El sonido de las hojas de los árboles agitadas por el cierzo que empuja violentamente las ramas siempre me gustó. Me recuerda al cuchicheo de las palabras y, cuando se calma, al silencio. Los flujos y reflujos que suceden en la absoluta oscuridad de los órganos internos de mi cuerpo.
En el exterior mis vacaciones se aproximan a su fin. Me gusta mucho mi trabajo pero podría acostumbrarme fácilmente a tocarme los huevos cada día. Sí, eso es algo que podría hacer sin ningún inconveniente.
Por otro lado, ¿qué queda de lo que fui alguna vez? O, también: ¿qué queda de lo que quise ser alguna vez?
¡Que salten todas las alarmas como en el interior de un submarino!¡Torpedos melancólicos acercándose a toda velocidad! Y sólo hay que escribirlo para, oh, milagro, tener el poder de hacerlos desaparecer instantáneamente en unas aguas inventadas. Glaucas. Verdes. Grises. Blancas.
Los árboles de la calle se agitan ruidosamente de un lado a otro. No es nada nuevo, y sin embargo.
martes, 25 de julio de 2017
Sólo hay que escribirlo
viernes, 14 de julio de 2017
La sombra oscura
1.
Son mundos diferentes. Está el sol de las nueve de la mañana sobre la cala donde mueren las olas y los pinos y está, tan cerca y tan lejos como un planeta distinto, lo que vive bajo el agua, el cricri permanente de los peces que comen en las rocas, el sonido de mi propia respiración en el tubo de plástico, la ingravidez, el frío inicial, el reflejo geométrico de la luz sobre las zonas de arena, hipnótico más allá de lo prudente.
2.
Hemos regresado al camping de bungalows donde vinimos algunos veranos cuando nuestros hijos eran pequeños. Otros niños nos rodean ahora, casi todos extranjeros como entonces. Juegan entre los árboles y los arbustos cuidadosamente regados y podados. Juegan en francés, en holandés, en inglés, en castellano, en catalán. Durante mi juventud nunca fui una persona especialmente "chiquillera" como sí lo era mi hermano gemelo, pero a medida que he ido cumpliendo años he cambiado y ahora los niños me conmueven de un modo profundo. Su inocencia, sus travesuras y sus lloros nocturnos de protesta mantienen a raya la sombra oscura.
domingo, 2 de julio de 2017
Genitales
Poco a poco voy dándome cuenta de qué va todo esto (y cuando hablo de todo esto hablo, sí, de la vida). En realidad la respuesta es tan sencilla que, junto al alivio de haberla encontrado, siento pena de quienes piensan en sí mismos como la cima de cualquier cosa: la especie, la evolución, el tiempo. La masculinidad. La poesía. El tamaño de los genitales. La perspicacia.
jueves, 29 de junio de 2017
Músculos
Las temperaturas han descendido un poco y entreabro los ojos en mi realidad paralela de ventiladores y aire acondicionado. Todavía no es el momento de despertar, pero sí un descanso de la peor muerte posible en mi imaginación: morir de calor.
Aún no tengo fuerzas para escribir, mas debo entrenar los músculos, recuperar el instinto mientras dure esta tregua, regresar a este acto maravilloso de elegir una palabra detrás de otra.
El tambor de la lavadora gira a toda velocidad en la cocina. Los pajaricos cantan en la espesura al otro lado del río. Las ventanas y la puerta del balcón están abiertas. El aire acondicionado está apagado. No me lo puedo creer.
lunes, 19 de junio de 2017
Un suspiro
Mi corazón se ha convertido en una almendra reseca, mi cerebro es una pasa de Corinto, mi cuerpo carne sufriente sometida a un calor sin misericordia. Mi esperanza duerme esperando que regresen las lluvias que romperán la cáscara de arcilla y le permitirán resucitar milagrosamente y nadar y reproducirse en un suspiro del tiempo.
sábado, 3 de junio de 2017
Dioses
El pequeño bosquecillo al otro lado del río, un ecosistema urbano y a la vez silvestre en el espacio trasero de un edificio abandonado y olvidado por todos, comenzó a agitarse violentamente de un lado a otro como si fuese el preludio del apocalipsis; un caos vegetal, amazónico, ajeno a la integridad de las decenas de nidos que aquella espesura guardaba como un tesoro; relámpagos y truenos derrumbándose como un piano descomunal bajo el cielo oscuro que me hicieron comprender por qué mis antepasados inventaron dioses de poder inimaginable.
