miércoles, 16 de febrero de 2022

Costillas

Qué inmenso cansacio. Me gustaría salir de mi casa y correr en los campos bajo la noche, pero me costará cierto pequeño esfuerzo alcanzar la cama de mi dormitorio.

Sí, me siento derrotado, pero mi corazón todavía palpita detrás de las costillas. ¿Qué soñaré hasta que mañana se haga de día? No lo sé. Mi corazón palpita detrás de las costillas.

martes, 15 de febrero de 2022

Los dioses saben

Una señal inequívoca de que no estoy tan bien como contesto cuando me lo preguntan es que me gusta más el final del día que el principio. ¿Qué tal estás? Bien, gracias (quiero que esto acabe y acostarme y despertar siquiera durante unas horas en otro sitio).

El final del día me aproxima a una tranquilidad que durante la mayor parte de mi vida tuve durante el día y ya he perdido. Es así. Amo con el mismo amor, me dejo querer más que nunca, pero es así.

Oh, los dioses saben que me gustaría ser de otra manera. Más racional, más práctico, no sé. Lo he intentado, sigo intentándolo. Compartimentar las situaciones y los sentimientos que ellas me provocan. Ahora mismo eso ya no me funciona, aunque durante un largo tiempo sentí tener las riendas y el control en mi mano.

En estos momentos de mi vida me gustaría poder pincharme una inyección que disipara de mi mente los pensamientos negativos que no aportan nada, el sufrimiento que no aporta nada: lo que soy. Y tomo mi medicación cada mañana con un vaso de zumo de naranja, pero me temo que ya no alcanza a cumplir sus objetivos.

Sólo me satisface la belleza, la belleza nada más. Mi pareja que me acompaña en el camino, la música, el cine, lo poco que leo cuando estoy así.

Pero también esto pasará, como pasaré yo y todo el amor que siento y sentí una vez; como pasará la enfermedad y la vida de mi madre y la de mi padre y la mía y la de mis hijos. También esto pasará. La pequeña muerte diaria de cada noche me consuela como una simulación, un entrenamiento dulce y sin dolor. Mañana no existe aún.

lunes, 14 de febrero de 2022

Nubes

Ya en Barbastro, después de haber estado el sábado y el domingo con mis padres, me sirvo un whisky con hielo sintiéndome culpable de todo lo que alguien puede sentirse culpable. Llovió un poco durante el día. Hablo por teléfono con mi padre y me cuenta que Nati no quiere ponerse el pijama y le insulta gravemente. Mamá tiene Alzheimer y su espíritu se revela en medio de la incomprensión, la nada, lo que no existe.

Debo luchar contra mí mismo para estar a la altura de esta época que, como sucede en tantas familias del mundo, nos está tocando vivir; debo impedirme a mí mismo el profundo e infinito dolor que siento si quiero ser útil.

La noche llegó hace horas. Ojalá mañana lloviera sin parar durante días y días. Días y días y días y días y días. Noches y noches y noches de lluvia. Nubes. Días. Noches.

domingo, 13 de febrero de 2022

Ya cantan

Acabo de despertarme tumbado en el sofá de nuestra casa en Zaragoza. Me quedé dormido viendo la ceremonia de entrega de los premios Goya de la Academia de cine español. Son las cinco y media de la mañana. Odio estas cosas, pero he descubierto que algunos pájaros ya cantan entre los árboles, puedo escucharlos a pesar de que todavía no ha aparecido la luz. Mi caballo negro ha dejado de galopar y ahora sólo quedo yo, que me dirigiré a la cama como un reo de sí mismo, y dormiré unas horas más. La vida también era esto.

sábado, 12 de febrero de 2022

Un caballo negro

Llega la noche y lo único que querría es montar en un caballo negro y galopar hasta alejarme de esta gran ciudad rodeada de desierto. Galopar bajo las estrellas hacia ninguna parte, lejos del ruido de las calles, lejos del ruido de mis pensamientos; galopar y galopar.

