viernes, 20 de marzo de 2009

Vigésimo día

Estoy tumbado sobre la arena. El constante batir de las olas mece mi sopor, interrumpido de vez en cuando por algunos gritos infantiles o el pedorreo de una motocicleta que pasa. No llego a dormirme, nunca he podido hacerlo en público, pero cierro los ojos mientras mi sistema digestivo hace su trabajo con el arroz, el marisco y el vino. Al cabo de un rato los abro. Veo un avión de pasajeros que se adentra sobre el Mediterráneo dibujando lentamente en el cielo el rastro blanco de su maniobra de aproximación al aeropuerto de Barcelona. Imagino a los viajeros aéreos contemplando el perfil de la costa a través de las ventanillas presurizadas, imagino cómo disfrutan del nítido contraste entre los tonos pardos y marrones de la superficie terrestre y el oscuro azul del mar. Pienso en lo extraño que resulta que ellos estén allí arriba, viéndome sin saber que existo, y yo esté aquí, tumbado en una playa de Sitges, observando el avión de alas rojas en cuyo interior sé que ellos existen.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

:-)

Qué reconfortante eres, Jesús.

Jesús Miramón dijo...

Pero ¡qué sorpresa más grande! Me alegro mucho de verte por aquí, Donna. Un beso fuerte.

:-)

(Y ahora salgo pitando, que si ayer fuimos a Sitges hoy comemos en el huerto de mis padres, en Navarra, a dos horas de aquí)