Los martes es el día que abrimos también por la tarde, de cuatro a siete. Antes éramos cinco personas en la oficina, se jubilaron dos y ahora somos tres. No han repuesto los puestos de quienes se jubilaron, así que hace mucho mucho tiempo que no almorzamos y que, sea creíble o no, trabajamos más horas de las que nos obliga nuestro deber. El pasado viernes hubiera cumplido el horario trabajando cuatro horas y cuarenta minutos. Salí de la Agencia a las tres y veinte de la tarde.
Hoy he salido a las siete y media literalmente agotado. No me quejo. Quienes trabajan atendiendo al público en una oficina de información saben el esfuerzo mental y emocional que supone, aunque no me quejo, me gusta mucho mi trabajo. Soy consciente de que me ha hecho mejor persona, he aprendido de los seres humanos que he atendido cada día, cada uno de ellos distinto, único, irrepetible, me ha hecho un trabajador de una paciencia casi infinita y, sobre todo, me he conmovido y he comprendido que a los verdaderos héroes y heroínas el pelo les huele a fritura de restaurante y sus manos tienen callos y a veces restos del yeso o la pintura con la que sus hijos han estudiado, o no, una ingeniería en Barcelona o un grado de Formación Profesional en Huesca.
Volviendo a casa me he cruzado con un pequeño grupo de marroquíes y me han saludado con una sonrisa: "¡Hola, Jesús!". Conocía el nombre propio de tres de ellos. Les he saludado y he seguido mi camino junto al río.
martes, 8 de enero de 2019
Ocho de enero
Anotado por Jesús Miramón a las 21:28 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 7 de enero de 2019
Siete de enero
Al poco de llegar a Barbastro desde Zaragoza, comiendo mientras nuestra hija de veintiséis años volaba hacia el Norte, Maite ha recibido un mensaje comunicándole que su prima N., muy enferma, había empeorado. Hemos recogido la vajilla y hemos ido a Huesca, al hospital. Sólo ha subido ella porque a mí no me conocen mucho y también porque en determinadas situaciones la mejor elección es ser invisible, a menos que te digan explícitamente lo contrario. Hay momentos vitales de una intimidad difícil de ser expresada y comprendida.
La prima hermana de mi mujer se muere. El puto cáncer de los cojones. Tiene nuestra edad y dos hijos de la edad de los nuestros. Cuando regresábamos a casa, ya de noche, Maite me ha dicho que su prima, a la que está muy unida, sobre todo en los últimos tiempos, le ha apretado fuertemente la mano repitiendo su nombre: Maite, Maite, Maite. He llorado. ¿Sólo somos esto? ¿Cómo puede creer alguien en ningún dios? ¿Qué justicia divina justifica que una buena persona muera a los cincuenta y cinco años después de no haber hecho jamás daño a nadie? Me cagaría en dios si creyera en su existencia pero, como no creo, ni esa opción me queda.
¿Sólo somos esto? Sí, ni más ni menos. Sólo esto: risas, lágrimas, amor.
domingo, 6 de enero de 2019
Seis de enero
Día de reyes. Salimos a pasear por el Parque del Agua, el Ebro fluye hacia el mar con muy poco caudal. Los niños pequeños van con sus juguetes nuevos a recoger los que les han puesto en otras casas. Mañana los contenedores de cartón y de plástico rebosarán de envoltorios. Hay ciclistas, algunos corredores. Cierzo. Sol.
sábado, 5 de enero de 2019
Cinco de enero
Somos padres y madres a tiempo completo durante algunos años, aquellos en los que nuestros hijos dependen de nosotros y somos responsables de su cuidado, su bienestar, su seguridad. Después, como así ha de ser y ha sido a lo largo de todos los tiempos, todo cambia.
Ellos, nosotros cuando fuimos ellos, vosotros, los que vendrán, saltamos del nido y a partir de ese momento a nuestros padres y madres sólo les queda cruzar los dedos y esperar que todo vaya bien, que nadie ni nada se crucen en el camino de quienes educamos para ser libres e independientes.
Entonces llega la época de las estaciones de tren y los aeropuertos. Las bienvenidas y las despedidas. Las comunicaciones por videoconferencia, comprobar en WhatsApp que se conectaron.
viernes, 4 de enero de 2019
Cuatro de enero
Las naves que hemos ido lanzando al espacio durante los últimos cuarenta años siguen viajando. Estos días la sonda New Horizons alcanzó Última Thule y envió a la tierra imágenes en color de ese objeto en los confines de nuestro Sistema Solar, cuyo nombre, maravilloso, es mil millones de veces más bonito que su aspecto, similar a dos piedras unidas con el perfil de un ocho. Aunque, claro, mejorar Última Thule, en cuanto a nombre de cualquier cosa del universo, es casi imposible (tal vez Primera Thule).
El caso es que cierro los ojos e imagino a esas sondas hechas de aluminio, de cables, de cobre, alejándose del pequeño planeta en el que fueron construidas por humanos como yo y como tú, y algo del inmenso abismo del espacio me hace sentir vértigo. Algunas salieron hace poco de nuestro sistema y vuelan tan lejos que jamás podrán enviarnos información. Botellas con un mensaje flotando en el mayor océano que pueda existir. Acaso en algún momento vayan a parar a unas manos -o garras o tentáculos o filamentos- que, perplejas, las observarán con la curiosidad de una inteligencia que ni siquiera podemos imaginar ahora. Probablemente cuando eso suceda nuestra especie habrá desaparecido miles o millones de años atrás. O tal vez no. Es divertido pensar en esas cosas. Yo lo hago. ¿Colonizaremos el universo huyendo de la extinción inevitable? ¿Evolucionaremos para sobrevivir en condiciones distintas a las de nuestro planeta original? Sí, es divertido y también conmovedor pensar en estas cosas.
