Me siento muy cansado. Hoy me acostaré temprano a pesar de las lágrimas del proceso que la ley obligó a seguir a un marido que ayudó a morir a su compañera desde los veinticinco años, víctima de la terrible enfermedad que es la Esclerosis Múltiple Amiotrófica: ELA.
Una ley de eutanasia consensuada y justa y humana es imprescindible en nuestro país, y estoy seguro de que un día u otro llegará. Pero cuánto dolor nos ahorraríamos si fuese mañana en vez de pasado mañana.
Con la derecha sucede algo muy raro y terrible: confunden los derechos con obligaciones. Nadie está obligado a abortar si no quiere hacerlo, nadie está obligado a divorciarse si no quiere hacerlo, nadie está obligado a desear una muerte digna, anticipada, en plena consciencia de su ser. Nadie.
Quien quiera sufrir hasta el final una terrible agonía podrá hacerlo. Quien quiera dar a luz un bebé enfermo o fruto de una violación podrá hacerlo. Quien quiera soportar un matrimonio sin futuro podrá seguir soportándolo. ¿Qué problema hay? Uno solo: obligar a toda la sociedad a cumplir las normas mentales y religiosas de una parte. La respuesta es sencilla: que les den por el culo y los ciudadanos sean libres de gobernarse sin sus prejuicios y repugnantes discriminaciones.
Estoy muy cansado y voy a acostarme pronto. Confío en que lo que pienso llegue pronto a nuestro país. Sólo soy un voto, ése es todo mi poder. Un voto y todo mi corazón. En España es imprescindible una Ley de eutanasia como ya existe en otros países europeos. Es imprescindible ya. Basta de sufrimiento inútil. Quien quiera sufrir como Jesucristo en la cruz que lo haga, nadie se lo impedirá. Quien quiera poner fin a un sinsentido que tenga una posibilidad. ¿No merecemos como seres humanos esa opción?
lunes, 8 de abril de 2019
Ocho de abril
domingo, 7 de abril de 2019
Siete de abril
Esta mañana, como solemos hacer, hemos ido a caminar nuestros seis kilómetros junto al canal. Marcha rápida -es el único ejercicio que hacemos cada semana- y mucha conversación. En el barro de los charcos secos había huellas de fuinas, como aquí se llama a las garduñas, y también de jabalíes y raposas. Pensé en la posibilidad de hacer guardia en esos senderos una noche para verlos, pero teniendo en cuenta mis ronquidos, porque me dormiría, ningún animal salvaje osaría pasar delante de mí en un kilómetro a la redonda.
El domingo se apaga lentamente. Es en momentos así cuando agradezco que mi trabajo me guste tanto, a pesar de las cosas que a veces debo escuchar y leer. Pensar en mañana no me desespera más que el futuro de nuestra especie. Pero soy optimista. Nos adaptaremos a lo que venga, incluso lo inducido por nuestra irresponsabilidad, y saldremos adelante. Siempre ha sido así. Piensa en los inuit. Piensa en los tuareg. Somos unos de los animales de nuestro planeta más capaces de adaptarse a cualquier situación climática, y también comenzamos a viajar fuera de nuestro hogar a través del espacio estelar.
sábado, 6 de abril de 2019
Seis de abril
Nevó en cotas bajas. Las montañas relativamente cercanas se veían hermosas cubiertas de nieve bajo las nubes oscuras que hacían brillar el verde esmeralda de los campos de cebada. En qué lugar tan pequeño vivimos. En qué lugar tan bonito.
viernes, 5 de abril de 2019
Cinco de abril
La prima de Maite ha muerto hace unas horas. Tenía nuestra edad y dos hijos de la edad de los nuestros.
Lo veo a menudo en mi trabajo, pero es distinto cuando sucede en esos círculos concéntricos que las relaciones crean como pequeñas piedras al golpear en el agua.
No ha sido una muerte inesperada sino todo lo contrario, y de algún modo es un acto de misericordia ante el terrible sufrimiento que N. ha padecido en estos últimos meses. Ella, por lo que sé, nunca pidió que le ayudaran a desaparecer, tal vez tener hijos aún jóvenes le impelían a seguir luchando hasta el final.
Cada ser humano somos un milagro único, una libélula que brilla en la espesura durante algunas noches y después deja de hacerlo.
Lo he escrito muchas veces en mis blogs, también en este, creo. cuando nació mi hija Paula escribí esa misma tarde en mi cuaderno de notas: "Ha nacido mi hija. Mi hija que también morirá". Acababa de nacer pero yo, como todos nosotros, sabía. Porque sabemos. No el lugar, no la hora, no la edad ni el momento, pero sabemos. Ha nacido mi hija hace unas horas, mi hija que también morirá.
