Muchas mañanas, atravesando el gran patio interior del edificio donde vivo ahora, los plumosos y redondos gorriones que buscan y picotean nuestras migas y restos de comida me dan sin darse cuenta los buenos días con su alegría habitual, sin descubrir jamás su secreto para sobrevivir, ellas, unas aves tan pequeñas, a noches de temperaturas bajo cero.
Amo a los gorriones que todavía son tan abundantes aquí en Barbastro. Despiertan en mí un profundo sentimiento a medio camino entre la ternura y la admiración.
Leí hace tiempo que se habían extinguido en Londres. Ojalá fuese una noticia falsa.
Una vez, en Londres, paseando por el centro de la ciudad, ya noche cerrada, vimos una raposa buscando comida entre la basura. ¿Cómo es posible que los zorros prosperen en las aceras entre coches aparcados y los gorriones desaparezcan?
Ignoro qué nuevos tiempos se precipitan a toda velocidad hacia nosotros, e ignoro todavía más hasta cuándo podré dar testimonio de todo esto, pero quiero expresar ahora, antes de que todo suceda, que los humildes gorriones alcanzan mi corazón como no lo hacen otras aves. Son pequeños, casi invisibles y, sin embargo, resistentes y despiertos. Se alejan de nosotros unos pocos metros saltando sobre el suelo helado y luego contemplan cómo nos alejamos.
miércoles, 21 de febrero de 2018
Cómo nos alejamos
domingo, 18 de febrero de 2018
Afortunadamente
Una semana sin escribir y no ha pasado nada. La estación espacial no ha caído hacia la tierra convirtiéndose en una nube de meteoritos de objetos científicos y astronautas muriendo y deshaciéndose al chocar contra la tenue línea de nuestra atmósfera. Ninguna especie supuestamente extinguida ha reaparecido en lo más profundo de las pocas junglas que quedan por explorar. Así de desagradecido es el mundo con mi inmenso talento: una semana sin escribir y la luna no se ha alejado de la tierra convirtiéndola en una peonza girando sin ancla alrededor del sol, condenando a una muerte instantánea a todos sus pasajeros.
Sí, el mundo es muy desagradecido.
Afortunadamente yo no practico el rencor.
domingo, 11 de febrero de 2018
La belleza
El domingo acaricia la orilla donde dormiré y, no sé por qué, recuerdo la playa de Ampurias en invierno, hace treinta años. En aquella época los restos del muelle griego todavía no estaban protegidos de los curiosos, y uno podía dar la vuelta sobre sus sillares para contemplar el mar.
La carretera entre Bañolas y Ampurias era preciosa, pequeña, comarcal, la carretera de Orriols. Nuestro Alfa Romeo sonaba como una orquesta de música clásica mientras tomaba una curva tras otra entre los campos de cereal y los bosques.
No hay nada como las playas en invierno. Recuerdo que todavía no habían acontecido las olimpiadas de Barcelona y uno podía llegar en coche hasta la misma playa desierta, descendiendo por un camino de tierra y piedras.
Creo que fue en aquellos años cuando el sonido de las olas rompiendo una y otra vez en la arena se fijó en mi cerebro para siempre. Y con él todas sus manidas metáforas, todos sus significados. Cierro los ojos a muchos años y centenares de kilómetros de allí y puedo escucharlo intacto, perfecto. El sonido de las olas, junto al de la lluvia o el crepitar del fuego, viajarán conmigo hasta mi desaparición.
La belleza, no nos engañemos, no sirve de nada en nuestra ausencia eterna, pero ahora, en nuestra presencia eterna, es, después del amor, lo mejor de este sueño absurdo.
sábado, 10 de febrero de 2018
Carne de ciervo
No he sabido nada de la persona que escribió el comentario que da título a mi entrada anterior, ni siquiera en privado. Continúo sin saber sus motivos ni su identidad. Pero no puedo permitirme perder más tiempo ni pensamientos en algo sobre lo que no tengo ningún poder de actuación, y continúo viviendo mi existencia normal y corriente.
Por la mañana fuimos a dar un paseo junto al canal. Vi un jilguero y un petirrojo, además de las habituales bandadas de gorriones moriscos, una pareja de cuervos, una urraca y las habituales palomas torcaces, cuyo ruidoso aleteo al emprender la huida entre las ramas de las encinas a veces nos asusta.
Los campos de cebada verdeaban como si estuviésemos a principios de primavera, la tierra empapada de la lluvia de los últimos días. Al fondo del paisaje la cordillera de cumbres cubiertas de nieve resplandeciente bajo el sol. Hace años que descubrí que ninguna fotografía les hace justicia -en las imágenes aparece mucho más lejana que en la realidad, pequeña, casi insignificante- pero ante las lentes de los ojos humanos es una imagen cercana cargada de belleza, casi al alcance de la mano.