Ahora la lluvia cae mansa y tranquila como si pidiese perdón. Los dioses de los truenos y los relámpagos se alejan enfadados hacia otras comarcas empujados por lo único que no pueden dominar: el simple viento que les empuja.
miércoles, 31 de mayo de 2017
Mayo
Mayo de dos mil diecisiete se precipita como cualquier minuto corriente: jamás volverá a repetirse. Cumplí cincuenta y cuatro años. Como nací en mil novecientos sesenta y tres y pertenezco a la generación del cambio de siglo jamás me visualicé a la edad que cumplí hace pocos días.
Cuando era un soñador y compulsivo onanista adolescente lo único que era capaz de imaginar más allá de mis futuros treinta y seis años -el cambio de siglo- era un mundo de colonias espaciales y maravillosas ciudades submarinas, viajes turísticos a la luna, coches voladores, etcétera.
Año a año he ido contemplando perplejo lo que llegó en realidad: el regreso de las guerras de religión de la edad media con sus miles y miles de víctimas inocentes; el retroceso en la última década de los derechos sociales a caballo de la crisis económica mundial; el envío de naves no tripuladas a Marte pero ninguna expedición humana más allá de la estación espacial que orbita alrededor de nuestro planeta.
Un futuro, lo reconozco, decepcionante para el joven que fui, aunque hace mucho tiempo que olvidé aquellas fantasías y acepto que los acontecimientos históricos tanto pueden empujarnos hacia el futuro como paralizarnos e incluso retrotraernos al pasado. Al parecer nuestro horizonte no era mayoritariamente la inteligencia y la investigación y los viajes espaciales sino la economía desnuda o, lo que es lo mismo, una nueva religión desconocedora de la compasión: el capitalismo. Jamás pude imaginar que a mi edad actual, en este inicio del siglo veintiuno, viviría en un mundo amenazado por un lado por el fanatismo de una religión resucitada de la edad media y por otro por el fanatismo de esta última religión de raíces puramente económicas ajena a las necesidades y sentimientos de la especie humana.
Sé que ya he cruzado el Cabo de Hornos del tiempo que me queda. Si hubiese nacido tres mil o cuatro mil kilómetros más allá o más aquí ya sería un anciano a punto de atravesar el Aqueronte tras pagar el óbolo a Caronte, pero nací en el hemisferio privilegiado del planeta, en un país del primer mundo, y acaso pueda vivir veinte o treinta años más.
Tal vez contemple, antes de desaparecer en el olvido, la existencia de colonias espaciales en la luna o en Marte, ciudades submarinas en el fondo del mar, coches voladores; la desaparición de todas las religiones, también las económicas; la creación de un gobierno mundial, planetario, capaz de redistribuir los recursos entre los miles de millones de habitantes de nuestro pequeño mundo y así terminar con todas las guerras. Me gustaría.
jueves, 25 de mayo de 2017
Pepitas
Justo a la derecha de nuestra pequeña terraza del salón hay una farola municipal. Ahora mismo nubes de insectos giran alrededor de la fuente de luz brillando como pepitas de oro blanco acercándose y alejándose. Pronto aparecerán los murciélagos pequeños como gorriones sobrevolando la calle de farola en farola sin piedad. Las ranas croan a la izquierda, más allá de la pasarela peatonal del palacio de congresos sobre el río. Me iré a dormir y todo esto sólo será verdad porque lo escribí. Doy testimonio de este mundo.
lunes, 22 de mayo de 2017
Comanches, esquimales y bosquimanos
Con el calor llega mi declive. Me transformo en un viejo comanche barrigudo sentado en el porche de su vivienda prefabricada de la reserva india, bebiendo agua de fuego mientras atardece en Monumental Valley. Un hombre a quien arrebataron su pasado y su futuro, pero no el terrible clima de su país de tierra roja.
Con la llegada del calor comienza la prueba de amor más exigente de mi familia: soportarme. Porque juro que me convierto en un quejica permanente e insoportable, un odioso esquimal incapaz de comprender la realidad climática; un odiador profesional de lo que, sorprendentemente, otros seres humanos normales adoran: tener calor, sudar incluso desnudos, ducharse varias veces al día en agua fría... ¿Semejante experiencia es o no es lo más parecido al infierno? Si el calor fuese algo bueno, existiría en el cielo, ¿no es verdad?
Esta tarde he puesto en marcha por primera vez el aire acondicionado del salón. Ahora ya no, lo apagué hace un buen rato y abrí la puerta de la pequeña terraza. Escucho el croar de una rana en algún charco cerca del río Vero, y también el intermitente sonido de los coches circulando más allá, en la Avenida al otro lado. Esto no es Monumental Valley y yo no soy un viejo comanche (lo de barrigudo lo dejaremos aparcado) bebiendo whisky (esto también lo dejaremos aparte) mientras se hace de noche, pero de alguna manera el verano, incluso ahora que apenas ha comenzado a asomar sus dientes, me convierte en un indígena, un aborigen, un hombre medio desnudo yendo de aquí para allá odiando las altas temperaturas sin poder huir al ártico o la antártida.
