Fuimos al cementerio la última vez que estuvimos en Zaragoza. Yo creo que no pasan cuatro meses sin que nos demos una vuelta por aquella ciudad de los muertos. Tiramos las flores viejas de Ikea y pusimos unas nuevas, también de Ikea. Son bonitas, resistentes y baratas.
No solemos ir el día de Todos los santos. Hay mucho tráfico, mucha gente, en fin: es un rollo. No voy a escribir ahora lo que todos sabemos: que los muertos se levantan y acuestan junto a nosotros cada día, que viven y vivirán mientras les recordemos, etcétera. No lo voy a escribir aunque sea verdad porque lo he escrito cien veces y ya me aburre hasta a mí.
Voy a escribir, a riesgo de equivocarme, que nuestra generación es acaso la última en darle importancia a estos desvelos escatológicos, la última en tomarnos en serio un compromiso que, sin dejar de estar alimentado por el amor, no deja de ser una herencia cultural.
Las incineraciones crecen día a día precisamente para no dejar a nuestros hijos esas obligaciones. Maite y yo queremos que nos incineren cuando dejemos de existir, y ni siquiera le damos importancia a lo que puedan hacer con nuestros restos. Ni océanos ni ríos ni campos de amapolas: cualquier sitio nos parece bien, sobre todo si es cómodo para quien quiera ocuparse de ese menester. Lo que no queremos es que nos guarden en ningún lugar, ni en una casa ni en un trastero: las cenizas están hechas para ser esparcidas por el viento, siempre que se tenga en cuenta su velocidad y dirección. Amén.
miércoles, 1 de noviembre de 2017
Todos los santos
lunes, 30 de octubre de 2017
Como una regadera
Todo es extraño. Los árboles, como yo, no saben si empezar a rendirse o mantenerse despiertos. Algunas hojas tímidas, reticentes, comienzan a morir y caer en su instante más anónimo y glorioso. La naturaleza en general está aburrida, cansada, casi irritada, despeinada y con muecas de mal humor de tanto esperar lo que tocaba. Y si ella está así cómo no estaré yo: un oso irlandés encerrado en un cuerpo humano español.
Todo es extraño. El president de la Generalitat que ayer pedía en la televisión la defensa pacífica de la nueva República al pueblo catalán mientras comía en un restaurante de Girona, y hoy está en Bélgica para, presumiblemente, pedir asilo político. Sí, es para caerse al suelo de la risa, pero qué falta de gallardía, cuánta cobardía, el voto secreto del día D, en fin: ni Berlanga hubiera escrito un guión más ridículo y risible que éste. Tal vez sea la poca testosterona que me queda la que dicta mis siguientes palabras, pero ¡qué falta de cojones y de dignidad! ¡Qué falta de valor para afrontar las consecuencias de los actos como hacemos todos los días los ciudadanos de a pie! Aunque, ahora que me acuerdo, prometí no sufrir más por este tema; aunque, ahora que caigo, esto no es sufrir, esto es otra cosa muy distinta: darme cuenta de que el Rey desfila desnudo y dar testimonio de ello, incluso reírme a carcajada limpia. Soy el niño barbudo con aspecto de profeta bíblico que señala con el dedo.
Todo es extraño. Después de muchos muchos meses sin necesidad de hacerlo, esta mañana he tenido que ponerme una píldora de Lorazepam bajo la lengua. Han habido tres o cuatro horas de un trabajo sin cuartel, estresante, ansioso, con los clientes enfadados por tener que esperar... O tal vez sencillamente he sido yo, que siento los cambios horarios y de estación de un modo radical, muy exagerado, ajeno a mi voluntad. Presión en el pecho, taquicardias, el zumbido en los oídos creciendo por momentos, cierto vértigo visual y sensorial. Quien lo ha padecido me comprende. Afortunadamente la química ha hecho su efecto y he podido controlar la situación sin dejar de atender a los ciudadanos ni un momento. Los años me han enseñado a saber lo que me estaba sucediendo, aunque no a padecer menos.
Todo es extraño, cómo no. Todo el mundo espera la llegada del frío y la lluvia. Yo sé que también podría alcanzarnos un meteorito de varios kilómetros de longitud, o un cambio climático de alta velocidad que convirtiese este pequeño planeta donde podemos pesar, caminar y respirar, en un cementerio como Marte. Todo el mundo espera la llegada del otoño. Mis imaginaciones apocalípticas las guardo para mí.
