martes, 12 de enero de 2010

Cuento de invierno

Cada día de cualquier peatón de un país occidental podría convertirse en una película de Eric Rohmer. Lo que vemos de esa persona: cuando se dirige al trabajo, cuando toma un café en un bar, cuando sube al coche y se aleja calle arriba; y también lo que no vemos: cuando abre la puerta de su casa y la cierra tras de sí, cuando habla con su marido o su amante sentada a la mesa de la cena, cuando despierta en medio de la noche, poco antes del amanecer. A mí me interesan esas cosas, me interesa mucho ese concepto artístico cuyo único propósito es mostrar sin estridencias el misterio que late en la experiencia cotidiana de nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros vecinos. Por eso me gustaban y me gustan mucho las películas de Rohmer, que murió ayer. Ellas, junto a tantas otras de propuestas y estilos muy diferentes, forman parte de mi educación sentimental. Quién sabe, tal vez su serie titulada «Cuentos de las cuatro estaciones» (mi preferido es el de invierno) contribuyó de algún modo, inconscientemente, al título de este cuaderno. Debo tanto a tantos, a decenas, a centenares de tantos vivos y muertos, habitantes de siglos cercanos y de siglos remotos, conocidos y anónimos... A medida que trazo mi camino más agradecimiento siento hacia todos ellos, hacia su talento, hacia su inteligencia, hacia el fruto de sus exploraciones. Son mi discreta compañía.

jueves, 7 de enero de 2010

Vidas minúsculas

Las calles de Mauléon aparecen desiertas a las doce de la mañana del dos de enero de dos mil diez. No se ve un alma por la calle. Me pregunto quién vive tras los visillos de las ventanas, quién puebla este pequeño pueblo de Aquitania atravesado por un río. Hay una breve avenida flanqueada por árboles, un frontón, el Café de l'Europe. En el escaparate de una tienda fotográfica sonríen niños desconocidos encaramados a una motocicleta. Pienso en Proust; pienso en las vidas minúsculas de Pierre Michon; pienso en aquella película que en su día me gustó tanto, «Las confesiones del doctor Sachs». ¿Podría vivir yo en un lugar así? Ah, pero yo ya vivo en un lugar así: pequeño, provinciano, casi desierto a determinadas horas del día. En mis ventanas hay cortinas. Un cielo gris que presagia lluvia. Vidas minúsculas.

miércoles, 6 de enero de 2010

Mañana de reyes

Camino hacia el tanatorio para dar mis condolencias a una amiga del coro a quien se le ha muerto su madre de ochenta y nueve años. En la acera del velatorio hay gente charlando y fumando. Un pequeño grupo ríe animadamente. En mi país un funeral es un motivo como cualquier otro para practicar las relaciones sociales y familiares, una costumbre que rinde homenaje a la vida. Entro en el edificio y doy dos besos a mi compañera de música. Pronuncio con cariño las palabras conocidas: «Te acompaño en el sentimiento», una frase en la que es necesario detenerse. Hablamos durante unos minutos y vuelvo a casa. El aire es frío pero luce un sol radiante. Algunos niños pasean junto a sus padres portando los regalos que los Reyes Magos les han dejado en casas distintas a las suyas. Ignoro el motivo pero por primera vez en mi vida no siento nostalgia.

Dos ríos

jueves, 31 de diciembre de 2009

Musgo

La lluvia nos acompañó durante todo el viaje, una lluvia suave y constante que continúa cayendo en la noche que cubre los bosques que nos rodean. Mis padres, hermanos y sobrinos vinieron ayer a la casa y a nuestra llegada el lugar ya había sido ocupado por el clan, diecinueve personas más otra que crece en el vientre de su madre. Dentro de unas horas cenaremos y brindaremos para que el nuevo año que comienza sea benévolo con nosotros. Si la leña arde en la chimenea y la lluvia empapa el musgo en la oscuridad, ¿cómo no tener esperanza en el futuro?

martes, 29 de diciembre de 2009

Toki Ona

Todavía no ha llegado el paso de año nuevo y ya comienzo a elaborar mi lista de buenos propósitos. Siempre es la misma, lo que dice mucho de mi escasa fuerza de voluntad, y también siempre sostengo cierta esperanza en cumplirla, lo que dice algo de mi ingenuidad. Pero ahora es momento de envolver regalos y comenzar a preparar el viaje de pasado mañana a Toki Ona, que significa «Lugar bueno» en euskera. El propósito principal de mi lista, teniendo en cuenta las comidas y cenas que me esperan, deberá esperar a los Reyes Magos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

De clérigos

Nunca presto mucha atención a las proclamas y doctrinas de los clérigos católicos, al fin y al cabo a mí no me conciernen, no soy miembro de ese club y no otorgo autoridad alguna al papa o los obispos, del mismo modo que no otorgo ninguna autoridad a los demás representantes de las otras ofertas religiosas actuales. Los observo con curiosidad, eso sí, pues no deja de sorprenderme el empeño que tienen todos ellos en que quienes no creemos en sus supersticiones actuemos exactamente como ellos dicen, una falta de respeto verdaderamente inaudita.

