Los días fluyen mansamente, como el agua del río frente a mi apartamento. Los días fluyen mansamente a través de nuestras figuras y vidas invisibles. Y las nubes, a miles de metros de altura sobre este lugar en el mundo. Y los recuerdos. Nada quedará al final de todo. Pienso en una playa y en el sonido de las olas que llegan y se retiran dando paso a las que vienen detrás. Nubes. Olas. Ríos. Siento cierta nostalgia infantil de la edad en la que desconocía lo que ahora sé y, al mismo tiempo, agradezco la fortuna de haber llegado hasta aquí, a esta preciosa y anónima noche.
miércoles, 6 de abril de 2022
lunes, 4 de abril de 2022
Sin culpa
Son las once y cuarto de la noche y me siento normal. Disfruto de esta sensación, de la que me he dado cuenta antes de empezar de escribir: de hecho ha sido el motivo de comenzar a escribir, y es una sensación maravillosa. La noche gira lentamente hacia el día sobre esta pequeña ciudad, los perros de la vecina del piso debajo del nuestro dejaron de ladrar. Todo está bien. No soy un forastero ni nada semejante: pertenezco a esta realidad que no siempre comprendo del todo. Mis amores duermen. Los que sé que lo hacen y los que imagino que lo hacen. Yo me acostaré pronto, cuando haya terminado de escribir esta página de mi diario. Son las once y veinte de la noche y me siento bien, sin culpa, tranquilo. Ya casi había olvidado este milagro.
Del mundo
Que el mundo esté al revés no me sorprende porque yo siempre me he sentido al revés del mundo. Nieva en plena primavera en media España, una guerra europea resucita atrocidades que algunos habían olvidado. Pero debo acostarme porque mañana volveré a prostituir mi inteligencia y mi memoria legislativa, y mis emociones también. Mis emociones. Mis sentimientos. Inevitablemente.
sábado, 2 de abril de 2022
lunes, 28 de marzo de 2022
Que brilla
A pesar del cambio de hora del último fin de semana la noche cubre el campo. Los jabalíes y garduñas y zorros cuyas huellas quedarán registradas en los charcos secos de los caminos, salen de sus madrigueras mientras en el cielo oscuro navegan las nubes que cubren la luz de la luna. Un poco más lejos, en la lejana y pequeña ciudad que brilla, en uno de sus edificios, un ser humano escribe estas palabras como si supiera algo.
domingo, 27 de marzo de 2022
Mar de los sargazos
Qué verdes están los campos de cebada junto a la autovía regresando de Zaragoza. El cielo está nublado. Todos los almendros transformaron sus flores en hojas y futuros frutos. El coche devora los kilómetros prácticamente solo mientras Maite corrige exámenes a mi lado sin marearse (tiene ese superpoder, entre otros). De vez en cuando una rapaz perfila su silueta en el cielo, las alas abiertas, mi ignorancia incapaz de darle un nombre. En el otro lado de la carretera grandes coches regresan con cosas en el techo. Vienen de las montañas donde todavía hay nieve. Es el mundo, no hay más misterio. El fin de semana en Zaragoza fue bien, mi madre estuvo dulce, su agresividad desaparecida, como su memoria. Un tranquilo mar de los sargazos. Qué bien dentro de la desgracia. Cómo somos capaces de adaptarnos casi a cualquier cosa y qué poder inmenso, aunque a veces tiemble débilmente, el del amor.
jueves, 24 de marzo de 2022
Debo dejarme atrás
He abortado el proyecto de escribir cada día. Me generaba estrés y ansiedad, algo de lo que voy sobrado desde hace unos años. No sé por qué me propongo estas cosas: ni siquiera gano dinero con ellas y, respecto a lo demás, todo me importa una mierda, una mierda, en serio. Bueno, realmente todo no me importa una mierda, ¡pero sí casi todo! Debo liberarme de mí mismo, debo dejarme atrás poco a poco, debo verme cada vez más pequeño en el horizonte del pasado hasta desaparecer. --- Actualización: es al revés, todo me importa muchísimo, de ahí la ansiedad y el sufrimiento.