Todo es extraño y, como quienes me rodean, actúo como si la vida fuese normal. A veces, en el supermercado o mientras pongo gasolina en el coche, sospecho que a las demás personas les pasa lo mismo que a mí y siguen actuando con normalidad para que nadie piense que están como una regadera. Para que nadie piense que están como yo.
viernes, 27 de octubre de 2017
Amarga Catalunya
He sufrido mucho con los acontecimientos de Cataluña. En este diario he dejado huellas recientes de todo ello. He sufrido mucho.
Pero hoy, sin ninguna pena general aunque sí algunas personales, he decidido dejar de sufrir, he decidido dejar de sentir angustia y ansiedad por el futuro de un país al que amaba pero no así, tan ausente de la realidad, tan ajeno a las terribles consecuencias de las decisiones de la mitad que ahora mismo le empuja al precipicio.
Para mí, a partir de hoy, todo este tremendo conflicto es asunto suyo, de mis amigas y amigos: de Carlus, de Carme, de Elvira, de Silvia, de todos los que, viviendo allí, pueden hacer algo, no como yo, que vivo en Aragón y no puedo hacer nada salvo sufrir hasta la decisión que he tomado esta noche: dejar de sufrir.
Qué descanso mental ha sido. Qué línea invisible entre que me importase mucho y dejase de hacerlo. Mis amigas y amigos catalanes saben dónde estoy, saben que pueden contar conmigo, pero yo ya no estoy allí, no quiero estar allí. Esta noche dormiré a pierna suelta.
miércoles, 25 de octubre de 2017
Petya
Hoy ha venido a la agencia comarcal Petya, una joven búlgara a la que hace algo más de un año le diagnosticaron, con veintitrés años, un cáncer de mama. Recuerdo que en aquella ocasión todo su ser emitía furia y odio al mundo, una furia y un odio que no hacían sino expresar su estupefacción.
Por aquel entonces trabajaba en una zapatería que después cerró sus puertas. Nosotros la ayudamos a gestionar lo que estaba en nuestras manos: el pago de la baja por parte de la Mutua de la empresa, los ánimos, el cariño.
Durante mucho tiempo venía con su cabeza calva cubierta por un pañuelo, pero hoy no lo llevaba y una suave superficie de cabello oscuro de no más de un centímetro de altura cubría su cráneo precioso. Porque Petya es una joven muy guapa y muy valiente, y hoy, cuando le he preguntado, me ha dado buenas noticias, y aquella furia que en la primera visita proyectó a su alrededor sin ningún control, yo incluido como parte del sistema, angustiada por la noticia inconcebible, algo que por otra parte en su momento comprendí perfectamente, había desaparecido.
No todas las historias que suceden delante de mí durante el horario laboral acaban bien. Durante todos estos años he visto, como decía Roy en las últimas escenas de una de mis películas favoritas, "cosas que no creeríais". Casi siempre fueron valor, dignidad, tristeza, sabiduría, consciencia, reformulación de prioridades, aceptación. Y también curaciones, es verdad.
Petya, que tiene un año menos que mi hija, me ha tocado la mano con una sonrisa porque, como le anticipé la primera vez que la atendí mientras, perpleja, lloraba de rabia, ha salido adelante. Y soy feliz por ello, soy feliz de ver e intervenir cada día en la vida de otras personas, ser partícipe de cosas que afectan más profundamente o de modo más liviano a lo que yo soy: un ser humano como ella, como ellos, como vosotros, como nosotros.
Anotado por Jesús Miramón a las 00:26 | Diario , Vida laboral
martes, 24 de octubre de 2017
Caballos pequeños
El otro día soñé con un lugar perdido en el Himalaya, un país de inexplorados valles de bosques de bambú y prados de flores en los que pacían caballos de pequeña estatura. No había nada más y yo me acercaba a ellos, que a su vez se acercaban a mí con curiosidad. Les acariciaba las cabezas y los belfos suaves como el terciopelo. En el sueño no había nada más salvo los caballos, yo y un cielo de un color azul muy pálido, casi blanco, entre cumbres de nieves eternas.
sábado, 21 de octubre de 2017
Llovió mucho un día
Llovió mucho un día y todos sonreímos y dijimos: ¡Al fin! Al día siguiente llovió mucho menos y las esperanzas se desvanecieron poco a poco.
El suelo que rodea mi lugar de trabajo, como cada año, está cubierto de los frutos amargos de los maravillosos castaños de Indias que lo rodean.
Busco, deseo, ansío buenas noticias. Paz, entendimiento, fraternidad, todas esas cosas. Y mientras las deseo sufro personalmente.
