lunes, 10 de junio de 2019

Diez de junio

Avanzo pausadamente como el gordo jaguar que soy entre la vegetación de la jungla y los manglares, siempre atento no tanto a la supervivencia sino a la depredación: es a mí a quien se me debe temer.

La sombra de una nube en el suelo, el sonido de una araña sobre las horas secas, los minutos secos.

Cuando llegue al río lo cruzaré, porque los jaguares no le tenemos miedo al agua ni al caimán, cuya cola llena de grasa nos vuelve locos de placer al masticarla mientras él aún se agita sin saber que todo ha terminado.

Cuando llegue a la montaña la subiré despacio, moviendo mis orejas en diferentes direcciones tratando de saber qué me rodea y, sobre todo, cómo puedo comerme lo que me rodea.

Camino como un gordo y viejo jaguar a través del mundo. Los parásitos inundan mis intestinos después de una vida larga, he perdido oído y mis colmillos, aunque siguen siendo fuertes como cuchillos, se asientan en una mandíbula que hace mucho ruido al respirar, sobre todo tras otra carrera fallida detrás de ese tapir que escapa río abajo.

Una cosa sé. Todos los jaguares lo sabéis. Nunca dejaré de caminar a través del bosque. No sé hacer otra cosa porque lo necesito.

domingo, 9 de junio de 2019

Nueve de junio

El domingo llega a su fin, pero mañana continúa la cuenta atrás que comenzó hace mucho tiempo.

sábado, 8 de junio de 2019

Ocho de junio

Esta tarde hemos ido a visitar a mis padres caminando. Media hora más o menos. Tres kilómetros atravesando algunos barrios de Zaragoza. Hoy mi madre estaba mejor que otras veces, más animada. Viven a medio camino entre mi pueblo de la Ribera de Navarra y Zaragoza. ¿Tocan médicos? Zaragoza. ¿No tocan médicos? Cascante, el huerto, los orígenes. Esta semana tocaban médicos.

Hemos estado un buen rato con ellos hablando de todo un poco. He sentido que nuestra visita había animado su tarde de sábado positivamente. Al principio mi madre, que está peor que mi padre, hablaba de sus males, de sus visitas, y a veces perdía un poco la memoria, aunque creo que menos que la última vez que estuvimos con ellos. Mi padre estaba como siempre. Si yo tuviera que dibujar mañana un senador romano durante la República, el ejemplo máximo de honestidad, austeridad y credibilidad, mi padre sería, incluso físicamente, el modelo perfecto. Creo que él más que nadie agradece que les visitemos y la rutina de ellos dos cambie.

Hoy ha sido una visita bonita. Hemos charlado de lo humano y lo divino, de nuestros hijos, de nuestros abuelos, de la romería de la Cruceta que se hace en mi pueblo no sé qué día de mayo, ahora no me acuerdo. Ellos y sus amigos se reunieron en la caseta de nuestra huerta y lo pasaron muy bien. "Allí quien más quien menos todos teníamos algo", decía mi padre riéndose, "A. se había caído el día anterior y tenía los ojos morados y la nariz hinchada. Qué quieres, si la mamá, que cumplirá ochenta años en julio, era de las más jóvenes de la comilona". Yo me reía. Habíamos dejado atrás las visitas médicas y empezaban a ser ellos sin el peso -cierto, pero no necesariamente presente a todas horas- de los problemas de su edad y su salud. Sé, porque también lo hemos hablado, que asumen su edad. "Tengo hijos de cincuenta y seis años", ha dicho mi madre. "Podría ser bisabuela", ha dicho. Y lo podría ser (si me leéis, hijos míos, ninguna presión, ¿vale? Intentad ser felices y nada más).

Nos hemos despedido con muchos besos y hemos regresado a casa atravesando calles, avenidas, rotondas, semáforos, más calles, más semáforos. En un momento dado, en la Avenida de Madrid, le he dicho a Maite: la naturaleza está muy lejos de todo esto.

viernes, 7 de junio de 2019

Siete de junio

La frontera de la medianoche se acerca. Hemos venido a nuestro piso en Zaragoza. Durante el viaje los campos que hace algunas semanas eran verdes ahora son dorados, amarillos, del color del cobre bajo un cielo cubierto de nubes sueltas, desparramadas como borras de lana.

