martes, 21 de febrero de 2017

Puertas

Amo mi trabajo, pero si el mundo fuese únicamente un reflejo de lo que conozco, la vida se dividiría, no siempre justamente, entre las vidas que llegan y las vidas que desaparecen.

Hoy he atendido a una mujer francesa que conozco desde hace años. Su fuerte acento siempre me cautivó, pero hoy se trataba de algo muy distinto. A su marido español le habían diagnosticado en tres semanas un cáncer terminal. Le dije que lo sentía muchísimo y le tomé la mano. Su dolor y estupefacción invadieron mi cerebro de un modo que no puedo explicar. Ella lloró. Yo me lo impedí al precio que pago.

Andén

Salió del coche frente a la estación de autobuses después de darme un beso y un abrazo. En esta familia nunca hemos sido de despedirnos agitando la mano en el andén.

Ha estado una semana con nosotros. Mi princesa convertida en reina, mi niña convertida en una mujer. Tomé unos días de vacaciones para que por las mañanas no estuviera sola en casa.

Fuimos a caminar junto al canal a través del campo. Ella, fotógrafa desde que era muy pequeña, retrataba los campos de cebada, las encinas, los almendros abandonados, el romero, la superficie blanda y labrada. Me decía que allí en Noruega echaba mucho de menos este paisaje que también yo aprecio tanto: este paisaje suave y humanizado desde que romanos y árabes lo poblaron durante siglos, esta desconocida Toscana aragonesa de viñedos y olivos.

Ha sido una semana maravillosa junto a mi hija hablando sin ambages de cualquier tema: el amor, el desamor, nuestro pasado común, su futuro. La sorpresa de ver en ella cosas mías y de su madre, darme cuenta del resultado del éxito biológico del sexo entre personas de orígenes distintos.

Vino a casa con un septum en la nariz y estaba preciosa, me gustó mucho. Uno de los misterios de ser padre es contemplar el fruto, abrazar a una joven mujer que a menudo, por no decir siempre, es más inteligente y sensata que tú.

En nuestra familia nunca hemos sido de agitar la mano en el andén. Mi hija y yo nos hemos despedido con un beso y un abrazo, y después me he alejado de ella hasta la próxima ocasión.

martes, 14 de febrero de 2017

Antes de San Valentín

El pasado domingo aparqué frente a la panadería y crucé la calle para comprar pan antes de ir a caminar por el campo. M. se quedó en el coche. Compré la barra de pan, salí a la calle, monté en la Picasso, le di el pan a mi compañera y reemprendí la marcha. Al cabo de unos segundos ella me dijo que me había observado yendo a la panadería y después, a través del escaparate de ésta y, de un modo distinto, se había sentido muy enamorada de mí; que le había parecido un hombre atractivo, guapo, mirándome como si fuese un extraño y no su marido. Me gustó mucho oír sus palabras, aunque no tanto como ella.

domingo, 12 de febrero de 2017

Pajarito de invierno

A veces creo que tengo la solución a mis problemas al alcance de la punta de los dedos. ¿Puede un ser humano modificar su propia bioquímica? En mi interior sé que sí. ¿Y entonces? Qué palabra más peligrosa: valor. Peleo un combate en el que cada puñetazo que doy impacta en mi mandíbula, en mi nariz, en mi hígado.

Oh, dioses lares, quiero volver a ser feliz y hacer felices a las personas que me rodean, lo quiero, lo echo de menos, lo necesito con toda mi alma: quiero abandonar la medicación, quiero dejar atrás este largo periodo de sufrimiento. Quienes me leéis desde hace años habéis asistido a todo el largo y sinuoso proceso. Si escribo tan descarnadamente sobre él es por si acaso he podido o pudiera haber ayudado a alguien. Muchos de vosotros habéis leído en el pasado el diario de mi felicidad cotidiana, eso sucedió durante mucho tiempo, ¿recordáis? Después llegaron mis primeros problemas, mi sufrimiento, mis procesos.

