Carlos vuelve de la calle proclamando que tiene un hambre atroz, increíble, alucinante, «una pasada». Dentro de dos meses cumplirá catorce años y está en esa edad en la que nada es capaz de saciarle, de hecho se pasa el día comiendo como si dentro de su cuerpo, extremadamente delgado, zumbase un motor nuclear. Entra en la cocina, se asoma a la luz del horno encendido y grita de gozo al descubrir la empanada de espinacas que vamos a cenar. Carlos es expansivo, alegre, confiado, un ser humano que, a poco que le acompañe la suerte, sabrá ser feliz.
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