viernes, 27 de septiembre de 2019

Veintisiete de septiembre

He conducido y hemos llegado de noche. Seguro que lo habré escrito mil veces, pero me encanta conducir de noche. No ver lo que rodea la carretera que iluminan los faros del coche hace que tu concentración alcance casi el nivel cerebral de la meditación. Las líneas de pintura fosforescente llegando y desapareciendo tras el vehículo. Siempre que conducimos viajamos en el tiempo -como cuando caminamos e incluso cuando respiramos durmiendo la siesta-, pero de noche se parece más a como siempre lo imaginé.

En Zaragoza casi siempre sopla el cierzo. Ahora escribo con dos ventanas abiertas y opuestas y el aire me acaricia fresco, constante. Dormiré muy bien, siempre duermo bien en Zaragoza.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Veintiséis de septiembre

Otro día se aleja llevándose cosas y dejando cosas, como hacen los ríos y las orillas del mar. Hoy a última hora del trabajo he atendido a una mujer guapa, inteligente y muy sensible. Había venido con su marido, un hombre también inteligente y con un brillo especial en la mirada. Hemos hablado mucho rato de cosas que no puedo ni quiero revelar, pero una de las conversaciones ha discurrido sobre la importancia de querernos a nosotros mismos y aceptarnos como somos y ser libres de la opinión de los demás. Hay enfermedades que simplemente consisten en ignorar o no saber enfrentar cosas sencillas, ligeras e ingrávidas. Lo he visto antes durante mis años de profesión: jóvenes extremadamente delgadas que se veían gordas en el espejo, personas adorables sin un atisbo de amor hacia sí mismas. No son enfermedades fáciles de curar porque hunden su raíz en lo más profundo de lo que somos: nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestra visión personal de la extraña realidad que a todos nos rodea cada día desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.

Yo, antes de cerrarlos esta noche, quiero pensar en Teresa y alegrarme porque poco a poco va curándose y aprendiendo y explorando más allá. Quienes hemos padecido depresión y ansiedad nos reconocemos mutuamente y sabemos en qué consiste y qué no se nos debe decir aunque sea con buena intención. Ha sido un placer hablar con ellos y quedan en mi memoria, que para los seres humanos que atiendo diariamente es sorprendentemente buena.

Debemos aprender a querernos como queremos a nuestros amigos: sin juzgarlos. Debemos dar valor a las cosas que se nos dan bien, sea cocinar, limpiar o arreglar cosas; sea dar comprensión y cariño a los demás sin darnos cuenta. Todos tenemos dones, regalos involuntarios que damos cada día al mundo sin ser conscientes de ellos. Prestemos atención sin mirar demasiado atrás. Exploremos a través de bosques, montañas, costas y desiertos. Somos seres humanos: nacimos para eso. Que los bosques, las montañas, las costas y los desiertos sólo existan en nuestra imaginación no invalida en absoluto nuestro viaje.

Cierro el cuaderno de bitácora. Ahora me acostaré en la cama y dormiré profundamente mientras este submarino, este avión, este barco pequeño surca las olas del tiempo pausado en el que mi cerebro se recupera de todo lo vivido, todo lo escuchado y olido y visto, y hace una selección de lo importante, lo muy interesante, lo casi interesante, y tira a la basura todo el resto al margen de mi voluntad. ¿Y si algunas noches me resisto a acostarme precisamente porque no estoy seguro de lo que mi propio cerebro hará desaparecer durante el sueño? Pero ahora estoy muy cansado y me rindo como cada día. Este es el ciclo. En otro lugar amanece ahora. En otro lugar despiertan.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Veinticinco de septiembre

Esta noche hemos cenado de aquella manera, cada uno por su cuenta y a deshoras, sin juntarnos: pan con tomate, fuet, queso, jamón. A las once y cuarto ha venido Carlos, nuestro hijo de veintidós años, y ha preguntado: ¿qué hay para cenar? Le he dicho: no hay nada, pica-pica. Jó, ha dicho, esperaba que hubieseis cocinado algo. Lo siento, le he dicho, no teníamos ganas, pero puedes hacerte tú lo que quieras. Ha abierto la nevera delante de mí y ha pronunciado la siguiente palabra: "supervivencia". Me ha hecho mucha gracia. Así es, le he dicho, pura supervivencia en esta isla desierta. Y antes de regresar frente a esta página en blanco le he dicho también: recoge todo lo que ensucies, ¿vale? ¡Y pon en marcha el lavavajillas!

martes, 24 de septiembre de 2019

Veinticuatro de septiembre

Se me cierran los ojos. En el trabajo hemos regresado al horario de invierno y los martes atendemos al público, además de por la mañana, también de cuatro a siete de la tarde. Si de normal salgo reventado, los martes me arrastro hasta mi casa. La edad pasa factura, y las ocho intensas horas de atención directa a los ciudadanos, y el anochecer temprano al salir a la calle.

