jueves, 19 de diciembre de 2019

Diecinueve de diciembre

Ya comienzo a pensar en cocinar para mi familia. El martes que viene lo haré para veinte personas y el día siguiente para quince. Como tenemos, entre comillas, dos viviendas, hay elementos que tendré que llevar de Barbastro a Zaragoza, sobre todo cazuelas grandes, bandejas, el mortero, algunas especias... Bueno, he hecho una lista. Tengo lo que voy a servir en la cabeza, incluso algunas cosas ya están compradas, aunque el lunes o el mismo día de nochebuena iré a por lo más fresco.

Me gusta alimentar a las personas que quiero, me gusta mucho hacer eso. La navidad no, aunque comprendo que hay miles y miles de comerciantes que dependen de los precios de estos días para cuadrar sus cuentas. Vale, y también personas a quienes les gusta porque sí, porque la encuentran entrañable y esas cosas, es verdad.

Escojo quedarme con lo más positivo: reuniremos a mi familia alrededor de la mesa y allí estarán mis padres, de ochenta y tres y ochenta años. Para ellos, a estas alturas de su edad y con mi madre enferma, cada navidad es una oportunidad ganada al tiempo para estar todos juntos, una oportunidad especial a pesar de que lo hagamos en otras ocasiones a lo largo del año; para ellos la navidad es algo muy especial. Vamos allá.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Dieciocho de diciembre

A veces me parece ver tierra
al final del océano. Todavía
parece más un espejismo que
algo real pero sé que está ahí,
esperándome de nuevo.

Ir y volver a ir, siempre ir,
ese es mi viaje: ir y nada más.

martes, 17 de diciembre de 2019

Diecisiete de diciembre

Estoy tan cansado que se me ha agotado la imaginación. Y hace falta imaginación, mucha imaginación, para dar testimonio coherente de la realidad y la verdad más cotidianas. Imaginación a raudales como el sueño se precipita a raudales hacia mí haciendo que los párpados pesen toneladas de plata fundida. Ojalá sueñe con caballos. Necesito soñar con caballos.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Dieciséis de diciembre

Leo que alrededor de hace mil millones de años hubo un estallido muy violento de formación de estrellas en el centro de la Vía Láctea. También en nuestro interior suceden hechos violentos: cada latido de nuestro corazón enviando la sangre a hacer su extenso recorrido o las sinapsis de las neuronas de nuestro cerebro, por ejemplo, son violencia en su escala, una violencia abrupta y necesaria. Acaso ese estallido de estrellas hace mil millones de años es un latido de nuestra galaxia, sólo uno entre el anterior y el siguiente.

Los San del Kalahari, rebautizados por los colonos blancos como bosquimanos, uno de los grupos humanos más antiguos que existen, llaman a la Vía Láctea "La columna vertebral del cielo". Pueden contemplarla en el cielo nocturno mientras bailan golpeando la tierra con sus pies y el fuego de la hoguera crepita violentamente ahuyentando el frío y los leones.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Quince de diciembre

Hoy no he salido de casa en todo el día. He cocinado a primera hora de la mañana comida para la semana y, antes de volver a cocinar la comida del mediodía de hoy, he dormido la siesta del carnero, algo que no había hecho nunca. Ha sido raro despertar a la una y media y preparar el vermut mientras pelaba alcachofas. Por la tarde, claro, no he podido dormir, así que ahora, a las nueve y veinte, ya tengo sueño.

Asuntos importantes mientras se derriten los polos y se secan las cataratas Victoria en África.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Catorce de diciembre

Asisto en las redes sociales a discusiones estériles, sin interés alguno porque sus participantes no se leen, no se escuchan, sólo repiten sus consignas como loros. Bueno, eso también sucede en la calle y en los bares y en demás sitios de reunión humanos.

La palabra que en mi opinión mejor define la libertad más radical es NO. ¿Es que no te interesa debatir conmigo? Sabiendo que te importa un pimiento lo que yo pueda decir, NO. ¿Te apetece quedar a comer la semana que viene? Lo siento, pero NO me apetece. ¿Es que mis ideas no te parecen respetables? Pues NO.