Hoy hemos comido calçots al horno con salsa romesco y lomo de ciervo. Nunca había comido ciervo salvaje y me ha sorprendido maravillosamente su sabor. Lo he marcado en la sartén dejándolo un poco crudo en el centro, como hago con el buey y la ternera, añadiendo después la sal gruesa y la pimienta negra, y me ha gustado mucho. Mientras mi hijo Carlos y yo masticábamos con placer -Maite cada día es más vegetariana- no he podido evitar pensar que durante miles y miles de años nuestros antepasados comieron esta carne sin antibióticos ni hormonas, carne silvestre cazada por ellos mismos en los bosques. Yo la compré en un supermercado. Ya he descubierto varias páginas de internet donde venden carne de caza, y creo que quiero probar todas las especies antes de que esté prohibido. Jamás he dejado de ser un hombre de cromañón.
miércoles, 7 de febrero de 2018
Ayudaste a destruir a mi familia
"Jesús, escribes muy bien, pero ayudaste a destruir a mi familia", escribió un autor o autora anónima en los comentarios del texto anterior.
Confieso que al principio no supe cómo reaccionar. Publico en internet desde mayo de dos mil cuatro, es decir, desde hace muchos años, y nunca me había encontrado con un comentario así. Anónimo o anónima, si tu atención era perturbarme te diré que lo has conseguido, aunque a medias, porque es más curiosidad que inquietud lo que siento por lo que escribiste. Yo sé perfectamente lo que he hecho y no he hecho a lo largo de mi vida, y si algo sé es que nunca he destruido conscientemente ninguna familia.
Eso sí, como escritor me siento atraído magnéticamente por tu comentario. ¿Y si lo hice sin darme cuenta? ¿Destruir una familia? Hace falta mucha fuerza, mucha voluntad, mucha consistencia para perpetrar semejante tragedia. Y reconozco que yo tengo todo eso, aunque nunca lo haya manifestado públicamente. Soy como un superhéroe en la sombra esperando su momento, y todavía no ha llegado.
Esta noche voy a dormir muy bien, y si no aclaras el sentido de tu comentario éste se perderá entre los cientos o miles que arrastra este cometa raro que es mi diario desde hace tanto tiempo. Sólo de ti depende querer aclarar por qué escribiste eso, o guardar silencio. Yo sólo puedo jurarte que no censuraré nada. Nada de nada. En tus manos dejo mi espíritu.
lunes, 5 de febrero de 2018
Se resquebraja
Aventuraron tormentas de nieve, situaciones de alerta meteorológica, y en los noticiarios de las televisiones todas las jóvenes y bellas periodistas aparecen dando su crónica en medio de temporales terribles.
Aquí sólo llueve o, mejor dicho, llueve felizmente. Aunque no a gusto de todos. Hoy en el trabajo han venido muchos trabajadores agrarios por cuenta ajena que cobran por las jornadas reales que realizan (sí, eso es legal en nuestro país), y la lluvia de un día les arrebata el jornal de ese día. Todos eran extranjeros y a casi todos los conozco desde hace muchos años, como ellos a mí y por mi nombre.
A mí me gustaría que todo el año fuese así: mansa lluvia, días gélidos con un sol frío brillando en el cielo, coches y plantas heladas, cuervos en el campo, bandadas de decenas de pequeños gorriones moriscos volando de un arbusto a otro a nuestro paso, poder habitar el submarino de mi casa llevando una vieja, viejísima chaqueta de lana. Olvidar temporalmente, como un cobarde, que nuestro futuro es todo lo contrario a este frío maravilloso, limpio, transparente, este frío que limpia nuestros pecados y los convierte en hielo que, al caminar, se resquebraja y desaparece.
miércoles, 31 de enero de 2018
Nana
Ahora, justo ahora, al depositar el peso de tu cabeza en la almohada y comenzar a sentir cómo el resto de tu cuerpo se relaja y disuelve en el cansancio del día, piensa durante un instante en todos los seres humanos que te precedieron; piensa en tantos que brillaron fugazmente y se apagaron tan anónimos como tú, piensa en palacios y cabañas y batallas y venganzas palaciegas y epidemias de peste. Tantos que cantaron canciones alegres a la luz del hogar, aquellos que lloraron tal vez exageradamente en las muestras de duelo en pequeñas capillas de piedra. Piensa durante un instante en que tú eres el extremo de algo, el último centímetro de una raíz que lenta y suavemente penetra en el futuro del tiempo, y duerme, duerme, duerme. Mañana, contigo, despertará el mundo entero.