viernes, 11 de febrero de 2022

Luz en la oscuridad

Sí, somos un suspiro, pero en ese parpadeo caben no solamente nuestras vidas sino todas las que nos precedieron. Frente a mi ventana el río casi seco por la sequía a duras penas avanza hacia el mar. La estrellas, muchas de ellas muertas hace millones de años, brillan en el cielo sobre la pequeña ciudad. Seremos alcanzados, no importa cuan rápido corramos a través de la noche, a través del día, a través de los campos de cebada, a través del mundo: seremos alcanzados, desapareceremos y las cosas seguirán sucediendo como cuando existíamos. Siempre fue así. No pasa nada. Lo importante es, en mi opinión, no desfallecer en la exploración, no desfallecer en amar y ser amados, no desfallecer en la curiosidad, en el ejemplo inconsciente, no desaparecer en la memoria de quienes conservan la brasa del fuego que se encendió hace miles y miles de años. La vida no es una cerilla que se consume, es una antorcha que pasa de mano en mano. Luz en la oscuridad.

jueves, 10 de febrero de 2022

Cuarenta días

He leído que una abeja vive menos de cuarenta días, visita al menos mil flores y produce a lo largo de toda su vida casi una cucharada de miel. Casi. Es una información que me ha resultado interesante y a la vez muy sorprendente: cada cucharada de miel es un poco menos que el fruto de la vida entera de una abeja voladora sobre los campos entre los árboles y arbustos. Siento en mi interior que existe un desequilibrio en alguna parte: no sé si cuando vierto miel en mis tostadas para untar en el café con leche o, simplemente, en mi conciencia.

Hoy he comido un chuletón entreverado de grasa, una maravilla que he disfrutado como el carnívoro de mandíbulas manchadas de sangre que soy; un chuletón muy poco hecho. ¿Y entonces? La abeja no muere para que yo pueda disfrutar de su miel, pero el pedazo de vaca que me he comido pertenece a un animal muerto.

Convivo con todas estas cosas. La razón y el deseo. El conocimiento y la ignorancia. Lo que debería hacer y lo que quiero hacer. Lo que me gustaría ser y lo que soy.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Como viajar en el tiempo

He dormido una siesta de hora y media. Al despertar ya no era de día. Ha sido como viajar en el tiempo. Hubiera podido despertar con veinticinco años de edad o con ochenta. Durante unos segundos no sabía quién era, dónde estaba, en qué lugar del mundo.

martes, 8 de febrero de 2022

Transiciones

Desde pequeño trataba de averiguar la frontera de las cosas. En qué momento dejaba de ser de día para pasar a ser de noche. En qué momento justamente dejaba de estar despierto para estar dormido. Momentos de transiciónes suaves, invisibles, imperceptibles.

Son las ocho menos diez de la noche. Hace tiempo que se hizo oscuro y tengo sueño, aunque es demasiado pronto para acostarme. Y todo es casi siempre así.

He ido al baño a hacer pis y luego me he mirado en el espejo. ¿En qué momento me convertí en lo que soy ahora? Todo es casi siempre así.

lunes, 7 de febrero de 2022

Arena en la playa

Somos nuestro cerebro, lo sé bien. He conocido a mi madre toda mi vida, literalmente, claro. Sé cómo es, cómo era. Contemplé desde pequeño su maravillosa relación con mi padre, el hombre más guapo y más bueno que existe en este planeta, pero en el último tramo de sus vidas en este mundo llegó al Alzheimer y puso todo patas arriba, sus vidas y también las nuestras, las de sus hijos e hija, que les queremos con locura.

Pero no pasa nada, es la realidad de miles y millones de familias en el mundo en este mismo instante; pero sucede todo: esta cruel realidad del pequeño y minúsculo universo que es mi familia y superaremos con mucho amor, este minúsculo grano de arena en la playa.

domingo, 6 de febrero de 2022

Andamios

Durante algunas semanas tuvimos andamios en la terraza de nuestro piso de Zaragoza. Era una vista terriblemente fea desde el salón, tan fea que bajábamos la persiana hasta el suelo. Pero por fin terminaron los arreglos en los balcones y fachada y hemos vuelto a recuperar el paisaje de siempre. Nuestro edificio tiene la suerte de erigirse frente a un gran colegio infantil y estamos a muchos metros de las fachadas del otro lado. Podemos ver la línea urbanizada del barrio y el cielo sobre ella. Es bonito teniendo en cuenta que se trata de una gran ciudad.

Si alguien me preguntara ¿por qué siempre escribes al final del día, tan tarde, incluso cuando ya es el día siguiente?, le contestaría: porque es el instante de hacer recuento, porque me da miedo hacerlo antes, porque no sé absolutamente nada de nada.