Aunque lo mejor de aprender a decir No, algo imprescindible para alcanzar cierto estado similar al bienestar o la felicidad de vez en cuando, es el valor inmenso que de pronto adquiere la maravillosa palabra Sí.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Trece de diciembre

Este año del señor de dos mil diecinueve, si nada se tuerce, va a terminar mucho mejor que como empezó. He aprendido y madurado (sí, se puede aprender y madurar a los cincuenta y seis años), y ahora me siento más preparado para seguir navegando sin mareos ni dudas improductivas. Eso sí: tardaré mucho tiempo en proponerme escribir cada día de cada día y hacer una fotografía cada día de cada día. He tenido suficiente. Lo que haré será, además de escribir de vez en cuando, ir reincorporando al blog lo que queda del año dos mil once, en el que hice lo mismo y lo perdí al tocar algo que no debía en la plantilla del cuaderno. Menos mal que guardaba una copia de seguridad y podré resucitar aquellas trescientos sesenta y cinco entradas en este diario que, junto a los anteriores, ya comienza a ser viejo y dar cuenta de un viaje relativamente largo.

Pero dos mil diecinueve aún no ha terminado. No hemos atravesado esa frontera imaginaria, ese convenio colectivo. Quién sabe si mañana no aparecerán en el cielo las primeras naves no humanas de nuestra historia, o si de aquí a unos días no habré sido afortunado con alguno de los números de lotería que inevitablemente he comprado, quién sabe si alguna de mis células comenzará a replicarse con una mutación que acabará matándome antes de lo que yo pensaba. Todo puede suceder en los días que vendrán, y también a partir del uno de enero del año próximo. Nada está escrito y los navegantes sólo podemos hacer lo que siempre hicimos: dar testimonio, dibujar mapas.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Doce de diciembre

A eso de las seis y media de la tarde, ya de noche, llovía. Me gusta el sonido de los limpiaparabrisas barriendo rítmicamente el agua, y me gustan también las luces de los semáforos, las de la decoración navideña y las de los otros coches reflejadas en el suelo mojado. Por eso después de mis recados he dado un paseo tranquilo por la ciudad con la radio apagada, sin más sonido que el de los limpiaparabrisas y mi propio silencio relajado. Los paseos en coche no tienen el reconocimiento que deben. Es mejor caminar, suele decirse. Yo digo: son experiencias distintas. Pasear en coche sin prisa, sin rumbo ni nada que hacer, sobre todo si llueve como esta tarde, es un bálsamo para mí, un espacio benéfico en el tiempo.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Once de diciembre

Me he despertado de la siesta con un frío ya casi olvidado y antiguo. Era un frío que en vez de venir de mi alrededor parecía nacer en mi interior. Me he servido una infusión muy caliente para intentar recuperar una temperatura humana.

Aunque ha sido Maite quien, sumando notas con la calculadora de su móvil y sin mirarme, lo ha expresado mejor: "Eso es que te has levantado destemplado". Y ya está.

martes, 10 de diciembre de 2019

Diez de diciembre

Salgo del salón donde me he sometido a los diez minutos de rigor de rayos UVA y descubro que junto a la iglesia de San Francisco hay un tiovivo, y al otro lado del puente una churrería en este momento sin clientes. La supero, me detengo como si me llamaran por teléfono y hago una fotografía. Siempre disimulo cuando hago fotos de personas o negocios. No estoy seguro de que sea legal hacerlo sin pedir permiso, pero en fin, no voy a lucrarme con ello.

Hay un experimento que nunca podré llevar a cabo pero en el que he pensado muchas veces: hacer un retrato de cada uno de los rostros que atiendo cada día al otro lado de la mesa. Creo que el resultado sería fascinante: colores y orígenes distintos, sexos distintos, edades distintas y siempre la mirada, esa vulnerabilidad.

He dejado atrás la churrería y su olor a aceite de freír y he caminado hasta casa bajo las luces navideñas. La luna llena era un capullo de seda borroso en el cielo negro. Al entrar en el recibidor y colgar el abrigo en la percha he olido el aroma familiar de este piso que ya hemos hecho nuestro. El número quince en nuestras vidas nómadas, y los recuerdo uno por uno. Todos los hicimos nuestros, en todos fuimos felices casi siempre. Le he dado un beso a mi compañera y he venido a este mismo dormitorio en el que ahora escribo para ponerme la ropa cómoda y vieja de andar por casa. Mi favorita entre toda la que tengo. Es ponérmela y creo que mis pulsaciones descienden a la mitad.