Por la mañana Maite y yo fuimos a caminar como todos los fines de semana junto al canal, que hoy fluía un poco más bajo que la última vez. Los abejarucos y vencejos y aviones comunes hace tiempo que se fueron en dirección a África. Quedan los cuervos, las tórtolas y los gorriones moros que, en pequeñas bandadas, se trasladan de unos arbustos a otros huyendo de nuestro paseo inofensivo. Bajo las grandes encinas y sus bellotas esparcidas en el suelo había huellas de jabalí, esas huellas hendidas en el barro de las lluvias del otro día.
Busco, deseo, necesito buenas noticias. Y al hacerlo no pienso en mí, que vivo en Aragón, donde todo está en calma; al hacerlo pienso en gente que quiero: en Carme, en Carlus, personas importantes en mi vida y por cuyo futuro, por cuyas experiencias inmediatas, sufro. Pero no hay nada más que pueda hacer además de expresar aquí mi amor hacia ellos.
Son las diez de la noche y he venido a mi pequeño rincón a escribir. No he querido seguir viendo la televisión como he hecho, angustiado, toda la tarde. Me he servido un whisky con hielo. Luego me iré a dormir. Buenas noches. Bona nit. Pateixo. Petons.
jueves, 19 de octubre de 2017
Emboscadas
Me gustan las fotos antiguas. Todas esas personas que murieron hace mucho tiempo vivas y lozanas frente a la cámara con su ropa de época, sus sombreros y su pequeña estatura.
De acuerdo: sé lo que de triste tienen las fotografías, esas imágenes estáticas de seres humanos que no paraban quietos un momento, la falsa realidad de lo que fueron.
Aunque en el fondo de mi pensamiento siento que existe cierta verdad en aquellas. No somos solamente movimiento sino también quietud, inmovilidad, el retrato de una emboscada.
miércoles, 18 de octubre de 2017
Mundos
Maite me dice que en la televisión han anunciado que mañana lloverá. Yo digo: ¡Ojalá sea verdad!
Estos días históricos duran lo mismo que lo otros y nos acostamos más bien tarde y madrugamos para ir a trabajar, y así, con esta caligrafía, se escribe lo aburrido y lo extraordinario.
Decidí dejar de sufrir pero no surtió efecto ni durante treinta minutos. Esto, junto a algunos detalles más, es algo que odio profundamente de mí. No ser capaz de desconectar de los asuntos que me preocupan. Puedo articular con cierto oficio la descripción del diminuto tamaño que tanto nuestros pensamientos como el volumen de la Tierra ocupan en el cosmos inabarcable, y sé que ésta es una verdad científica, incontrovertible. Pero la ley de la gravedad no me deja escapar a ninguna parte, me atrae inexorablemente hacia el núcleo magnético de mi planeta y así atrapa el peso de mi cuerpo y también el de mis pensamientos, mis preocupaciones, mis desvelos, impidiendo que se desvanezcan en el espacio exterior.
Sólo descanso cuando duermo y al cerrar los ojos despierto en otro lugar.
domingo, 15 de octubre de 2017
La soledad es un lugar mucho mejor que la indiferencia
Siempre he creído en la generosidad. Últimamente, sobre todo, en la generosidad de ida y vuelta. Ya no tengo edad para dar sin recibir nada a cambio como cuando era un adolescente y tenía toda la vida por delante y pensaba, absolutamente idiota, que tarde o temprano recibiría una respuesta equitativa. He aprendido mucho desde entonces.
No sé si servirá de algo escribir esto, pero voy a hacerlo: no seáis generosos con quienes no lo sean con vosotros; no admiréis a quien no os admire; no queráis a quien no os quiera. Todo ese estéril esfuerzo no merece la pena. El camino es largo, el mundo es grande y está abierto a millones de posibilidades. La soledad es un lugar mucho mejor que la indiferencia.
sábado, 14 de octubre de 2017
Un bramido lejano
Resulta difícil creer que, estando tan lejos de la fiesta, a varios barrios de distancia, su eco alcance con tanta fuerza nuestra terraza abierta. Es un sonido en el que se mezclan varios conciertos a la vez, algo parecido a un bramido con esporádicos aumentos de intensidad mezclados a veces con sirenas de ambulancias. El resultado es primitivo, temible, algo parecido al presagio sonoro de nuestro último final, pero sólo son los estertores de las Fiestas de la Virgen del Pilar en Zaragoza.
Madrugada del sábado catorce de octubre de dos mil diecisiete.
Página número mil doscientos de esta bitácora interestelar.