martes, 12 de febrero de 2019

Doce de febrero

Mientras escribo una joven española de veintiséis años sale del laboratorio donde trabaja y sube la cuesta hacia la casa donde tiene alquilada una habitación, un edificio de color amarillo frente a un parque, en Bergen, Noruega.

Mientras escribo un joven español hace ejercicio en un gimnasio de Barbastro. Después de haber trabajado el último verano en una brigada de bomberos forestales de la empresa SARGA, una subcontrata del Gobierno de Aragón, ahora su objetivo, en vez de ser guarda forestal, es ser bombero forestal profesional y, si es posible, dice, del grupo helitransportado, uno que lleva a los trabajadores en helicóptero a los lugares más inaccesibles de un incendio. Se está sacando el carnet de camión y en el gimnasio prepara las pruebas físicas, muy exigentes. Las oposiciones las preparará en una academia, seguramente en Zaragoza, donde tenemos un piso.

Mientras escribo una mujer española corrige pruebas y exámenes de Lengua castellana y Literatura en la mesa del salón. Desde que terminó Filología siempre ha dado clase en unos pocos institutos. Ella dice: "el profesor se va haciendo más mayor pero los alumnos siempre son adolescentes". Es muy buena en lo suyo y ha dejado huella en muchas personas. Su marido se siente muy orgulloso. El otro día le tramitó la paternidad a un chico de Binaced y, hablando de esto y de lo otro, salió que, como todos lo que viven allí, había estudiado en Binéfar. Al marido de esa profesora de instituto el joven le dijo: dile que soy aquel chico de pelo rizado, ¡y sobre todo que saqué una ingeniería, aunque trabaje las tierras de mi padre! Resultó que ella se acordaba perfectamente de él, incluso de su nombre y apellidos, y recordó las veces que se reían juntos. A su marido esto le ha pasado muy a menudo: mencionar el nombre de su compañera y oír buenas palabras de sus antiguos alumnos. Él, que lleva trabajando con personas treinta y un años, sabe diferenciar muy bien cuándo algo se dice por decir o se dice desde el corazón. Por eso se siente tan orgulloso.

Mientras escribo lo hago en esta pequeña mesa pegada a la pared entre la cama y la ventana. Necesito estos momentos de soledad y a veces, en ellos, me sorprende haber acabado formando y siendo parte de una familia propia. Nunca imaginé que sucedería. En mi juventud soñé que me convertiría en un escritor maldito, un músico maldito, un dibujante maldito, qué sé yo, el cambio de siglo parecía estar a un millón de años luz de distancia y el malditismo, al parecer, estaba de moda. No sé si exisistirán muchas personas cuyas vidas actuales son exactamente iguales o muy parecidas a como las imaginaban en su juventud, pero la mía no, en aquella época nunca imaginé que sería un empleado público. Si me lo hubiesen adivinado hubiera dicho que no, que, por supuesto, antes morir, que vaya mierda, que qué aburrido, que me moriría en una oficina, etcétera, etcétera. Y, sin embargo, ahora no me imagino haciendo otra cosa. He aprendido tanto de las personas a las que atiendo y, con ellas, de nuestra especie, de nuestro pasado, de nuestros posibles futuros. Uno nunca sabe, y por eso, porque uno o una nunca sabe, debemos explorar el mundo hasta que la luz se apague definitivamente.

lunes, 11 de febrero de 2019

Once de febrero

Todo está bien.

Lo digo dos veces
en voz baja:
todo está bien,
todo está bien,
y se convierte
en verdad.

domingo, 10 de febrero de 2019

Diez de febrero

Los domingos por la tarde se parecen al desierto de Atacama, a la Antártida, a la fosa de las Marianas. Parece que no fuese posible la vida allí, pero existe. Primitiva, básica, simple, pero vida viva. Células reproduciéndose y sustituyéndose una y otra vez. Nubes en el cielo a kilómetros de altura tiñéndose con las últimas luces del sol.

Los domingos por la tarde se parecen a un final del mundo que, a estas horas, ya no nos importara, que aceptásemos mansamente como tantas veces aceptamos las cosas. Los domingos por la tarde son el momento ideal para invadir un país o un planeta, el momento ideal para acunar la esperanza en vez de despertarla. Duerme, duerme, pequeña.

sábado, 9 de febrero de 2019

Nueve de febrero

No había niebla en Binéfar, y además aparqué en una zona restringida a la policía local y me pusieron una multa que pagaré el lunes en el banco (si lo hago antes de veinte días naturales pago la mitad, en este caso veintisiete euros).

