He quedado en el Chanti con un amigo a las cinco y media de esta tarde de domingo. Un poco apurado de tiempo me dirijo hacia allí a través de las calles desiertas y todavía húmedas por la lluvia de la mañana. Me encuentro con José Luis en la acera y entramos juntos al bar. Nos alegramos mucho de vernos, nos alegramos de esa manera fácil y placentera, verdadera, sin ceremonias. Pedimos unas copas y comenzamos a charlar de libros, de música, de fotografía, de literatura, de exploración, de consciencia, de miradas, de carreteras locales, de paisajes, de la luz del sol de invierno sobre el campo justo después del amanecer, del norte, del sur, de internet. Levantamos nuestros vasos a la salud de Nán y le digo a José Luis que me gustaría viajar a Madrid este año, conocer a algunas personas. Quién sabe. Dos mil once no ha hecho más que empezar.
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