La cortisona es un producto extraño. Ha comenzado a curarme la piel -y también, como en el pasado, a acentuar mi olfato tras mi operación de rinitis-, pero me impide dormir las horas necesarias sin que, después, me note agotado, sólo aburrido de la larga noche.

Y quiero dormir. Quiero soñar que vuelo sólo con levantar la barbilla, como siempre lo hice. Quiero acostarme y, al cerrar los ojos, despertar un un mundo aparentemente distinto en el que, sin embargo, he vivido toda la vida. Esa otra vida que resucita cuando cierro los ojos sobre la almohada.

jueves, 6 de junio de 2019

Seis de junio

Son las ocho menos diez de la noche y tengo un sueño atroz (no he dormido la siesta). Podría acostarme ahora pero a las tres de la madrugada estaría despierto y con los ojos como platos. Qué larga se está haciendo la tarde.

miércoles, 5 de junio de 2019

Cinco de junio

Hoy he ido a una dermatóloga porque desde hace mucho tiempo padezco una dermatitis que no desaparece. Me pica todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. A partir de mañana voy a tomar cortisona, lo que conlleva también hacer dieta y abandonar una de las cosas que más me gustan en el mundo: el alcohol. Sé cómo suena escribir esto, pero es mi diario y quiero ser sincero. En principio serán tres semanas. Es también, como este proyecto de escribir y fotografiar diariamente, un reto, otro reto.

He estado más temporadas en el dique seco, casi siempre para adelgazar, muchas para dar descanso a mi hígado, aunque después siempre volvía a las andadas. Me gusta mucho el whisky (y el vino, y la cerveza, y ya está). Ahora siento curiosidad por estas semanas que se avecinan a partir de pasado mañana. Cuando dejé de fumar pensé que nunca más podría escribir, porque siempre lo hacía con un Marlboro entre los dedos, y durante un tiempo, el del mono, así fue. Pero volví a escribir (con algunos kilos de más, es verdad, pero sin el cigarrillo en la mano ni en los pulmones).

Me pregunto qué escribiré sin la ayuda de la droga mientras mi dermatitis se cura. Una querida compañera de trabajo que ya se jubiló siempre me decía que yo era una de las personas más positivas que había conocido, y a mí siempre me sorprendía semejante aseveración porque yo nunca me había visto así, pero ahora pienso que igual llevaba algo de razón porque a continuación de la última frase iba a escribir: "Seguro que algo se me ocurrirá. La vida nunca se detiene y yo observo".

martes, 4 de junio de 2019

Cuatro de junio

Nunca sé lo que voy a escribir en este diario. Me dejo llevar por el momento. A veces hay algo y a veces debo aguantar la respiración y bucear en el día, en el mes, en mi vida.

En la dureza de este proyecto está su pureza. Todo lo sedentario que pueda ser o no ser -vale, lo soy- a nivel físico dejo de serlo a nivel mental. Cuando se aproxima la hora mágica me arriesgo lo que sea necesario. A escribir algo sin interés alguno o descubrir una pequeña cosa bonita, uno de esos cristales de botella pulidos que el mar arroja a la playa como una joya barata y que a mí tanto me gustan. Siempre lo hago en el momento, nunca lo preparo, es una de mis obsesiones: ahora es ahora. Y si escribo una mierda me da igual porque sé, conozco demasiado bien, lo que nos espera a todos.

Mientras tanto disfruto de esta inquietud, a veces de esta premura, estos retos absurdos que me pongo sin ninguna necesidad. Bebo mis últimos sorbos de whisky y me despido de este día que nunca jamás volverá a existir. Jamás. No pasa nada. Hace poco cumplí cincuenta y seis años. Sólo me interesa la experiencia diaria de aprender y explorar y también, no puedo negarlo, el placer físico. Siquiera dure un instante. Siquiera sea imaginado.

