Escribo con una tranquilidad, acaso debida al cansancio físico, que incluso me sorprende. Hace años, no demasiados, este proyecto de escribir en este diario cada noche me hubiese producido cierta ansiedad, cierta inquietud. Ahora no es así. Imagino que esto debe significar algo bueno para mí: que he madurado, tal vez; que me he dado cuenta del verdadero interés de mis cosas y mis asuntos y mis pensamientos; que en realidad ninguna de mis palabras es tan importante, que se perderán en el silencio del espacio que contempla la aparición y desaparición de galaxias y planetas. Darme cuenta de lo pequeño que soy. Es importante saberlo.
martes, 26 de marzo de 2019
lunes, 25 de marzo de 2019
Veinticinco de marzo
A veces echo mucho de menos el mar. Hace años escribí en este mismo diario que me gustaba el mes de marzo porque contenía la palabra "mar".
Echo de menos el mar y la época en la que conducía en invierno con Maite a mi lado por la retorcida carretera de Orriols, entre Banyoles, donde vivíamos, y L'Escala, rumbo a la antigua ciudad griega de Ampurias. Nunca olvidaré el sonido del motor del Alfa Romeo apurando las curvas. Éramos jóvenes y de todo este ahora en el Somontano de Huesca no sospechábamos nada; tampoco, todavía menos, de nuestros futuros hijos.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla. Lo escribiré mil veces, un millón de veces; lo escribiré antes de morir, si soy capaz de ello: el sonido de las olas rompiendo en la orilla una y otra vez, una y otra vez.
domingo, 24 de marzo de 2019
Veinticuatro de marzo
El día se extingue despacio,
sin prisa, a la velocidad de
la fuerza de la gravedad que
empuja mi cama, la silla y la mesa
en la que escribo hacia
el núcleo de la tierra.
Nada extraordinario
sucedió hoy, algo
que mi cerebro colmado
de voces y sucesos
a lo largo de tantos años
agradece infinitamente.
Silencio y paz. Silencio
y este dejarse llevar
por la corriente sin remedio.
sábado, 23 de marzo de 2019
Veintitrés de marzo
Esta mañana, paseando con mi compañera junto al canal, he visto la primera amapola de dos mil diecinueve. Todo ha florecido antes de lo acostumbrado. Podíamos vislumbrar la nieve en la lejana cordillera, ya no en forma de cimas blancas sino en flecos rasgados descendiendo y desapareciendo en las laderas. Había mariposas y hormigas. Pájaros en un cielo sin nubes. Romero en flor. Aliagas amarillas como las primeras plantas que crecerán en Marte cuando hayamos colonizado el planeta muchos siglos después de mi muerte.
viernes, 22 de marzo de 2019
Veintidós de marzo
Es un hombre grande, alto y muy fuerte. Lo que convendríamos en llamar "un chicarrón del norte". Se levanta de noche, tan temprano que a veces desayuna cuando otros recenan. Luego sale de casa, se sube a su camión y parte rumbo a su próximo destino. Desde la cabina contempla el amanecer sobre la tierra, sobre los campos, sobre la carretera a menudo desierta, sobre paisajes de todo tipo, y a veces hace fotografías. Le gusta mucho su trabajo -creo que a mí también me gustaría.
Es un hombre grande, alto, fuerte, y su corazón y su sensibilidad son más grandes que él. En mi limitado círculo social tengo a cuatro o cinco hombres como símbolos de lo que significa ser un buen hombre, un hombre bueno, simplemente eso: bueno. Uno es él, junto a mi padre y mis hermanos y mi mejor amigo. Se llama Gustavo y es mi cuñado, el compañero de nuestra hermana pequeña. En mi familia todos le queremos muchísimo. Lo que no sé si él sabe es que, además de todo eso, es un poeta maravilloso.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:12 | 2019 , Diario , Fotografías
jueves, 21 de marzo de 2019
Veintiuno de marzo
Con la hora de la cenicienta acercándose poco a poco me asomo a la ventana y contemplo el cielo en el que brillan algunas pocas estrellas, rebeldes contra la contaminación lumínica de mi pequeña ciudad. Aún así me atrevo a hacer una fotografía donde, para mi sorpresa, tras haber eliminado el flash, aparecen. La cuelgo en instagram, lugar que complementa a Las cinco estaciones en el proyecto de hacer un diario de este año dos mil diecinueve en el que cada día doy testimonio visual y textual de mi vida cotidiana. Aviso, la mayor parte de las fotografías son terriblemente malas, como sucede aquí con los textos. Pero es mi proyecto.