No me arrepiento de exponerme de este modo pero estoy cansado, muy cansado. Estoy tan cansado de tomar cada mañana un antidepresivo y ansiolíticos antes de ir a trabajar. Estoy agotado, casi sin fuerzas, pero mañana será otro día y no uno cualquiera: ¡mi hija viene a vernos! Haré lo que sea necesario para que se sienta a gusto con su familia. Intentaré dejar de darme puñetazos. La abrazaré y sentiré contra mi cuerpo de hipopótamo su delgado cuerpo de pajarito de invierno.

Desgraciadamente

No hay mucho más que pueda hacer. Si tuviera que confesar mis defectos no sabría siquiera por dónde empezar. Me agotan, me disminuyen, a veces me hacen crecer, a veces me ayudan a escribir, pero no sabría siquiera por dónde empezar. Ahora me jode ser tan estúpidamente humano y después doy gracias por serlo y pagar el sacrificio.

No hay mucho más que pueda hacer. He probado incluso a dejar de escribir durante largas temporadas como cuando los submarinos se sumergían y ordenaban silencio absoluto para que nadie pudiera detectarlos en la superficie del océano durante la segunda guerra mundial. No podían ni hablar ni susurrar ni emitir sonido alguno: esa era su única oportunidad de salvarse para destruir más tarde a su enemigo.

Yo no tengo enemigos, y en realidad debo confesar que es algo que me fastidia un poco. No sé, ¿cómo es posible no tener enemigos? ¿Qué mierda de vida has vivido para no tenerlos?

Tampoco puedo hacer mucho respecto a eso. No voy a salir ahora a la calle con mi pijama a cuadros y mi chaqueta de lana paleolítica a insultar a los dueños de perros que caminan por las aceras bajo la luz de las farolas. Hace frío y, sobre todo, me daría vergüenza. La vergüenza: esa caliente, antigua y conocida compañera que nunca me abandonará.

viernes, 10 de febrero de 2017

Desiertos de color incierto

Hace horas que la noche
cubrió este lugar del mundo.

En Siberia yacen mamuts congelados
en la turba helada.

El humilde río de mi ciudad fluye
al otro lado de la calle
a merced de la gravedad rumbo
hacia el remoto mar abierto.

La estación internacional espacial
orbita alrededor del planeta y
los astronautas hacen fotografías
en las que no aparece nadie salvo
estuarios de colores,
cordilleras espectaculares y
desiertos de color incierto.

Qué frágil y delicado es
acariciar siquiera
qué significa todo esto.

martes, 7 de febrero de 2017

Sin dejar rastro alguno

En los países pobres las personas nacen y mueren sin dejar rastro alguno. No hay registros civiles, no hay juzgados, no hay un control de la población. Si uno muere antes de hacerse adulto ni siquiera queda un recuerdo social que, por otra parte, se extinguirá rápidamente generación tras generación hasta desaparecer.

En los países ricos las personas nacen y mueren registrados por juzgados civiles. Certificados de nacimiento, certificados de matrimonio, certificados de defunción. Estadísticas. Pirámides de población. Estimaciones demográficas. En los países ricos las personas nacen y mueren dejando un rastro burocrático sin fin: puntos del carnet del conducir, empadronamientos, antecedentes penales, premios literarios, páginas web, fotografías en Instagram.

Pero una cosa es cierta: también las generaciones de los países ricos se extinguirán, pues a menos que podamos exportar nuestros cuerpos o nuestra inteligencia y sus recuerdos a recipientes que puedan huir de este planeta sin dañarlos, no habremos sido sino el brillo de una luciérnaga al otro lado del río. Sólo eso.

Tanta ambición, tanta pompa, tanta ridícula importancia. Cada uno de nosotros seremos el tembloroso fulgor de la última brasa del último fuego antes de desaparecer definitivamente en la oscuridad, aunque seamos enterrados o incinerados con nombres y apellidos, y música probablemente, y las lágrimas de algunas decenas de personas que nos recordarán durante años en forma de fotografías, vídeos y recuerdos.