Reconozco que esta noche he tirado de oficio. Y, si no habéis encontrado nada digno de ser leído, nada que os haya interpelado mínimamente, ruego que me perdonéis. Yo, por mi parte, me voy a dormir con el cuerpo y el cerebro infinitamente cansados. Buenas noches.

lunes, 3 de junio de 2019

Tres de junio

No volveré a ponerme pantalones largos ni zapatillas o zapatos hasta octubre. El infierno ha comenzado. Camisetas, pantalones cortos y sandalias. Y en casa sin camiseta, medio desnudo. Y por la noche desnudo del todo con las puertas y ventanas abiertas. Como un animal en el desierto del Kalahari. Porque el calor me convierte en un animal, quienes me conocéis desde hace tiempo lo sabéis. Nunca podría vivir en un país tropical, pero sería feliz en el círculo polar ártico. El calor es primitivo, simple, nos hace sudar, sufrir, no posee ni provoca inteligencia alguna. El frío nos obliga a pensar, nos reta a vencerlo y crear ropa, estructuras, nos ayuda a correr y caminar y movernos sin maldecir cada minuto. El infierno ha comenzado un año más. El ventilador de mi rincón ya gira como la hélice del biplano de un explorador del siglo XIX. Esta mañana en el trabajo pusimos en marcha el aire acondicionado por primera vez y las personas que entraban lo agradecían mucho. Lo único que me consuela es que, como mi propia existencia, también esto pasará y, con suerte, el frío volverá. Dentro de mucho, mucho tiempo.

domingo, 2 de junio de 2019

Dos de junio

El domingo desfallece de media hora en media hora aunque no me disgusta. Tengo un trabajo que amo y con un horario flexible -salvo de nueve a dos: ese espacio sagrado, el dedicado a las personas.

A pesar de todo, en aquel desfallecimiento existe cierta melancolía que nada tiene que ver con el trabajo, que nada tiene que ver con la terrorífica cercanía del verano, que nada que tiene que ver con los mosquitos o las noches tropicales que se acercan durmiendo frente al ventilador. Es otra cosa. De media hora en media hora desfallece también el tiempo que me fue dado para vivir y, si quisiera, como quiero, dar testimonio de él.

Todos, uno tras otro, flanquearemos la puerta, atravesaremos el río. Anochece. Canta un mirlo que también lo hace durante la noche cerrada.

La vida me envuelve. Yo soy la vida y quien teclea en este portátil porque estoy aquí. No siempre será así. Recuérdalo. No lo olvides nunca. Este ahora mismo es un regalo poco probable en la soledad del inmenso universo que existe, y tiene la misma solidez que tú y que yo. Carne, sangre, semen, deseo, culpa, memoria, sentimientos, instinto.

Ha cambiado la luz. Los sensores de las farolas de las aceras las encendieron. Yo sigo aquí sentado, buscando en mi cerebro las palabras que necesito para expresar lo que, a menudo, ni siquiera sé qué es exactamente. Soy un perro que huele aquí y allá, concentrado y al mismo tiempo dispuesto a seguir sin pensárselo dos veces una mariposa. Una muy pequeña y muy bonita, más ligera y más lista que yo, una que nunca alcanzaré.

sábado, 1 de junio de 2019

Uno de junio

Hoy me desperté espontáneamente a las siete, no sé por qué. Ya era de día. Fui al baño a hacer pis. Sabía que era Sábado. Volví a acostarme y me dormí de nuevo. Desperté a las diez y media de la mañana, fresco y radiante como un ababol.

Por eso, entre otras cosas, adoro los días festivos.

viernes, 31 de mayo de 2019

Treinta y uno de mayo

En mi trabajo informo y tramito maternidades, paternidades, altas en la Seguridad Social cuando los jóvenes comienzan a trabajar, la tarjeta sanitaria europea cuando viajan de vacaciones, jubilaciones y viudedades: la vida entera. Hay un documento que en España, no sé si en otros países sucede lo mismo, es como el Santo Grial: el Libro de familia. Los antiguos venían acompañados de fotografías en blanco y negro del matrimonio, y cuando voy a la fotocopiadora y las contemplo siempre me emocionan. Todas y todos parecen actores de Hollywood, jóvenes y con los peinados de entonces, hace tantos años. Y da igual si eran de los valles más remotos del Pirineo o del pueblo más cercano a Barbastro.

He observado también, comparando aquellas imágenes de juventud con las de los carnés de identidad actuales, que, de algún modo, siempre somos los mismos. Ellos, nosotros, los hombres, acaso nos deterioramos más, pero ellas siguen pareciéndose mucho a cómo eran hace sesenta o setenta años. Me conmueve profundamente.

