viernes, 18 de marzo de 2011

77

Conozco al hombre que se acerca a mi mesa, le atendí hace algo más de un año. Sujeta una pequeña carpeta de cartón contra su pecho y al sentarse sonríe nervioso y me da los buenos días. Yo le digo: «es usted apicultor». Entonces él, asintiendo con la cabeza, me dice: «ya veo que se acuerda, ya veo que se acuerda». «Hombre, no todos los días conoce uno a alguien que no se quiere jubilar con... ¿cuántos tiene ahora? ¿setenta y algo?», le digo, fiándome de mi memoria. Y el hecho es que este señor, que declara setenta y dos años pero aparenta sesenta y cinco, es un apicultor soltero, sin familia, silvestre, que continúa trabajando sus colmenas y no quiere saber nada de retirarse. «Todo el mundo me dice que soy tonto, ¿sabe usted? Me dicen que podría jubilarme y seguir trabajando lo mismo, como hacen todos, pero claro, ¿cómo iba a poder vender la miel y hacer facturas estando jubilado?». Yo le confirmo que no podría. «Además», añade, «gano bastante más dinero con mis abejas de lo que cobraría con mi pensión de autónomo, eso también se lo puedo decir, y es una cosa que me gusta mucho, la apicultura me gusta más ahora que cuando empecé, fíjese usted». Yo le digo que haga lo que más le apetezca hacer, que no preste atención a la gente. «Es que no paran, no paran, el otro día un joven del banco me dijo que si me ponía enfermo la seguridad social no me pagaría la baja porque ya soy muy mayor, ¿eso es verdad?». Yo le aseguro que no es verdad, que sigue de alta a todos los efectos, como cuando tenía treinta años, y que en caso de baja por enfermedad la seguridad social le pagaría igual que a cualquier otro trabajador. «Entonces la gente, ¿por qué habla? Parece que les dé rabia que no me quiera jubilar, como lo pienso se lo digo, fíjese». «Le creo», digo, «por desgracia vivimos en una sociedad en la que si uno se aparta un milímetro del rebaño todos le señalan con el dedo. Usted haga lo que quiera, si se quiere jubilar jubílese, yo mismo le haré las gestiones encantado, y si quiere seguir trabajando siga trabajando y que la gente diga lo que quiera». «Ah, pero yo me moriré en el monte, y escuche, eso es lo que quiero, eso quiero, morirme en el monte, se lo digo de verdad». Se queda callado unos segundos y antes de que yo pueda decir algo levanta la mirada y dice: «Además, si quiero seguir cobrando las subvenciones tengo que estar de alta, eso es así, ¿sabe?». Este hombre no tiene un pelo de tonto. «Mire, me piden un certificado de estar de alta como apicultor y otro de estar al corriente con la seguridad social, ¿usted me los podría hacer?». «Cómo no», le contesto, y entonces él abre su pequeña carpeta azul del tamaño de medio folio, extrae de ella unos documentos y para poder leerlos saca del interior de su viejo jersey unas absurdas gafas de plástico estampadas con las franjas blancas y negras de la piel de las cebras africanas. Parecen unas gafas de juguete, de broma, de carnaval, pero me doy cuenta de que los cristales que llevan son graduados, muy gruesos. Mientras el apicultor, con las surrealistas gafas de estampado de cebra instaladas sobre la punta de la nariz, lee en voz alta los documentos que le piden para poder cobrar una subvención por la miel de sus abejas, me sorprendo preguntándome mentalmente si no habrá encontrado esas gafas en el campo, sé que tiene miles de colmenas instaladas en estas comarcas y pasa los días ocupándose de ellas. Después me dirá que en su furgoneta lleva una pequeña grúa con la que las levanta y manipula sin tener que hacer ningún esfuerzo; después me dirá que recorre centenares de kilómetros al mes, a veces miles, a menudo por pistas y caminos; me dirá, como ya me dijo otro apicultor una vez, éste joven y en la flor de la vida, que si las abejas no existieran la civilización humana desaparecería en pocos años; me dirá que los agricultores de las plantaciones de frutales le piden que instale las colmenas en sus proximidades para polinizar los árboles; me dirá que después de tantos años y picaduras está inmunizado al veneno de las abejas, y para demostrarlo me mostrará unas manos no sé si regordetas o permanentemente inflamadas, todo eso me dirá dentro de unos segundos. Ahora me limito a contemplar con estupefacción esas gafas de cebra en el rostro serio y concentrado, venerable, y pienso: «he aquí un hombre libre».

