Este año del señor de dos mil diecinueve, si nada se tuerce, va a terminar mucho mejor que como empezó. He aprendido y madurado (sí, se puede aprender y madurar a los cincuenta y seis años), y ahora me siento más preparado para seguir navegando sin mareos ni dudas improductivas. Eso sí: tardaré mucho tiempo en proponerme escribir cada día de cada día y hacer una fotografía cada día de cada día. He tenido suficiente. Lo que haré será, además de escribir de vez en cuando, ir reincorporando al blog lo que queda del año dos mil once, en el que hice lo mismo y lo perdí al tocar algo que no debía en la plantilla del cuaderno. Menos mal que guardaba una copia de seguridad y podré resucitar aquellas trescientos sesenta y cinco entradas en este diario que, junto a los anteriores, ya comienza a ser viejo y dar cuenta de un viaje relativamente largo.
Pero dos mil diecinueve aún no ha terminado. No hemos atravesado esa frontera imaginaria, ese convenio colectivo. Quién sabe si mañana no aparecerán en el cielo las primeras naves no humanas de nuestra historia, o si de aquí a unos días no habré sido afortunado con alguno de los números de lotería que inevitablemente he comprado, quién sabe si alguna de mis células comenzará a replicarse con una mutación que acabará matándome antes de lo que yo pensaba. Todo puede suceder en los días que vendrán, y también a partir del uno de enero del año próximo. Nada está escrito y los navegantes sólo podemos hacer lo que siempre hicimos: dar testimonio, dibujar mapas.
viernes, 13 de diciembre de 2019
Trece de diciembre
jueves, 12 de diciembre de 2019
Doce de diciembre
A eso de las seis y media de la tarde, ya de noche, llovía. Me gusta el sonido de los limpiaparabrisas barriendo rítmicamente el agua, y me gustan también las luces de los semáforos, las de la decoración navideña y las de los otros coches reflejadas en el suelo mojado. Por eso después de mis recados he dado un paseo tranquilo por la ciudad con la radio apagada, sin más sonido que el de los limpiaparabrisas y mi propio silencio relajado. Los paseos en coche no tienen el reconocimiento que deben. Es mejor caminar, suele decirse. Yo digo: son experiencias distintas. Pasear en coche sin prisa, sin rumbo ni nada que hacer, sobre todo si llueve como esta tarde, es un bálsamo para mí, un espacio benéfico en el tiempo.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Once de diciembre
Me he despertado de la siesta con un frío ya casi olvidado y antiguo. Era un frío que en vez de venir de mi alrededor parecía nacer en mi interior. Me he servido una infusión muy caliente para intentar recuperar una temperatura humana.
Aunque ha sido Maite quien, sumando notas con la calculadora de su móvil y sin mirarme, lo ha expresado mejor: "Eso es que te has levantado destemplado". Y ya está.
martes, 10 de diciembre de 2019
Diez de diciembre
Salgo del salón donde me he sometido a los diez minutos de rigor de rayos UVA y descubro que junto a la iglesia de San Francisco hay un tiovivo, y al otro lado del puente una churrería en este momento sin clientes. La supero, me detengo como si me llamaran por teléfono y hago una fotografía. Siempre disimulo cuando hago fotos de personas o negocios. No estoy seguro de que sea legal hacerlo sin pedir permiso, pero en fin, no voy a lucrarme con ello.
Hay un experimento que nunca podré llevar a cabo pero en el que he pensado muchas veces: hacer un retrato de cada uno de los rostros que atiendo cada día al otro lado de la mesa. Creo que el resultado sería fascinante: colores y orígenes distintos, sexos distintos, edades distintas y siempre la mirada, esa vulnerabilidad.