No sé qué importancia ni para quién puedan tener las palabras que escribo, pero sólo trato de dar testimonio de algo que otros escribieron antes que yo: habitamos el mundo como si fuésemos inmortales sabiendo que lo somos. Por eso cada ser humano de este planeta es poeta, filósofo, músico y explorador, cuide un rebaño de camellos en Mauritania o investigue en un laboratorio de California. Es increíble, cautivador, y además es verdad.
Iremos al funeral y compartiremos el dolor sabiendo que todo termina desapareciendo: imperios y galaxias y primas y padres y nuestra infancia y juventud. Incluso el dolor. Incluso la memoria del dolor. Todo termina desapareciendo, y, mientras vivimos como si no sucediera, como así ha de ser, creo que es bueno saberlo al mismo tiempo.
jueves, 4 de abril de 2019
Cuatro de abril
Nuestro hijo Carlos vuela en este mismo instante junto a algunos amigos a nueve mil o diez mil kilómetros de altura rumbo a la República Checa, donde otro amigo está cursando una beca Erasmus desde hace algún tiempo.
Es extraño saberlo en esta pequeña cabina junto a mi cama en la que me recluyo para poner punto y aparte al día.
Paula en Bergen, Carlos en el cielo dentro de un avión, Maite en el salón corrigiendo exámenes y trabajos, yo aquí frente a esta pantalla que amo y a veces odio por igual.
Pero todo lo que hago lo hago por mi propia voluntad. Y creo que este detalle es una tontería importantísima en la que muchas personas no caemos. Mañana podría divorciarme pero amo a mi compañera y ella me ama a mí. Mañana podría dejar mi empleo y crear una gestoría, por ejemplo, o trabajar en una ya existente pidiendo un mejor salario del que cobro ahora, o reponer estanterías en un supermercado, o conducir una furgoneta de reparto, y ser feliz.
En realidad somos más libres de lo que creemos que somos. Todo lo tenemos en nuestras manos, incluido el riesgo de perderlo todo, porque nosotros decidimos. Depende de nosotros. Esto es algo que a menudo hemos olvidado.
Nada me obliga a estar aquí, delante de mi ordenador cada noche, para dar testimonio a veces de algo y muchas veces de nada.
Supongo que quien nace con libertad no la siente ni comprende su significado. Como la salud, es algo que sólo se valora al perderla.
Nada me obliga realmente a ir a trabajar cada día a mi querida y pequeña Agencia Comarcal de la Seguridad Social de Barbastro que, si llego antes que mis compañeros, abro como quien abre una frutería, todos tenemos llave del candado.
Me siento tan afortunado que me da miedo formularlo, y no sólo acabo de hacerlo sino que, por si faltara poco, lo he escrito. Mi hijo y sus amigos están a punto de aterrizar en el aeropuerto. Mi hija no sé lo que está haciendo en Noruega. Mi compañera (me cuesta mucho decir "mi mujer", básicamente porque no es de nadie salvo de sí misma) ha dejado de trabajar y se ha ido a dormir -ella es una alondra, yo un búho.
El planeta gira sin que la fuerza de la gravedad nos permita darnos cuenta de ello. Yo escribo, como siempre, dale que te pego, palabra tras palabra como si el mundo entero me lo pidiera: ¡Jesús Miramón, escribe cada día porque lo necesitamos como el aire que respiramos! ¡Jesús Miramón, escribe, cabrón! (La rima siempre es un arma ganadora).
Somos más libres de lo que imaginamos. Sólo debemos estar dispuestos a pagar el precio.
Mi hijo vuela sobre las nubes. Su madre y su hermana duermen bajo ellas. Yo escribo.
miércoles, 3 de abril de 2019
Tres de abril
Imagino a alguien escribiendo esta noche una entrada en su diario con el siguiente título: trescientos cuarenta y tres días de invierno.
Puedo imaginarlo con varias extremidades, dictando sus palabras o sonidos a un artefacto de color azul pálido.
Fuera de su cubículo sobre la ciudad de millones de habitantes se ponen dos soles, iluminando el cielo de colores melocotón, sandía, leche, nube de algodón.
Escribe: "Un día más en este mundo. Cuando acabe el invierno ya habré cumplido doscientos trece años. No le tengo miedo a la muerte, pero los siglos pasan tan deprisa."