jueves, 17 de marzo de 2011

76

Algún día saldré de la carretera e iré a alguno de los sitios que veo desde el coche. Buscaré los caminos que llevan a esos lugares y una vez allí, en el recodo del río Cinca donde una mañana vi un cormorán, en la cima de la colina de arenisca, en la sombría chopera de cultivo, en el camino flanqueado por cipreses que desciende entre bancales verdes, una vez allí me detendré y saldré a contemplar el tráfico de la carretera, finalmente al otro lado como en aquel cuento de Cortázar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

75

Estos días de lluvia han hecho crecer tanto la cebada que a uno le dan ganas de aparcar el coche en el arcén de la carretera y echar a correr por los campos con los brazos abiertos, dando saltos y volteretas.

martes, 15 de marzo de 2011

74

Si pienso en esos cincuenta ingenieros de la central nuclear de Fukushima que, mientras todo el mundo era evacuado urgentemente en un radio de veinte kilómetros a la redonda, se han quedado para continuar refrigerando con agua de mar los núcleos de los tres reactores colapsados, sabiendo, ellos mejor que nadie, que se exponen a un riesgo probablemente letal, sólo vienen a mi mente palabras que por una vez no suenan exageradas ni huecas: héroes, sacrificio, valor.

lunes, 14 de marzo de 2011

73

Luna. Bosque. Troya. Estos son los apellidos reales de tres mujeres a las que he atendido hoy en mi trabajo: Luna, Bosque y Troya.

domingo, 13 de marzo de 2011

72

Me despierto pasadas las diez de la mañana y me sorprende la luz que entra desde la calle. La lluvia de ayer ha dado paso a una atmósfera limpia y transparente. Después de desayunar iré a dar un paseo y comprar los periódicos y el pan. Me gustan las mañanas de domingo.

sábado, 12 de marzo de 2011

71

En la pantalla repiten una y otra vez las imágenes de la explosión en la central nuclear japonesa afectada por el terremoto de ayer. Emergiendo desde los archivos de mi adolescencia regresa a la superficie de mi cerebro aquel smiley amarillo con la leyenda «¿Nucleares? No, gracias». Hoy muchos de los que entonces lo llevaban prendido en la ropa o pegado en el coche defienden con el ardor del converso la energía nuclear, está de moda hacerlo a babor y estribor. Por mi parte voy a utilizar un argumento muy sencillo, casi infantil, para argumentar mi rechazo hacia las centrales nucleares: ¿cómo puede defenderse un sistema de producción de energía que origina residuos radiactivos que conservarán su peligrosidad durante miles y miles de años? ¡Es de locos, es algo que va contra el sentido común más elemental! Por no hablar de las consecuencias de un accidente, como sucedió en Chernobyl, o un desastre natural, como ha sucedido en Fukushima. Ese sistema de generar energía, por mucho que ahora esté de moda incluso entre quienes se ponían pines amarillos hace treinta años, no es fiable, no es ninguna panacea sino más bien una siniestra espada de Damocles colgando permanentemente sobre nuestras cabezas y las de nuestros nietos.

viernes, 11 de marzo de 2011

70

Contemplo en la televisión las imágenes del tsunami que ha provocado el terremoto de Japón: una oscura y sucia ola de barcos, vehículos y edificios arrasándolo todo mientras penetra tierra adentro como si un dios travieso estuviera divirtiéndose con el mundo.



Recuerdo las cucharadas de Cola Cao flotando y desmoronándose poco a poco en el tazón de leche del desayuno. Con la cabeza apoyada en mis brazos infantiles disfrutaba del épico final de la Atlántida, e incluso jugaba a calcular el tamaño diminuto, en realidad casi invisible, de los aterrorizados habitantes de aquel continente de cacao que poco a poco iba hundiéndose en el blanco océano. Lo que nunca hice, no entonces, no todavía, fue imaginar que yo pertenecía a su especie, no a la de los dioses.

jueves, 10 de marzo de 2011

69

Suelo del lavadero de coches, Binéfar, 10 de marzo de 2011.