Con el calor llega mi declive. Mi primitivo organismo se protege de él entrando en un reposo animal, disminuyendo mi actividad física y mental. No es algo extraño en mi especie: los mal llamados bosquimanos del desierto del Kalahari, durante las épocas más secas y cálidas, hacen lo mismo y dejan pasar el tiempo jadeando a la sombra de arbustos y acacias, tratando de evitar sin mucho éxito el mal humor.
Nada como el calor me recuerda el animal que soy. El frío tiene la virtud de revelar nuestros avances tecnológicos para combatirlo, ya sea en forma de calefacción o en las infinitas capas de ropa con las que podemos cubrir nuestros cuerpos; el calor, dejando fuera el reciente aire acondicionado del interior de los edificios, revela que somos poco más que aquellos homínidos asustados por nuestras posibilidades de supervivencia, pues ninguna desnudez puede protegernos de él.
jueves, 18 de mayo de 2017
Precede a lo que precede
Ayer terminé huyendo hacia el Ártico sin mirar atrás, pero hoy ha llovido durante toda la mañana y la temperatura ha descendido más de diez grados, así que los perros esquimales, el trineo y nosotros nos hemos dado la vuelta temporalmente. Yo había acudido a trabajar con una camisa de manga corta, bermudas y mis sandalias de franciscano -bienvenidos al Congo- y me he sentido feliz de no tener calor, incluso de que la lluvia mojara los desnudos y feos dedos de mis pies cuando he salido a almorzar. Generosa y voluble primavera, que cruelmente y entre risas nos hace olvidar que precede a lo que precede.
miércoles, 17 de mayo de 2017
Corre, huye
Hoy ha sido el cumpleaños de Maite. Nunca celebramos nuestros cumpleaños en la intimidad salvo cuando, como sucede en Mayo, se reúnen muchos y hacemos alguna comida en el huerto de mis padres, si se tercia.
Somos sosos. Nunca nos regalamos nada ni hacemos nada especial. Nos damos un beso en la boca y nada más, como cada día, y ya está. Ni siquiera hay tartas con velas, no hacemos absolutamente nada especial, ya digo: somos muy sosos en estas cosas.
Ojo, nos parece maravilloso que existan personas que celebran sus cumpleaños con todo tipo de bonitos detalles, regalos y sorpresas como si ese día fuese el último del mundo -y en realidad nada indica que no pudiera serlo realmente, pues ni los meteoritos ni los zombis respetan nada. Pero no es nuestro rollo. En fin.
---
Los vencejos han regresado de África. En Binéfar jamás, durante los quince años que viví allí, vi vencejos, la gente les llamaba así (o golondrinas) pero eran aviones comunes, más pequeños y de pecho blanco o amarillo pálido, en el alero de nuestra casa de entonces teníamos varios nidos que nunca quisimos destruir (vivían allí antes que nosotros).
Aquí en Barbastro sí hay vencejos de verdad, más grandes que los aviones y de alas aceitosas en forma de guadaña. Hace muchísimos años que no veo golondrinas. Los confundimos porque su aspecto y comportamiento es muy similar: al caer la tarde sobrevuelan los edificios y tejados de la ciudad cambiando de dirección en una milésima de segundo, haciendo quiebros y requiebros bajo el cielo chillándose unos a otros como en un vertiginoso juego aéreo, un comportamiento que comparten todas las aves pertenecientes al orden de las paseriformes y cuyas especies son un poco difíciles de distinguir salvo si te fijas con atención.
---
La llegada de los vencejos y aviones comunes que chillan sobre el río al caer la tarde señalan el fin de las temperaturas ligeras que me gustan y la llegada de las altas temperaturas que odio. Pero tras casi cincuenta y cuatro años ya debería comenzar a aceptar la realidad, ¿no es verdad?
Suda sin quejarte. Mira: mejor: adelgaza y sudarás menos. No te arranques mechones de pelo porque se aproxima el verano, no golpees tu cabeza contra las paredes, no te encojas en la bañera llena de agua fría.
