a un blog personal. Sí, ya sé que lo sabes (tal vez desde hace muchos años), pero permíteme que continúe: como es personal y, por otra parte, no me procura ningún beneficio económico, su continuidad depende única y exclusivamente de mi intención primera, aquella con la que empecé a escribir Innisfree en mayo de dos mil cuatro: dar testimonio de la vida cotidiana de un hombre corriente. ¿Para qué? Para dejar constancia de que vivir no deja de ser, al fin, sino un acto de comunión.
En los últimos días uno de los blogs que más me gustaban se ha cerrado sólo a invitados, y por otra parte otro de mis descubrimientos de los últimos meses de dos mil dieciséis ha hecho caso omiso a mis comentarios y cartas. ¿Y sabéis qué? Lo comprendo. Lo comprendo por lo mismo que escribí la primera frase de este post: "este texto que estás leyendo pertenece a un blog personal". Son casos diferentes pero acepto el desenlace. El océano es grande. Las echaré de menos durante un tiempo pero el océano es grande. No existe mayor respeto que ejercerlo. P. V. decidió tal vez que se estaba exponiendo demasiado: lo respeto. N. F. trabaja y no tiene por qué perder el tiempo con desconocidos: lo respeto muchísimo y lo comprendo.
Yo no sé hasta cuándo seguiré escribiendo en Las cinco estaciones. Debió haber terminado hace tanto tiempo que cualquier intención de futuro carece ya de fundamento. Soy, mientras escribo, el hombre más idiota el mundo.
domingo, 8 de enero de 2017
Este mundo
Por la mañana fui a tirar la basura. Hay una calle donde están todos los tipos de contenedores de reciclaje que existen en este momento del siglo XXI: vidrio, cartón, plástico, incluso aceite usado y prendas que ya no se utilizan. Vacié las bolsas y cajas en sus respectivos lugares y de pronto miré a mi alrededor: vi ropa colgada en tendedores frente a ventanas pequeñas, vi la copa desnuda de los árbolillos de la acera, los dibujos infantiles en la fachada del colegio de primaria, el cielo tan azul más arriba del maravilloso frío que convertía mi aliento en humo del tabaco que no fumo; miré mis botas sobre el suelo, la vieja Citroën Picasso de casi trece años ronroneando como el primer día a mi lado, y tuve ese momento Matrix, La vida es sueño, El show de Truman, ¿qué cojones se supone que estaba sucediendo en ese momento? ¿Qué era verdad y qué no lo era? ¿Qué era real y por qué?
Sin respuesta alguna subí al coche y me detuve en la panadería donde trabaja Laura. Todavía le quedaba un pan de hogaza. Los hornea con fuego de leña su jefe, un panadero marroquí de Graus, y es buenísimo. Nos saludamos con simpatía, Laura me envidió por poder dormir un domingo hasta las once de la mañana y después nos dijimos adiós, nos deseamos un buen día y regresé a este mundo.
sábado, 7 de enero de 2017
Bourbon
M. corrige exámenes a mi lado y yo bebo bourbon mientras escribo (otro buen deseo que deberá esperar: dejar de beber bourbon). Y el hecho es que el tiempo fluye sin fisuras, tranquilamente, uno al lado del otro, y nada más. No haré ningún panegírico del amor, la pareja, la increíble suerte de haber encontrado a alguien entre miles de millones de personas en el mundo compatible conmigo. Sólo escribo que ella corrige sus exámenes a menos de cuarenta centímetros de mí mientras yo redacto estas cuatro palabras que intentan expresar algo parecido a la calma, la felicidad.
viernes, 6 de enero de 2017
Reyes magos
Los reyes magos atravesaron el desierto sobre sus camellos hasta llegar a la orilla del mar. Era de noche y en la arena de la playa no les esperaba nadie: ninguna taza de leche, ninguna galleta, ningún árbol de navidad en kilómetros a la redonda. Sin cambiarse de ropa descabalgaron y caminaron hacia las olas que golpeaban la orilla, adentrándose paso a paso bajo las aguas del mar y así avanzar kilómetro a kilómetro a través de valles y llanuras submarinas pisando sin querer miles de cadáveres de adultos y pequeños, todo ese terrible cementerio.
jueves, 29 de diciembre de 2016
Metáforas
He pasado algunos días en bucle con pensamientos que todavía no he logrado conseguir expresar (de ningún modo). Es frustrante y angustioso que mi pensamiento pueda viajar delante de mí.
Regresando de Zaragoza a Barbastro la temperatura del termómetro del coche descendía y descendía kilómetro a kilómetro mientras los arbustos y árboles del campo iban convirtiéndose poco a poco en figuras de hielo blanco bajo un cielo sin sol. Escarcha helada: mi felicidad.
