Este día común muere poco a poco, aunque tú y yo sabemos que ningún día es común. Yo, por ejemplo, antes de ponerme a escribir esta noche, tuve una conversación de vídeo-llamada con mi mejor amigo. Charlábamos y reíamos mientras él luchaba con un tronco demasiado grande en su chimenea de Girona. Me maravillan estos adelantos tecnológicos: él me veía y yo lo veía a él hasta que desaparecía en dirección al fuego y regresaba a la pantalla. En diciembre estuve allí, en su casa junto al bosque, conozco sus estancias, la esquina donde está la chimenea. Era divertido. Compartimos amor desde más de la mitad de nuestras vidas, allá por nuestros veinticuatro o veinticinco años, y digo amor porque para mí la amistad es una muestra de amor tan importante como la de la pareja o la de la familia.
Poco a poco voy aprendiendo cosas. No soy demasiado inteligente pero voy aprendiendo cosas. Poco a poco voy sabiendo qué es importante y qué no lo es. El amor, por ejemplo, sé que es muy importante, yo diría que es lo más importante de todo. No puedo concebir el mundo sin amor incluso en mi trabajo diario, incluso con personas que no conozco de nada. Es un amor diferente, claro está, pero contiene algo de ese sentimiento gratuito e ilimitado. El pequeño amor de ayudar a alguien. El pequeño amor de dar los buenos días a una vecina que lleva a sus niños al colegio cuando tú te diriges al trabajo. El pequeño amor de dar las gracias a la cajera que acaba de pasar toda tu compra por el lector de códigos de barras.
Deberíamos tomarnos más en serio lo que somos y lo que significamos para los demás. La mayoría de los mejores pequeños actos diarios no cuestan ningún esfuerzo. Este día de enero se consume. Debo acostarme si mañana quiero estar en las condiciones necesarias para trabajar. Cerraré los ojos y despertaré en otro lugar.
lunes, 28 de enero de 2019
Veintiocho de enero
domingo, 27 de enero de 2019
Veintisiete de enero
Acabo de colgar el teléfono después de hablar con mi madre. Cumplirá ochenta años. A pesar de sus pequeños fallos de memoria me ha dicho: "¡Ochenta años! Todo lo que venga después es un regalo". Mi padre, de ochenta y tres, leía el Heraldo de Aragón sentado en el sofá. Lo sé porque, durante nuestra conversación, a veces le preguntaba para asegurarse de algo que me había dicho: citas médicas, revisiones, la mejoría de su última operación de cataratas, etcétera.
Le he dicho que estaba totalmente de acuerdo con ella, que a partir de los ochenta, e incluso los setenta años, cada día es un regalo. Le he dicho: "Mamá, piensa que tienes un hijo que cumplirá cincuenta y seis años, ¡cincuenta y seis años!", y se ha echado a reír, algo que me ha gustado mucho, que me ha emocionado. "¡Es verdad!", ha dicho. "¡Madre mía, tengo hijos de cincuenta y seis años!", ha dicho, (tengo un hermano gemelo).
Hemos hablado un buen rato. A veces perdía un poco el hilo de la conversación pero era ella, Natividad Arcos, mi madre. Su voz, su amor. Hemos hablado de nietos, de mi prima Nati, hija de mi tío Tomás, que murió con dieciséis años, guapa, hipi, maravillosa; hemos hablado de mi primo Bernardo Arcos, que murió en un accidente de tráfico con poco más de treinta. Si pienso en ellos todavía lloro. Tragedias.
No sé, la vida, como escribí el otro día, es algo muy raro. ¿Ochenta años? Si los alcanzo, cosa que dudo, diré como mi madre: "¡Nunca pensé que viviría tanto tiempo!". Cuatro hijos, cuatro familias compuestas por buenas personas, personas muy buenas, con principios y sin estridencias; diez nietos y nietas preciosos. A mí, si soy sincero, no me importaría morir dejando una herencia así.
sábado, 26 de enero de 2019
Veintiséis de enero
Como es sábado me he permitido una siesta tardía a las cinco que me ha devuelto a la orilla a las siete y media de la tarde. Y cuando digo orilla digo bien, porque al abrir los ojos no sabía si era por la mañana o por la noche, en una cama o tumbado en la arena de la playa como Robinson Crusoe.