Las solicitantes de las pensiones de viudedad suelen venir acompañadas de alguna hija o algún hijo, y cuando son muy mayores, ochenta, noventa años, aceptan las cosas como son. La gente de la montaña es dura. Si no fuese por la confidencialidad a la que me debo como funcionario público hace años que hubiese hecho una colección de esas pequeñas fotografías de los Libros de familia más antiguos. Esos bigotes a lo Clark Gable, los peinados inverosímiles de ellas. "De profesión: sus labores", pone en casi todos. Un trabajo documental que yo no puedo hacer pero que acaso algún joven cineasta sí podría desarrollar. Cómo hasta lugares como Plan o Cerler ya llegaban en los cincuenta y los sesenta los modelos de belleza de las películas norteamericanas. Eran ganaderos, agricultores, panaderos, albañiles, ellas siempre o casi siempre "amas de casa".

Intento atender a estas personas mayores con todo mi cariño y respeto, y cuando se levantan acompañadas de sus hijos y salen de mi edificio a veces vuelvo a mirar las fotografías del antiguo libro de familia y comprendo, y aprendo, y amo mi trabajo.

jueves, 30 de mayo de 2019

Treinta de mayo

Me empeño en tener esperanza. Me empeño en tener esperanza con la misma fuerza que en ser feliz. Uno no tiene esperanza o es feliz porque sí. Debe existir una voluntad, a veces innata y a veces aprendida. Y es una voluntad que debe ser alimentada a diario, como si fuese una mascota. Y hay que sacarla a pasear, darle lo que necesita, acariciarla. La esperanza y la felicidad jamás crecen por su cuenta. Nos necesitan.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Veintinueve de mayo

Caen, se precipitan, a veces se hacen esperar sensualmente, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses. Los años.

Hay algo bello en la indiferencia del tiempo, la libertad que nos concede para interpretarlo como queramos mientras hace su trabajo. Ningún verso ni sentimiento ni gran causa política o social impedirá que te acerque a tu definitiva desaparición del escenario.

Es la indiferencia de la naturaleza, de la lluvia, de los preciosos gorriones que buscan migas en el parque y morirán antes que yo. O no. Es bueno saberlo.

martes, 28 de mayo de 2019

Veintiocho de mayo

Hoy he cumplido cincuenta y seis años. Es algo que me fascina, porque mi frontera imaginaria durante mi juventud era el paso de un siglo a otro. Más allá era terra incógnita y aquí estamos, diecinueve años después.

Hasta antes de ayer no me gustaba celebrar mi cumpleaños. Ya sabéis que soy un tipo duro, de piel de elefante e hígado de cachalote, un hombre sin sentimientos, sin pasado ni futuro, un forastero entrando a caballo en un pueblo olvidado de Dios. Pero sutilmente poco a poco ha ido desapareciendo el pueblo, el caballo, mi hígado de cachalote y mi piel de elefante. Estoy en esa fase humana en la que me alegra cumplir un año más por una sola razón: podré seguir explorando, conociendo, escribiendo, haciendo fotografías, atendiendo a personas de todo pelaje y condición; podré seguir conduciendo mi vieja Picasso, podré viajar, podré oler el aire de la pequeña ciudad después de una furiosa tormenta de lluvia y granizo.

La vida es estar. La muerte es no estar después de haber estado. Hoy cumplo años porque estoy. Y recuerdo a usuarios y usuarias mías de mi trabajo que ya no están. Seres humanos de cuyas familias conocía y a quienes tuve que atender cuando partieron, a veces dejando niños pequeños sin madre o sin padre. La vida es estar y la muerte es no estar.

Ya sabes que los martes trabajamos por la tarde y mientras regresaba de la agencia me fijé en la cantidad de plantas que crecen en las aceras, en cualquier resquicio, en cualquier oportunidad. Después llegué a mi calle y me fijé en la luz del sol sobre la hierba junto al río Vero canalizado que cruza Barbastro, un río que sólo parece tal cosa cuando en las montañas llueve mucho o comienza el deshielo. El sol iluminaba las buenas hierbas como si fuesen diosas griegas y yo, desde la acera, las contemplaba consciente de estar allí en vez de no estar.

lunes, 27 de mayo de 2019

Veintisiete de mayo

Han sonado truenos lejanos durante unos minutos, parecía que íbamos a tener una épica tormenta de las que me gustan a mí, pero ha llovido un rato, apenas diez minutos, y nada más. Lo truenos han dejado de oírse. El ruido de una vieja furgoneta bajando por la calle y nada más. Así son las cosas por aquí.

domingo, 26 de mayo de 2019

Veintiséis de mayo

Lo que votamos en las elecciones señala el salario mínimo que empezarán a cobrar nuestros hijos cuando trabajen por primera vez a tiempo completo, la subida anual de las pensiones de nuestros padres o abuelos, la cantidad del presupuesto nacional que se invierte en becas, en investigación o en seguridad.