Hoy he leído que el papa, apoyando un acto de los obispos españoles en defensa de la familia (de la familia «católica», habría que precisar), ha dicho lo siguiente: «La familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos". Ahí queda eso. Lo primero que he pensado es en mi familia, claro. Yo estoy casado con una mujer y tengo dos hijos. Es cierto que intentamos inculcarles valores que hagan de este mundo un lugar más justo, más humano, más decente, pero esos valores huyen drásticamente de la religión para acercarse a la razón, la ciencia, el arte, la sensibilidad, el sentido de la justicia. En la escuela de mi familia enseñamos a nuestros hijos que para formar una familia sólo hace falta amor y responsabilidad, no dos sexos determinados y unas normas pautadas por el sanedrín. Así que se da la paradoja de que yo cumplo la palabra del papa, pues inculco a mis hijos valores que dignifican a la persona, pero la cumplo en dirección distinta a la que su secta propone, pues mis valores comienzan por el rechazo a cualquier religión, un rechazo proporcional al impulso de la curiosidad, la investigación, las preguntas sin respuesta previa, la evidencia de que nuestra vida es una experiencia absolutamente personal. ¿Nihilismo? No: exploración.

Hace tres o cuatro años regresaba del colegio de mi hijo con él de la mano cuando un compañero suyo que caminaba a nuestro lado y que asistía a la catequesis previa a la comunión le preguntó: «Oye, Miramón, ¿qué os enseñan en la clase de Ética?». Carlos contestó: «Pues que tenemos que querernos todos y ser buenos y todo eso, pero sin Jesús ni la virgen».

¿He escrito que no suelo prestar mucha atención a los curas? ¿Opinas que parece mentira después de lo que acabo de escribir? Bueno, en mi descargo diré que es lo primero que redacto al respecto en todos estos años, y añadiré: si ningún católico está obligado a divorciarse, si ningún católico está obligado a casarse con una persona de su mismo sexo, si ningún católico está obligado a hacer esto o lo otro, si efectivamente los católicos pueden hacer lo que quieran según sus preceptos, ¿cómo es posible que el resto de la población debamos asumir como algo normal que ellos pretendan convertir en ley general sus dogmas y creencias, sus valores, su doctrina? ¿Cómo es posible que debamos aceptar eso?

Cuando he leído que el señor Rouco Varela afirmaba que sin las familias cristianas España y Europa se quedarían prácticamente sin hijos, sin futuro biológico, me he dado cuenta de la verdadera dimensión de la desesperación de su iglesia. ¿Acaso no tenemos hijos quienes no creemos en ningún dios? Sí, los tenemos. En realidad, ése es su verdadero problema.

domingo, 20 de diciembre de 2009

De pájaros

Por la mañana fui con Paula al huerto de un amigo a recoger leña de almendro. Al paso de nuestro coche se espantaban bandadas de pajarillos grises en los arbustos junto al camino; en los ralos campos verdes se alimentaban garcetas blancas y, mezcladas con ellas, media docena de circunspectas avefrías.

Al llegar a la finca aparqué junto a la caseta y di voces para hacernos notar. Ángel y su padre vinieron a nuestro encuentro. Llenamos el maletero de leña y, tras darles sinceramente las gracias, fuimos a la sierra de San Quílez a recoger piñas y pequeñas ramas para encender. Detrás de un gran pino derribado por el viento descubrimos el esqueleto de un perro o un zorro, su cráneo intacto, sus costillas blancas sobre el musgo de la ladera.

De regreso a casa vimos picarazas y cuervos en los campos labrados. En la lejanía se escuchaban disparos de escopeta, ladridos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Fría y blanca

La noche es fría y negra. Las ventanas de la colmena se irán apagando de una en una hasta ceder el testigo de nuestra existencia a las pálidas, pequeñas, amarillas luces de las farolas en las calles desiertas. Más allá, en campo abierto, la humedad cristaliza minuto a minuto. Pronto vendrá la aurora fría y blanca.