El tiempo erosiona poco a poco mi cuerpo, en el exterior y en el interior, sin que me de cuenta cada minuto pero sí cada varios meses o años. Hoy estuve viendo fotografías de cuando no tenía canas ni barba y pesaba diez o quince kilos menos (aunque fumaba). Buscaba sobre todo fotos de mis hijos. Por entretenerme. Por llorar un poco -pero estoy exagerando, no he llorado. Bueno, un poco sí.
En los últimos tiempos me estoy planteando hacer cosas: volver a montar a caballo (tengo fichada una hípica en Capella, cerca de Graus), y aprender a dibujar y pintar (tengo fichada a María Maza, aquí, en Barbastro). Hacer cosas. Me da miedo enunciarlas en voz alta porque me conozco y sé de mi inveterada pereza, pero precisamente quiero luchar contra ella después de años de rendición. No sé qué pasará. Aquí queda escrito en piedra analógica, como dos diminutas tablas de la ley.
viernes, 25 de enero de 2019
Veinticinco de enero
A esta hora en la que escribo todavía no se ha podido acceder al niño de dos años que cayó en un estrecho pozo de Málaga hace ya muchos días, tal vez demasiados. Hoy en la oficina una amiga tan atea como yo me ha dicho: "Si el niño todavía vive declararé públicamente que creo en Dios". Todo el país está expectante.
Mi triste opinión es que, después de tanto tiempo, un ser humano de su edad ha fallecido, y sólo espero que lo hiciera rápidamente al caer desde setenta metros de altura, y no después. Y me adhiero a mi amiga: si todavía está vivo creeré en Dios (en todas sus versiones) y lo declararé aquí (aunque esté mintiendo). Ojalá me vea impelido a hacerlo.
Las desgracias suceden más a menudo de lo que solemos pensar cuando no suceden, y menos a menudo de lo que solemos pensar cuando suceden. Pero suceden. Accidentes de tráfico, enfermedades inesperadas, lo veo al otro lado de mi mesa cada día.
Por otro lado hoy he llevado botellas al contenedor de vidrio y, cerca de él, en la pared, había un tablón de anuncios donde las empresas funerarias cuelgan pasquines con los datos de los fallecidos. Tenía que haber hecho una foto pero no me he acordado: un fallecido tenía exactamente cien años y el que estaba a su lado ochenta y tres.
Lo he dicho y escrito muchas veces: la vida es una cosa muy rara; muy, muy rara y, básicamente, incomprensible. Creo que escribo con la idiota ilusión de comprender algo de todo esto y poder articularlo verbalmente.
Acudo a la pestaña del navegador y leo que todavía no se ha podido acceder al pozo donde cayó Julen, pero la distancia es de centímetros. Que tu hijo de dos años, en un descuido, se precipite por un pozo con el diámetro de una sartén, es una inmensa desgracia. Sufro y, mientras consulto y actualizo las noticias, me doy cuenta de lo absurdo que es todo lo que nos sucede.
jueves, 24 de enero de 2019
Veinticuatro de enero
A veces me gusta imaginar que sería feliz viviendo en el confín del mundo en una cabaña de troncos junto a un lago. Lo disfruto tanto. Corto leña, cazo, pesco, y al regresar me tomo lentamente un whisky mientras la aurora boreal baila en el cielo.
A veces me gusta imaginar que sería feliz viviendo en el lujoso ático más alto de Nueva York o de Londres, tan robotizado que con una palabra tuviese mi música preferida, la calefacción en marcha, el horno calentándose. Me cambio de ropa para quedarme en pijama y contemplo el skyline de la megalópolis esperando que la cena esté lista y la cocina me avise verbalmente.
Suena el despertador y me despierto de mala gana: soñaba que vivía en Alaska, soñaba que vivía en Manhattan. Voy al baño a evacuar mis intestinos, me ducho, desayuno un capuchino de máquina con dos magdalenas integrales, me lavo los dientes, me visto y de pronto apareces tú, que ya vas apurada de hora al instituto donde eres profesora de Lengua y Literatura. Nueva York y Alaska desaparecen con nuestro primer beso del día. Todavía es de noche pero el sol ya comienza a resucitar el mundo.
miércoles, 23 de enero de 2019
Veintitrés de enero
Pídeme lo que quieras, lo que tu alma desea.