Mira: mejor: abandona tu vida en este país condenado a ser un desierto, toma de la mano a tu compañera y viaja hacia el Norte en dirección al círculo polar ártico. Corre, huye sin mirar atrás.
lunes, 15 de mayo de 2017
Una de esas personas
Soy una de esas personas que entran en un restaurante con su compañera, la mujer que ama, y cuando viene la camarera a ofrecer la carta imagina, sólo por imaginar, en cómo sería ser su pareja, tal vez el cocinero que trabaja en la cocina sudando pero disfrutando de hacer algo que le gusta; en cuántos hijos tendría con ella; el cansancio de la hora del cierre sólo aliviado por la escasa nieve de las altas montañas al otro lado de la carretera brillando bajo la luna.
Soy una de esas personas que al entrar en un bazar chino se pregunta cómo sería vivir con una mujer china, concretamente con la que vigila el pasillo del ajuar de cocina, pequeña y delgada. ¿Le gustaría la comida española que yo le cocinaría pensando en el sexo de después? ¿Qué me cocinaría ella después del sexo? ¿Iríamos a caminar por el campo o su trabajo intensivo se lo impediría? ¿Sería una historia de amor imposible?
jueves, 11 de mayo de 2017
Gelatina
El día comienza a difuminarse en el cansancio como si nunca hubiera existido. No es verdad. Existió y llovió mucho por la mañana, y en mi trabajo atendí a muchas personas, unas más interesantes que otras, y al volver a casa mi pareja y yo comimos bacalao con patatas y un poco de arroz (y azafrán, y pimentón, y caldo de pescado) que yo había preparado el día anterior, un plato caldoso y caliente ideal para un día de lluvia y nubes oscuras. Después los dos dormimos una pequeña siesta, tras la cual ella se fue a su estudio a corregir y corregir exámenes y trabajos y más exámenes y más trabajos propios de una profesora de Lengua y Literatura, y yo me quedé aquí en el salón con mi portátil y mis asuntos frikis y mis costumbres solitarias, costumbres de un soltero.
El día ha terminado y la noche cubre este hemisferio de nuestro planeta. Un día que existió, que existirá siempre hasta que la red mute y todos los blogs desaparezcan en el gran apagón previo a que las máquinas nos esclavicen.
Sigo adelante sabiendo que soy feliz, aunque alguna vez se me olvide. Bueno, a ver: feliz en plan normal, cotidiano, asumiendo enfermedades, edades, esta fase de lenta decadencia en la que siento que ya he penetrado como a través de una temblorosa pared de gelatina. Debo enfrentarla con el mismo valor que mis predecesores, que fueron todos los miles de millones de seres humanos que existieron antes que yo.
Confío en que todavía me queden algunas décadas de exploración, aunque por mi trabajo sé que la muerte acecha en todas las edades posibles. Si al sobrevolarme pasa de largo espero seguir navegando río abajo entre árboles inmensos y chillidos de monos y pájaros, luz y sombra sobre el agua, campos de cebada rodeando pequeñas islas de encinas carrascas, desiertas carreteras comarcales, viejas higueras creciendo junto a las acequias, viñedos, la antártida.
miércoles, 10 de mayo de 2017
Decisiones
Fui cantante y presidente de la Coral de Binéfar durante muchos años. Hoy en mi pequeña y querida agencia comarcal de Barbastro ha entrado la única persona que durante todo ese tiempo expulsé del coro. Lo utilizaba para sus propios fines y era algo que yo no podía consentir. Nadie se opuso e incluso me lo agradecieron. Era un tumor en el grupo, por mucho que su tesitura vocal de tenor fuese una de las mejores que habían pasado por la coral.
El hecho es que hoy ha entrado en la oficina y le ha atendido una compañera. Yo no lo había visto y ha sido al final de su consulta cuando se ha acercado y nos hemos saludado fríamente, con la mínima cortesía de dos personas civilizadas. Seguía produciéndome tanta grima como entonces. En el fondo me ha dado lástima, no debe de ser agradable no ser agradable para los demás, pero ese sentimiento ha durado poco rato. He recordado las pequeñas cosas que hizo durante el tiempo que permaneció entre nosotros y, con una patada mental, lo he enviado a Plutón.
En cualquier caso nunca me he arrepentido de haberle dejado fuera de la coral en la que ya no estoy. Nos utilizaba para lograr contactar y tratar de dirigir a otros coros de adultos o de niños de los pueblos que visitábamos; incluso en algún momento brevísimo puso en duda la capacidad de nuestra fundadora y directora como si quisiera sustituirla: en fin, era un problema muy grave. Me siento orgulloso de haber estado a la altura de aquella situación.