Ojalá sueñe con caballos, con barcos, con naves espaciales, con las cosas que me gustan. Y si no sueño con ellas que mañana no recuerde nada pero despierte limpio mentalmente, descansado, a punto para una nueva etapa de mi viaje. Ahora, casi desnudo, tras el siguiente punto y final depositaré mi gran, gran cabeza en la almohada, y desapareceré.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Veintitrés de septiembre

Me angustia pensar en la navidad. Y no porque este año la celebremos en mi casa: disfruto cocinando para las personas que quiero, pero cada año que pasa odio más la navidad. No la necesito y no me produce absolutamente ninguna ilusión. Ninguna. Y tanto es así que ahora, cuando todavía no ha terminado septiembre, ya comienza a darme manía.

No aludiré a la fiesta del consumismo desbocado, etcétera, no. Es el conjunto. Las luces en las calles, los adornos, los putos villancicos, los belenes. Añoro un futuro, si añorar el futuro es posible, en el que mi compañera y yo podamos no celebrar la navidad y retirarnos durante esos días a una pequeña casa rural en el bosque sin comida especial, sin regalos ni noticias navideñas, sólo días normales en los que pasear y dormir a rienda suelta y nada más.

¿Que por qué no lo hacemos ahora? Es fácil de comprender: por amor, porque mis padres viven. Ellos crecieron en la terrible posguerra civil española y en sus vidas la navidad es un acontecimiento muy importante. Da igual que nos reunamos tres o cuatro veces al año toda la familia: la navidad es la navidad y debe celebrarse. Mientras ellos permanezcan en este mundo, y espero que sea durante muchos años, acataré sus tradiciones porque les amo. Y al escribir esto lo cruzo con lo que escribí en el párrafo anterior: "Añoro un futuro", y algo se rompe en mi corazón al darme cuenta de que en ese futuro ellos no estarán. No añoro su ausencia, lo haré en su momento o quién sabe, tal vez otros me añoren a mí. Es difícil escribir sobre estas cosas sin contradecirse o enredarlo todo sin querer, pero creo que se entiende lo que quiero decir, a pesar de mis limitaciones para hacerlo.

El caso es que esta tarde he pensado en la navidad sin venir a cuento, en su relativa cercanía, y me he angustiado un poco. Sólo me calmará pensar los menús y, sobre todo, cocinarlos. No me complicaré la vida, somos demasiadas personas. Eso sí, en honor a mi madre los fritos -calamares a la romana, empanadillas, croquetas- no faltarán. Las navidades de mi familia son imposibles sin ellos.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Veintidós de septiembre

He bajado la basura a los contenedores hace un momento. No había nadie en la calle. He hecho tres o cuatro fotografías sin flash, me gustan mucho las fotografías nocturnas sin flash, casi siempre. Los ginkgos de la otra acera ya tienen frutos, son absolutamente redondos y de color crema. Poca agua en el río y muchas algas agitándose en dirección al mar. Hierba crecida en las riberas. No he visto murciélagos. Los pájaros duermen en la pequeña espesura que crece al otro lado. Por las mañanas, al salir el sol, organizan una ruidosa algarabía que, mientras me da rabia por despertarme, alimenta poderosamente mi esperanza. Pero ahora, cuando la noche inicia su viaje, he vuelto a casa, he venido a esta habitación, me he sentado frente al portátil y he escrito: "He bajado la basura a los contenedores hace un momento", y después todo lo demás.

sábado, 21 de septiembre de 2019

Veintiuno de septiembre

Agradezco a los dioses de la lluvia, el pan, los charcos después de la lluvia; agradezco a los dioses de las duchas y el sexo y las lubinas a la plancha, y también a los dioses del whisky y la siesta y la ignorancia, que hoy no haya sucedido nada especial. Un sábado tranquilo y casi aburrido. Ojalá pudiera firmar un contrato con todos ellos, y me he dejado centenares de dioses, por no decir miles, que me aseguraran que el resto de todos los sábados de mi vida, no digo ya todos los días de la semana, sólo los sábados, serán tan tranquilos y sin noticias como el de hoy. Mi alma agradece la nada más que a todo.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Veinte de septiembre

Hay algo un poco ridículo en esta idea mía de escribir un diario. Y tan ridículo como antiguo, porque los escribo desde que era adolescente: tengo una caja llena de cuadernos que, probablemente, nadie leerá nunca. O tal vez sí, mis hijos, antes de vender la casa, como en las películas. No sé.

A un amigo músico y fotógrafo a quien hace mucho tiempo que no veo, pero eso tiene solución, siempre le decía que lo que más temía de esta experiencia de escribir con lectores eran dos cosas: no caer en la cursilería y, sobre todo, resultar pertinente. Escribir cada día algo pertinente es, como mínimo, tan difícil como hacer cada día una fotografía pertinente. Y por pertinente, en ambos casos, me refiero a que signifiquen algo, que tengan cierto sentido y, sobre todo en lo escrito, cierta claridad y elegancia.

No voy a engañarte: no me siento orgulloso de todo de lo que he escrito a lo largo de mi vida, pero sí de muchos textos, sí de mi oficio, sí de una voluntad que existe desde que cumplí doce años. A estas alturas ya sé que nunca seré un escritor profesional, pero por suerte no lo necesito y, un defecto a añadir a muchos otros, carezco de ambición.