Voy a irme a la cama a dormir, como cada día desde que vine a este mundo extraño, raro e insólito. Todo es tan extraño, tan raro, tan insólito.

sábado, 5 de febrero de 2022

La historia de mi vida

Sé lo que debería hacer casi al detalle, punto por punto, día tras día, mes tras mes, y lo sé porque ya lo hice en el pasado reciente, aunque no ahora mismo. ¿Por qué? Porque lo que debería hacer no me produce el mismo placer que lo que hago. Así que, como ya he hecho otras veces a lo largo de mi existencia, debo elegir entre el placer y su contrario, que no es exactamente el sufrimiento pero sí algo parecido y sordo que no sabría definir con exactitud.

Y esta es la historia de mi vida: largos periodos de hedonismo irresponsable con fugaces etapas de responsabilidad monacal. Me gusta imaginar que no soy el único ser humano a quien le sucede esto en nuestro planeta. Mi carne es débil y mi curiosidad infinita.

viernes, 4 de febrero de 2022

Algo así

Mi vida no es complicada, pero me gustaría que lo fuese todavía menos. Algo así como el extremo de una canoa que, lentamente, rompe el agua del ancho río atravesándola. Los pájaros en los árboles de la orilla. Las nubes blancas en el cielo azul. Algo así.

jueves, 3 de febrero de 2022

Bruguera Historias Selección

Me siento agotado sin saber por qué. No todo podemos ni debemos saberlo (esto es algo que me gustaría poder decirles a los usuarios que se sientan al otro lado de mi mesa de trabajo).

La vía láctea que atraviesa el cielo nocturno de nuestro planeta es una anécdota del tamaño de un grano de arena en el desierto. A veces me gustaría conocer menos, saber menos, vivir al margen de la exploración, conformarme con lo que puedo modificar, con lo que está en mis manos, pero es imposible. La culpa es de los libros de Bruguera Historias Selección que mis padres nos ponían cada navidad la mañana de reyes. Robinson Crusoe, Los hijos del capitán Grant, Mil y una leguas de viaje submarino, Robin Hood, La isla del tesoro, y también la colección de Los cinco de Enid Blyton, y todos los que vinieron después. No puedo conformarme. Ya es tarde para eso.

Me acostaré, cerraré los ojos y los abriré en una isla desierta, en otro planeta a millones de años luz de aquí o en el Nautilus del capitán Nemo, a kilómetros de profundidad bajo el océano, en la fosa de las Marianas.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Llámala amor

Mi vida, como la tuya, es compleja, un mapa de territorios que a veces se mezclan y a veces no.

La noche se extiende sobre esta pequeña ciudad como el cansancio sobre mi corazón.

Yo, como tú, nado, floto, me aproximo a la playa, camino a través de los prados y los bosques bajo el cielo.

Confieso que estos días me cuesta mantener mi estoicismo, mi comunión universal, todo eso.

Pero he de decir que los últimos sucesos de mi vida familiar no han logrado que la llama de mi interior se apague del todo. En la oscuridad brilla una brasa. Llámala amor, llámala supervivencia.

Llámala amor.

martes, 1 de febrero de 2022

Elefantes o rinocerontes

Nuestro organismo hace muchas cosas al margen de nuestra voluntad. Los pulmones se llenan de aire y se vacían, el corazón late a 68 latidos por minuto, nuestro estómago digiere la cena, el hígado filtra las sustancias tóxicas y nos protege de nosotros mismos hasta donde puede hacerlo.

No estoy muy seguro de pensar las cosas que yo quiero pensar y escribir. Tengo dudas respecto a eso. Mi cerebro es un órgano como mis pulmones, mi corazón, mi estómago o mi hígado.

¿Por qué debería creer que todos los órganos del terrícola que soy actúan por su cuenta y mi cerebro no? No tengo en absoluto la sensación de controlar lo que pienso y escribo en estos diarios. Aunque mantengo, es verdad, un filtro mínimo que me impide escribir cosas demasiado íntimas y probablemente decepcionantes, sí, es verdad, pero, al margen de ese filtro mínimo que mantienen activo un puñado de neuronas, ¿qué control tengo realmente sobre mis pensamientos más allá del oficio de escribir y articularlos en palabras y frases y párrafos, algo que hago desde que tenía doce años?