No comprendo que existan personas que no votan por pereza, por desidia o porque piensan que da igual. Las asignaturas obligatorias de sus hijos o la dotación del personal sanitario de los hospitales lo deciden los partidos y las personas a las que votamos. No hay nada más que podamos hacer. Votar. Yo, que nací mañana en 1963, voy a votar con un orgullo y una sensación íntima, personal, difícil de explicar.

Lo que votamos afecta directamente a nuestras vidas diarias. Y lo dice alguien que informa cada día a los ciudadanos de los cambios legislativos y los requisitos para acceder a las prestaciones de la Seguridad Social, en mi caso. Yo sé lo importante que es votar. Yo sé cómo las decisiones legislativas pueden cambiar la vida diaria de la gente.

Ahora, quiero decir: a estas horas, ya no hago proselitismo. Los colegios electorales cerraron hace tiempo. Sólo espero que nuestro país, como Portugal, emprenda un camino socialdemócrata que dé la espalda a las políticas neoliberales que nos condenan prácticamente a la esclavitud.

Me sorprende y me conmueve a la vez darme cuenta de que no soy tan distinto a la persona que era cuando tenía diecisiete años.

sábado, 25 de mayo de 2019

Veinticinco de mayo

Han regresado los vencejos. Los veo volar como sólo saben hacerlo ellos, dibujando cabriolas en el aire, girando varias veces en el cielo, y pienso que no hace mucho tiempo hacían lo mismo sobre manadas de cebras y ñus, sobre los grupos de leones que cazaban a esos mismos animales, sobre las familias de elefantes.

Y aquí están ahora, sobre un paisaje tan distinto. Contemplo su vuelo entre grúas y edificios y no puedo olvidar de dónde vienen.

viernes, 24 de mayo de 2019

Veinticuatro de mayo

Llovió durante casi toda la mañana, hasta las doce o doce media más o menos. Abrí la ventana que hay junto a mi mesa de trabajo para poder oler ese aroma maravilloso, mezcla de la humedad de la tierra del jardín de los castaños y el hormigón y el asfalto de la acera y la calle. Amo ese olor.

Después dejó de llover. A las dos y media salí de la agencia y caminé hacia mi casa, que está a cuatro minutos de distancia. El cielo se había abierto y asomaba tímidamente el sol. Mientras ponía un pie delante del otro volví a pensar, como tantas veces, en lo extraño que es vivir.

jueves, 23 de mayo de 2019

Veintitrés de mayo

Despierto de la siesta sin saber si es por la tarde, por la noche o por la mañana. Me asomo al gran ventanal de la nave y contemplo el nuevo planeta, sus junglas extrañamente uniformes y compuestas de un pequeño número de especies de plantas u organismos parecidos a los antiguos helechos de la tierra. Más allá, bajo el cielo de color blanco, se adivinan altas cordilleras de pizarra que brillan a la luz de los dos soles. Todavía no hemos encontrado fauna, aunque durante la noche escuchamos gañidos en la selva, sonidos parecidos a los que hacen los cachorros humanos, maullidos de gato. Desconocemos qué animales o plantas los emiten. Todo es nuevo aquí, como en los planetas anteriores. Ya no recuerdo cuándo tuve por última vez un bebé entre mis brazos.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Veintidós de mayo

La tarde se desliza suavemente
como si durante un momento
nada pudiera desaparecer.

martes, 21 de mayo de 2019

Veintiuno de mayo

En mi trabajo atiendo situaciones de todo tipo. Algunas felices -paternidad y maternidad, tarjetas sanitarias europeas de personas que van a salir de vacaciones, jubilaciones, etcétera-; algunas muy tristes.

Aprendemos, sin siquiera darnos cuenta de ello, en cada momento. Desde que nos despertamos por la mañana hasta que caemos rendidos de sueño por la noche. No lo podemos evitar. El ser humano está hecho para explorar y aprender y escuchar y querer ir más allá de la siguiente colina. Somos así cuando estamos sanos. No lo somos cuando enfermamos.