En los países pobres las personas nacen y mueren sin dejar rastro alguno. Es algo que me conmueve profundamente y que sucede diariamente. No hay registros civiles ni juzgados, a menudo ni siquiera imágenes familiares. Para la miseria heredada durante generaciones las fotografías son un lujo fuera de su alcance; alguna vez, como mucho, aparece la figura de un alumno perplejo delante de un mapa colgado en la pared y poca cosa más. Pero, por mucho que lo parezcan en esas imágenes de color sepia, no son espectros, no son zombis, no son conjuntos de músculos sin esperanzas, frustraciones, miedo y terror al agua negra y helada que los engullirá sin piedad.

En el mar las personas desaparecen sin dejar rastro alguno. Nada de su valentía, nada de su solidaridad o mezquindad durante la travesía, nada de sus amores de adolescencia, nada de las discusiones con sus padres y hermanos dejará rastro alguno, nada de sus momentos de soledad bajo un cielo tan limpio y cubierto de estrellas que no podemos ni imaginar.

lunes, 6 de febrero de 2017

Bajo una suave lluvia

El río frente a mi casa fluye tan alto que ha superado el cauce de hormigón armado que lo domeñaba y el agua corre sobre las malas hierbas que rodean la obra. Me gusta.

El paseo de la mañana en medio del campo lo hicimos bajo una suave lluvia. Me gustó.

Todo es sencillo si eres lo suficientemente inteligente para darte cuenta. Yo no lo soy.

domingo, 5 de febrero de 2017

Como si mi cuerpo fuese una trampa

Por la tarde vi una película en la televisión y lloré. Ya la había visto hace algunos años: Los descendientes. Me pasa mucho últimamente. Lloro por cualquier cosa (aunque esto no es aplicable a la película, que no es de ningún modo cualquier cosa sino una verdadera obra maestra del arte cinematográfico).

Por precisar: cuando hablo de cualquier cosa me refiero a anuncios de publicidad, por ejemplo. Es, por decirlo de algún modo, como si mi cuerpo entero fuese una de esas trampas dispuestas a saltar al sentir la mínima presión, atrapándome a mí mismo. Vivo en un estado de alerta permanente, y eso incluye también la sensibilidad emocional. Y es algo que padezco tomando cada mañana un antidepresivo y los ansiolíticos que millones de personas consumen para dormir. Para dormir. Lo que yo consumo para trabajar o sencillamente poder vivir tranquilamente es lo que millones de personas toman para dormir. Eso da una idea de lo que me sucede.

Aunque lo peor es llorar por casi todo, que el vello se erice por una emoción inesperada, que todo lo que soy se convierta, tan ferozmente, en otra reacción química de mi imaginación.

viernes, 3 de febrero de 2017

Viajeros del tiempo

Todos somos viajeros del tiempo. La silueta de nuestras manos fue registrada hace miles de años en la profundidad de las cuevas donde vivíamos. Cuando soplamos la flauta blanca de plástico de la clase de música de nuestros hijos pequeños debemos saber que estamos soplando en la réplica del hueso agujereado de un animal -o un congénere- que cazamos y comimos hace miles o millones de años.

Cabalgamos sobre el tiempo, todos lo hacemos sin darnos cuenta. Estamos a merced de la corriente. Todos cabalgamos sin control alguno sobre la frágil fortaleza de nuestra suerte y nuestra herencia genética.

En mi fuero interno creo que desapareceremos, que al final del misterio casi a punto de ser descubierto habremos sido una anécdota, un destello invisible en la inmensidad del cosmos. Algo que brilló y se apagó para siempre. Es duro sentir este pensamiento cuando se tienen hijos, pero viendo cada día cómo nos comportamos con esta nuestra pequeña isla en medio del universo, la única en la que nuestro organismo puede respirar oxígeno, vivir y prosperar, me cuesta creer otra cosa.

En mi fuero externo trato de insuflar esperanza a quienes me rodean. Las costumbres han cambiado en los últimos años a tal velocidad que, quien sabe, tal vez estemos a tiempo. Viajaremos a otros mundos. Crearemos colonias en ellos. Primero será Marte y luego otros planetas más lejanos. No repetiremos, por supuesto, los errores cometidos en la Tierra. Y sólo serán los primeros pasos. Nuestra única esperanza, la única entre todas, es salir de este planeta maravilloso que poco a poco estamos destruyendo.