En mi casa la cena es un pequeño sálvese quien pueda. Ni siquiera cenamos juntos. Cada uno se prepara algo y cena cuando le viene bien. Yo me haré una tostada caliente con gorgonzola y anchoas, probablemente, pero Maite tiene brócoli y Carlos seguramente se hará huevos fritos con longaniza o algo así. Vamos por libre. Comemos juntos, eso sí, pero la cena es como un territorio de libertinaje, lo cual me encanta porque puedo estar aquí escribiendo sin presión de ninguna clase.
Pienso que es importante que existan momentos así, en los que cada uno, pese a formar parte de una familia, pueda hacer lo que le salga de las narices sin reproches sino más bien agradecimiento. Cuando mis hijos eran pequeños no podíamos permitírnoslo, obviamente, pero ¿ahora? Campi qui pugui. Campo abierto. Y me encanta. Bona nit, amigas y amigos míos. Buenas noches también a quien pase despistado por aquí. Sólo es un diario, nada más.
miércoles, 20 de marzo de 2019
Veinte de marzo
Otra brazada
en mar abierto.
La tierra firme es un sueño
en nuestra cabeza: las cosas
que nos pasan allí, secos
bajo las nubes,
creando familias,
viendo crecer a nuestros hijos,
descubriendo nuevos amigos,
cenando en restaurantes,
leyendo libros, escribiendo
diarios, son un sueño.
Otra brazada
en mar abierto: respirar
oxígeno del aire y
expulsar en el agua
dióxido de carbono
en forma de burbujas
que quedan atrás.
martes, 19 de marzo de 2019
Diecinueve de marzo
Ahora mismo nuestro hijo de veintiún años está cocinando la cena, pollo con verduras. Lo veo en la cocina con el delantal y la tabla de picar y todo ordenado (no como su dormitorio, el centro abisal de un agujero negro) y me doy cuenta de cómo, sin darnos cuenta, ellos nos miraban cuando eran pequeños e, inconscientemente, tomaban nota.
He llamado a mi padre para felicitarle en el día del padre. Me ha preguntado si mis hijos lo habían hecho. Le he dicho que, en estas costumbres del día de tal o de cual, éramos los últimos de Filipinas. Le he dicho también que le quería muchísimo y era un ejemplo para mí, sobre todo ahora, cuando mi madre está enferma y él está ahí, al pie de todo; le he dicho que era la persona más buena que había conocido en mi vida y que me sentía orgulloso de ser hijo suyo.
No ha sido difícil porque todo era verdad. Han existido y existirán seres humanos extraordinariamente buenos sobre la tierra, y puedo afirmar sin duda alguna que mi padre, Jesús Miramón Martínez, es y será hasta el fin de los tiempos uno de ellos.
lunes, 18 de marzo de 2019
Dieciocho de marzo
Se me cierran los ojos de puro cansancio, que en mi caso es mental. No sé cuántas calorías consume el cerebro ni tengo ganas ahora de buscar esa información en internet. Las farolas de la calle junto a mi ventana tiñen las aceras de amarillo. Escucho música, bebo whisky, respiro y tecleo palabras en este cuadro en blanco de Blogger. No soy ajeno al mundo sino una partícula de él. Qué milagro. Qué responsabilidad.
domingo, 17 de marzo de 2019
Diecisiete de marzo
La tarde de domingo fluye lentamente entre altos árboles poblados por tucanes de picos de colores y monos capuchinos con el mismo peinado que yo.
Las nubes navegan a miles de kilómetros de altura sobre el sitio donde escribo, deshaciéndose y volviéndose a rehacer como nosotros no podemos. La luz languidece lentamente.
No tengo prisa, o mejor debería decir: no "siento" prisa. Ni siquiera ante el proyecto de escribir una entrada en este diario cada día.
He ido aprendiendo que da igual lo rápido o despacio que sucedan las cosas: el tiempo es algo ajeno a nosotros, impermeable a nuestras expectativas. El tiempo se ocupa de todo mientras sobre mi canoa se agitan las hojas de las palmeras y, de vez en cuando, delfines rosados de agua dulce asoman su aleta dorsal en el agua turbia.