Todo está bien. Mis cuadernos y libretas que abarcan desde mis dieciséis años hasta que nacieron los blogs sobrevivirán más que estos últimos. Están guardadas en alguna parte, en alguna caja. Incluso durante el servicio militar, que cumplí con dieciocho años, escribía un diario en mis ratos libres. Este blog desaparecerá el día que colapsen los satélites y toda la tecnología que no existía entonces sufra un apagón.

Y cuando pienso en esa posibilidad caigo en la cuenta de que importa bien poco. Leí hace años que en un vertedero del Egipto antiguo se había encontrado la carta enviada a su madre y su hermana por un legionario egipcio desde las fronteras de Germania. Les reprochaba que no le hubiesen escrito y no se hubieran preocupado de si estaba bien o si había muerto. Recuerdo que al leerlo pensé en el viaje que esa carta había hecho desde Germania hasta Egipto, y en cuántas no podremos leer jamás. Cartas, diarios, poemas.  El tiempo es largo y un parpadeo al mismo tiempo. Si escribo cada día lo hago para cumplir mi propósito de este año dos mil diecinueve y te aseguro que no es fácil, sobre todo cuando tu mayor temor es que tus palabras sean no pertinentes, no significantes, inútiles y cursis.  Pero navegar es esto: seguir adelante a pesar de todo.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Diecinueve de septiembre

Que el cambio climático es una evidencia científica creo que nadie, salvo el actual presidente de Estados Unidos, lo duda. Los últimos glaciares del Pirineo desaparecen a una velocidad galopante y los fenómenos meteorológicos desastrosos son cada vez más frecuentes. Los agricultores y apicultores que atiendo en mi trabajo lo confirman.

Pero hay algo en el relato de lo que está sucediendo que siempre rechina en mis oídos. Es esa alusión a la acción del ser humano como si nosotros fuésemos algo ajeno al planeta. El cambio climático es producto de la tierra. Concretamente de la proliferación desmesurada de una de las millones de especies que han existido en ella: nosotros. No somos alienígenas. Somos compañeros de viaje y evolución de absolutamente todas las especies que existen en la tierra, desde las anémonas más antiguas y primitivas hasta los chimpancés, pasando por insectos, peces, hongos y líquenes. No será (o sería) la primera vez que el éxito se traduce en destrucción. Ha pasado muchas veces. La tierra, nuestro pequeño planeta azul, sobrevivirá hasta ser engullida por el sol.

Pero no nos dejemos llevar por el vértigo. Hagamos lo posible para ralentizar lo inevitable o, si tenemos lo que hay que tener, colonicemos otros mundos. No existe otra posibilidad si queremos sobrevivir. Como cada ser humano individual, cuando nacemos comienza a correr la cuenta atrás. Si queremos que esto no sea así como especie deberemos alejarnos de nuestro hogar y buscar otros. La cuenta ya ha comenzado a correr y creo que nada podrá detenerla.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Dieciocho de septiembre

Son las ocho y media y ya empieza a hacerse de noche. Me he arreglado un poco la barba, da más trabajo que afeitarse pero lo hago una vez al mes o cada dos meses, cuando la gente comienza a darme monedas por la calle y pedirme que baile a cambio de un tetrabik de vino. Si no fuese por mi compañera sería un desastre total. Una mañana se plantó y me dijo que no podía ir a atender al público con un vaquero viejo con agujeros en la zona de los huevos -vale: testículos.

Yo siempre le hago caso. Bueno: casi siempre. Es muchísimo más inteligente que yo. Aunque a veces me ha tirado camisetas a la basura porque tenían agujeros minúsculos, tan pequeños que casi no se veían. Yo me aferro a las cuatro cosas que me gustan, y lo hago como una lapa, como un koala. Soy animista y creo que todo tiene un alma, sobre todo los tejanos y las camisetas viejas, y también las sartenes, los cuchillos, el calzado que se cae a trozos. No lo puedo evitar. Soy un fanático del animismo, un talibán del aprecio a las pequeñas cosas que me gustan sin límite de tiempo, porque lo que me gusta me gusta para siempre. Voy por el tercer par de botas Panama Jack clásicas, iguales que las primeras que adquirí hace veinte o treinta años. Agradezco que las sigan fabricando. Me gustaban entonces y me gustan igual ahora. A eso me refiero.

Pero lo importante es que me he arreglado la barba frente al espejo y ahora podría incluso participar en una tertulia política en televisión. Después de lo que ha sucedido para desembocar en nuevas elecciones saldrían dos gorilas y me harían desaparecer del plató. Estoy tan enfadado que no tengo palabras. Pero si quiero ser honesto de verdad diré lo siguiente: dije que en el caso de que esto sucediese no iría a votar, pero sí votaré. Nos jugamos demasiado. Y volverá a pasar lo mismo. Qué mierda. Me voy a preparar la cena, salmón al horno con patatas y vino del Somontano. Que le den por el culo a todo. Pero no.