A menudo mi cerebro es un órgano contra el que combato inútilmente. Sólo dispongo de tratamientos semejantes a los que utilizan los científicos para salvar a los elefantes o los rinocerontes de Masai Mara. Un disparo, caída, medición, análisis de sangre, inyección, y un levantarse en medio de la sabana tambaleante pero vivo.

El mundo me interesa mucho. Su pasado, su futuro. La prehistoria, la ciencia ficción. Me interesa saber, básicamente, de qué cojones va todo esto, toda esta película a la que yo, mientras escribo ahora mismo, pongo una banda sonora de Bach. ¿Qué es lo que veo y siento? ¿Por qué mi madre, enferma de Alzheimer, ha tirado esta noche un vaso de vino con gaseosa al rostro de mi padre, que la cuida día a día? ¿Por qué merece la pena vivir cuando ya no eres tú sino algo parecido a ti? ¿Por qué no tenemos un botón bajo la piel en el homoplato, en una nalga, en el tobillo, para apagarnos?

Yo mañana me lo instalaría sin dudarlo. Qué arma para vivir; saber que sin desagradables ahorcamientos, caídas de edificios o disparos en la cabeza podríamos tener el control de nuestra existencia. Posiblemente sería el único acto de nuestra vida producto de nuestra voluntad sincera, o loca, o enferma, o desesperada, pero verdaderamente nuestra.

lunes, 31 de enero de 2022

Tampoco

Ni yo mismo soy capaz de comprender la desfachatez de escribir cada día como si mi vida fuese interesante. A menudo creo que lo que hago es, como en el cuento, dejar migas de pan en el suelo del bosque en el que me he perdido, por si quisiera buscar alguna vez el camino de regreso; a veces pienso que hago un croquis en la servilleta de un bar para indicaros cómo llegar a un lugar que desconozco.

He aprendido que nada tiene demasiada importancia. Tampoco nuestra poca importancia.

domingo, 30 de enero de 2022

Gorgona

Por alguna razón inexplicable esta mañana, antes de ir a Zaragoza, fui a lavar el coche a uno de esos lugares de mangueras a alta presión. Era temprano y hacía frío. Me caí al pisar la capa de agua congelada alrededor del coche. Fue una caída de comedia de los años veinte, todo largo en el suelo. Me hice daño en el costado izquierdo y, al soltar instintivamente la manguera, esta salió despedida al espacio exterior como si fuese un ser con vida propia. El suelo helado estaba tan resbaladizo que no encontraba la manera de ponerme en pie hasta que, como una babosa invernal, me acerqué al coche y, apoyándome en su parachoques, pude poco a poco erguirme. Miré a mi alrededor con ojos de hipopótamo y no había nadie. ¿A qué otro gilipollas se le iba a ocurrir lavar el coche con todo el territorio helado, a dos grados bajo cero?

Luego, con todo el pantalón mojado y sucio, además de un dolor en el costado izquierdo, fui a comprar algunas cosas al supermercado, regresé a casa, me cambié de pantalón y, una hora más tarde, conduje hasta el lugar donde escribo ahora: Zaragoza.

No voy a repetir lo de siempre aunque hoy, también, se ha repetido. La enfermedad de mi madre es terrible para todos y, sobre todo, para el ser humano más bueno y que más queremos sus hijos en el mundo, además de ella: mi padre. Al menos hoy Maite y yo le hemos podido dar la medicación y la hemos dejado dormida en la cama. Son tiempos, épocas, estratos geológicos que, como todos los demás estratos geológicos de la tierra, jamás podremos ahorrarnos.

Ahora escribo y, mientras lo hago, soy feliz porque abro las compuertas y puedo liberar parte del peso de mi corazón. Si respiro fuerte, como si alguna vez hubiera hecho deporte, me duele el costado izquierdo, pero como nunca he hecho deporte no hay problema. Me tomo un whisky con hielo. Maite duerme. Me resulta imposible imaginar qué estará sucediendo en el piso de mis padres, y siento una pena profunda pero no quiero dejarme arrastrar por ella. Prefiero la imagen de mí mismo resbalando sobre el hielo al lado de mi coche y la manguera de agua a alta presión volando a su aire como una gorgona liberada de la moneda en el pequeño cajero oxidado. El peatón que resbala en una cáscara de plátano. Risas. Aplausos.