Pero soy incapaz de olvidar mi fuero interno.  He de disimular.  Un tiempo que yo no veré dirá si tuve o no tuve razón.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Clic

La tapa cuidadosamente tallada de una caja de madera que cierra con una perfección absoluta. El final de la más pequeña de las conversaciones. El alivio instantáneo de una frustración. Que, de pronto, todo encaje y nada más. Clic.

lunes, 30 de enero de 2017

Un paseo

Junto al canal en medio del campo que recorría ayer y antes de ayer al lado de M., esta mañana hemos dado un paseo José Luis y yo. El cielo estaba un poco nublado y el brillo de las lejanas montañas era más pálido que el sábado, como si en vez de nieve helada la cordillera estuviese cubierta de sábanas inmensas.

El asunto es que José Luis trabaja por la tarde y yo trabajo por la mañana así que, salvando los fines de semana, la única manera de vernos es cuando uno de los dos tiene fiesta. Yo disfrutaba de un día de vacaciones que no disfruté el año pasado, así que era la ocasión perfecta.

Y siempre nos sucede a todos lo mismo, creo: te ves con tu amigo o tu amiga y te preguntas: ¿cómo es posible que haya pasado tanto tiempo desde la última vez? ¿Cómo podemos ser tan descuidados? Pero al cabo de algunos minutos todo sucede como si nos hubiésemos visto ayer, y de algún modo la amistad fluye como si fuese nueva y reciente.

Hemos paseado tranquilamente los seis kilómetros de ida y vuelta que me sé de memoria. El canal bajaba con muy poco caudal de agua, dejando asomar islas de musgo empapado, y en algunos tramos olía como si estuviésemos en un puerto de agua dulce. Hemos hablado de nosotros, de nuestras familias, de nuestros hijos, también de cosas muy íntimas.

Una bendición de caminar con José Luis Ríos a través del campo es que no tengo que esforzarme en explicar las cosas que digo, él sabe exactamente de qué hablo cuando hablo, como yo sé de qué habla él cuando habla; sabemos en qué aventura estamos sumergidos los dos, qué precio pagamos y por qué lo pagamos. Además, y esto es muy importante para mí, es una de las personas más buenas que conozco en el sentido más común de la palabra.

Nos hemos despedido prometiéndonos no dejar pasar tanto tiempo entre cita y cita. Bueno, en realidad siempre que nos despedimos lo decimos.

domingo, 29 de enero de 2017

Y más allá

Noche avanzada. M. duerme desde hace mucho rato. Nuestro hijo de diecinueve años ronda por ahí, en el exterior de la nave (cruzo los dedos). El viaje continúa hacia el infinito con todas sus consecuencias.

sábado, 28 de enero de 2017

Algo estrictamente puro y virginal

Escribo esto con una copa de vino blanco de Rueda mientras en la cocina se termina de hacer un arroz meloso de langostinos. Un sol radiante entra por la ventana. Hace unas horas caminábamos por el campo junto al canal de siempre. Hemos visto un gato silvestre de cola anillada y piel naranja y blanca que se nos quedó mirando un buen rato antes de desaparecer entre las encinas. La cordillera estaba toda nevada y su blancura fulgía bajo el cielo como si la naturaleza fuese algo estrictamente puro y virginal.

viernes, 27 de enero de 2017

Ella no es el mundo

Como predijeron las mujeres del tiempo, llegó la lluvia. Antes, hace cinco o seis años, la adoraba con locura (con excesiva locura en realidad, ahora que lo pienso, lo cual explica algunas cosas); ahora me afecta de tal modo que lo único que quiero es dormir, desaparecer, hibernar hasta la próxima glaciación y en su momento despertar y descubrir que la energía se extrae del sol y han desaparecido todas las religiones. Cosas así.

Pensaba recorrer esta noche los treinta kilómetros que separan Barbastro de Binéfar para ir a ensayar con mi coro, pero no tengo ganas. No me encuentro en condiciones. Si no fuera porque ha venido mi hijo desde Huesca, donde está estudiando, y su cuerpo necesitase la energía de un millón de agujeros negros, energía que yo soy capaz de cocinar para él, ahora mismo me iría a la cama a cerrar los ojos y escuchar mi acúfeno hasta que el cansancio pudiera más que él.