No le he saludado con afecto, no he sido hipócrita; he sido frío, casi maleducado. ¡Lo expulsé de la coral! Me he dado cuenta de que fue una de las decisiones más afortunadas que tomé durante aquella época, porque esta mañana, durante el poco tiempo en el que hemos podido conversar, me ha producido las mismas malas sensaciones que hace diez años. Me he alegrado cuando ha salido por la puerta rumbo a Monzón y ha desaparecido.
Navegar siempre significa tomar decisiones. Elegir entre dos ramales de un río. Dejar de ser amigo de alguien o intentar serlo de otra persona que te atrae como una farola nocturna a las polillas. Vivir siempre significa acoger y discriminar, es una verdad inevitable de la que, no deberíamos olvidarlo, también nosotros somos víctimas. Siempre ha sido así.
Durante mi infancia leí muchas novelas de Historias-Selección de la editorial Bruguera, aquellos libros donde cada pocas páginas aparecía una con dibujos que mostraban el argumento, y fue entonces cuando desarrollé un arraigado y anticuado sentimiento de la justicia y el valor y la defensa de los desfavorecidos. Son sentimientos que mantengo con aquel mismo orgullo infantil, casi diría que todavía con más fuerza ahora, a punto de cumplir cincuenta y cuatro años.
Lo primigenio tiene la pureza del desconocimiento del futuro. Mantenerla es un esfuerzo diario a partir de cierta edad, pero tiene una recompensa diaria o, lo que es lo mismo, infinita.
lunes, 8 de mayo de 2017
A cual más bella
Lo más increíble de todo es que este día que termina, como todos los anteriores y los que acaso lleguen a partir de mañana, es mi vida, la vida de Jesús Miramón, no otra.
Me pregunto si será tan vibrante y sólida como la de las cuarenta o cincuenta personas que hoy pasaron ante mí al otro lado de mi mesa de trabajo, a cual más hermosa, a cual más interesante, a cual más misteriosa, a cual más carnal y bella en su fragilidad.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:08 | Diario , Vida laboral
domingo, 7 de mayo de 2017
A través del campo
Quiero caminar a través del campo. Quiero cocinar comida sabrosa y buena. Quiero dormir la siesta en la butaca mirando una película malísima. Quiero despertar y confirmar que mi vida es un privilegio con el que nunca hubiera soñado. Quiero besar en la boca a mi compañera de tantos años, y aquí debo detenerme.
Compasión
Hubo un tiempo en el que a estas horas, en vez de terminar, comenzaba la noche. Era joven y escribía como si mis palabras fuesen nuevas en este mundo; joven como si dijesen algo que jamás se hubiese dicho antes.
Observo desde la distancia a aquel hombre y siento ternura. Me pregunto si cuando en el futuro observe al señor mayor que soy ahora, cuando sea un anciano, sentiré esta misma mezcla de sorpresa, amor y compasión.
jueves, 4 de mayo de 2017
Ida y vuelta
Por la tarde viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza para una visita de Maite al dentista. Mientras ella se sometía a la amabilidad de los profesionales, yo daba un paseo por los alrededores de la clínica. Paseo de la Constitución, calle de León XIII, Plaza de los Sitios. Territorio de gente guapa, camisas largas y americanas a pesar del calor, mujeres hermosas y de perfumes flotantes y tal vez demasiado persistentes.
Me sentía como un granjero analfabeto entre las pequeñas tiendas de comida centroeuropea con su aroma a chucrut, boutiques de ropa a precios muy alejados de los de Decathlon y terrazas llenas de clientes bajo un cielo nublado y veintiocho grados de temperatura sin un atisbo de cierzo. De acuerdo, sé que a todos nosotros nos ha sucedido alguna vez y volverá a sucedernos, pero me sentía exactamente igual que un marciano disfrazado para pasar desapercibido.
Había también pequeñas y encantadoras tiendas de antigüedades, y coctelerías con inmensas pantallas de plasma en su interior abierto a la acera por un mostrador que invitaba a pedir lo más caro que tuvieran. Me he dado cuenta de cuánto había cambiado Zaragoza desde que me fui. Ha sonado mi teléfono móvil. Era ella, que ya había terminado. He ido a buscarla, hemos subido a la Picasso y hemos vuelto a Barbastro.