sábado, 29 de enero de 2022

Miren

El mundo, nuestro planeta, los continentes y océanos, parecen y son inconmensurables, pero a veces suceden pequeños milagros. A mí me ha sucedido recientemente uno que ha convertido mi mundo en un lugar pequeño y precioso, un bosque de caminos que se cruzan. He tenido respuesta a preguntas que me hice muchas veces. Todavía me cuesta creer esta suerte, esta fortuna. La noche se aproxima a la orilla bajo el cielo estelar y la luna brillando como si fuese un planeta. A mi alrededor todos se retiran a dormir. También yo lo haré pronto. Mañana conduciré hacia Zaragoza. La vida sólo termina cuando termina, no antes, y mientras tanto todo es posible, he podido saberlo hoy: todo es posible.

viernes, 28 de enero de 2022

Nelly

Tengo la sensación de estar escribiendo siempre lo mismo, pero, como dijo Heródoto, el agua del río nunca es la misma y quien se baña en él tampoco. Hoy mi madre ha querido ir al Centro de día por la mañana y ha tomado su medicación, algo que nos ha alegrado muchísimo a todos.

El agua del río nunca es la misma. Mañana comienza a trabajar en casa de mis padres Nelly, una mujer nicaragüense que, durante la entrevista que mantuvimos en una cafetería junto a la Gran Vía, me produjo buenas sensaciones. Hoy mismo la he dado de alta en la Seguridad Social, yo haré su contrato, sus nóminas, todo en orden.

Vivir es esto, exactamente esto, no otra cosa: esto. Las aguas que van a dar en la mar.

jueves, 27 de enero de 2022

Cantata

Mi hija me regaló estas navidades unos cascos que eliminan el sonido exterior. No sé cómo lo hacen, pero lo consiguen. Me los pongo y el mundo desaparece. Incluso aunque no escuche nada a través de sus auriculares, en su modo máximo de aislamiento apenas oigo nada. Era lo que quería: ser sordo artificialmente y a demanda.

Porque a veces el mundo me abruma, los sonidos del mundo me abruman, incluso los más comunes. Adoro eliminarlos de mi cerebro. El tinnitus sigue ahí pero él solo, sin nadie más que yo, su enemigo vencido. Hace años me dijeron que me acostumbraría a esa presencia y, a pesar de no creerlo en absoluto al principio, así ha sido: forma parte de mi vida y, salvo que centre mi atención en él, ahora es casi invisible.

Vivo con mi tinnitus, con mis muertos, con mis amistades desaparecidas en el trajín de la vida; vivo con mis olvidos y mis recuerdos a medias; con mi primer amor a los trece o catorce años -cómo será ahora, habrá formado una familia, será feliz, sólo al recordarla se acelera mi corazón y me estremezco.

Vivo y duermo y me despierto, y hago lo que debo hacer, y sigo adelante. Los cascos que me regaló mi hija me ayudan a sentirme un gordo astronauta sujeto a la gravedad de la tierra. Ahora mismo podría haber un bombardeo y yo seguiría escuchando la cantata 147 del maestro Bach que tantas veces canté con la coral de Binéfar, ajeno a todo sonido exterior.

Sé lo que soy. No oír voluntariamente los sonidos del mundo cotidiano me ayuda a ser más lo que soy, aunque eso me suponga algún susto cuando mi mujer me toca el hombro para decirme algo. Soy el que soy sin necesidad de ninguna zarza ardiente.

miércoles, 26 de enero de 2022

Cerbatana

Me digo que son épocas, temporadas, malas rachas, momentos. Y, en lo que me queda de inteligencia, sé o quiero saber que tengo razón. Imagino, por ejemplo, que vendrán otras distintas si sobrevivo a esta. Pero todos morimos en una época, en una temporada, una mala racha, un mal momento. Esto también es verdad.

Hoy he tramitado la viudedad de una mujer casada con un hombre que ha fallecido por culpa del covid a los cincuenta y un años. Ella es de origen colombiano y se ha quedado sola con un hijo autista de dieciséis años. Épocas. Su marido murió en medio del tiempo, de una mala racha, cuando no tocaba.

Porque ni el tiempo ni lo inesperado nos da respiro. Porque el tiempo es un maldito hijo de puta que nunca se detiene de verdad, ni siquiera cuando nos rendimos al sueño e inmediatamente despertamos en Nueva Zelanda, o en un velero en medio del Cabo de Hornos, o cabalgando en las praderas de Arizona, o trabajando en una mina romana como esclavo tras la invasión de mi pueblo, o cazando en el Amazonas con una cerbatana. El tiempo no se detiene jamás e, incluso mientras dormimos, cura y envejece al mismo tiempo nuestros músculos, nuestros huesos, nuestros órganos internos, nuestra memoria. Cura y envejece.