M. me pregunta: ¿no eres feliz? Yo le contesto sinceramente: soy feliz contigo. Algo que es verdad. Pero ella, mi amor en este mundo, no es el mundo.

Un suelo duro y frío

Sucede algo muy extraño cuando se abre una brecha entre el concepto que uno tiene de sí mismo y el concepto que otras personas, a las que uno sigue o admira o simplemente disfruta, tienen de uno; cuando no coinciden. En la vida diaria, donde nos vemos las caras y escuchamos los tonos e interpretamos las ironías, no suele suceder, pero aquí, en internet, es muy fácil que aparezca el desencuentro o la simple indiferencia.

Recientemente he sufrido dos sucesos así. Por un lado descubrí, a finales del año pasado, a una persona que me cautivó por su inteligencia, y tras varios intentos de contactar con ella simplemente para conocerla y que ella me conociera a mí, intentos que sólo obtuvieron el silencio como respuesta, desistí perplejo (una perplejidad absurda, por cierto, ¿qué obligación tenemos nadie de contestar a personas desconocidas aunque nos digan que les gusta lo que hacemos?). No estamos acostumbrados a la indiferencia cuando somos víctimas de ella.

Descubrí también un blog, y a través de él a una persona muy interesante: su autora. Me encanta cómo escribe, su manera de ver, interpretar y articular literariamente la vida cotidiana. Como en el caso anterior, tuve la necesidad de acercarme a ese ser humano para aprender, darme a conocer o, qué sé yo, tratar incluso de establecer una relación de amistad como la que tengo con algunas pocas personas en la red. Pero tampoco ha podido ser. Al principio parecía que sí, pero después algunos comentarios míos le parecieron inapropiados, no le gustaron y se acabó. Nada que decir. Soy experto en hacer y escribir cosas estúpidas. A mí esta persona, como en el primer caso, me sigue pareciendo muy interesante, alguien que puede enriquecer mi vida personal, pero a estas alturas de la película no puedo hacer gran cosa sobre el concepto que los demás puedan tener de mí.

Es algo que te devuelve al suelo duro y frío. Jesús Miramón: no eres ni la mitad de la mitad de la mitad de lo cojonudo que crees que eres; Jesús Miramón: hay seres humanos a quienes les resultas cansino, pesado, paranoico y aburrido; Jesús Miramón: sencillamente no vas a gustarle a todo el mundo que te gusta. ¿Algo así te sorprende? ¡Pero si tienes cincuenta y tres años! Pobre gilipollas, te conozco bien, en tu maltrecho cerebro sigues siendo un joven pretendidamente seductor, pero eso, permíteme que te lo diga, terminó hace mucho tiempo. No vas a interesar a todas las personas que te interesan; no vas a gustar a todos los seres humanos que te gustan; no vas a recibir siempre una respuesta; no vas a recibir siempre la respuesta que esperabas, el suelo es duro y frío.

jueves, 19 de enero de 2017

Oración de la nieve

Nieva en toda España menos aquí.  Nieva en las altas montañas y también en las playas de Levante, al nivel del mar.  Yo miro de vez en cuando a través de los visillos como un viejo loco solitario pero no, la luz de la farola no refleja nada, se limita a iluminar el río y los edificios del otro lado.

Quiero que nieve en Barbastro, oh, señora. Que la blancura de su manto limpie nuestros pecados, oh, señora mía.  Oír aquel sutil crujido bajo los pasos de mis botas.  ¿Por qué nieva donde nunca lo hizo y no aquí, en las faldas de unos Pirineos que ahora mismo no saben qué hacer con tanta nieve?

Sé, mi señora, que mis oraciones no servirán de nada porque, básicamente, no creo en ti, hija de la Diosa, una y trina, pero tampoco pierdo nada con intentarlo.

