miércoles, 8 de diciembre de 2021

Heródoto

En los últimos tiempos las fotografías, las viejas fotografías, siempre están a mano cuando vamos a estar con mi madre. Su enfermedad le permite verlas una y otra vez con el mismo asombro y la misma fascinación, y a veces nos sorprende con reconocimientos faciales que nadie en el mundo podría lograr. Mi compañera, mi mujer, mi amor, se sienta con ella a repasar por enésima vez las imágenes de vidas propias e incluso a veces ajenas, y yo me siento con mi padre en el sofá de enfrente mientras en la televisión dan capítulos de telenovelas turcas.

Es interesante cómo podemos acostumbrarnos casi a cualquier cosa, y más interesante es darse cuenta en vivo, carnalmente, del poder del amor pequeño y grande, del poder de la ternura, los gestos, los besos, los detalles. Cuando yo era un niño mamá me subía la cremallera del abrigo en invierno antes de salir a la calle, esta mañana era yo quien se la subía a ella, mi padre lo hace todos los días.

El amor de verdad, ese que se manifiesta como pareja, como amigo, como padre, como hermano, como compañero de trabajo, es algo físico, escapa y se derrama como leche hirviendo sobre las palabras, sobre todos los poemas y canciones que durante siglos han querido mirarlo de cerca como si pudiese estar quieto e inmóvil alguna vez en alguna parte.

Nada está quieto e inmóvil nunca en ninguna parte. Ni siquiera las viejas fotografías y su testimonio conmovedor. A veces soy yo quien las mira al lado de mi madre. Después de tantas tardes casi me sé de memoria todas las imágenes, pero ella no, y ella es la que nos importa a todos quienes la amamos, y somos muchos porque mi familia es amplia: cuatro hijos, nuestras parejas, diez nietos y nietas, novias y novios. Cuando mi madre o mi padre ríen, y me da igual el motivo, mis pulmones o, lo que es lo mismo, mi alma, se ensancha y disfruta con felicidad del presente como ninguna literatura podría expresarlo. Este es el tesoro de estos días.

Espejo en el espejo

La noche convierte el cristal de la puerta corrediza de la terraza en un espejo. Allí los libros en las estanterías están ordenados al revés y yo soy la copia inversa de alguien tecleando en un ordenador inclinado sobre una mesa baja de color blanco. Sólo unas pocas ventanas todavía encendidas en los edificios lejanos, al otro lado del colegio infantil oculto por la oscuridad, rompen el hechizo: mañana es un día festivo y la mayoría de mis conciudadanos no tendrá que madrugar. Yo tampoco. Nosotros tampoco: el que escribe aquí, el que escribe allí.


lunes, 6 de diciembre de 2021

Sin título

Cada día soy más pequeño
porque estoy más lejos.

viernes, 3 de diciembre de 2021

Cavatina

No vuelvo de la guerra. No entro en la ciudad con el uniforme de gala y las medallas, más delgado pero más fuerte que cuando me fui. No hay luces de Navidad ni ventanas encendidas en los edificios. No camino más despacio de lo normal, no tengo miedo, no tiemblo de arriba abajo al acercarme a la puerta de la casa. No temo el jubiloso recibimiento que me espera, no siento pánico del futuro que no merezco, no me rodean los camaradas muertos que me animan y ríen, no sé que ya nunca nada será igual.

martes, 30 de noviembre de 2021

Brújula

Todo está bien, me digo a mí mismo una y otra vez a lo largo de los días. Cuando llueve, cuando una niebla tan suave que ni siquiera merecería llamarse así borra ligeramente las vistas desde la ventana de la cocina. Todo está bien, pienso cuando vuelvo del trabajo bajo el cielo, entre edificios y coches aparcados en las aceras. Nada tiene importancia salvo, tal vez, esta curiosidad viva, efímera, sincera y sin dirección de ningún tipo. No hay brújula porque no existe norte alguno. Todo está bien mientras me quede a ti y a mí algo, un último suspiro o el primero de todos los demás. No hay mucho más que hablar sobre esto.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Telón

Comprendo que lo más inexplicable de la muerte es la desaparición, la extinción de todos los planes y deseos; la repentina ausencia de presencia y olor y ser y estar.

Un ser humano murió dándome la mano. Fue una experiencia que me enriqueció más de lo que nunca hubiera podido imaginar. Él estaba muy enfermo, y mientras sus funciones vitales cesaban poco a poco, aparentemente ajenas a su piadosa inconsciencia, sentí piedad, sentí comunión, asombro y una tristeza que no se parecía exactamente a la tristeza.

Hubo un instante en el que, mientras le hablaba, sentí claramente que dejaba de existir, que su corazón ya no bombeaba sangre ni los pulmones respiraban y de pronto, suavemente, ya no estaba allí. Eso fue todo. Creo que siempre eso es todo.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Hopper

Conduciendo a través de la noche todas las gasolineras parecen cuadros de Hopper. Al final de la carretera, a la izquierda del paisaje en sombras, las nubes reflejan un tenue brillo rojizo. Este es mi planeta. Los kilómetros se deslizan bajo las inmóviles ruedas del coche y la luz de los faros.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Soy el tonto que camina

Soy el tonto que camina por la linde del campo y, cuando esta termina, sigue caminando y pisa la tierra húmeda de los maizales ya cosechados, y luego el suelo calcáreo donde crecen las encinas carrascas; soy el tonto que cruza la estrecha carretera asfaltada de la Confederación Hidrográfica del Ebro junto al canal seco y, después, continúa caminando bajo las nubes en dirección a las montañas donde ayer comenzó a nevar, lejanas y cercanas al mismo tiempo, sensatas y absurdas como la nieve, sensatas y absurdas como yo, que no sé nada de nada.

Ciencia ficción IV

Suena el despertador. Me asomo a la ventana de mi camarote y observo que cada día amanece un poco más pronto. El suelo está mojado y el cielo es gris. Mis neuronas comienzan a trabajar sin daños aparentes tras la efímera hibernación. El viaje continúa.


martes, 23 de noviembre de 2021

Balbucear

Llovía por la mañana cuando me dirigía al trabajo y llueve ahora, ya de noche, a la luz de las farolas en la acera. El río Vero ha aumentado su caudal. Hace tanto tiempo que no escribo que me siento balbucear como quien no ha hablado con otro ser humano durante años y casi ha olvidado cómo se hace.

Los días de Navidad se precipitan hacia nosotros sin piedad a medida que los empleados del ayuntamiento instalan las luces de colores subidos a sus grúas móviles. Odio la Navidad pero la celebraré junto a mis padres y mis hermanos, hijos y sobrinos después del año y medio de restricciones por culpa de la pandemia. A mi madre le gusta mucho y espero que la disfrute sin demasiadas confusiones. Poco a poco nos hemos acostumbrado a su enfermedad, que progresa poco a poco e inexorablemente. Es increíble a lo que podemos acostumbrarnos los humanos. Qué sabia frase aquella que rogaba que dios no nos dé todo lo que podemos soportar, todo lo que somos capaces de aceptar.

Continúa lloviendo mientras escribo estas primeras palabras después de tantos meses sin dejarme llevar por esta dulce marea. Odio la Navidad pero amo la lluvia.