Me asomo a la ventana y miro la fachada del edificio de enfrente. El río Vero fluye domesticado en el canal de hormigón que se construyó en su día para evitar inundaciones. El cielo y sus estrellas más arriba de la niebla brillan pálidamente en el frío del invierno mientras en esta pequeña habitación mi corazón palpita a treinta y siete grados de temperatura, caliente como el pequeño sol que es en realidad apagándose lentamente.
jueves, 3 de enero de 2019
Tres de enero
Jueves. Siete y veinte de la tarde. Me acostaría en la cama y dormiría sin conocimiento, pero sé que a las dos o tres de la madrugada me despertaría. La niebla se ha disipado. Los chinos han aterrizado en la cara oscura de la luna.
miércoles, 2 de enero de 2019
Dos de enero
Primer día laborable del año. He jubilado a seis personas. He dado de alta en el sistema sanitario a un recién nacido que se llama Jorge. Tarjetas sanitarias europeas. Dudas sobre lecturas en la prensa relativas a cambios legislativos que todavía no se han publicado en el boletín oficial del estado. Sólo estábamos Sofía y yo y no hemos podido levantarnos de nuestras mesas en toda la mañana. Y sin embargo.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:51 | 2019 , Diario , Vida laboral
martes, 1 de enero de 2019
Uno de enero
A lo largo de mi vida he cometido muchos errores; miles, millones de errores: todos los posibles: los míos y con ellos todos los de quienes me precedieron sobre esta tierra desde el principio de los tiempos.
Probablemente en este mismo instante, mientras tecleo estas palabras, mantengo viva tan antigua tradición.
Pero comienza un nuevo año. Se llama 2019 en este hemisferio del planeta, una convención como cualquier otra y tan útil para mis intereses como cualquier otra, y sí, me hace ilusión, porque 2019 es mi próximo horizonte y, permíteme la familiaridad, también el tuyo. Y además porque me gusta cómo suena al oído: dos mil diecinueve. Me gusta mucho. Dos mil diecinueve.
Evidentemente desde el ya lejano y remoto dos mil dieciocho que dejé atrás hace apenas un momento yo no he cambiado nada, y las mismas cosas, buenas y malas, me seguirán sucediendo o, para ser más exactos, a menudo no sucediendo; y añado: las mismas cosas, buenas y malas, seguiré cometiéndolas a menudo a mi pesar (y entiendo que este último detalle sea difícil de comprender para quienes poseen el poder infinitamente envidiado de controlar lo que quieren o no quieren hacer con sus vidas).
Me arrodillo metafóricamente ante mi propia confesión y no sé si reír o llorar, aunque una cosa sé con absoluta seguridad: en este dos mil diecinueve que ahora da sus primeros pasos reiré y lloraré, reiré y lloraré.
jueves, 25 de octubre de 2018
Con las manos en los bolsillos
Me alejo de un lugar seguro y me acerco día a día a otro que desconozco pero al que, misteriosamente, he ido perdiéndole el miedo poco a poco.
Ya casi no escribo y, sin embargo, vivo cada día con la intensidad mayor o menor de la luz del cielo. Escribir no era necesario para explorar, aunque en mi fuero interno siento que explorar sin escribir es, de algún modo, egoísta. No hacer mapas para quienes vengan detrás, no colaborar con nadie, es egoísta. Deambular sin más de aquí para allá con las manos en los bolsillos, silbando incluso a través de la noche oscura.
miércoles, 3 de octubre de 2018
Un pastel de coliflor
Cocino para mañana un pastel de coliflor con migas de bacalao, ajo y huevo gratinado. Es una receta de mi suegra que, mejor de un día para otro, queda muy buena y es muy fácil de hacer.
Me asomo a la ventana de la cocina. Están derruyendo el viejo edificio al otro lado del río. Por ahora no ha afectado al pequeño bosquecillo de plantas y árboles diversos que alberga decenas de nidos de aves ruidosas. Aunque dudo que sobreviva -ojalá me equivoque.
La vida continúa porque básicamente consiste en eso, en continuar. El otro día escuché en la radio una referencia al libro de un médico especializado en enfermos terminales que hablaba de que la conciencia parece utilizar nuestro cerebro para manifestarse, no para existir. No recuerdo ni al autor ni el título de la publicación. Quien me conoce sabe de mi escepticismo construido a medias entre la poesía, mis diminutos conocimientos científicos y mi nihilismo no confeso, pero me dio que pensar. ¿Y si fuese verdad?
Mientras tanto la existencia humana transcurre al otro lado de mi mesa de trabajo. Qué espectáculo tan apasionante, tan conmovedor y aterrador a veces. Mantengo la posición con una sonrisa mientras mi corazón palpita a la velocidad del de los pájaros.
Finalmente han comenzado a bajar las temperaturas. Adiós a las sandalias y los pantalones cortos. Anoche dormí por primera vez cubierto con una sábana, la ventana del dormitorio abierta. Si el calor me aniquila a todos los niveles, la llegada del frío me resucita. Mi última oportunidad regresa.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:51 | Diario , Vida laboral