Aprovecho, por si acaso existieras, para decirte que no soy bueno.  Y aprovecho también para decirte que, dejando a un lado mi afición al whisky y el bourbon, el sexo ocupa gran parte de mi pensamiento, aunque, ahora que caigo, no obligo a nadie a hacer nada que no quiera hacer, así que tal vez, incluyendo mi autosatisfacción, no cometo ningún pecado. Olvida todo lo que te he dicho.

Nieva en toda España menos aquí. Lánguidamente cae la nieve junto al mar pero no aquí, y lánguidamente cae lejos de mí, en un mundo nocturno y frío que conozco limitadamente. Poco a poco todos nos convertiremos en sombras, pero, joder, quiero que nieve en Barbastro: uno, dos días, lo justo para escuchar el crujido de la nieve durante un paseo por el campo.  Vivir el mundo como si fuese nuevo, la primera vez.

domingo, 15 de enero de 2017

Secretos

El secreto de la verdadera felicidad consiste en olvidar. Y lo mejor de todo es que nacemos de manera natural con él: los niños no recuerdan nada, los jóvenes viven el presente sin apenas recordar nada y, a medida que, año tras año, comenzamos a acumular recuerdos, la felicidad genuina se va a la mierda porque ninguna vida adulta es perfecta, porque aparecen los triunfos y las derrotas, la desesperanza y los anhelos y, sobre todo, su recuerdo.

Por eso las drogas tienen tanto éxito.  Y cuando hablo de drogas hablo del alcohol, que conozco y consumo.  Y cuando hablo de drogas hablo de videojuegos, por ejemplo, de los que no tengo ni idea.  Y cuando continúo escribiendo de drogas hablo de muchas sustancias (cocaína, heroína) que, por suerte o por desgracia, desconozco.

La literatura, el cine, un buen poema, el sexo: ¿qué son sino presente puro? ¿Qué son sino olvidarlo todo?  Tengo cincuenta y tres años y ya casi nada me da vergüenza. A veces tengo la sensación de que mañana podría salir a la calle a cinco grados bajo cero totalmente desnudo para tirar la basura en sus correspondientes contenedores.  Seguramente mis genitales, a esa temperatura, serían casi invisibles, y yo me reiría.

La semana pasada fui a la consulta de mi guapísima otorrinolaringóloga y me confirmó que mis acúfenos, ese pitido agudo que reside permanentemente en mi cerebro, no tiene solución en este momento de la ciencia.  Me hicieron un escáner de la cabeza que descartó un tumor, y después ella quemó un último cartucho con una medicación que no dio resultado.  En su opinión el único remedio es la rehabilitación para que mi cerebro desprecie ese sonido, que deje de escucharlo cuando así yo lo desee.  Suena esperanzador pero no entra en el seguro y debería viajar a Huesca para cada sesión y tampoco garantiza un resultado óptimo: tendría que enseñar a mi cerebro a escuchar lo que yo quisiera escuchar y no otra cosa, algo que, conociendo mi estado de alerta permanente, no soy siquiera capaz de imaginar que sea posible.  Me lo estoy pensando.

viernes, 13 de enero de 2017

Lázaros

Cada noche nos reiniciamos. Cerramos los ojos, nos olvidamos del mundo y, como los androides orgánicos que somos, dejamos que el cerebro comience a trabajar en la oscuridad sin la molesta presencia de nuestra consciencia, dejando que por su propia cuenta asuma las miles de tareas de mantenimiento que necesitamos: desechar la basura en forma de sueños, reordenar los recuerdos en forma de sueños, fijar en su sitio las cosas necesarias a través de los sueños, salvar lo imprescindible para cuando volvamos a ponernos en funcionamiento y nos levantemos de la cama y nos duchemos y salgamos al aire gélido, los charcos de hielo, el humo de nuestros pulmones flotando frente a nuestra boca al respirar, los pequeños y saltarines gorriones que se apartan tan cerca de nosotros cuando avanzamos hacia adelante.

miércoles, 11 de enero de 2017

El océano es grande

Este texto que estás leyendo pertenece a un blog personal. Sí, ya sé que lo sabes (tal vez desde hace muchos años), pero permíteme que continúe: como es personal y, por otra parte, no me procura ningún beneficio económico, su continuidad depende única y exclusivamente de mi intención primera, aquella con la que empecé a escribir Innisfree en mayo de dos mil cuatro: dar testimonio de la vida cotidiana de un hombre corriente. ¿Para qué? Para dejar constancia de que vivir no deja de ser, al fin, sino un acto de comunión.

