En el supermercado una cajera muy guapa suspira y le dice a la compañera de al lado: «¡Qué ganas tenía de que acabasen las navidades!». «¡Y yo!», contesta ésta. «Yo también», dice un señor mientras descarga su compra en la cinta transportadora. «Y yo, hija mía, yo también, que sólo me traen recuerdos tristes», añade la señora que me precede en la fila. Durante un instante presiento que la escena va a convertirse en un musical, pero el instante pasa y nadie canta, nadie baila. El señor a quien tampoco le gusta la navidad introduce en bolsas de plástico los productos que ha adquirido, la compañera de mi cajera se afana en pasar los códigos de barras frente al lector óptico, la señora triste que va delante de mí ya está descargando sus cosas en la cinta y yo, por mi parte, descartado el musical, procedo a disfrutar discretamente de la belleza de la mujer que dentro de poco me saludará y sonreirá con profesionalidad, diciéndome: «Hola».
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