Por eso no puedo fiarme de mis pensamientos. No, no, no: nunca. Lo que escribo, lo que pienso, sólo es un río sin verdadero sentido, como los ríos de verdad. Todo y nada puede suceder en cualquier momento. Debo prepararme para eso, debo aprender a prepararme para eso.

martes, 25 de enero de 2022

Entre las viñas

La ansiedad ha regresado. Ni siquiera el frío bajo cero de las mañanas en las que camino hacia el trabajo puede con ella. Conozco bien su origen y sé que debo aprender a combatirla sabiéndolo. Pero mañana por la mañana pondría un pie delante del otro hasta dejar atrás la pequeña ciudad y sus edificios, y pisaría sobre los charcos de hielo entre las viñas, y me tumbaría allí boca arriba, sobre la tierra esponjosa, vestido con mi ropa de invierno mirando el cielo azul, y cerraría los ojos durante un rato, mucho rato, durante todo el tiempo necesario.

lunes, 24 de enero de 2022

Los gorriones duermen

Voy a acostarme sin saber gran cosa de nada. Recuerdo un verso de un poeta polaco cuyo nombre no recuerdo que decía algo así como: "el grifo es pequeño / pero mi sed es inmensa como un océano". Me siento así. Los poetas saben decir esas cosas.

Hoy he leído en un periódico que cada día el sol sale un minuto más pronto y se pone un minuto más tarde. Todos sabemos que a partir de enero y febrero aumentarán las horas de luz. Me gusta vivir en un hemisferio en el que existen cuatro estaciones. Bueno, cinco en mi caso.

Me voy a la cama sin saber mucho más de lo que sabía ayer. El río Vero viaja hacia el mar frente a mi casa con un caudal de dos palmos de altura. Los gorriones duermen. Yo también dormiré.

domingo, 23 de enero de 2022

Nadie como tú

Zaragoza. Ya no tenemos andamios en la terraza y han cambiado los cristales rotos, aunque los nuevos son ligeramente de otro color y mi TOC se acelera un poco al verlos.

Por la tarde, muy pronto, drama de mi madre con mi padre. Corriendo con Maite a su casa, de donde habíamos salido a las dos. Ella quería salir a la calle con el pijama y su marido, papá, se lo ha impedido. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Mi padre es una mala persona, lágrimas, estoy sola, todos estáis equivocados, os ha puesto en mi contra, etcétera. Alzheimer. Mi padre la ama y la cuida y se ocupa de la casa, la comida, la limpieza, todo. Tiene ochenta y cinco años. El próximo lunes daré de alta en mi oficina a una empleada de hogar, y todos rezamos para que la acepte y congenien y sea posible que mi padre tenga un descanso, porque ya casi no puede más.

Me he ido del piso de mis padres a las seis y media. Ella ya estaba más tranquila, ni siquiera se acordaba de lo que había sucedido. Por mi trabajo sé que el Alzheimer es una enfermedad terrible, pero vivirla en primera persona es devastador.

He salido de la casa donde crecí gran parte de mi vida agotado, literalmente reventado mentalmente. Y he estado tres horas. Mi padre está todos los días, veinticuatro horas siete días a la semana. Al llegar a nuestro piso me he servido un whisky con hielo. Me siento rendido: es el whisky, dos porros o dos pastillas de Lorazepam. Rendido, triste, ansioso y preocupado.

No es una historia original. Miles de familias están pasando por lo que está pasando la mía. Yo mismo, por mi trabajo de informador de la Seguridad Social, he asistido a ese proceso, he escuchado historias como la mía. No consuela. Nunca existirá en este mundo nadie como mi madre, nadie como mi padre, nadie como tú o como yo.

sábado, 22 de enero de 2022

Camisetas con dibujos

Un lugar donde vivir. Alguien que me ame como soy, sin medias tintas. Las necesidades básicas y algunas pocas extraordinarias cubiertas con el salario de un trabajo que me gusta. El frío del invierno que precede a la primavera. Ver en la pantalla un dron de origen humano volando sobre la superficie de Marte. Poder comprar camisetas con dibujos y mensajes que me gustan. Poder comer lo que quiera. Amar. Ser amado. Ser una más entre las personas más afortunadas de toda la tierra.

