Este agosto se precipita hacia septiembre como si no pasara nada, como si no
pasara nada mientras la pandemia sigue intentando sobrevivir como lo hacemos
nosotros: la memoria enferma de mi madre, el ahora desaparecido optimismo innato
que me caracterizaba sin ser consciente entonces de ello, la depresión que me
impide leer, escribir, pensar con claridad. Respiro día a día. Volví a la
medicación que tomé durante años. La tristeza inunda mi alma sabiendo que no
aporta ninguna solución a nada.
Este agosto se arrastra bajo el sol hacia un otoño que ahora me parece a miles de kilómetros de distancia. No me falta el
amor que recibo. No me falta el amor que era capaz de dar, pero lloro mientras
escribo esto. Sé que no soy el primero. Sé que no soy el último, pero la pena me
arrasa sin saber a dónde asirme. Mi madre desaparece poco a poco mientras mi
padre sufre como nunca lo mereció. Sé que no es el primero, sé que no será el
último marido que asiste a algo tan duro. Estoy roto, pero como mis antecesores
en este mar de los sargazos continuaré navegando, en el fondo lo sé.
Odio este
agosto de dos mil veinte, odio la pandemia, odio la enfermedad de mi madre, me
odio a mí mismo por mi reacción ante todo esto. No puedo odiar nada más. No tengo ni
el derecho ni las fuerzas para hacerlo.
jueves, 20 de agosto de 2020
Agosto
viernes, 14 de agosto de 2020
Pintura rupestre
Todo es antiguo pese a nuestra brevedad; muy, muy antiguo, tan antiguo como todo lo que es o ha sido alguna vez, pero vivir durante tan poco tiempo nos regala la ilusión de una fugacidad eterna. No pasa nada: siempre fue así.
jueves, 30 de julio de 2020
El escorpión y la rana
He retrocedido algunos pasos. El dolor, mi propia incomprensión sobre mi dolor y la conocida sensación inminente de una muerte incontrolable han podido más que yo. No pasa nada. No es la primera vez. Tal vez debería rendirme a esta versión de mí mismo porque, sinceramente, dudo que exista otra mejor. Soy a la vez el escorpión y la rana. No puedo evitarlo. Esta noche, con el aire acondicionado soplando con todas sus fuerzas y un whisky con hielo junto al portátil donde escribo estas palabras, reconozco que estoy bien. Estoy bien. Yo soy así, soy esto. Me he cansado de nadar, al menos durante un tiempo, contra la corriente de mi ser. Quiero dejar de luchar y quiero rendirme a mi propia naturaleza con amor, con perdón, con aceptación. Tal vez, de alguna manera, lo merezco.
sábado, 30 de mayo de 2020
Un zorro y dos cuervos
La hélice del ventilador gira de lado a lado con la cansada cadencia de un robot viejo. Por la mañana fui a caminar al campo con mi mujer. Vimos un zorro en un sembrado a pesar de la avanzada hora del día. Detrás de él esperaban dos cuervos, lo cual nos hizo pensar en la existencia de carroña. Durante unos cuantos metros la raposa nos siguió con la mirada girando despacio la cabeza de hocico y orejas afiladas hasta que desaparecimos. El sol brillaba en lo alto. Un zorro y dos cuervos. Ningún día es insignificante.
viernes, 29 de mayo de 2020
Mis pequeños ojos de jabalí
A media tarde comenzó a tronar y se levantó el viento meciendo las copas de los árboles que yo contemplaba desde la ventana de la cocina. Después llovió suavemente, una lluvia tan suave, tan incoherente con la espectacular fanfarria que la había precedido, que pensé en universos paralelos, agujeros de gusano, cortocircuitos del espacio y el tiempo: en alguna parte estaba granizando sin previo aviso mientras aquí, después de los escandalosos pianos celestiales precipitándose escaleras abajo, llovía con la calma y dulzura de Galicia o Asturias. Se estaba bien en la ventana así, los brazos cruzados en el alfeizar, mis fosas nasales de caballo respirando el aroma del asfalto y la vegetación mojada, mis pequeños ojos de jabalí contemplando el dibujo de las delicadas líneas de lluvia contra la oscuridad de los árboles, ese modo infantil de felicidad.
jueves, 28 de mayo de 2020
Cincuenta y siete
Después de recoger la cocina entre los dos Maite se ha ido a su ordenador a terminar unas cosas de trabajo y yo me he asomado a la ventana. La calle olía a ribera de río, a vegetación nocturna tras haber sido golpeada durante todo el día por el sol.
