domingo, 28 de marzo de 2010

Vigesimoctavo día

Es agradable cruzar el umbral de la puerta del hogar. Me sirvo una copa, subo a mi guarida, abro la puerta de la terraza y salgo al exterior. Las plantas han despertado al fin en forma de yemas oscuras en las ramas claras de los hibiscos. Atardece. De las nubes superiores se desgajan otras en forma de gasa que se tiñen suavemente con la última luz del sol. Un mirlo, el mismo del otro día, estoy seguro de ello, canta en la misma antena de televisión. Habrá anidado cerca de aquí, tal vez en el pequeño parque de al lado. Qué bueno está el bourbon con hielo. Sí, es agradable estar de vuelta en casa.

viernes, 26 de marzo de 2010

Vigesimosexto día

Los viernes son especiales porque es el día que ensayo con mi coral. Algunas veces lo hago con ilusión y entusiasmo y otras con cierta desgana, cansado después de toda la semana laboral. Y lo cierto es que en más de una ocasión siento la tentación de dejarlo, sobre todo cuando tenemos un concierto a la vista. Después de diez años todavía me desasosiega tener que actuar, el compromiso que supone, y me pregunto qué necesidad tengo de pasar esos malos ratos que no me gustan absolutamente nada ni me hacen feliz. El lunes tenemos concierto y ya llevo varios días nervioso. Hoy es el ensayo preliminar, ese en el que muchas cosas suelen salir mal para que después, delante del público, salgan bien; delante del público, que me da pavor. Amo la música, me gusta mucho cantar, pero no en el escenario: cuando se acerca ese momento decisivo, ese en el que la realidad se convierte en algo sólido e irremediable, sencillamente preferiría no hacerlo.

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Son las doce y media de la noche. Hoy no he ido al Chanti a tomar una copa porque mañana madrugaremos un poco para recorrer los doscientos cincuenta kilómetros que nos separan del huerto de mis padres. En el maletero llevaremos trescientos calçots que asaremos sobre una brasa de sarmientos. La globalización gastronómica ha llegado a la ribera de Navarra. Por cierto, el ensayo, para no perder la tradición antes de los conciertos, ha sido un poco desastroso. Es una buena señal.

jueves, 25 de marzo de 2010

Vigesimoquinto día

Rápido, corre, escribe algo antes de que el reloj señale las doce de la noche, escribe, por ejemplo: «Rápido, corre, escribe algo antes de que el reloj señale las doce de la noche». Y sobre todo, escúchame bien, sobre todo no te preguntes el motivo de estos juegos, ¿acaso no disfrutas con el puro ejercicio de la voluntad?

miércoles, 24 de marzo de 2010

Vigesimocuarto día

Después de bajar de un árbol
y aprender a caminar
buscándote,
después de pasar
del trópico al hielo
y del hielo al trópico
a través de cuevas y pirámides
y hermosos
jardines
colgantes

te encontré.

Bajo tus ojos la marea
ha ido dejando
playas azules.
Beso la huella de sus olas,
el sencillo misterio
que esperaba mi boca

desde el principio.

martes, 23 de marzo de 2010

Vigesimotercer día

Connemara, Clifden, Kilcolgan, Cong, Castlebar, Mulranny, Louisburgh... Leo los nombres pasando el dedo sobre el mapa y siento un estremecimiento de emoción, hace mucho tiempo que sueño con este viaje. Resulta difícil elegir una casa, son todas tan bonitas, pero ya he seleccionado cinco o seis en los condados de Mayo y Galway, casi todas junto al mar. Este verano, si los viejos dioses celtas no lo impiden, viviremos durante dos semanas en Irlanda. Volveré a Innisfree, donde nunca estuve.

lunes, 22 de marzo de 2010

Vigesimosegundo día

El ruido de la lluvia sobre el cristal de la claraboya me despertó en medio de la noche. Después ese mismo ruido me arrulló hasta volver a dormirme.

sábado, 20 de marzo de 2010

Vigésimo día

Escucho el eco de los jóvenes que pasan la tarde en el pequeño parque de atrás: gritos, risas, protestas. Al mismo tiempo suenan las campanas mecánicas de la iglesia.

viernes, 19 de marzo de 2010

Decimonoveno día

EN LOS ÁRBOLES

En los árboles, en las copas de los árboles, bajo los frondosos
vestidos de hojas, bajo las sotanas del resplandor,
bajo los sentidos, bajo las alas, bajo los cetros,
en los árboles se esconde, respira, vira
la vida callada y soñolienta, esbozo de la eternidad.
Reinos de opulencia crecen en los púlpitos
de los robles. Las ardillas corretean inmóviles
cual pequeños ocasos pelirrojos
bajo los párpados. Los rehenes invisibles
hormiguean bajo las cáscaras de las bellotas,
los esclavos aportan cestas de fruta y plata,
los camellos se mecen como un sabio
árabe sobre un manuscrito, los pozos beben
agua y vinagre, la Europa agria supura como
la savia en la madera, Vermeer pinta
ropajes y luz que no merma.
Bajo la cúpula del circo bailan los tordos.
Slowacki ya vive en París
y juega en la bolsa con tesón. El rico
se escurre por el ojo de una aguja
gimiendo qué suplicio, Sócrates
explica a los buscadores de oro qué es
la mentira, qué es el bien, qué la virtud.
Los remeros reman lentamente. Los navegantes
navegan lentamente. Los huidos de la Insurrección
de Varsovia beben té dulce,
en las ramas se está secando la colada,
alguien pregunta en sueños dónde está mi
patria. El velero verde sujeto en
su ancla herrumbrosa. El coro de almas inmortales
ensaya la cantata de Bach, completamente enmudecido.
Al lado, en un estrecho sofá, duerme fatigado
el capitán Nemo. El pájaro carpintero envía
un telegrama muy urgente anunciando la conquista
de Cartago y la hora del té en Boston.
El armiño no se convierte para nada en lady Macbeth,
en las copas de los árboles no hay
remordimientos. Ícaro naufraga pacientemente.
Dios rebobina la cinta. Las expediciones de castigo
vuelven al cuartel. Viviremos mucho tiempo
en las líneas del arabesco, en el balbuceo
del búho, en el ansia, en el eco
indigente, bajo los frondosos vestidos de las hojas,
en las copas de los árboles, en el aliento de alguien.

Adam Zagajewski.
Traducción de Elzbieta Bortkiewicz.
Poemas escogidos, Pre-Textos, 2005.