Pero me lo pasé muy bien. Tengo una relación de amor con Binéfar. Viví allí entre mil novecientos noventa y siete y, no sé, ¿hace tres o cuatro años? Allí crecieron mis hijos, allí canté en un coro del que llegué a ser su presidente; allí, después de los ensayos, íbamos al Chanti a tomar unas copas. Quiero mucho a ese pequeño lugar en el mundo como quiero mucho a Cataluña, donde viví casi diez años de mi vida y donde aprendí su idioma, una lengua que me encanta practicar cada vez que tengo la mínima oportunidad.

Anoche lo pasé muy bien con tres amigas por las que siento un cariño inmenso. Cada una de ellas es absolutamente distinta de las demás; cada una tiene su personalidad, su historia familiar, sus ideas políticas, y cada una de ellas son preciosas para mí, precisamente, por eso.

Anoche, mientras regresaba a Barbastro conduciendo por la misma carretera que recorrí durante años y años cada día ida y vuelta, sólo tenía un temor: que hubiese un control de la Guardia Civil en la rotonda de entrada a Barbastro. Se ponen mucho allí y nos habíamos bebido dos botellas de vino y -yo- un gintonic.

La noche estaba preciosa, oscura, negra. Ya he dicho muchas veces que me encanta conducir de noche y es la pura verdad. Con las luces verdes de los instrumentos de mi vieja Citroen Picasso y los faros iluminando el futuro, no me cuesta nada conducir imaginándome el piloto de una nave espacial. En realidad sé que lo soy como lo sois todos vosotros y vosotras devorando kilómetros bajo la tímida luna. Kilómetros y tiempo y espacio. Si por mí fuera conduciría siempre de noche, sin interferencias, sin tráfico, sin la pesada y molesta presencia del prepotente sol, ese dios de verdad.

viernes, 8 de febrero de 2019

Ocho de febrero

Despierto bruscamente de la siesta como si regresase de una vida paralela o hubiera sido excretado por el otro lado de un agujero negro. Durante unos segundos ni siquiera sé dónde estoy.

Pero debo darme prisa porque tengo una cita en Binéfar.  Allí he quedado con tres amigas a las que hace mucho tiempo que no veo. Hace meses que no voy a Binéfar. ¿Habrá niebla? Me gustaría.

jueves, 7 de febrero de 2019

Siete de febrero

Lo que más anhelo después del amor es la paz. La paz sensorial, la paz mental, la paz como concepto de todo lo contrario a la ansiedad y la angustia, la paz como sinónimo de descanso, incluso de cierta insensibilidad controlada, si eso es posible. No sé por qué mi cerebro se empeña en sentir el amor pero no la paz, aunque vivo día a día y contemplo, y exploro, y también imagino. Imagino. Imagino.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Seis de febrero

Estaba mal aparcado frente a la policlínica cuando ella ha salido de su consulta médica. Ha echado un vistazo alrededor y, al descubrirme, ha sonreído. Después de cruzar la calle tras mirar a un lado y otro ha entrado en el coche y se ha sentado en el asiento del copiloto. Durante esos segundos previos, ese instante en el que la he visto un poco de lejos, buscándome con la mirada, he vuelto a saber por qué me enamoré de ella hace treinta y cinco años.

martes, 5 de febrero de 2019

Cinco de febrero

Ya sabéis que los martes abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete. Son muchas horas atendiendo al público y salgo reventado. Muy, muy reventado. Imagino que mi creciente edad también tiene su importancia en ello.

Esta mañana, a última hora, he sentido el pitido agudo en mis oídos que precede a un ataque de pánico, pero he podido relajarme respirando despacio y controlándolo sin que la persona a la que estaba atendiendo se diera cuenta, espero. No lo creeréis pero cuando el tinnitus aparece le hablo mentalmente y le digo: suena lo que quieras, llena mi cerebro de ese La agudo y permanente, no podrás conmigo, vete a la mierda, me río de ti, me cago en ti, acúfeno de los cojones, no podrás conmigo. En serio, lo pronuncio mentalmente mientras fijo mi mente en lo que estoy haciendo. Combato fuertemente, salvajemente, sin que a mi alrededor nadie lo sepa. Y he aprendido a ganar batallas que antes perdía porque, concentrado a propósito en otras cosas mientras le insulto soezmente, de pronto el cabrón desaparece. Es tan extraño... pero no voy a perder un segundo más en él, que le den morcilla. Hasta la vista, baby.

