miércoles, 27 de octubre de 2010

Vigesimoséptimo día

Octubre continúa avanzando hacia noviembre, insensible a nuestras dudas y nuestras certezas. Nada le detendrá, ni el amor ni el miedo ni el cansancio ni el frío, ni tampoco esa fragilidad que de improviso se instala en nuestro corazón como un pájaro. No, nada le detendrá, pues el verdadero motivo de su existencia es no detenerse nunca.

martes, 26 de octubre de 2010

Vigesimosexto día

Atenuar el miedo, expulsar el sufrimiento. La melancolía. Bach. En una ventana de Leipzig se apaga la luz de un candil. La biblioteca ha caído sobre un fondo de silencio. Los instrumentos reposan en sus cuerdas. Un hombre cansado y de vista tenue se dirige a la cama, ha releído, más allá de las páginas, un mundo al que volverá mañana. La nada le ha sido concedida como un don. La nada es un bien. Por eso reza. De cada día surge una melodía: le pondrá un contrapunto. Mientras llega el sueño, piensa en los que yacen. Oye la vida en lo inaudible. Quizá la música consista en eso, en revelar las cosas antes de que adquieran nombre. Si ha quedado un libro abierto sobre el escritorio, el universo seguirá teniendo un espejo en la tierra.

Ramón Andrés, de Johann Sebastian Bach - Los días, las ideas y los libros, Acantilado, 2005.

lunes, 25 de octubre de 2010

Vigesimoquinto día

Por la mañana alguien me dice que en las montañas han caído las primeras nieves. En el llano sopla un viento furioso que inclina los chopos y álamos junto a las acequias. Los campos de maíz que quedan sin cosechar tienen el color del bronce antiguo. Ayer desmonté el sistema de riego automático para guardarlo en el interior de mi casa hasta la próxima primavera. Hasta la próxima primavera, escribo, y me estremezco.

domingo, 24 de octubre de 2010

Vigesimocuarto día

Hoy he cantado con mi coral en Pla de la Font, un pueblo de colonización cerca de Lérida cuyo ayuntamiento nos ha contratado en las celebraciones del quincuagésimo aniversario de su creación. ¡Cincuenta años solamente! Pocos años antes de que yo naciese este lugar no existía.

En un acto protocolario previo a la misa y el concierto su alcalde ha hablado de aquellos primeros colonos, provenientes de Cataluña, Aragón, Andalucía, Valencia, Castilla, que llegaron al territorio para comenzar una nueva vida, agricultores a quienes se les concedían unas parcelas para que las trabajaran y pudieran labrarse un futuro. Desde el coro de la iglesia escuchaba sus palabras y me parecía estar en una película del oeste americano o de Siberia.

Al terminar nuestra actuación y recoger los bártulos hemos salido a la calle, lucía el sol y una rondalla cantaba una albada en homenaje al pueblo y sus fundadores. Algunos de sus versos me han emocionado:

Han pasado cincuenta años
desde que vinimos a estas tierras
con los bolsillos vacíos
y el alma llena de pena.

Esto era casi un desierto,
no había agua ni luz,
pero lo más importante
es lo que trajiste tú,
lo más importante es
lo que trajiste tú.

sábado, 23 de octubre de 2010

Vigesimotercer día

¡Las nueve de la noche y todavía no he hecho mis ejercicios! Ahora me pondré a ello porque desde hace un tiempo faig bondat, que en catalán quiere decir cuidarse, portarse bien, adelgazar incluso como, poco a poco, estoy haciendo yo. Me gusta mucho el catalán y siempre que puedo aprovecho para practicarlo. Hay una palabra que me encanta: tardor, la tardor, que se pronuncia sin la erre final: la tardó, y significa otoño, un otoño femenino.

viernes, 22 de octubre de 2010

Vigesimosegundo día

Después de hablar por teléfono con mi amigo me preparo un té rojo y ordeno las partituras del concierto del domingo. Poco a poco la noche cubre con su manto el pueblo iluminado con farolas. El frío ha llegado para quedarse. La taza de té está caliente. La voz de mi amigo siempre es música para mi corazón.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Vigésimo día

MI MUERTE

Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!"
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien".
Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo".
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz".
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.

Raymond Carver,
de Todos nosotros, 4ª edición, septiembre de 2007.

martes, 19 de octubre de 2010

Decimonoveno día

Una vez el marido de esta mujer la agarró de los pelos y golpeó su cabeza contra el suelo. Cuando estaba embarazada la amenazaba con las jeringuillas que utilizaba para vacunar a los tocinos, le decía que iba a ponerle la inyección que les ponía a las cerdas para que pariesen. La trataba como si fuese un animal o, sabe usted, peor que a los animales de la granja. En el pueblo nadie le quería y todos le temían, cuando bebía se pegaba con el primero que se encontraba por la calle. Al hijo lo sacó del colegio en cuanto cumplió quince años y le hacía trabajar con él de sol a sol, no le permitía salir por ahí con otros jóvenes de su edad. Durante años ella nunca se atrevió a denunciarlo porque sabía que el monstruo era capaz de matarles a los dos, pero cuando el chico intentó suicidarse se dio cuenta de que debía ser valiente, si no por ella, por su hijo. Puso una denuncia en la guardia civil y los dos se fueron a vivir a casa de su hermana en Barbastro. El juez impuso una orden de alejamiento que, afortunadamente, el ogro cumplió. Se divorciaron sin la presencia de él, que no quiso saber nada. Ella renunció a cualquier pensión compensatoria, a la aislada casa junto a la granja, a todo lo que tuviese que ver con aquel hombre y las cosas que le hacía. Comenzó una nueva vida. Se puso a limpiar para varias empresas en bancos, oficinas y colegios. El hijo se hizo mayor y se fue lejos con la traumática carga de su infancia en la memoria. Ella se compró un piso pequeño en la ciudad. Cuando a finales de septiembre de dos mil diez supo que su marido había muerto sintió un gran alivio, yo sé que está mal, sabe usted, pero no pude evitarlo, por fin podía respirar tranquila, por primera vez podía caminar por la calle sin esa sensación de temor permanente a la que nunca había llegado a acostumbrarse. Le hemos tramitado una pensión de viudedad especial para casos de violencia de género, una modalidad que elude la obligatoriedad de que la viuda percibiese pensión compensatoria del excónyuge. No es mucho dinero pero ella está satisfecha, lo ve como una especie de indemnización por haber aguantado tantos años a aquel hombre que conoció muy jovencita y la engañó. Me da las gracias, se levanta sonriendo y sale a la calle donde hace frío, el aire es transparente, las hojas de los castaños de indias se secan lentamente.