En los últimos días uno de los blogs que más me gustaban se ha cerrado sólo a invitados, y por otra parte otro de mis descubrimientos de los últimos meses de dos mil dieciséis ha hecho caso omiso a mis comentarios y cartas. ¿Y sabéis qué? Lo comprendo. Lo comprendo por lo mismo que escribí la primera frase de este post: "este texto que estás leyendo pertenece a un blog personal". Son casos diferentes pero acepto el desenlace. El océano es grande. Las echaré de menos durante un tiempo pero el océano es grande. No existe mayor respeto que ejercerlo. P. V. decidió tal vez que se estaba exponiendo demasiado: lo respeto. N. F. trabaja y no tiene por qué perder el tiempo con desconocidos: lo respeto muchísimo y lo comprendo.

Yo no sé hasta cuándo seguiré escribiendo en Las cinco estaciones. Debió haber terminado hace tanto tiempo que cualquier intención de futuro carece ya de fundamento.  Soy, mientras escribo, el hombre más idiota el mundo.

domingo, 8 de enero de 2017

Este mundo

Por la mañana fui a tirar la basura.  Hay una calle donde están todos los tipos de contenedores de reciclaje que existen en este momento del siglo XXI: vidrio, cartón, plástico, incluso aceite usado y prendas que ya no se utilizan.  Vacié las bolsas y cajas en sus respectivos lugares y de pronto miré a mi alrededor: vi ropa colgada en tendedores frente a ventanas pequeñas, vi la copa desnuda de los árbolillos de la acera, los dibujos infantiles en la fachada del colegio de primaria, el cielo tan azul más arriba del maravilloso frío que convertía mi aliento en humo del tabaco que no fumo; miré mis botas sobre el suelo, la vieja Citroën Picasso de casi trece años ronroneando como el primer día a mi lado, y tuve ese momento Matrix, La vida es sueño,  El show de Truman, ¿qué cojones se supone que estaba sucediendo en ese momento? ¿Qué era verdad y qué no lo era?  ¿Qué era real y por qué?

Sin respuesta alguna subí al coche y me detuve en la panadería donde trabaja Laura.  Todavía le quedaba un pan de hogaza.  Los hornea con fuego de leña su jefe, un panadero marroquí de Graus, y es buenísimo.  Nos saludamos con simpatía, Laura me envidió por poder dormir un domingo hasta las once de la mañana y después nos dijimos adiós, nos deseamos un buen día y regresé a este mundo.

sábado, 7 de enero de 2017

Bourbon

M. corrige exámenes a mi lado y yo bebo bourbon mientras escribo (otro buen deseo que deberá esperar: dejar de beber bourbon).  Y el hecho es que el tiempo fluye sin fisuras, tranquilamente, uno al lado del otro, y nada más.  No haré ningún panegírico del amor, la pareja, la increíble suerte de haber encontrado a alguien entre miles de millones de personas en el mundo compatible conmigo.  Sólo escribo que ella corrige sus exámenes a menos de cuarenta centímetros de mí mientras yo redacto estas cuatro palabras que intentan expresar algo parecido a la calma, la felicidad.

viernes, 6 de enero de 2017

Reyes magos

Los reyes magos atravesaron el desierto sobre sus camellos hasta llegar a la orilla del mar. Era de noche y en la arena de la playa no les esperaba nadie: ninguna taza de leche, ninguna galleta, ningún árbol de navidad en kilómetros a la redonda. Sin cambiarse de ropa descabalgaron y caminaron hacia las olas que golpeaban la orilla, adentrándose paso a paso bajo las aguas del mar y así avanzar kilómetro a kilómetro a través de valles y llanuras submarinas pisando sin querer miles de cadáveres de adultos y pequeños, todo ese terrible cementerio.