En estos tiempos duros me salvan las personas a las que atiendo en mi trabajo. Hay tanta honestidad y bondad en el mundo. La mitad de mis usuarios son inmigrantes, y la mayoría desprenden una serenidad y alegría que me reconforta al otro lado de la mampara y la mascarilla que me distancia de ellos. Cada uno es distinto: tímidos, pícaros, alegres, melancólicos, hay de todo, pero me siento tan cercano a ellos como a un familiar. Sus inquietudes, miedos y preocupaciones son las mismas que las mías. Soy incapaz de comprender siquiera básicamente el racismo: todos los seres humanos somos iguales, sólo son distintas las circunstancias. Yo me desvivo con ellos, igual que con los españoles, a conciencia, sin ahorrarme el mínimo gesto de respeto y cariño. Llevo muchos, muchos años atendiendo a personas de casi todas las nacionalides, edades y condición. He aprendido algo que quiero compartir contigo: somos lo mismo. Todos somos lo mismo, créeme y no lo olvides nunca. La única esperanza de nuestra especie, además de la exploración del espacio estelar, reside en reconocer eso: todos somos lo mismo, todos somos hermanos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
que bonito lo que has escrito
aca la gente es diferente
ha cambiado con la pandemia
y cada uno se preocupa por ellos mismos
Cierto, Jesús.
Es en nuestro afán de aparentar ser especiales cuando perdemos la perspectiva.
Un abrazo.
Creo firmemente en lo que escribí, y creo firmemente que ese es nuestro único futuro si queremos sobrevivir en el universo como especie. No hay otra posibilidad.
RECOMENZAR, querido fernando, muchas gracias por vuestros comentarios.
Un abrazo fraternal.
Hay que decirlo más. Y creérselo.
Publicar un comentario