Por absurdo que parezca, cuando la niebla escampó todo seguía igual: la torre del campanario de la iglesia, la fachada trasera de los edificios sin revocar, el pequeño parque junto al centro de día de la tercera edad, la leña apilada contra la pared. Giré la cabeza a la derecha y advertí que también el vecino que no saluda nunca a nadie seguía allí. Sólo por probar le dije: «Buenas tardes». Me observó brevemente atravesándome con la mirada, no dijo nada y se fue.
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