Jamás imaginé que a los cincuenta y tres años me sentiría tan inseguro como a los diecisiete o dieciocho. Bueno, seguramente eso es un problema en una persona de mi edad. No sé. Es lo que siento.
Hay algo distinto en cualquier caso: mi fuerza física, mi brutalidad. Peso ciento seis kilos y soy capaz de levantar y destruir casi cualquier cosa. No hago ejercicio, el mérito sólo se debe a mi volumen. En cierta ocasión el mecanismo de la persiana de mi lugar de trabajo se rompió y empezó a descender cada vez más deprisa con clientes dentro y fuera de la oficina. Me levanté de mi silla rápidamente y la levanté hasta darle la vuelta en el tambor y romperla de tal modo que los técnicos que tuvieron que venir a sustituirla no podían creerlo. Mis compañeras siempre se acuerdan de ese momento. Dicen que fue como si de pronto me hubiese convertido en un monstruo. Jamás he usado la violencia contra otra persona pero sé que, en un momento dado, para defender a las personas que amo sería capaz de cometer las barbaridades más atroces. No tengo la menor duda de ello.
A veces pienso que nací en el único umbral histórico que me ha permitido llegar tan lejos. En casi cualquier momento de la evolución de mi especie no hubiese durado un suspiro. Siento más que pienso y eso, en una naturaleza inteligente, no lleva sino a una tan honrosa como temprana desaparición del escenario.
Termina un año y comienza otro nuevo. No el musulmán, no el chino, no el azteca, no el de los millones de planetas habitados por especies con conciencia que flotan en el universo sintiéndose tan solos como nosotros. Termina un año, comienza otro y yo, un hombre de cromañón como cualquiera, decido que semejante estupidez es importante de algún modo. Metáforas. ¿Existirán más allá de nosotros en alguna parte?
martes, 27 de diciembre de 2016
sábado, 3 de diciembre de 2016
Después del ensayo
Después del ensayo vamos al Chanti a tomar unas cervezas. La niebla que ya casi había olvidado inunda las calles de Binéfar, sus minúsculas gotas flotantes en la oscuridad parecen copos de nieve a la luz de los faros del coche. Y todo es como si, en vez de haber transcurrido años, hubiese sucedido ayer. En el bar hablamos de lo humano y lo divino con la pasión de ayer, y la camarera aguarda a que terminemos nuestras consumiciones para cerrar el local con la misma resignación de ayer.
Creo que mi travesía del Cabo de Hornos termina justamente aquí, regresando al coro, a los ensayos, a la música, a las personas que me han abrazado y besado con tanta verdad que he tenido que hacer un esfuerzo para disimular mi emoción; mi complicada y ardua travesía del Cabo de Hornos termina realmente esta noche, volviendo al Chanti después de cantar y cantar y cantar.
Anotado por Jesús Miramón a las 02:35 | Después del ensayo , Diario
martes, 22 de noviembre de 2016
Honor
Como no ha dejado de llover desde ayer por la mañana, el río Vero, convenientemente encauzado por una obra civil de hormigón armado y laderas artificiales cubiertas de hierba salvaje frente a mi casa, fluye a toda velocidad hacia ríos más grandes y finalmente el mar.
Sus aguas descienden marrones como cacao con leche. Al otro lado de la orilla hay un grupo grande de árboles y arbustos que crecieron en un solar abandonado. Allí anidan muchísimos pájaros, es algo que pude comprobar desde que a finales de julio nos instalamos aquí. En estos días de lluvia su permanente algarabía ha desaparecido, así como sus constantes salidas y regresos a la espesura vegetal. Los imagino tan quietos en sus nidos como yo en el mío bajo el aguacero. Así de iguales somos. Qué diminuto y palpitante honor.
lunes, 21 de noviembre de 2016
Paola Vaggio
ÚLTIMOS DÍAS
Mientras apoyas la silla en el patio,
en la pared que da el sol,
y cierras los ojos cegada de luz,
escuchas el murmullo cercano de la ciudad
(pájaros
un soldador eléctrico
una tos seca en el primer piso
golpes sobre metal
un perro ladrando
la megafonía del metro escapándose por la alcantarilla)
Entre los tejados y las antenas
duerme el nido
que está hecho de hojas,
de ramas pequeñas,
trozos de algodón,
barro,
óxido,
bruma,
piensas "yo puse esto aquí"
"yo puse esto así"
"yo traje esta rama"
"yo le di forma"
las gaviotas hambrientas se lo llevan
¿hacia dónde?
¿puedo ir con ellas?
Paola Vaggio
Anotado por Jesús Miramón a las 22:44 | Diario , Nombres propios