miércoles, 9 de marzo de 2011

68

Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Los huesos de nuestros muertos no deberían estar aquí, ni los cementerios ni los túmulos ni las iglesias ni los pozos naturales al fondo de una cueva sellada desde hace veinte mil años. Las raposas no deberían estar aquí. Las palomas comunes, y todavía menos las tórtolas turcas, no deberían estar aquí. Las truchas no deberían estar aquí, ni las cigüeñas ni las torres de alta tensión ni el río que corre bajo el puente de la autovía por donde circulo, a ciento diez kilómetros por hora, cada día ida y vuelta. Las nubes no deberían estar aquí. Las montañas de blancas cimas nevadas no deberían estar aquí. No deberían estar aquí los tigres siberianos, no deberían estar aquí los fósiles de los dinosaurios, no deberían estar aquí los almendros en flor. No deberían estar aquí las dunas, los oasis, las ciudades desaparecidas, no debería estar aquí la sabana, no deberían estar aquí los bosques, la selva, los manglares, las playas donde se bañan elefantes, búfalos e hipopótamos, no deberían estar aquí las ballenas, los delfines, las morsas, los esquimales. Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Nada de todo esto debería estar aquí.

martes, 8 de marzo de 2011

67

Tengo en el escritorio de mi ordenador la imagen de la galaxia NGC 2841, una inmensa espiral de estrellas girando en el cosmos. La miro sabiendo que ocupa un volumen que mi cerebro es apenas capaz de imaginar y a continuación pienso en el rostro de mis padres. El otro día les di dos besos. A su lado me sentí un gigante mientras mi corazón volvía a ser tierno y pequeño.

lunes, 7 de marzo de 2011

66

La primavera se acerca radiante, inmisericorde, cada año más joven y bella que el anterior. Nos encontrará, como siempre, inermes.

domingo, 6 de marzo de 2011

65

Pensando en Paula cocino borrajas y lomos de lubina al horno. En la residencia de estudiantes en Barcelona come bien pero echa en falta el pescado y, por supuesto, las borrajas, que allí apenas se conocen. Ayer fuimos a mi pueblo a visitar a mis padres y comimos champiñones al ajillo, cogollos de Tudela con anchoas, croquetas caseras, canelones con tomate y, en fin, la típica y sabrosa comida navarra de mi madre para un regimiento. Eran recetas de mi infancia, de mi vida, como imagino que las mías lo son o serán de la infancia de mi hija. Mañana, aprovechando que he podido conseguir albahaca fresca, cocinaré espaguetis con pesto, un plato fácil y rápido que les vuelve locos desde pequeños.


Canelones de atún con tomate, borrajas con patatas, ternasco al horno, alcachofas con almejas, espaguetis con pesto, ensalada de escarola con ajo picado y anchoas, tomates asados con sal gorda y hierbas provenzales, tortilla de patatas, pollo al curry, brócoli al vapor, bacalao al pil-pil, huevos fritos con pimientos de piquillo, merluza rebozada... Entre todas las patrias la de la comida brilla y borbotea con especial intensidad. Ahora mismo no estoy escuchando a Bach, pero si pudiera creer en Dios le agradecería sinceramente haberme ofrecido la oportunidad de convertirme en la patria gastronómica de mis hijos. Jamás imaginé que llegaría tan lejos.

sábado, 5 de marzo de 2011

64

Después del ensayo vamos a tomar una copa al Chanti, que está desierto. La camarera limpia con un paño la cafetera apagada. Pedimos tres gin-tonic y una cerveza y nos sentamos alrededor de una mesa. Hablamos de hombres, de mujeres, de sexo, de amor.

viernes, 4 de marzo de 2011

63

Escuchando la Pasión siento la necesidad de levantarme y buscar un libro en cuya página número setenta y dos aparece la imagen en blanco y negro de una calavera humana. La contemplo mientras la música infiltra mi alma hasta el tuétano. Yo no creo en la existencia de Dios salvo cuando escucho a Bach.

jueves, 3 de marzo de 2011

62

Observo a los peatones que caminan por la calle con gesto aterido. El cielo tiene el aspecto de las grandes nevadas, pero sería muy extraño que nevase en Barbastro a comienzos de marzo. De pie al otro lado del cristal imagino la nieve cayendo, pétalo a pétalo, sobre los almendros en flor.