martes, 30 de enero de 2018
Huellas
Hoy en la agencia comarcal de la seguridad social he conocido a una bella mujer nacida en Barbastro que vive en Italia, concretamente en Florencia, desde hace más de veinte años. Ha venido para acompañar a su madre tras la muerte de su padre y ayudar a tramitar su pensión de viudedad y demás papeleos. Enseguida hemos conectado a nivel empleado público/cliente; algo que, no porque me suceda relativamente a menudo, deja de gustarme mucho. Hemos terminado compartiendo nuestros correos personales porque mi hijo Carlos, si aprueba finalmente el Grado Superior de Agente Forestal, regresará a Italia a hacer sus prácticas con Andrea, el director del Parque cerca de Pisa donde hizo las prácticas del Grado Medio. Ella, Pilar, se ha empeñado: "Si necesita cualquier cosa, cualquier ayuda, me lo dices, estaré encantada de ayudarle", me ha dicho. Mi trabajo no siempre es ingrato.
Siempre he creído firmemente que todos los trabajos son importantes. Nosotros, quienes los ejercemos, somos o deberíamos ser los primeros en hacerlos importantes, en dignificarlos. Barrer bien una acera es lo mismo que descubrir una vacuna, y esto es algo que pienso y escribo muy en serio. Hacer un buen pan, honesto, poniendo todo tu amor en su concepción, no tiene nada que envidiar a diseñar un avión comercial. Dar clase de Lengua y Literatura con vocación de transmitir conocimientos no es mejor que limpiar los sedimentos de un canal de riego con palas y cubos con la intención real de despejarlo. Porque todo, absolutamente todo, es lo mismo: la huella de nosotros, la huella de nuestra voluntad, la huella de nuestra inteligencia.
viernes, 26 de enero de 2018
El inmenso poder
Toco la mesa: esto es el presente. Si diera un manotazo a mi vaso de whisky y lo tirara al suelo y se rompiera esparciendo su preciado líquido por el suelo salpicando la pared sucedería un pasado imposible de recomponer. Miro mi pobre guitarra olvidada, sus trastes, imagino los dedos de mi mano izquierda sobre su mástil y los de mi mano derecha haciendo vibrar sus cuerdas: eso es el futuro.
Ahora mismo escribo en mi portátil y, evidentemente, esto es el presente, aunque por un instante, durante el párrafo anterior, conseguí algo: presente, pasado y futuro fueron expresados en un tiempo coincidente. Éste es, entre miles, el inmenso poder de la literatura.
jueves, 25 de enero de 2018
Emprendo el descenso
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta como Marte, árido, seco, casi sin atmósfera, y muero al instante.
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta de cielo azul y bosques perfectos y campos de cultivo. Los seres humanos que encuentro, en un inglés muy contaminado de otras lenguas pero comprensible en su contexto, me cuentan que nuestra especie hace siglos que se dio cuenta de que debía frenar su crecimiento demográfico y limitar al máximo el consumo de animales. Con la llegada de la revolución de las células madre las empresas que mataban terneros, cerdos y corderos pasaron a crear carne con su mismo sabor y propiedades, y así el veganismo triunfó en el mundo. Pruebo un entrecot. No sabe igual que el que me comí con unos pimientos de piquillo confitados el día anterior a mi viaje, pero reconozco sus ventajas ecológicas. Qué bien, el planeta supo cambiar su trayectoria hacia el precipicio, existe esperanza, pienso. Entonces pido amablemente que me muestren una imagen del mundo y descubro que África y grandes zonas de Asia son campos de cultivo sin presencia de población humana. Pregunto: "¿Qué pasó allí?" Me contestan: "Hace siglos tuvimos que frenar el crecimiento demográfico mundial y actuamos en sus nidos fundamentales, que eran África y Asia". Digo: "¿Actuaron? ¿Qué quiere decir eso?". "Lo que le estoy diciendo, debería saberlo, se estudia en los colegios, ¿de qué planeta se ha caído?". Y comprendo.
A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en medio de un bosque de hayas y robles y, por más que busco vestigios de presencia humana, no los encuentro. Un jabalí enorme aparece en un claro entre los árboles, me mira con sus ojos tan parecidos a los de los humanos e, ignorándome sin ninguna preocupación, continúa hozando en el húmedo suelo a pocos metros de mí. Camino a través de la espesura subiendo hacia el lugar más alto a mi alcance. Llego a un repecho rocoso y contemplo el horizonte. Muy lejos el mar brilla bajo la luz del sol. Entre el mar y el lugar donde yo estoy veo los restos de una gran ciudad transformada en escombros apenas perceptibles bajo siglos de vegetación y naturaleza incontenible. No atisbo signo alguno de presencia humana, pero emprendo el descenso.