Esta tarde he ido a una tienda de coches. Me han hecho cálculos de compra y también de alquiler. Creo que optaré por el alquiler. Me he montado en un ejemplar del modelo que me interesaba. He arrancado el motor y las luces de los indicadores tras el volante se han encendido sin el más mínimo ruido, en modo eléctrico. He acelerado un instante y ha entrado en acción el motor de combustión. Es un híbrido, como yo.
martes, 26 de mayo de 2020
Indiferencia
No conozco el mundo. Iba a escribir "no reconozco el mundo" pero me he dado cuenta de que, para reconocer, hay que haber conocido antes, y yo no conozco el mundo. Ni siquiera me conozco a mí mismo ni, en general, las cosas que me rodean. No conozco nada y sin embargo dejé hace muchas semanas la medicación: antidepresivos, ansiolíticos: ya no los necesito. Estoy limpio.
Los vencejos y aviones comunes volvieron a las calles y plazas de Barbastro, y en el campo también los iridiscentes abejarucos. Los observé el otro día paseando junto al canal. Había hormigas cruzando en fila la estrecha carretera de servicio de la confederación hidrográfica, y en el cielo azul nubes blancas a kilómetros de altura, y en los márgenes del camino flores, muchas flores de primavera. El cuerpecillo de un ratón muerto que la corriente de agua trasladaba con indiferencia en dirección contraria a la mía.
miércoles, 15 de abril de 2020
Pandemia
Desde la última vez que escribí en este diario una pandemia se ha extendido por todo el mundo. Comenzó en una lejana provincia de China y ahora ha infectado a seres humanos de todos los continentes exceptuando la Antártida. Una de cada tres personas de las más de siete mil millones que poblamos nuestro planeta está confinada en su domicilio y tiene limitados sus movimientos. En España llevamos así desde el catorce de marzo. Las calles están vacías, los cielos limpios, las playas transparentes. Los animales salvajes han ocupado calles de grandes ciudades y puertos marítimos y fluviales. Los bares y restaurantes están cerrados, así como los comercios que no venden provisiones o medicamentos; están cerrados los gimnasios, las tiendas de ropa, los cines, los talleres; no hay terrazas llenas de gente tomando el sol, no podemos salir a caminar, no hay niños en los parques ni coches en las carreteras salvo los camiones de transporte que llevan de un lado a otro los alimentos que necesitamos para sobrevivir. Todos estamos encerrados en casa salvo quienes todavía, en turnos como es mi caso, seguimos yendo a trabajar por considerarse que lo que hacemos es esencial para la actividad del país. Otros miles de ciudadanos desarrollan su actividad laboral desde sus viviendas, a través de internet, como Maite, que ha pasado a ser profesora a distancia. Es más que probable que el confinamiento dure hasta el próximo mes de mayo.
¿Quién dijo que viviríamos tiempos aburridos? Nadie vio venir el golpe a pesar de los avisos que supusieron el ébola y la gripe aviar en años precedentes. ¿Un virus que pudiera detener la economía del mundo y alterar el futuro inmediato de todos nosotros? No, eso no estaba en la agenda, aunque ahora, como sucede siempre, algunos jueguen a apuntarse el tanto de que ellos sí sabían. No, nadie sabía y ahora todos los distintos gobiernos del planeta tratan de acertar en sus estrategias a menudo con el apoyo leal del resto de partidos políticos o, como en el caso de España, con la oposición utilizando los muertos para intentar recuperar el poder sin la más mínima decencia siquiera estética o de compromiso.
A fecha de ayer, catorce de abril de dos mil veinte, estas son las cifras: en el planeta hay contabilizados 119.829 muertos de un total de 1.878.265 contagiados; en España 18.056 fallecidos de 172.541 infectados. Pero el coronavirus SARS-COV-2 avanza inexorablemente y todavía no ha alcanzado los países menos preparados para afrontar una epidemia de estas características.
