Escucho el estruendo de los cascos de un caballo en la calle y salgo corriendo al balcón para mirar. Todos los niños que a estas horas acuden a la escuela municipal de música hacen lo mismo que yo, entusiasmados: ¡hala, un caballo!, ¡un caballo! Las madres se lo señalan a los bebés más pequeños: ¡mira, un caballo! Levanto la vista y descubro que más personas se han asomado en otras ventanas y terrazas. El jinete, un joven con una pequeña mochila azul en la espalda, avanza al paso junto a los coches aparcados en la acera hasta llegar a la esquina, girar y desaparecer. Es entonces cuando se rompe el hechizo y la vida regresa al punto donde se detuvo. Los estudiantes de música prosiguen su camino. Los espectadores de las casas regresamos a su interior. El eco de los cascos entre los edificios se extingue poco a poco.
miércoles, 18 de marzo de 2009
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