sábado, 19 de septiembre de 2009

La salamanquesa

Me has sorprendido aquí, entre el hibisco y la madreselva. Yo, guiada por un instinto millones de años más antiguo que el tuyo, me he quedado quieta, inmóvil, confiando en pasar inadvertida. Tú te has acercado lentamente hasta detenerte a una distancia prudencial, te has puesto en cuclillas para observarme mejor e, ignorando que soy un animal, has dicho: «Hola, pequeña». ¿Estás loco? ¿Acaso piensas que puedo comprenderte?

Después del ensayo

Después del ensayo con el coro vamos a tomar una copa en el Chanti. La terraza del bar está desierta y en su interior sólo hay seis o siete parroquianos. El frío que a mí me hace feliz espanta a la mayoría de la clientela.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Matinal

Las noticias en la radio de la cocina. El murmullo de las cañerías cuando se abren las duchas. El secador de cabello de Paula. El ruido del papel de aluminio al rasgarlo sobre el borde dentado de su caja de cartón. El clink del microondas. Anoche, por primera vez en dos meses, llovió durante varias horas. La luz ha cambiado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Fuegos artificiales

Mientras escribo suenan los fuegos artificiales. Las explosiones retumban entre los edificios: ¡PUN-KA-PUM! (punkapum, punkapum, punkapum). Las hay secas y rotundas como obuses: ¡BOUM! (boum, boum, boum), y están también esos cohetes que se elevan con un silbido: FIIIIIIIIiiiiiiiiiiiiuuuuuuuu, hasta romper y abrirse silenciosamente en la oscuridad. Permanezco sentado delante de mi mesa. Los he visto muchas veces. Sin necesidad de cerrar los ojos puedo contemplar los fuegos artificiales en el interior de mi cerebro. Esto es algo que, incomprensiblemente, a todos los seres humanos nos parece natural. Cuando escucho la traca final pienso: «Ahora sonarán los aplausos», y suenan remotos, entusiasmados.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una vida normal

Huyendo del ruido me he mudado temporalmente a la buhardilla, al dormitorio de invitados. Aunque mañana sea fiesta en Binéfar yo trabajo en Barbastro y tengo que madrugar. La cama está bajo una claraboya, y como en la planta de arriba se acumula mucho calor la tengo abierta para que se cree algo de corriente con la puerta de la terraza. El resultado es que los sonidos de las ferietas, todos esos bocinazos, micrófonos chillones y música machacona, se cuelan convertidos en un eco amorfo, indiferenciado, falsamente lejano.

Vuelvo a pensar en alguien que atendí por la mañana, una mujer que vive escondida en un pueblo del Pirineo, traumatizada y temerosa de ser encontrada por un ex marido que a punto estuvo de asesinarla. Los pequeños ojos me interpelan desde su desolación, gritan: ¿cómo ha podido pasarme algo así? ¿acaso no merezco una vida normal?

martes, 8 de septiembre de 2009

Ferietas

A pocos metros de mi casa han comenzado a instalar las ferietas de las fiestas patronales de este año, que comienzan pasado mañana, y no, esta vez no voy a dejarme llevar por la negatividad, no diré nada sobre la precariedad y la ausencia de controles de seguridad de unas instalaciones, a menudo semejantes a las de los grandes parques de atracciones, levantadas de un día para otro con ayuda de cinta aislante, cuñas de madera y unas cuantas latas de cerveza; tampoco hablaré de la flagrante lesión a los derechos elementales de los vecinos que suponen la música y las sirenas sonando hasta altas horas de la madrugada, a veces casi hasta el amanecer. No, no lo haré, este año quiero ser positivo, debo comprender que así es el mundo, que el jolgorio colectivo bien merece que no pueda dormir ni leer ni comer tranquilo ni, en fin, ser feliz, durante unos pocos días de mi vida. De hecho tanto he cambiado de actitud respecto a este asunto que he estado a punto de decir que odio las putas fiestas de los cojones y, sin embargo, he decidido callarme.

viernes, 4 de septiembre de 2009

A raudales

Despierto más tarde de lo acostumbrado. La luz entra a raudales en el dormitorio. Levanto el brazo derecho y abro la mano delante de mí, los dedos muy separados, cada milímetro de piel potentemente iluminado por el sol.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Fortuna

Hace dos semanas, caminando descalzo por casa, me golpeé los dedos más pequeños del pie izquierdo contra la pata de un sofá. Me dolió mucho.

Creo que fue al día siguiente cuando la cartera me entregó una multa del Servei de Transit de la Generalitat, setenta euros por circular a ciento dieciocho kilómetros por hora donde la velocidad estaba limitada a cien. En la denuncia había una fotografía trasera de nuestro coche. Por la fecha dedujimos que fue una tarde que llevaba a C. al dentista en Lérida.

El pie me sigue doliendo, aunque cada vez menos. El lunes fui a pagar la multa a la Caixa de Pensions. Las vacaciones de verano se acercan a su fin.