miércoles, 28 de agosto de 2019

Veintiocho de agosto

El océano tranquilo,
negro como el betún
bajo un cielo
cuajado de estrellas.
Nada nuevo.
Todo nuevo.

Navego.

martes, 27 de agosto de 2019

Veintisiete de agosto

Iba a escribir mi entrada diaria en este cuaderno de bitácora -todavía recuerdo la época en la que los blogs se llamaban así-, cuando de pronto he oído el sonido de un avión a baja altura sobrevolando la zona donde vivimos en Zaragoza. Como en los últimos días han ocurrido tantos accidentes aéreos en España todo mi organismo se ha puesto inmediatamente en situación de alerta. El avión se ha ido y he respirado pausadamente mientras, al hacerlo, de pronto he pensado en quienes a partir de ese preciso sonido, el mismo que he escuchado yo, ahora mismo comenzaban a sentir un terror real en tantos lugares del planeta; ahora, en este preciso instante: escombros, sangre, muerte de niños y ancianos y familias enteras, sufrimiento, olvido mediático.

Y entonces me ha dado vergüenza escribir las primeras frases de este texto. ¿A qué puedo temer yo sino a un ictus, un cáncer, un infarto o cualquier otra enfermedad de las que morimos quienes no sufrimos bombardeos? Sé que alguna de ellas me expulsará del escenario, y no pasa nada, lo veo cada día en mi trabajo, en realidad es lo normal. Lo que no debería ser normal es morir, a los tres o a los ochenta años, bajo las bombas de un avión saudí o israelí.

Ahora todo está tranquilo a mi alrededor. Estoy muy lejos de la guerra y los incendios de la Amazonía, y la estación espacial gira ingrávidamente alrededor de mi mundo. Sé que el sufrimiento forma parte de la historia de mi especie, conozco del hallazgo de fosas comunes de jóvenes guerreros griegos de hace dos mil años con terribles heridas de espada. Soy un mono curioso, me gusta saber. Me gusta escribir aunque para hacerlo, a veces, deba imaginar el sufrimiento de personas que no conozco ni nunca conoceré. Jamás sabré si sirvió para algo.

lunes, 26 de agosto de 2019

Veintiséis de agosto

Mientras conducía hacia Zaragoza a través del desierto que la rodea, en las inmensas y lejanas nubes negras fulgían los relámpagos. Sin embargo, ya aquí, en el dormitorio de mi hija, constato que no llueve aunque tal vez lo haga esta noche.

Es muy difícil medir las distancias y altitud de las nubes. Una vez leí que los cúmulo nimbos que flotan en el cielo a menudo lo hacen a muchos kilómetros de altura. Los rayos que yo creía sobre Zaragoza desde el coche tal vez centelleaban a mucha más distancia.

Cuando he volado en avión sobre ellas siempre me he sentido un viajero espacial, sobre todo cuando, como ha sucedido en alguna ocasión, la nave ha tenido que introducirse en la tormenta para poder aterrizar y lo que era paz absoluta de pronto se ha convertido en un tramo de turbulencias, lluvia y oscuridad. Esos cambios radicales en la atmósfera me demuestran que habitamos "realmente" un planeta. El único en el que, por ahora, podemos sobrevivir y dar testimonio de ello. De vez en cuando necesito pruebas materiales de todo eso.

domingo, 25 de agosto de 2019

Veinticinco de agosto

En realidad, si lo piensas bien, todo es liviano, ligero, pasajero, fugaz como ese golpe de brisa en tu rostro que, como llegó, desapareció. Nada es tan importante como la consciencia, y ni siquiera esta lo es. La vida es un misterio que sucede y nada más.

sábado, 24 de agosto de 2019

Veinticuatro de agosto

Hoy me levantado desafinado, víctima de una desagradable sensación vertiginosa que, por desgracia, conozco bien. Hacía tanto tiempo que no me ocurría que ya casi la había olvidado. Lo que a las personas que nunca han padecido ninguna enfermedad mental les cuesta entender es que yo hoy, por ejemplo, estando de vacaciones, habiendo dormido bien, etcétera, me haya levantado mal, con la cabeza desafinada sin motivo alguno. Ya he aprendido que no debo buscar razones ni entrar en bucle, sino dejar que pase y se vaya y, si eso no sucede, recurrir a la química, que conmigo es lo único que funciona. Hasta ahora no ha sido necesario, y noto cómo poco a poco la conocida sensación va diluyéndose. Odio a mi cerebro cuando se empeña en fastidiarme. Me conoce mucho mejor él a mí que yo a él, y se aprovecha de ello. Qué cabrón.

viernes, 23 de agosto de 2019

Veintitrés de agosto

Cada verano, cuando disfruto de las vacaciones que me corresponden, más cuenta me doy de que podría vivir perfectamente estando jubilado. No tendría ningún problema. Me gustan demasiadas cosas y tengo demasiada curiosidad para poder aburrirme, y hasta eso sé: aburrirme.

Antes todos sabíamos aburrirnos. Cuando era niño y tenías que ir con tu familia a visitar a alguien en una casa donde sólo se oía el reloj de la pared, te sentabas en una silla y asumías que ibas a aburrirte como una ostra, y sin móvil, sin nada. Mirabas al vacío y te aburrías sin protestar porque estabas bien educado. A veces te daban alguna galleta, a veces no, pero no era el fin del mundo.