Yo viajaré al continente o isla donde
pueda encontrarlo, salvo si es en mi corazón.
Porque mi corazón, amor mío,
está muerto, seco, vacío,
y no sé por qué.
Me gusta pensar que si te amo
queda una brasa caliente, moribunda,
en él.
martes, 22 de enero de 2019
Veintidós de enero
Esta tarde he atendido a una mujer maltratada y con sentencia judicial de alejamiento. Le he dicho que guardase esa sentencia, que he leído y describe sucesos terribles que no puedo revelar, y le he dicho, decía, que la guardase como oro en paño porque si su exmarido muere algún día antes que ella, ese documento le asegura una pensión de viudedad al cien por cien, independientemente de cualquier circunstancia. Algo así como una reparación.
Mientras me hablaba con los ojos húmedos y las canas asomando en las raíces de su cabello teñido, he sentido lo que tantas otras veces: el dolor, la desgracia y la pobreza huelen. Es un olor mental, no físico, pero lo reconozco enseguida. Es algo que uno aprende sin darse cuenta tras muchos años atendiendo al público.
Sobrevive con un subsidio de 430 euros mensuales, y no lo hace sola, sino con un hijo de veinticinco años que no trabaja. Creo que podéis imaginar el paisaje.
La he derivado a la comarca del Somontano, y mañana llamaré a algunas de las trabajadoras sociales amigas mías para que exploren de qué modo pueden ayudar a esta mujer valiente que un día dijo basta.
Antes de irse me ha dicho que su ex había quebrantado muchas veces la orden de alejamiento. Le he preguntado si la guardia civil y la policía local estaban al tanto (en las ciudades pequeñas no tenemos policía nacional), y me ha dicho que sí. "Sobre todo, a la menor sensación de inseguridad llámales, por favor", le he rogado.
Cuando se ha ido he sentido mucha tristeza, pero otras personas esperaban su turno. De hecho lo siguiente que he hecho ha sido tramitar la prestación de paternidad de un niño que nació el dos de enero. Este es mi trabajo. Lo amo aunque a veces me duela.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:19 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 21 de enero de 2019
Veintiuno de enero
Vengo de la cocina. Después de la siesta me he puesto a cocinar para mañana y pasado mañana. Fabada asturiana y lo que en casa de mis padres, y también en la mía, siempre se ha llamado "pebre". Pebre significa pimiento en catalán, pero yo lo aprendí antes de saber catalán e incluso antes, mucho antes, de vivir en Cataluña, e ignoro por qué en la ribera de Navarra existe un plato que tiene un nombre catalán. Se trata de un guiso de cabezada de cerdo con ajos, tomate y pimientos de piquillo cortados en tiras. Está buenísimo y es muy fácil de hacer. De la fabada qué puedo decir: después de la imprenta es uno de los mejores inventos de la humanidad.
Cuando mi hija Paula viene a España le gusta que le cocine estas cosas: comida casera, comida de yaya (abuela), como solemos decir en casa con cariño. Rica, sencilla, sustanciosa y sana. A mí me gusta mucho cocinar, pero cocinar para ella es ya el no va más, porque sé que allí arriba se alimenta regular y porque en Noruega no existe la variedad de alimentos que tenemos aquí, algo que pude averiguar el verano pasado.
Siempre he pensado que cocinar es un acto de amor. Si cocinas para ti, porque vives solo o lo que sea, es algo similar a la masturbación; si cocinas para quienes viven contigo o, sobre todo, para tus invitados, es un acto de amor o... bueno, ahora que lo pienso, y siguiendo la analogía, ¡una orgía! (Y sin haberlo deseado me ha salido un pareado).
Imagino que ya lo habré escrito más de una vez, es lo que tiene escribir desde hace tanto tanto tiempo, es imposible no repetirse, pero a mí dos de las tres cosas que más me relajan y tranquilizan son conducir y cocinar. La tercera no es difícil de adivinar. Sí, justamente es esa, la que estás pensando.
domingo, 20 de enero de 2019
Veinte de enero
Noche cerrada. Son las siete menos cuarto de la tarde. Amo el invierno.
sábado, 19 de enero de 2019
Diecinueve de enero
El nuevo año, que perfectamente podría ser el que pasó, el que vendrá o el de hace cinco estaciones, fluye invisible entre la hierba.