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Me he desvelado temprano. Mientras escribía las frases anteriores los perros de nuestra vecina de abajo han ladrado durante un rato en el vibrante silencio eléctrico de la noche. Pronto la ciudad en cuarentena pondrá en marcha su actividad de mínimos.
Cuando nos alcanzó la pandemia volví a soñar. Hoy lo he hecho con los niños que saltaban al agua desde el muelle del puerto de San Sebastian para recuperar las monedas que les lanzaban los turistas. En el sueño yo era uno de aquellos niños de los veranos de mi infancia, y me tiraba a las aguas sucias entre los barcos junto a mis compañeros persiguiendo el brillo dorado de las pesetas descendiendo lentamente en un silencio verde, frío, infinito.
lunes, 9 de marzo de 2020
Esta poca cosa
La noche cubre la tierra. El lugar del mundo que habito. Los edificios donde las ventanas están iluminadas. La noche llega sin que le importen nuestros problemas, nuestro miedo, nuestra existencia siquiera -ella, la noche, existe desde el principio de todo, no como nosotros.
Siento una gran compasión hacia la especie a la que pertenezco. Somos tan frágiles. Pero, aunque no sirva de nada, podemos dar testimonio. Vivimos en desiertos de arena y en desiertos de hielo. La compasión se mezcla con la admiración, sabiendo que tal sentimiento le da absolutamente igual a la naturaleza.
Escucho el Réquiem de Mozart, la música conocida inundando mi cerebro. Maite ya duerme. Mi corazón parece disolverse ante tanta belleza. La música, la música. La noche cubre la tierra con su capa de estrellas que ya no existen. Barbastro comienza a retirarse a sus aposentos. Yo lo haré pronto. A esto llamamos vida, y sí, lo es, sin duda alguna lo es. Esta poca cosa que contempla un universo infinito.
miércoles, 4 de marzo de 2020
Yo no sé nada
Me he recortado la barba y duchado ahora para no tener que hacerlo mañana al despertarme. Bueno, la barba me la recorto cada quince o veinte días (hoy ha sido una masacre, había dejado pasar un mes y parecía un náufrago). Me siento ante mi portátil y puedo sentir lo bien que huelo: a champú, a gel de baño. Hasta me he servido un whisky con hielo. Mis problemas, por supuesto, no han desaparecido con la ducha. No olvido lo que me rodea. No me alejo de lo que se avecina, cómo hacerlo, pero es diferente hacerlo recién duchado, limpio como una patena y antes de ir a dormir, que hacerlo al final del día sucio, ansioso y sin sueño.
Yo no sé nada. Nada. He contactado con un nuevo psicólogo porque necesito ayuda, eso es algo que sé muy claramente. Esta tarde hablé con él para concertar la primera cita y en esa charla intercambié con él más comunicación que con mi última psicóloga en doce sesiones. Tengo esperanza. Esperanza en que me ayude a gestionar mis emociones, la profunda tristeza del Alzheimer de mi madre, mis propios problemas, lo que soy en este mundo absurdo y a la vez, a pesar de todo, tan hermoso y fascinante. Ya veremos.
Yo no sé nada. La vida me arrastra mientras intento tomar nota de ella. Soy uno de esos dibujantes que los barcos de exploración llevaban a bordo en siglos pasados, artistas que lo mismo dibujaban pájaros desconocidos que medusas o estrellas de mar con todos sus detalles.
Es de noche y es tarde. Sí, pienso mucho en mi madre y en mi padre, pero esos pensamientos intento incluirlos en el conjunto habitual de las cosas en las que pienso habitualmente. ¿Por qué no podemos dejar de pensar, de interpretar, de imaginar? No imagino paz mayor que liberarnos de esa condición tan humana sin desaparecer, aunque creo que algo semejante es absolutamente imposible.
La noche avanza. Yo no sé nada. Cerraré los ojos agotado y los abriré mañana por la mañana. Allí estará despierta y en pie la misma tristeza. La misma ignorancia.