Febrero avanza y, como sé lo rápido que desaparecerá el invierno, disfruto del frío en mi rostro caminando por la calle, esa sensación de despertar del todo en los cinco minutos que hay entre mi domicilio y mi mesa de trabajo. Amo el frío y sé que pasará. A veces voy a hacer recados y los alargo para pasear un poco más y sentirlo en mi frente, en mis pómulos, en mis patas de gallo, en mis ojeras antiguas desde la adolescencia. Febrero avanza y en nada estaremos en marzo, luego en abril y se acabó lo bueno. Volveremos a desnudarnos impúdicamente. Volveremos a sudar. Pero detente, Jesús, ¿qué cojones haces? Vive el momento. Hace frío. ¡Hace frío! ¡Goza!

lunes, 4 de febrero de 2019

Cuatro de febrero

Otra mujer en situación de extrema vulnerabilidad por malos tratos. Sentencia de alejamiento. Un hijo de doce años y otra de cuatro. Invirtió sus ahorros en el negocio de su maltratador y ahora se ve en la miseria. Me he arruinado por un amor equivocado, me ha dicho.

A muchos políticos les pondría una silla a mi lado durante una semana. No les pediría que hicieran nada, que movieran un dedo. Su único trabajo sería escuchar a quienes se sientan al otro lado de mi mesa.

Esta joven madre va a cobrar una renta de inserción de cuatrocientos treinta euros mensuales. También bonos para comprar alimentos. He llamado a mis amigas, las trabajadoras sociales de la Comarca, y me han dicho que, mientras cumpliera los requisitos para cobrar esa ayuda, no podía optar a otras. Normas. Instrucciones. Poco dinero para la intervención social inmediata.

Hace unos pocos años me hubiese tenido que ir al almacén donde guardamos las cosas a llorar. Afortunadamente ahora sé gestionar estas situaciones: mi labor es centrarme en ella y hacer todo lo que esté en mi mano y no martirizarme por lo que no lo está. He aprendido. Le he dicho que viniese cuando tuviera cualquier duda y, sin ninguna información de primera mano, le he dicho que seguro que las cosas mejorarían. Como siempre, le he preguntado si la Guardia Civil y la Policía Local estaban al tanto de su caso y de la orden de alejamiento. Me ha dicho que sí. Le he recomendado que hiciese las gestiones para obtener un abogado de oficio gratuito y tratar de recuperar el dinero que había perdido. Me ha dicho que lo iba a hacer. Me he centrado en ella, no en el dolor que su situación podía provocar en mí. Ha dado resultado. Aunque son casi las nueve de la noche y no consigo sacármela de la cabeza.

Los políticos detrás de mí, invisibles, escuchando las cosas que yo escucho, eso me gustaría mucho. Leyendo las sentencias que yo leo, oyendo a los pensionistas que cobran menos del salario mínimo de este año, que son miles y miles. Sobre todo los políticos que piensan que son innecesarias las leyes de violencia de género. Me hubiera gustado tener a uno de ellos sentado a mi lado esta mañana, e incluso dejarle que diera respuesta a esa mujer.

Jamás en mi vida pensé que me vería en esta situación, me ha dicho. Yo era una persona normal, me ha dicho.

domingo, 3 de febrero de 2019

Tres de febrero.

Hoy sólo he salido de casa para tirar la basura. El viento que soplaba ayer y convertía la campana extractora de la cocina en una especie de instrumento musical seguía soplando esta mañana. Un cielo azul muy alto y muy azul, despejado, abierto. Mi hija lo echa mucho de menos en Bergen.

De vuelta a casa me he encontrado con una vecina que es hermana de una becaria que hizo sus prácticas a mi lado: Laura. Sé que tuvo un bebé y le he preguntado a su hermana por ella. Convivimos laboralmente tres o cuatro meses y fue un placer, Laura es una persona muy tímida pero encantadora e inteligente.

Su hermana, esta mañana, frente a nuestra casa, llevaba un perro precioso, algo mayor, de color canela. Mientras hablábamos le he acariciado la cabeza, las orejas, el lomo, era un amor de perro. El río fluía un poco más allá, al otro lado de la valla. Mañana de un domingo casero y tranquilo. A veces las cosas son fáciles si se pone un poco, sólo un poquito, de voluntad.