miércoles, 7 de abril de 2010

Vivo en un país

Vivo en un país donde el albañil que arregla tu casa se lleva las manos a la cabeza si le pides factura; vivo en un país donde algunos médicos sólo cobran sus consultas privadas en efectivo y, por supuesto, sin recibo de ninguna clase; vivo en un país donde miles y miles de trabajadores perciben gran parte de su sueldo en clandestinos sobres de papel; vivo en un país donde los empresarios declaran rentas inferiores a las de sus empleados. Lo más gracioso, por decir algo, es que frecuentemente son esos mismos individuos los que, apoyados en la barra del bar, se permiten criticar gobiernos y políticas económicas; ellos, auténticos delincuentes que, lejos de sentirse como tales, se tienen por los chavales más listos del pueblo. Y lo más triste es que a menudo son realmente admirados: vivo en un país donde los impuestos los pagan los tontos, un país donde al dinero negro se le llama «dinero B» para concederle cierta pátina de normalidad, un país, en definitiva, extraordinariamente acostumbrado al delito fiscal y, en lo social, carente de principios éticos. Así pues, ¿debería sorprenderme la corrupción que existe en los partidos políticos? No. En absoluto. Ni siquiera debería sorprenderme, aunque esto no puedo evitarlo, la chabacanería y el mal gusto que suele formar parte de ese mundo cutre, cegado por los productos de lujo y los fajos de billetes. Eso sí, no olvido que entre la famosa pregunta «¿Con IVA o sin IVA?» y el vuelo en avión privado a un paraíso fiscal con bolsas cargadas de dinero no hay más distancia, en mi país, que la oportunidad.

domingo, 4 de abril de 2010

Alto Ampurdán

Días en una masía del alto Ampurdán: lluvia, sol, nubes, el mar liso como una laguna, bosques de árboles derribados por las feroces tormentas del invierno, una agradable comida en el patio con mi amigo y su amiga. Ampurias griega y romana, las calas de Begur, Calella de Palafrugell, las antiguas calles adoquinadas del call de Girona, aquellas por las que yo paseaba en diciembre de mil novecientos ochenta y ocho, recién llegado para ocupar mi plaza. Entonces todo era nuevo para mí.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Último día

En estos últimos treinta y un días el tiempo corrió sin prisa, tranquilo, pausado, como si no pasara nada, y sin embargo, al releer las anotaciones diarias, me doy cuenta de que sucedieron más cosas de lo que a primera vista pudiera parecer: pasé la inspección técnica de mi querida Citröen Picasso, llegó a este mundo mi octavo sobrino, releí los maravillosos poemas de Zagajewsky, me apenó la muerte de Miguel Delibes, abrieron un nuevo tramo de la autovía entre Huesca y Lérida, Fernando Alonso ganó su primera carrera con Ferrari, llamé por teléfono a una vieja amiga de Bilbao con la que no hablaba desde hacía muchos meses, escuché el canto de un mirlo, comencé a preparar nuestras vacaciones en Irlanda, hicimos una calçotada en el huerto de mis padres, canté un concierto de música sacra en Barbastro, descubrí un murciélago.

También llovió, dejó de llover, salió el sol, las nubes navegaron en el cielo, se hizo de noche, brilló la luna, volvió a llover, dejó de llover, salió el sol, regresó la primavera siempre joven, lozana, impertérrita.

martes, 30 de marzo de 2010

Trigésimo día

Lo descubrí hace cuatro o cinco días y al principio lo confundí con un solitario y estrambótico pajarillo; luego me di cuenta de que se trataba de un murciélago, un pequeño murciélago no más grande que la palma de mi mano que revoloteaba de aquí para allá haciendo quiebros en el aire del anochecer. Lo estuve observando durante un rato mientras la luz menguaba. En estas fechas todavía no proliferan los insectos, así que me pregunté de qué demonios debía estar alimentándose.