viernes, 21 de enero de 2022

Calendario estelar

Cuaderno de bitácora. 21 de enero de 2022 según el calendario estelar de la especie humana. Navego a a través del tiempo. Nada que anotar hoy. Tengo mucho sueño. Avanzo hacia el futuro al margen de mi voluntad. Sé que así ha de ser. Floto mirando el cielo de día y también de noche. Soy, como tú, un viajero del tiempo. Todos somos astronautas.

jueves, 20 de enero de 2022

Algunas de las estrellas

Un nuevo día termina y,
en un instante,
se ha convertido en pasado,
casi nada queda de él.

Navegamos sobre aguas veloces.
Los acontecimientos suceden y
tomamos decisiones a
cada momento. Vivir es así.
No nos guía el destino sino
el instinto, por eso al cruzar una calle
miramos a iquierda y derecha
antes de dar el siguiente paso.

La inteligencia sabe
manifestarse de muchos modos.
Algunas de las estrellas
que contemplo en el cielo nocturno
murieron hace millones de años.
Es importante saberlo.

miércoles, 19 de enero de 2022

Tortilla de chorizo

Estoy agotado. Los martes atendemos a los ciudadanos por la tarde. Sé que para mucha gente la atención e información de una pequeña oficina comarcal de la Seguridad Social es un trabajo que no requiere gran esfuerzo. Y no, no requiere esfuerzo físico, pero sí mental. Cada persona que se sienta al otro lado de la mesa, cada persona a la que llamas por teléfono, es distinta de la anterior, y sus consultas y problemas son también diferentes. Los martes, atendiendo por la mañana y por la tarde hasta las siete, son abrumadores. Como comentamos los compañeros medio en broma, al acabar no sabemos ni cómo nos llamamos.

Los ciudadanos quieren, y así lo merecen, un trato humano de calidad, empático, educado, amable y eficaz. Yo llevo muchos años haciendo este trabajo y creo que he aprendido a desarrollarlo de ese modo, pero para ello he de poner todo mi corazón y mi improbable inteligencia en escuchar y saber qué debo hacer, cómo he de hablar, hasta dónde puedo llegar. Y se da la paradoja de que justamente todo esto que me agota es lo que me engancha de mi trabajo. He aprendido mucho de la vida de otras personas; he asistido a tragedias, a alegrías, me han contado cosas íntimas, a mí, a un desconocido, sabiendo que, como los sacerdotes, mi profesión me impediría dar datos personales, como de hecho así es.

A las siete, cuando hemos salido de la agencia, ya era de noche. Exactamente parecían las once o las doce de la noche, y hacía mucho frío. He comprado cuatro cosas y he ido a casa, donde Maite preparaba sus clases en la mesa del salón, rodeada de papeles, el portátil abierto. Me he cambiado de ropa. Para cenar he cocinado tortilla de chorizo. Hemos cenado en la mesa pequeña delante de la televisión con una botella de vino tinto. La tortilla estaba buenísima. He dicho: "Si abriera en Londres un sitio donde sólo hiciera tortillas de chorizo me iba a forrar". La vida también está hecha de decir tonterías.

Sí, estoy agotado y al mismo tiempo me siento bien. Es una agradable sensación semejante a la dulzura de las enfermedades leves, ese dejarse llevar por el abandono, flotando sobre el agua del río boca arriba viendo pasar las ramas de los árboles bajo un cielo azul de color azul.

Todo está bien. Mi vida actual está llena de preocupaciones banales y otras importantes, pero todo está bien. La diferencia entre la vejez y decadencia de quienes fueron tus jóvenes padres y la erupción de un volcán o las lluvias torrenciales que lo arrastran todo a su paso no existe: son lo mismo.

Me voy a acostar y leeré exactamente tres párrafos de la novela que tengo entre manos desde hace unas semanas antes de caer dormido y despertar en otro mundo fresco y nuevo, descansado como si la vida de este lado no existiera. Me gusta jugar a imaginar esas cosas. La vida también está hecha de imaginar tonterías.

martes, 18 de enero de 2022

El jabalí

Hoy he pasado todo el día con mi mejor amigo desde hace treinta y tres años. Ha venido desde Girona a pasar tres días en la Sierra de Guara y esta mañana he ido a Adahuesca para estar con él todo el día. Hemos caminado por el campo, hemos reído, nos hemos puesto al día de nuestras familias y, en realidad, absolutamente, ha sido como si nos hubiésemos visto ayer.