Atiendo cada día a personas enfermas, y tras tantos años me he dado cuenta de que las enfermedades mentales son terribles. Yo padezco, en muy pequeño tamaño, de ello: cada mañana me tomo un antidepresivo y ansiolíticos, nada más el resto del día, pero veo casos muy graves. Seres humanos que han perdido cualquier interés, cualquier curiosidad, que vegetan en un limbo de obsesiones patológicas y otras enfermedades verdaderamente incapacitantes. Creo que la línea que separa a un enfermo digamos leve, como yo, de un enfermo grave, es cuando ya han perdido la curiosidad. Cuando ya se han rendido a la idea de que la rutina es una mierda y rechazan la posibilidad de que algún día puedan ser felices. Es cierto que estos usuarios suelen tener vidas familiares muy desestructuradas, poco apoyo familiar, dependencias tóxicas, etcétera. Pero me da mucha pena. Me dan ganas de agarrarles del cuello y decirles: ¿No os dais cuenta de que esta oportunidad de explorar y sentir este mundo es la única que os ha sido dada? Pero no lo hago porque sé que su enfermedad les incapacita para entender algo así. Y porque podrían denunciarme, y con razón.

Esto es lo que hay. No podemos elegir, y esto es importante: nadie puede elegir dónde y cuándo nace. Si en un país en guerra o en la cuarta potencia de la Unión Europea. Pero todos podemos decidir cómo afrontamos el reto de vivir, de sobrevivir, de aprender incluso de lo que nos sucede si no morimos durante el camino.

Siempre he creído que lo que nos hace humanos, si eso tiene alguna importancia, algo que dudo a veces, es nuestro afán de saber más, de huir, de conquistar, de saber qué se ve desde la colina más cercana.

lunes, 20 de mayo de 2019

Veinte de mayo

Sí, lo sé, la entrada de ayer fue una mierda pinchada en un palo. Pero escribo cada día. Cada día de cada día, al menos hasta el treinta y uno de diciembre de dos mil diecinueve. Si soy capaz. Tal vez he sobrevalorado mi capacidad creativa.

Bueno, en realidad siempre la he sobrevalorado.

Mi nombre es nadie.

domingo, 19 de mayo de 2019

sábado, 18 de mayo de 2019

Dieciocho de mayo

Se ha quedado dormida a mi lado. Yo escribo en la mesa baja del salón con los cascos puestos. La televisión está apagada (Eurovisión nos importa lo mismo a ella y a mí). Ayer fue su cumpleaños. Es una ventaja que no lea este diario. Imagino que alguien pensará: "¿Es su pareja y no lee lo que escribe en internet?". Pues sí, no lo lee: lo vive. Estamos juntos desde los dieciocho o diecinueve años, y nunca la he querido tanto. Hemos madurado juntos. Es preciosa. Durante mis crisis depresivas y de ansiedad supo estar a mi lado sin decir nada, sólo ahí, amándome. Todavía no sé exactamente por qué me quiere porque, en muchos sentidos, soy un desastre, pero sé que, sin su amor, yo me habría perdido para siempre en un bosque muy oscuro. Ahora mismo me río en silencio porque está absolutamente dormida en la butaca. No le molesta el ruido de las teclas. La miro y pienso que soy el ser humano más afortunado de la tierra y del sistema solar y de la galaxia. Y eso es todo por hoy.

viernes, 17 de mayo de 2019

Diecisiete de mayo

Hemos llegado a Zaragoza a las diez y directamente hemos cenado. Como otras veces, he venido a la habitación de mi hija Paula a escribir este diario en la mesa que tenía en Binéfar, sentado en su pequeña silla de escritorio. Nunca hemos sentido el síndrome del nido vacío, tuvimos nuestros hijos para dejarles volar y vivir sus propias vidas, pero veo sus dibujos en el tablero de corcho y siento una punzada de nostalgia.

¡Fuera! ¡Fuera de mí, sentimiento inútil salvo para los malos poetas! El día, este día, hoy, se acerca a su fin. Me sucedieron muchas cosas, sobre todo en el trabajo, pero estoy muy cansado para contarlas. Conozco muchos rostros de la naturaleza humana.