Después se acerca a la ventana y disfruta con sus ocho ojos de la belleza del final de un día más de seiscientas horas de duración. Siente en sus tres corazones cómo el tiempo, y con él la vida, se precipita irremediablemente.
martes, 2 de abril de 2019
Dos de abril
Estoy tan cansado que escribo por inercia. Las palabras brillan durante un segundo en mi cerebro y luego aparecen aquí. El de hoy fue un día tan largo. Leí denuncias de malos tratos en el ámbito familiar tan terribles que me costó no llorar. Atendí también a madres recientes con sus preciosos bebés durmiendo en sus carritos. Vaya, lo normal. Buenas noches, lectores y lectoras, os quiero. Buenas noches.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:53 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 1 de abril de 2019
Uno de abril
No tengo un horario para escribir. Suele ser a partir de estas horas porque es cuando ya he descansado y se aproxima la cena, o ya ha pasado y lo que se aproxima es la hora de acostarse y cerrar los ojos al mundo.
Siempre me han fascinado las horas que los seres humanos destinamos a dormir. Y he fantaseado, claro, cómo no hacerlo: al dormir aquí despierto en otro lado. En los sueños aparecen lugares que conocemos pero son distintos. He tenido relaciones sexuales con compañeras de trabajo mientras soñaba, y al verlas por la mañana me he sentido turbado por ello. Todo es posible allí, en el otro lado del sueño, como si nada fuese posible aquí. He volado sobre una Zaragoza abandonada hace siglos por la especie humana y cubierta de plantas salvajes rompiendo con sus raíces las fachadas de los edificios de la calle Baltasar Gracián.
Dormir y soñar es algo muy importante para los seres humanos. No hay mayor tortura, y por desgracia se ha practicado como tal, que impedir dormir a un prisionero. Se puede llegar a causarle la muerte, porque nuestro cerebro necesita descansar de la realidad, necesita purgar la basura visual y auditiva que ha ido almacenando innecesariamente a lo largo del día. Dormir es algo imprescindible. Es apagar y volver a encender nuestro cuerpo mientras éste se limpia de residuos y, a veces, también, como suele suceder con la basura, de pequeñas maravillas.
Es en este contexto en el que los diarios, los blogs o, como se llamaban al principio, los cuadernos de bitácora, una descripción que me encanta, tienen sentido todavía. Dar testimonio de la navegación real y de la imaginaria, crear una voz viva y audible. Así fui y pensé e imaginé y, también, soñé.
Voy a levantarme para preparar la cena: pan con tomate, jamón bueno, queso y vino. ¿Puede haber algo mejor? No. Ni siquiera la inmortalidad.
domingo, 31 de marzo de 2019
Treinta y uno de marzo
Esta noche perdí una hora. Llevo tanto tiempo escribiendo este diario que seguramente todo lo que diga a partir de ahora ya lo dije antes: me perturba haber perdido una hora. Ahora mismo son las diez y veinticinco de la noche pero ayer, en este momento exacto del mundo, eran las nueve y veinticinco de la noche. Me cuesta comprenderlo y a la vez me ayuda a entender que todas las medidas que nos rodean a lo largo de nuestra vida son solamente eso: acuerdos colectivos, convenios, apaños. Medimos el tiempo según nos conviene, aunque él no haga lo mismo con nosotros.
sábado, 30 de marzo de 2019
Treinta de marzo
Hemos ido a visitar a mis padres caminando. Desde nuestra casa cuesta media hora más o menos. Me ha sorprendido un poco ver lo sucias que estaban las calles de Zaragoza, o tal vez fuese efecto de la luz, que se desvanecía poco a poco mientras se encendían las farolas. La gente tomaba copas y tapas en innumerables terrazas. Hemos pasado, tanto en la ida como en la vuelta, frente a un gimnasio donde podías ver a las personas corriendo en cintas móviles pues en vez de pared había un inmenso cristal.
Al llegar a la casa donde me crié nos hemos encontrado con mi hermano Carlos y Concha, nuestra cuñada queridísima. Ellos se han ido al cabo de un rato a buscar a mi sobrino Diego, que estaba en casa de un amigo, y Maite y yo nos hemos quedado con Jesús y Nati un rato más. Ochenta y tres y casi ochenta años. Hoy mi madre estaba mejor que la última vez que fuimos a verles, así que he vuelto a casa más animado, aunque con una consciencia muy clara de que ya hemos entrado, como hijos e hija, en una etapa muy concreta de nuestras vidas y, sobre todo, de las vidas de nuestros padres amados.
Al llegar a nuestro apartamento he venido al cuarto de mi hija con un bourbon con hielo y aquí estoy, escribiendo mientras escucho una obra que descubrí hace poco y desde entonces no puedo dejar de oír. Parece mentira que tras tantos años de música no la conociera, pero cuantas más existirán. Es el precio que pagamos: vivimos fugazmente, pero tal vez por ello lo hacemos con más intensidad.