miércoles, 2 de marzo de 2011

61

En enero de mil novecientos noventa y dos, durante una tormenta en el océano Pacífico, un carguero proveniente de Hong Kong perdió un contenedor lleno de patitos de goma que se abrió liberando su carga. Durante años aquellos juguetes de plástico, construidos para flotar en bañeras infantiles, surcaron los océanos y mares de medio mundo para aparecer finalmente, de vez en cuando, en las playas más remotas. Probablemente en este mismo instante, mientras escribo estas palabras, alguno de esos patitos continúa flotando entre inmensas olas bajo el cielo estrellado, desierto, silencioso.

martes, 1 de marzo de 2011

60

Lo mejor de la floración de los almendros silvestres es que sucede en cualquier lugar, no solamente en las suaves colinas rodeadas de campos labrados o sobre los ribazos cubiertos de romero y tomillo que envuelven los caminos, también en desoladas escombreras, al lado de torres de alta tensión, entre las ruinas de masías abandonadas hace generaciones y junto a oscuros almacenes y silos donde reinan las sombras. Los pequeños almendros florecen en cualquier lugar, y al hacerlo nos ofrecen cierto consuelo, cierta belleza, cierta esperanza imprecisa.

lunes, 28 de febrero de 2011

59

Obras de la autovía entre Huesca y Lérida,  28 de febrero de 2011.

domingo, 27 de febrero de 2011

58

Carlos vuelve de la calle proclamando que tiene un hambre atroz, increíble, alucinante, «una pasada». Dentro de dos meses cumplirá catorce años y está en esa edad en la que nada es capaz de saciarle, de hecho se pasa el día comiendo como si dentro de su cuerpo, extremadamente delgado, zumbase un motor nuclear. Entra en la cocina, se asoma a la luz del horno encendido y grita de gozo al descubrir la empanada de espinacas que vamos a cenar. Carlos es expansivo, alegre, confiado, un ser humano que, a poco que le acompañe la suerte, sabrá ser feliz.

sábado, 26 de febrero de 2011

57

El tiempo ha cambiado, era casi primaveral y en las últimas horas han comenzado a bajar las temperaturas, algo que me hace feliz porque me ha permitido encender el fuego. Cuando salía a por leña me he dado cuenta, una vez más, de lo descuidada que está la terraza. Entre las macetas y el muro había hojarasca de otoño sin barrer, me he agachado para observarla de cerca y he descubierto que en realidad se trataba de todo un nuevo ecosistema en el que incluso habían brotado pequeñas plantas. La naturaleza no repara en si las cosas son basura o no, si tienen sentido o no lo tienen, si significan algo; la naturaleza sólo sabe existir.


viernes, 25 de febrero de 2011

56

Despierto de una siesta de inmersión abisal y decido quedarme quieto sobre la cama sin deshacer, cubierto con una manta liviana. He dormido durante una hora y media y me siento como si acabase de regresar de un lugar muy profundo. Vuelvo a cerrar los ojos pero no encuentro nada, no hay migas de pan en el bosque oscuro. La luz de la tarde se cuela en el dormitorio para que crea en el mundo.

jueves, 24 de febrero de 2011

55

Salgo un momento al exterior y contemplo el paisaje de campos de cebada, olivos y almendros. Alguien me llama desde el interior de la casa. Todo será sencillo. Estamos hablando de amor.

miércoles, 23 de febrero de 2011

54

A veces sueño despierto con lugares donde nunca he estado ni probablemente estaré: los grandes bosques azules de Australia, los prados cuajados de flores de las altas mesetas tibetanas, la banquisa antártica azotada por el viento, el mar de los sargazos, las junglas de Borneo. La culpa la tienen mis padres y su generosidad a la hora de adquirir enciclopedias ilustradas, algo que nunca podré agradecerles bastante. El mero recuerdo de la Enciclopedia Uteha Juventud hace que mi cerebro se estremezca de placer.