He dejado atrás la churrería y su olor a aceite de freír y he caminado hasta casa bajo las luces navideñas. La luna llena era un capullo de seda borroso en el cielo negro. Al entrar en el recibidor y colgar el abrigo en la percha he olido el aroma familiar de este piso que ya hemos hecho nuestro. El número quince en nuestras vidas nómadas, y los recuerdo uno por uno. Todos los hicimos nuestros, en todos fuimos felices casi siempre. Le he dado un beso a mi compañera y he venido a este mismo dormitorio en el que ahora escribo para ponerme la ropa cómoda y vieja de andar por casa. Mi favorita entre toda la que tengo. Es ponérmela y creo que mis pulsaciones descienden a la mitad.
lunes, 9 de diciembre de 2019
Nueve de diciembre
Dos mil diecinueve
ya comienza a
parecerse más
al pasado que al futuro.
domingo, 8 de diciembre de 2019
Ocho de diciembre
La primera evaluación siempre es antes de Navidad, y para una profesora de Lengua y Literatura eso significa decenas y decenas de exámenes y trabajos por corregir, que es lo que Maite está haciendo a dos metros de mí mientras escribo estas líneas.
La niebla cerrada de esta mañana se disolvió hacia el mediodía y ahora, a pesar de ser ya noche cerrada, continúa desaparecida.
Todo va y viene hasta acabar yéndose para siempre, pero me prometo a mí mismo no olvidar estos momentos de paz y tranquila felicidad, que también se disolverán y desaparecerán.
sábado, 7 de diciembre de 2019
Siete de diciembre
Nos hemos acercado a un gran centro comercial, hay quien dice que uno de los más grandes de Europa, para recoger un producto que compramos hace unos días por internet. A pesar de que el puente laboral invitaba a los zaragozanos a irse a esquiar o a cualquier otro sitio, la cantidad de personas que había en ese centro comercial era algo inimaginable. Villancicos norteamericanos a todo volumen, luces de navidad por todas partes, y gente, muchísima gente (como nosotros, claro). En otro tiempo no lo hubiera soportado, lo cual indica cuánto he mejorado.
viernes, 6 de diciembre de 2019
Seis de diciembre
La tierra estaba fría y musgosa a primera hora de la mañana, cuando hemos empezado a varear los olivos de mi padre. La de este año ha sido una mala cosecha, el fruto era pequeño y muy difícil de soltar de las ramas, pero hemos reído, hemos hecho bromas sobre lo primitivo de nuestra tecnología y finalmente hemos llevado a la almazara unos cuantos sacos. Hemos tenido que esperar nuestro turno y luego, aprovechando el viaje, hemos comprado en la tienda aceite sin filtrar, puro zumo de aceite de oliva virgen extra de color amarillo, opaco a la luz, que la chica nos ha llenado directamente de la linea de circulación del aceite recién exprimido. Al salir al aparcamiento con las bolsas de papel en las manos hacía frío a pesar de la lejana presencia de un sol incapaz de impedirlo.
jueves, 5 de diciembre de 2019
Cinco de diciembre
Ya en Zaragoza, dos huevos a la plancha y a dormir. Mañana toca coger olivas en el huerto de mis padres en el pueblo navarro del que provengo, y madrugar.
miércoles, 4 de diciembre de 2019
Cuatro de diciembre
Preocupaciones mundanas: tengo el coche en el taller por un ruido extraño en el motor, probablemente una correa de transmisión, bueno, en realidad no tengo ni idea, y mañana por la tarde vamos a Zaragoza para, a su vez, madrugar el viernes e ir al pueblo a recoger olivas. Espero que mañana esté arreglado, si no pediré que me dejen uno de sustitución.
Ando ya pensando en los menús de noche buena y navidad. Creo que los platos principales serán rape en salsa verde con almejas en noche buena y ternasco al horno con patatas el día de navidad. Nada de experimentos, a lo seguro. Y alrededor tapeo y ensaladas y jamón bueno y croquetas de mi hermano Javier, que las hace buenísimas, y, en fin: dos pequeños banquetes.
Es un poco raro que ayer escribiese sobre la muerte y hoy lo haga sobre mi coche en el taller y lo que cocinaré en navidades. Supongo que los seres humanos somos así: capaces de pasar de una situación a otra sin remordimiento alguno. Por eso somos supervivientes innatos. Explorar la vida que nos rodea incluye también ser conscientes de eso.