viernes, 18 de marzo de 2022
Plutón
El eco del ataque de ayer permanece pero se va amortiguando poco a poco. Pasé una noche terrible, apenas dormí cuatro horas, y desperté cansado, que es una de las cosas peores que le pueden pasar a uno: despertar como si toda la noche hubiera estado luchando a muerte contra un oso de humo negro. Pero aguanté bien la mañana en el trabajo, atendí a una veintena de personas y, poco a poco, fui recuperando confianza. El problema de los ataques o preataques de pánico es que pierdes confianza en tus herramientas mentales para hacer frente al estrés y el sufrimiento de los demás, y cuesta recuperarla después. Afortunadamente hoy es viernes y, a pesar de todo, podré domir un poco más y, sobre todo, serán dos días sin escuchar a decenas y decenas de personas con sus problemas y consultas individuales, todas muy importantes para cada uno de ellos y ellas, algo que comprendo perfectamente. En temporadas así no siento que vivo sino que sobrevivo. Probablemente a lo largo de la historia de mi especie no ha existido ninguna diferencia entre una y otra cosa, pero ahora sí, y es algo que todos podemos percibir, al menos en los países del llamado "primer mundo". Sobrevivo. Por otra parte soy tan feliz cuando me siento querido, y eso es algo que sucede cada día también. Mi mujer, mi hijo que vuelve de Zaragoza, mi hija a través del vídeo desde su apartamento en Bergen. Me quieren a pesar de ser quien y como soy, este nudo de emociones, contradicciones y sufrimiento por cosas que no deberían rozarme. Ya es de noche. El eco del casi ataque de pánico de ayer se disuelve poco a poco en mi cerebro, ese planeta gris tan lejano como Plutón. No sé qué quiero, no sé cómo enfrentar el día a día ni la enfermedad de mi madre. Y sé que miles y miles de personas antes que yo estuvieron en esta misma situación. Y sé que todo pasará, aunque todavía no.
jueves, 17 de marzo de 2022
Esponja
Esta mañana, en el trabajo, he sufrido el amago de un nuevo ataque de pánico. Hacía mucho tiempo que no me pasaba y ha sido terrible, aunque he podido controlarlo escondiéndome en el cuarto de baño y ejercitando los ejercicios de respiración que aprendí durante los años en los que canté en la Coral de Binéfar, los ejercicios que hacíamos antes de los ensayos y los conciertos. El día comenzó bien, pero atendí a dos personas que estaban mal, muy mal, y me contaron por qué estaban mal, todas las desgracias, una tras otra, que les habían sucedido, su impotencia, su rendición; ella se puso a llorar y yo no podía darles ninguna buena noticia, ninguna solución verdadera, sólo apaños, el ingreso mínimo vital, esa prestación tan mal diseñada y ejecutada; desde mi lado de la mesa, a pesar de la mampara de metacrilato, podía oler y sentir su desesperación y su dolor irreal, el sitio al que les había arrastrado la vida desde la crisis económica ya lejana de dos mil ocho. Pero es que antes de ellos había atendido a una mujer más joven que yo a quien le habían hecho un trasplante de médula y estaba pendiente de quién le pagaría al agotar el año de baja. Cuando, durante unos minutos, he quedado libre, me he escondido en el báter y he respirado profundamente, como aprendí a hacerlo cuando cantaba. He llorado un poco. No soporto el dolor de los inocentes, no lo soporto. Pero cuando he vuelto a mi puesto de trabajo he atendido a una mamá con su bebé de dieciséis semanas que me miraba todo al rato. Era, eran las dos, tan bonitas, pura esperanza, que mi acúfeno ha empezado a descender de volúmen y mi ansiedad se ha calmado para hablar con la joven madre sobre qué cosas verá su bebé, colonias en Marte, qué cosas que ahora no podemos ni imaginar. A la bebé le debía llamar la atención mi aspecto de vikingo con resaca y no me quitaba los ojos de encima. Yo le hacía muecas, le sonreía y entonces ella también lo hacía. Sus ojos glaucos achinados mientras reía me han salvado esta mañana, me han salvado literalmente, y me estoy dando cuenta de ello ahora mismo, mientras lo escribo. Mi compañera Esther, una mujer maravillosa que trabaja mesa con mesa a mi lado, me dice que soy una esponja y tiene razón. Afortunadamente no solamente lo soy para la tristeza sino también para la inocencia y la esperanza.
miércoles, 16 de marzo de 2022
Se aleja hacia el horizonte
Mañana me arrepentiré de irme tan tarde a la cama, lo sé. Aunque si cuando, tras escribir esto, me acuesto cerrando bien fuerte los puños, será como si durmiera el doble. Me lo dijeron hace muchos años, cuando era pequeño. Ignoro la base científica de algo semejante. Seguramente será mentira. Puedes dormirte apretando los puños pero, llegado el momento, los aflojarás como si murieses. Hoy estaba, estoy, terriblemente cansado porque los martes atendemos a la gente también por la tarde y salgo reventado de la agencia comarcal. Pero es como cuando uno tiene tanto sueño que no puede dormir. A veces el cansancio excede el momento de descansar y se aleja hacia el horizonte, indemne, dejándote a ti hecho una mierda. Y con el sueño pasa lo mismo, y probablemente con más cosas en las que no hemos reparado nunca. Voy a acostarme ahora y cerraré los ojos y, pase lo que pase, lo juro, no los abriré. Daré tiempo al tiempo. Dentro de una horas sonará el despertador. Daré tiempo al tiempo, digo, cuando es justamente al revés.