En las zonas de sombra el campo estaba cubierto de hielo blanco, pero lucía el sol en el cielo. El campo en invierno siempre me recuerda a Chéjov. Las fincas de cereal estaban húmedas y blandas, y las ramas desnudas de los árboles parecían desprender un fulgor dormido en el cielo azul.

Hemos venido a Barbastro a comer y luego, más tarde, hemos recogido a Maite y hemos ido a pasear por una ruta junto al río Vero que hay en un pueblo cercano que se llama Castillazuelo. Ha sido un paseo agradable. En algunos tramos había tanto hielo que era casi como pisar nieve, algo que me gusta mucho.

Más tarde hemos venido a casa a cenar algo, tras comprar cuatro cosas en un supermercado. Ha sido en ese momento cuando he visto en el móvil los mensajes de mi grupo familiar, hablando del bajón de mi madre, de la situación de mi padre como imposible cuidador con sus ochenta y cinco años, hablando de posibles soluciones que actualmente se resumen en una: ayuda domiciliaria. La última vez que recurrimos a ella tuvimos que cancelarla porque mi madre no la quería, pero ahora el Alzheimer ha avanzado y tal vez nos lo permita.

En cualquier caso durante la cena he compartimentado mis sentimientos. Es algo que he aprendido a hacer: compartimentar realidades y sentimientos, no mezclarlo todo como si fuese joven. No soy joven, y he reído muchísimo mientras la tristeza esperaba su turno en la cola. Lo mejor de Carlos es que con mirarnos nos basta para saber y para reírnos de nuestra sombra; lo mejor de Carlos es que él me quiere como soy y yo también a él como es. El amor de la amistad, como el de la pareja, es querer al otro como es, sin más, sin querer cambiar nada sustancial del otro. Bueno, en la amistad sin querer cambiar absolutamente nada del otro (en eso gana por goleada al amor romántico).

He dejado a mi amigo en Adahuesca y he regresado a Barbastro. No se ha cruzado delante del coche ningún animal. La luna llena brillaba en el cielo como una lámpara de papel gigante, y también las estrellas en la noche helada.

Al volver a casa, cambiarme de ropa y venir a escribir a esta mesa diminuta, en la cola de mi mente absurda le ha tocado el turno a la tristeza. He escrito a mis hermanos y cuñadas y cuñado. Es paradójico que hoy haya podido reír y ser feliz mientras en Zaragoza la enfermedad de mi madre avanza inexorable y sin piedad. Menos mal que allí están mis hermanos Javier y Carlos (sí: mi hijo se llama Carlos porque mi hermano se llama Carlos y mi tercer hermano, mi amigo del alma, se llama también Carlos). Ellos están sobrellevando el día a día entresemana. Los fines de semana vamos nosotros y mi hermana Susana y su familia.

Algo sé: será el amor lo que nos ayude a pasar este puente, el que nos tenemos entre nosotros y el que les tenemos, infinito, a nuestros padres. Cuando haya que reír, reiremos; cuando haya que llorar, lloraremos. Somos vida, somos luz, somos los frágiles y fuertes eslabones de una cadena cuyo comienzo no podemos ver salvo en los álbumes de fotografías, y aún allí sólo los últimos metros de la larga línea que se pierde en el pasado. Todo sucederá. Lo que realmente me obsesiona es impedir el sufrimiento de mi madre, el de mi padre, pero ¿qué puedo hacer? ¿Cómo podemos impedirlo? Lo único que nos queda, como siempre, es el amor. Amor, amor, amor, amor. Compañía, tomar una mano que tal vez algún día no sepa quién eres, llevar comida a mi padre como hace Javier para que no tenga que cocinar, pasar la tarde con ellos en su piso como hace mi hermano Carlos, hacerles saber que nunca estarán solos, que siempre estaremos a su lado, hasta el final, queriéndoles con todo nuestro corazón.

Tras dejar a mi tercer hermano en Adahuesca, de vuelta a Barbastro, he llorado un poco. No mucho, sólo unos kilómetros. La carretera tenía muchas curvas y en cualquier momento podía aparecer un jabalí.