Los campos todavía están verdes, pero cada vez menos día a día, variando lentamente hacia el dorado que mostrarán cuando estén en sazón. Será otra belleza: no, algo más significativo aún, una metáfora sin fin: una belleza nacida de esta.
martes, 2 de mayo de 2017
Últimas migas
Siempre quedan unas últimas migas después del cansancio, cuando todo tu cuerpo te ruega que lo conduzcas en dirección a la cama, cuando tu cerebro te pide dormir y mezclarlo todo en los confusos sueños que lo limpiarán de lo innecesario. Siempre queda algo, y es esto: fui, soy. Nada más.
lunes, 1 de mayo de 2017
Pequeños divorcios
Llevo treinta y cinco o treinta seis años con Maite. Últimamente me cuesta escribir "mi mujer" porque no lo es, no es mía, nunca lo será, y a veces, como anteayer, escribo "mi pareja", algo que al mismo tiempo me parece impostado, una tontería. No sé. Escribo muchas tonterías, y una más supongo que no tiene demasiada importancia.
Estuvimos a punto de separarnos meses después de que naciera Carlos, nuestro hijo de veinte años. Vivíamos en Zaragoza, en un piso antiguo que habíamos reformado. Recuerdo que incluso comenté con mis padres aquella crisis, les dije que me iba a divorciar. Fue una época difícil. Finalmente tuvimos una conversación a corazón abierto, lloramos, supimos que nos amábamos, y seguimos adelante con un cambio, desde mi orilla, muy importante: ella dejó de querer cambiarme, comenzó a aceptarme con mis defectos. Porque yo no quería ni podía cambiar. Yo necesitaba y necesito mi espacio, mis noches sin horarios, mis whiskys, mi independencia. Desde entonces, y a pesar de todas las vicisitudes, hemos sido muy felices juntos, y aunque nunca pueda nadie estar seguro de nada, creo que ella y yo acabaremos caminando de la mano junto a una playa del Norte cuando seamos muy mayores.
Luego están los pequeños divorcios que sí se alejan definitivamente de uno. Amigos, amigas, conocidos. Duelen menos pero también dejan su huella. En este a menudo proceloso mundo de la red he tenido muchos. Y también a este otro lado de la pantalla, en este mundo de aire respirable en el que estoy sentado frente al portátil. Apostaría a que la mayor parte de las veces sucedió por mi culpa, pero cumplir años ayuda a hacer frente a ello. Soy lo que soy. Si alguna vez causé dolor juro que nunca fue mi intención. Sé que tengo muchos prejuicios y defectos, catalogo a las personas, soy un poco misántropo, un poco gilipollas, un poco náufrago en una isla desierta que me invento cada día con sus palmeras, sus cabras salvajes, su cueva protegida por una empalizada y un silencio que nunca conoceré.
domingo, 30 de abril de 2017
Confirmación
No cayó ningún meteorito gigantesco; no implosionó nuestro planeta convirtiéndose en un agujero negro, tampoco explotó por un colapso de su núcleo rotatorio enviando al espacio miles de millones de moléculas de todo lo que alguna vez existió sobre su superficie, incluyéndonos a ti y a mí.
El Ossobuco a la milanesa que cociné ayer, hoy estaba riquísimo acompañado de unas patatas fritas caseras. Mi optimismo fue holgadamente satisfecho.
Ahora bebo un whisky con hielo y escribo estas palabras mientras llueve poco, muy poco, en el exterior del camarote.
sábado, 29 de abril de 2017
Optimismo
Mi pareja ha ido a la peluquería mientras yo dormía la siesta. Cuando ha vuelto le he dicho que estaba muy guapa. Yo cocinaba Ossobuco a la milanesa para comer mañana. Hay muchas recetas que están más ricas de un día para otro, lo cual, y acabo de darme cuenta ahora, al escribirlo, supone creer con absoluta naturalidad que verdaderamente existirá un mañana.
martes, 25 de abril de 2017
Congo
He salido del trabajo a las siete de la tarde y Barbastro olía como el Irún de mis veranos de infancia, como aquellas vacaciones en Asturias, como Irlanda. Era el olor que deja la lluvia al entrar en contacto con las superficies de alquitrán y hormigón de calles y aceras, pero, sobre todo, era el aroma del despertar de la hierba de parques, pequeños parterres y las orillas del río; era el perfume de tanta vegetación salvaje e improbable. Caminando hacia casa me sentí tan extrañamente feliz como un viejo explorador del Congo.
lunes, 24 de abril de 2017
Tiovivo
Antes de ayer nuestra hija nos envió por washtap un breve vídeo donde se veía nevar en Bergen, y lo acompañaba con un emoticón llorando a mares. Nosotros lo vimos al regresar de uno de nuestros paseos de fin de semana por el campo, cuando aquí en Barbastro el termómetro señalaba unos terribles veintitrés grados.
