jueves, 3 de junio de 2010

Encuentro con Berna

Apoyado en uno de los soportales de piedra de la plaza mayor de Graus espero a Berna, una amiga de la red a la que hoy conoceré personalmente por primera vez. Estoy nervioso y trato de calmarme mirando el vuelo de los pájaros que chillan en el espacio rectangular. Como Berna, a pesar de ser madrileña de nacimiento, es de origen chino, yo tendré ventaja a la hora de identificarla, pues ella ignora mi aspecto. ¿Por qué estoy tan nervioso? Hemos hablado varias veces por teléfono y nos hemos escrito, así que en cierto modo ya nos conocemos. Supongo que lo que me pasa, por infantil que resulte, es que temo decepcionarla.

Cuando ella aparece mira durante unos instantes a su alrededor. Me acerco, le digo: «Hola, Berna», reímos, nos damos dos besos y de pronto, como por arte de magia, la tensión desaparece. Le cuento que el corazón me latía a toda velocidad. Nos sentamos a la mesa de una terraza y pedimos unas cañas. Ella ha traído su último libro para regalármelo. Durante dos horas hablaremos de nosotros, de literatura, de familia, del campo, de la ciudad. Comprobaré una vez más que las personas que conocemos a través de internet son tan interesantes y generosas en un lado de la pantalla como en el otro, y también apasionadas, inocentes y dotadas de una genuina curiosidad.

viernes, 28 de mayo de 2010

Cuarenta y siete

Nunca imaginé que cumpliría cuarenta y siete años. Nunca imaginé que llegaría a pesar más de cien kilos, que tendría el pelo blanco, que tras veintiocho años seguiría enamorado de la misma mujer.

Imaginé que moriría joven, delgado y maldito tras recorrer medio mundo. Imaginé que me acostaría con centenares de mujeres de todas las razas. Imaginé que mi especie colonizaría el espacio y yo, antes de morir dramáticamente joven y maldito, estaría allí para verlo.

Los vencejos giran sobre los tejados en el aire cargado de electricidad que precede a la tormenta. Ellos, como las hileras de hormigas que cruzan los caminos o las campanadas de la iglesia de San Pedro, son piezas imprescindibles en el mecanismo que da cuerda a este mundo. A estas alturas de mi vida, qué paradoja, me gustaría imaginar algo verdaderamente imposible: que dispondré del tiempo necesario para enumerarlas, para describirlas todas.

domingo, 23 de mayo de 2010

Vino con gaseosa

Fuimos a visitar a mis padres y volví a disfrutar de su vitalidad y su sentido del humor. Sentado a la mesa los veía reír y, cómo explicarlo, sentí que todo encajaba suavemente en mi interior.

jueves, 20 de mayo de 2010

Guijarros

En medio de la noche caminas sobre la nieve, tus botas rellenas de paja hundiéndose hasta el tobillo en cada paso. Al amanecer el hielo se derrite y crecen los bosques, las ardillas son borrones cobrizos en la corteza de los árboles, las truchas iridiscentes se funden en la corriente del río. Por la tarde disminuye la espesura, se esconden los lagartos y se levanta la tormenta de arena. El anochecer te encuentra en una playa de guijarros, de pie frente al océano. Reúnes leña arrojada por el mar, enciendes una fogata, te acuestas junto al fuego, cierras los ojos, comienzas a caminar sobre la nieve.

lunes, 17 de mayo de 2010

Primavera

Lunes radiante, luminoso. Mientras conduzco de vuelta a casa contemplo el campo verde, las flores, los caminos, las nubes blancas. ¿Cómo es posible que cada año me entusiasme como si fuese la primera vez? No lo entiendo. Y al momento de escribir «no lo entiendo» pienso: ¿eres idiota? No hay nada que entender.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Salarios

A lo largo de una mañana de trabajo especialmente intensa varias personas me han informado, algunas con media sonrisa bailando en los labios, de que iban a rebajarme el salario para hacer frente al déficit de mi país, acuciado por la crisis económica mundial. Pero lo que yo me he traído a casa son las lágrimas de Adriana, la hija de M. A., una mujer rumana enferma terminal de cáncer. En su país era veterinaria y tenía a su cargo las granjas de una región montañosa; en España trabajaba de empleada de hogar hasta que cayó enferma. Estamos tramitando para ella una pensión de Incapacidad Permanente por Reglamentos Comunitarios, a la espera tan sólo de los informes laborales de Rumanía, que no llegan. Adriana, que como cada semana me traía los partes de confirmación de la baja laboral de su madre, rompe a llorar al darse cuenta de que ésta morirá antes de que su país de origen envíe la documentación. «Allí todo funciona muy despacio», afirma, «y mi madre no aguantará demasiado», y añade: «lo peor es que no puedo hacer nada». Tampoco yo puedo hacer nada. Pongo mi mano izquierda sobre sus manos y mirándola a los ojos le digo que lo siento mucho. Ella afirma con la cabeza varias veces, se seca las lágrimas, me pide perdón y se va. Otra persona se sienta delante de mí, una anciana que necesita un certificado para presentarlo en el Ayuntamiento. Pasarán varios minutos antes de que el dolor de Adriana se disuelva lentamente en mis pulmones.

viernes, 7 de mayo de 2010

Neandertales

Leo que en el ADN de los seres humanos modernos, exceptuando las poblaciones subsaharianas, existe entre un uno y un cuatro por ciento de información genética neandertal. Así pues nuestros antecesores tuvieron relaciones sexuales con los neandertales dando a luz híbridos fértiles. Es una información que, no sé por qué, me conmueve especialmente. Qué apropiada noticia hubiera sido para el Cuaderno de un hombre de cromañón.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y llueve

Llueve sobre el tejado de mi casa, sobre la calle, sobre la chapa de los coches aparcados junto a la acera; llueve sobre el pueblo y el asfalto de las carreteras, llueve suavemente sobre la claraboya de la buhardilla donde duermo.

Llueve también sobre este lugar antes de que existiesen casas, calles y carreteras; antes de que desapareciesen los bosques y, más atrás, antes de que apareciesen; llueve antes de los grandes rebaños y antes del blanco meteorito.

Llueve sobre el planeta desierto, un lugar en el que hace mucho tiempo que no habita la raza humana; llueve sobre sus mares poco profundos, llueve suavemente sobre la roca desnuda haciendo el mismo ruido que si pudiésemos escucharlo, llueve dentro de cien millones de años, y llueve.