Conduciendo entre Barbastro y Zaragoza el sol ya en retirada transformaba los campos de cereal y las islas de roca arenisca coronadas de encinas carrascas en paisajes irrepetibles, de una belleza aparentemente fugaz que, sin embargo, se repetirá mañana. Es mi mirada la que convierte todo en algo fugaz, acabo de darme cuenta. Yo soy lo fugaz.

jueves, 16 de mayo de 2019

Dieciséis de mayo

Ayer fui a la peluquería y ahora mismo tengo el pelo de la cabeza más corto que el de la barba. Me dan ganas de pintarme los ojos con ceniza mojada y salir medio desnudo a la calle a saquear iglesias y violar y asesinar a personas inocentes. Vagar por bosques que ya no existen. Si Guillermo, mi peluquero desde hace tantos años, supiera.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Quince de mayo

Hoy he tramitado dos maternidades y dos paternidades, además de una viudedad y muchas cosas más. Una de las madres tenía ojeras, estaba deshecha, me ha dicho: "Sólo ha dormido una hora, de doce a una". Por supuesto, mientras estaba al otro lado de la mesa, Vera dormía como una santa gusanita (que es lo que son con quince o veinte días de existencia en este mundo raro).

Me encanta atender a madres y padres primerizos, es de las cosas que más me gustan entre todas las que hago en mi trabajo. Parejas tan jóvenes como Maite y yo lo fuimos una vez. Sin instrucciones pero con esa mezcla de maravilla, responsabilidad y confianza. A veces me preguntan: "¿Tú tienes hijos?", y yo les contesto. Creo que les ayudo un poco aunque todo da igual, porque cada experiencia es única en el universo. Básicamente les digo que pasen de las revistas y manuales y hagan lo que les diga el corazón. Nuestra hija durmió con nosotros, porque si no no dormía, hasta no sé qué edad, no lo recuerdo, y ahora es una brillante doctoranda en Noruega. No existen manuales, no hay que seguir a ningún gurú. No hay verdad más fuerte que la de nuestro instinto y nuestras necesidades básicas, que, en nuestro caso, eran poder dormir. ¡Poder dormir!

Cuando hemos terminado se levantan al otro lado de la mesa, me dan las gracias y se alejan empujando el cochecito donde duerme la gusanita que se convertirá en una mujer maravillosa, el gusanito que se convertirá en un hombre maravilloso. Yo lo contemplo todo desde mi atalaya de los cincuenta y seis años que cumpliré en pocos días, pero no puedo dejar de emocionarme. La minúscula llama de nuestra presencia en el universo continúa brillando.

martes, 14 de mayo de 2019

Catorce de mayo

Suena una moto en la calle. La ventana está abierta. Su ruido se aleja. Como cada noche, tengo sueño pero me da pena dar por acabada esta página. Una página absolutamente cotidiana y sin ninguna importancia por lo demás: ¿qué pena debería darle a nadie? Ninguna. Estoy cansado, eso es lo que me pasa. Muy cansado -los martes trabajamos hasta las siete de la tarde. Tantas voces, tantos rostros, tantas preguntas, tantas situaciones diferentes: esperanza, desesperación, asuntos sin peso aparente.

La desaparición del ruido de la moto ha dejado el barrio en silencio. Suele pasar. El ruido nos recuerda lo que teníamos y perdimos temporalmente, como sucede con la salud. Me tumbaré en la cama, cerraré los ojos, respiraré profundamente tres o cuatro veces y me dejaré arrastrar por lo que venga, sin miedo. Nací muerto.

lunes, 13 de mayo de 2019

Trece de mayo

Ha llegado el calor y, con él, los insectos. Vuelan hipnotizados alrededor de las farolas encendidas de la calle nocturna, una nube que se acerca y se aleja. Luego vendrán los pequeños murciélagos de alas de amapola para ponerse las botas. Todo es tan extraño.

domingo, 12 de mayo de 2019

Doce de mayo

En el piso que quedó vacío hace unas semanas frente a mi dormitorio se ha instalado una nueva familia. Un hombre se asoma a la calle y se pone a silbar. No son canciones que yo conozca, tengo la impresión de que improvisa. Mezcla música celta, clásica y jazz, yo diría. Silba muy bien. He estado a punto de asomarme yo también a la ventana y ponerme a aplaudir, como en un concierto.