Me gustan los murciélagos. Me gustan los mirlos. Me gustan las salamanquesas y las lagartijas. Me gustan los aviones comunes, las golondrinas, las cigüeñas. Me gustan muchísimo los gorriones, tan comunes y alegres. Todos son compañeros de viaje.

lunes, 29 de marzo de 2010

Vigesimonoveno día

Regreso del concierto muy cansado, de hecho siempre acabamos agotados, sobre todo la directora, que se deja el alma con nosotros. Ya hemos cantado y lo que era un proyecto ahora es un recuerdo. Continúo pensando que me gusta más ensayar que actuar, aunque semejante idea tenga poco sentido para los músicos de verdad. Mientras conducía de regreso a Binéfar la luna llena brillaba en el cielo rodeada por una leve aureola. Uno de mis compañeros ha comentado que tal fenómeno presagiaba viento para mañana. Luego hemos callado durante unos segundos, disfrutando del silencio.

domingo, 28 de marzo de 2010

Vigesimoctavo día

Es agradable cruzar el umbral de la puerta del hogar. Me sirvo una copa, subo a mi guarida, abro la puerta de la terraza y salgo al exterior. Las plantas han despertado al fin en forma de yemas oscuras en las ramas claras de los hibiscos. Atardece. De las nubes superiores se desgajan otras en forma de gasa que se tiñen suavemente con la última luz del sol. Un mirlo, el mismo del otro día, estoy seguro de ello, canta en la misma antena de televisión. Habrá anidado cerca de aquí, tal vez en el pequeño parque de al lado. Qué bueno está el bourbon con hielo. Sí, es agradable estar de vuelta en casa.

viernes, 26 de marzo de 2010

Vigesimosexto día

Los viernes son especiales porque es el día que ensayo con mi coral. Algunas veces lo hago con ilusión y entusiasmo y otras con cierta desgana, cansado después de toda la semana laboral. Y lo cierto es que en más de una ocasión siento la tentación de dejarlo, sobre todo cuando tenemos un concierto a la vista. Después de diez años todavía me desasosiega tener que actuar, el compromiso que supone, y me pregunto qué necesidad tengo de pasar esos malos ratos que no me gustan absolutamente nada ni me hacen feliz. El lunes tenemos concierto y ya llevo varios días nervioso. Hoy es el ensayo preliminar, ese en el que muchas cosas suelen salir mal para que después, delante del público, salgan bien; delante del público, que me da pavor. Amo la música, me gusta mucho cantar, pero no en el escenario: cuando se acerca ese momento decisivo, ese en el que la realidad se convierte en algo sólido e irremediable, sencillamente preferiría no hacerlo.

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Son las doce y media de la noche. Hoy no he ido al Chanti a tomar una copa porque mañana madrugaremos un poco para recorrer los doscientos cincuenta kilómetros que nos separan del huerto de mis padres. En el maletero llevaremos trescientos calçots que asaremos sobre una brasa de sarmientos. La globalización gastronómica ha llegado a la ribera de Navarra. Por cierto, el ensayo, para no perder la tradición antes de los conciertos, ha sido un poco desastroso. Es una buena señal.

jueves, 25 de marzo de 2010

Vigesimoquinto día

Rápido, corre, escribe algo antes de que el reloj señale las doce de la noche, escribe, por ejemplo: «Rápido, corre, escribe algo antes de que el reloj señale las doce de la noche». Y sobre todo, escúchame bien, sobre todo no te preguntes el motivo de estos juegos, ¿acaso no disfrutas con el puro ejercicio de la voluntad?

miércoles, 24 de marzo de 2010

Vigesimocuarto día

Después de bajar de un árbol
y aprender a caminar
buscándote,
después de pasar
del trópico al hielo
y del hielo al trópico
a través de cuevas y pirámides
y hermosos
jardines
colgantes

te encontré.

Bajo tus ojos la marea
ha ido dejando
playas azules.
Beso la huella de sus olas,
el sencillo misterio
que esperaba mi boca

desde el principio.