Hoy nevaban aquí las algodonosas semillas de chopo. Miles, millones flotando en el aire. Habíamos abierto la ventana de la cocina y las puertas de la terraza del salón y muchas se habían colado dentro de casa. Durante unos segundos he estado tentado de salir y grabar un vídeo para contestar a Paula: allí copos de nieve, aquí semillas de chopo. Pero luego he recordado que en mi viejo teléfono lo que mis ojos ven y lo que él es capaz de grabar raramente se parecen a la realidad como yo querría, así que he dejado pasar la ocasión.
Cada año lo mismo: una estación tras otra apareciendo y desapareciendo cada vez a más velocidad como aquellos tiovivos, ¿te acuerdas? Había que empujarlos corriendo cada vez más y más rápido antes de saltar a su interior.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:35
viernes, 21 de abril de 2017
Submarino
He abierto los ojos y enseguida he caído en la cuenta de que me había quedado dormido e iba a llegar muy tarde al trabajo, no solamente tarde: terriblemente tarde, horas después, con la agencia llena de gente esperando ser atendida y yo entrando en el local con el pelo aplastado en un lado de la cabeza, casi sin terminar de vestir, el corazón palpitando a mil por hora.
Pero acababa de despertar de la siesta de un viernes de abril, ¡y qué alivio y felicidad he sentido al darme cuenta! He salido al pasillo del submarino y al alcanzar el puente me he asomado al cristal. Los árboles de la otra orilla ya están cubiertos de hojas y los pájaros entraban y salían de su espesura como si no supieran que volaban bajo el mar.
jueves, 20 de abril de 2017
Barbas
Debería ir a la peluquería y recortarme también la barba de náufrago. He acabado alcanzando, como tantas veces, la fase "vagabundo", pero siendo precisamente fiel a fase tan gloriosa, no tengo excesiva prisa por hacer algo al respecto.
Esta mañana he atendido a una mujer muy simpática que trabajó con Maite en el Instituto de Binéfar y quería que le hiciese un estudio de jubilación. Me ha dicho que había engordado y yo le he dicho, en broma, que esa no era la mejor manera de comenzar nuestra relación profesional. Ella se ha reído y me ha dicho que seguía (?) siendo muy guapo (pero más gordo). Con mi aspecto capilar no sé siquiera cómo no ha salido corriendo.
Y no tengo excusa, porque después de un par de maquinillas baratas finalmente me compré en Amazon la misma recortadora de barbas que, según la publicidad de la caja, utilizaba el imberbe portero Iker Casillas, una herramienta que funciona muy bien y permite escoger la longitud exacta de los pelos de mi rostro de hombre de Cromañon.
Lo que sucede es que yo llevo barba por comodidad, para no tener que afeitarme, así que la dejo crecer, digamos, a su aire. Veo a mi alrededor y en la televisión y en revistas barbas que requieren más trabajo que el sencillo acto de afeitarse; barbas hidratadas, peinadas, barbas cuidadosa y trabajosamente recortadas, y la verdad es que yo no me veo capaz de perder tanto tiempo. Prefiero sentarme en mi sofá favorito a mirar la pared dándome cuenta de nada mientras el tiempo avanza segundo a segundo, milímetro a milímetro.
lunes, 17 de abril de 2017
Sobre la esperanza
El pasado viernes santo casi toda mi familia y mis primos de Irún y una de sus hijas con su pareja y sus dos hijos nos reunimos en el huerto de mis padres para hacer una comida. Mi hermano Javier preparó una riquísima paella de pescado y marisco, yo llevé longanizas de Graus e hicimos también cordero a la brasa, panceta, en fin: pecados veniales.
Cuando le tocó el turno a la paella fui al interior de la caseta para sacar el vino del frigorífico. Con el optimismo que me caracteriza pensé que no habría problema en sacar a la vez tres botellas de vino blanco y una de tinto, y allí que atravesé la cortina de la puerta en dirección a la gran mesa rodeada de gente y... ¿qué sucedió? Pues que una de las botellas de Viña Sol resbaló de mis manos y se precipitó hacia el suelo como a cámara lenta. Yo, posiblemente el jugador de fútbol más torpe de la historia universal del fútbol de cualquier categoría y edad, instintivamente estiré mi pierna izquierda para tratar de controlar aquel objeto antes de que se estrellara, y juro que llegué a rozarla, lo cual no impidió que se rompiera y el suelo se cubriera de cristales y vino.