martes, 22 de febrero de 2011

53

Se acerca a mi mesa un señor de pelo blanco y bigote rubio que viste un anorak de color rojo de la marca Quechua. Es polaco y casi no sabe hablar español, de modo que a duras penas logro comprender que su mujer ha venido a España a reunirse con él, quien, para mi sorpresa, lleva viviendo aquí nada menos que cinco años. Me cuenta que trabaja en obra civil, «en la montaña, tubos grandes», y tal vez imaginando mis pensamientos me aclara que trabaja con otros polacos, que habla con muy pocos españoles. Yo le digo que su idioma y el mío son muy distintos, muy difíciles el uno para el otro. «Oh, sí», dice, «mucho difícil, distinto, sí», y añade: «también países mucho distintos, allí en Polonia mucho frío, más frío que aquí, allí ahora treinta grados bajo cero y más, aquí mejor». «Ah, pero en verano aquí no se puede vivir de calor, a mí me gusta más el frío», le digo, y nos reímos los dos. Él dice: «lo peor mosquitos, y moscas también, malas las moscas, mí en verano daño aquí», dice, señalándose un punto entre las cejas, allí donde ponen la bala los francotiradores. «¿Le picó una mosca entre los ojos?», le pregunto. «Sí, oh, mucho daño, sí». Y volvemos a reírnos. La situación es un tanto absurda pero nos caemos bien. Mientras acabo de resolver el alta de su esposa como beneficiaria de su cartilla de la Seguridad Social le digo: «España y Polonia son países muy distintos en el clima pero nos parecemos en el carácter, nos gustan los sentimientos». Él me mira extrañado. «Quiero decir que Polonia y España son países de poetas, ¿no cree?». «¿Poetas?», pregunta. «Szymborska, Zagajewski», contesto, sabiendo que mi pronunciación debe de resultarle ridícula. «¡Ah, sí, Wisława Szymborska, premio Nobel, sí! ¿Usted conoce?», dice con expresión divertida, volviendo a sonreír. «Claro, me gusta muchísimo». Entonces él me mira asintiendo con la cabeza sin saber qué decir o hacer. Le doy sus papeles, le explico los trámites que debe realizar y al levantarse de la silla me da la mano y me pregunta: «¿Cómo se llama usted?». «Jesús». «Muchas gracias, señor Jesús, yo diré mi mujer, ella gusta Szymborska como usted, adiós». «Adiós, señor K.», le digo, «¡y buena suerte con las moscas!». Él ríe, me señala con el dedo índice de la mano derecha y se va. Sé por experiencia que las picaduras de tábano duelen muchísimo.

lunes, 21 de febrero de 2011

52

Cuando he salido a la calle llovía débilmente y la tarde comenzaba a languidecer. He llamado a casa para decirles que llegaría un poco más tarde porque me apetecía conducir por la carretera comarcal de Estadilla y Fonz. Creo que durante los treinta y cinco o cuarenta kilómetros de recorrido me he cruzado con dos vehículos: un tractor y una furgoneta. El campo estaba tranquilo, desierto, empapado. He disfrutado tanto que me ha costado casi una hora llegar a Binéfar.


Carretera A-133, 21 de febrero de 2011.

domingo, 20 de febrero de 2011

51

Limpiar anchoas en salazón requiere paciencia: se colocan bajo el agua del grifo, se abren con los dedos, se extrae la espina y se lavan sin prisa. Estas son de La Escala, en Gerona. Vivimos en Bañolas muchos años y la playa más cercana a nuestra casa era precisamente la de Ampurias, junto a La Escala. Algunos domingos de invierno como el de hoy solíamos ir a pasear por allí. Todavía no habían construido las instalaciones de los juegos olímpicos de Barcelona y la estrecha carretera paralela al mar estaba abierta al tráfico. Caminábamos descalzos por la playa desde el hostal Empúries hasta el pequeño y encantador pueblo de Sant Martí, pasando junto al antiguo muro del muelle griego. Si dejo de limpiar anchoas y cierro los ojos puedo volver a sentir la arena fría bajo los pies.

sábado, 19 de febrero de 2011

50

Releo lo que escribo y de repente veo con meridiana claridad que es inútil, un ejercicio absurdo e innecesario, peor aún: complaciente. Una puta mierda. Y sin embargo persisto, persisto una y otra vez. ¿Por qué?

viernes, 18 de febrero de 2011

49

Bebo a sorbos una infusión de salvia y recuerdo cómo sabía hace quince días, cuando recuperé el olfato durante aquella semana voluptuosa. Hasta que el nuevo tratamiento surta efecto tendré que volver a oler, como solía, con la imaginación.

jueves, 17 de febrero de 2011

48

Mientras pedaleo sobre mi bicicleta veo en la televisión las imágenes de un famoso cocinero hablando a las cámaras con una sonrisa en la boca, absolutamente desconocedor de que en pocos minutos morirá de un infarto fulminante. No puedo dejar de observar con atención sus ojos, sus labios en movimiento, tanta fragilidad.