Creo que saber aburrirse es bueno, muy bueno. Tan bueno que ahora le llaman meditación. Abstraerte del tiempo y dejarlo pasar sin hacer un drama de ello. Yo sé hacerlo. Antes de escribir estas líneas he estado mirando la pantalla en blanco como media hora, y no exagero. Sin escuchar música ni nada, simplemente pensando qué podía escribir, por una parte, y que a partir del uno de enero de dos mil veinte se acabó escribir sí o sí cada día.

He pensado en que esta mañana he ido a comprar y me han parado para charlar cinco personas que me conocen del trabajo, es lo que tiene estar cara al público. A mí nunca me ha molestado, más bien al revés. Luego he estado un buen rato sin pensar en nada concreto hasta que he recordado que hoy me he levantado a las diez y media de la mañana. Hasta la mitad del mes de vacaciones seguía madrugando como cuando trabajo, pero ahora ya me he convertido en un jubilado poco madrugador. He pensado que este era un buen hilo del que tirar para escribir la página del diario de hoy. Porque sí: podría estar jubilado felizmente. Y me gusta mucho mi profesión, ayudar a la gente, todo eso, pero no tener ninguna obligación, no tener que madrugar, tener todo el tiempo del mundo para cocinar recetas que requieren tiempo... Oh, esto es el paraíso. Ahora un paraíso temporal, aunque cada año me queda menos, siempre y cuando los políticos no me obliguen a atender a los ciudadanos hasta los setenta años, lo que espero no suceda nunca.

jueves, 22 de agosto de 2019

Veintidós de agosto

En alguna parte leí que
algún día conseguiríamos
viajar a
la velocidad de la luz.

Y me atrevo a decir
que viajaremos a
más velocidad aún, pero
mientras tanto

deberemos conformarnos con
viajar a la increíble velocidad
del tiempo humano. Las
cinco estaciones una y otra vez.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Veintiuno de agosto

Como hoy hacía calor me he ido a pasear en coche, pasando antes por la panadería. Maite no acepta que pasear en coche sea algo aceptable, y, de algún modo, relacionado con el deporte, la comprendo. Pasear es poner un pie delate del otro, mover los brazos, avanzar por nuestros propios medios físicos. Pero para mí sí es aceptable pasear tranquilamente en coche, y también me comprendo.

He conducido hasta el Monasterio del Pueyo, uno de los puntos más elevados alrededor de Barbastro. Desde allí pueden verse kilómetros de paisaje del Somontano de Huesca, y, en días claros, todas las cimas del Pirineo. He hecho algunas fotografías y después he vuelto a casa a muy poca velocidad porque era un paseo. Imagino que los conductores que iban detrás de mí habrán verificado la leyenda de que los fatos (así nos llaman a los oscenses) no tenemos sangre ni rasmia. Me daba igual. Lo mismo es verdad. No tener sangre ni rasmia. Dejarse llevar por la vida nada más. No está mal.

martes, 20 de agosto de 2019

Veinte de agosto

Toda la pasada noche llovió abundantemente, y siguió lloviendo hasta el mediodía más o menos. El escuálido río Vero que fluye frente a mi casa aumentó su caudal y donde antes había cuatro dedos de agua y algas podridas de pronto comenzó a fluir un metro de agua de color chocolate con leche. Fui a comprar un par de cosas antes de comer y las aceras olían a gloria. La lluvia había pegado las hojas secas de los árboles en el suelo como fósiles tiernos. Saludé a un par de conocidos. "Que, ¿de vacaciones?", me preguntó un señor al que jubilé hace muchos años. "¡Sí!", le contesté. Iba con su nieto. Trabajó en el mar como ingeniero de máquinas durante muchos años. Recorrió el mundo. Su historial vino a mi cerebro en un segundo y luego lo dejé ir. Ojalá vuelva a llover esta noche. Maite y Carlos dicen que se fue la luz a no sé qué hora, y cuando digo la luz digo la luz de las farolas de la calle, todo: Barbastro quedó a oscuras. Yo no me enteré de nada. Duermo y ronco como un búfalo, pero mi sueño es tan profundo que casi nada puede despertarme. Sí, ojalá vuelva a llover esta noche y se empape la tierra y luego la mezcla del olor de la hierba junto al río y el hormigón armado y el alquitrán de las calles inunden mi nariz haciéndome feliz. La vida no se detiene, ni los sentidos, ni la memoria, ni los sentimientos. Aunque a veces sí.

lunes, 19 de agosto de 2019

Diecinueve de agosto

Cuaderno de bitácora de la nave espacial Jesús_Miramón_Arcos_1963. Seguimos navegando a través del tiempo en una sola y única dirección. Hoy amaneció un día inusualmente fresco. Fui a caminar con mi compañera, la segunda al mando que me acompaña desde el principio, y vimos dos culebras. Una muerta, parcialmente devorada por unas hormigas excepcionalmente grandes, y otra viva y reptante, su pequeña cabeza buscando un camino incierto en el camino, cerca del canal.

Por lo demás debo declarar que en el día de hoy no ha habido incidencia alguna en nuestro viaje. Seguimos adelante a la velocidad conocida. Quién sabe qué aventuras y mundos insólitos nos esperan. Fin del diario. Diecinueve de agosto de dos mil diecinueve, fecha terrestre en el calendario cristiano.