Enseguida mi hermano Carlos, que estaba cerca, se levantó y empezó a retirar los restos del pequeño desastre. Yo dejé las botellas supervivientes en la mesa y fui a por un escobón y un recogedor. Buscábamos especialmente despejar el suelo de los cristales rotos porque había niños jugando y corriendo por allí. Finalmente mi hermano pasó una fregona y, salvo la pérdida de un poco de vino, el suceso hubiese pasado a la historia sin pena ni gloria de no ser porque Joseba me dijo: "¿Has intentado controlarla, eh, Jesúsmari? Te he visto ahí tratando de detenerla como si fuese un balón de fútbol". Yo le contesté: "¿Te das cuenta de qué especie somos? Mi reacción ha sido instintiva, no la he pensado racionalmente y, contra cualquier posibilidad, sobre todo teniendo en cuenta mis antecedentes deportivos, he tenido, durante una milésima de segundo, la esperanza absoluta de que podría detener esa botella con mi pierna izquierda como si fuese Neymar o Iniesta, o, al menos, aunque golpease el suelo, impedir que se rompiera y se perdiera el vino". Él dijo sonriendo: "Ya te he visto, ya". Yo le dije: "Lo mejor es que no podemos evitarlo, Joseba. Llevamos la esperanza inscrita en nuestros genes, nacemos con ella de serie".
No le conté la anécdota del noble francés que fue condenado a la guillotina tras la revolución francesa y, esperando su turno en el calabozo, leía un libro, y al ser llamado al cadalso, antes de dirigirse hacia la muerte, marcó la esquina de la página que estaba leyendo.
domingo, 16 de abril de 2017
Me gusta conducir
Al mediodía, regresando desde Zaragoza hacia Barbastro, el otro carril de la carretera soportaba una cantidad de tráfico muy superior a la habitual, de hecho en algunos tramos, en vez de una carretera, parecía casi la calle de una gran ciudad. Nuestro carril, sin embargo, estaba muy despejado. Conducíamos, como tantas veces, al revés.
Durante la época en la que yo vivía en Gerona y Maite en Zaragoza, después del año de excedencia que tomé para cuidar a nuestra hija, cada fin de semana conducía entre las dos ciudades todos los viernes y domingos por la tarde. A pesar de la tristeza de las despedidas guardo, en cierto sentido, un buen recuerdo de aquellos largos trayectos. Siempre me ha gustado mucho conducir. Aquellos domingos en los que conducía entre Zaragoza y Gerona mis viajes coincidían con los de la mayoría excepto a partir de Barcelona, donde todo el tráfico, como esta mañana, estaba el otro lado regresando de la Costa Brava como hoy del Pirineo. Tuve que poner a prueba mi paciencia en múltiples atascos escuchando música en el radiocasete o simplemente estando en silencio dentro del coche dejando que el tiempo se posara como ceniza en mi cerebro para que esta noche, tantos y tantos años después, lo pudiera resucitar difuso, imperfecto y hambriento como un zombi.
Ahora, cuando la gente huye de Zaragoza, nosotros viajamos hacia la ciudad mientras todos conducen en dirección a las montañas en cuyas cimas, a pesar del calor de estos días, todavía podrán esquiar. Y cuando regresamos a nuestra pequeña ciudad del Somontano ellos regresan en largas colas de vehículos con los que me solidarizo en homenaje al tiempo en el que me tocó a mí estar en su situación.
Me gusta conducir, lo he escrito muchas veces. Es, de todas las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, la más parecida a viajar a través del tiempo. Todavía no se ha extinguido en mí esa intensa sensación: kilómetro a kilómetro devoro algo más que espacio. Basta con contemplar cómo se aleja el pasado en el espejo retrovisor para saberlo.
A través del bosque
Yo, como tú, sé perfectamente qué he de cambiar íntimamente para, en cierto sentido, ser mejor. Yo, como tú, sé en lo más profundo de mi corazón qué esfuerzos debería enfrentar sin mirar atrás afrontando el hecho de no volver a ser quien fui.
Y aquí estoy ahora, de pie frente a la encrucijada que he decidido levantar esta noche, y ante ella me siento tan joven y sin experiencia, tan ingenuo, tan ignorante, tan absolutamente desnudo, que durante un instante, antes de divisar a través de la niebla la verdad, me pregunto de qué han servido todos estos años. Tantos años sabiéndolo e ignorándolo al mismo tiempo.
Debo encontrar el valor, la fuerza, aceptar lo que me sucede. Volver a caminar a través del bosque.
viernes, 14 de abril de 2017
Playas
Nunca he vivido junto al mar. Sólo en vacaciones, durante algunos días. Sólo en sueños nocturnos de inmensas y abandonadas ciudades casi enterradas en la arena de playas azotadas por mareas apocalípticas.
A estas horas, pocos minutos antes de irme a dormir, el sonido del tráfico de Zaragoza me recuerda a las olas llegando y alejándose pacíficamente de la orilla al ritmo del color de los semáforos.