Ladra un perro.
Yo lo escucho muerto
de sueño.
Mañana despertaré
en este planeta
y no en otro.
domingo, 18 de agosto de 2019
Dieciocho de agosto
sábado, 17 de agosto de 2019
Diecisiete de agosto
Un anuncio de publicidad me ha hecho recordar la época en la que mi hijo y yo dormíamos juntos la siesta en el sofá, su pequeño cuerpo sobre el mío, la saliva de su boca en mi camiseta o en mi pecho desnudo. Imagino que subía y bajaba al ritmo de mi respiración. Entonces a él no les molestaban mis ronquidos ni a mí el calor que debía despedir su pequeño cuerpo.
Le inculqué sin darme cuenta mi amor a las carreras de coches, y recuerdo despertarlo a las seis de la mañana para ver juntos más de uno y más de cinco grandes premios de Fórmula Uno de Australia o Japón. Yo me sentaba en el suelo con la espalda apoyada en el sofá y él se sentaba en mi regazo y solía volverse a dormir.
Nadie me robará eso jamás. Ahora mide un poco más que yo y es guapísimo, al menos a ojos de su madre, su padre y su novia. Ahora es un hombre con las ideas claras, generoso, valiente y tan rojo como yo. Un buen ser humano capaz de hacer felices a muchas personas, un buen humano capaz de recibir y entregar, consciente como su hermana de lo que está sucediendo en nuestro planeta. En este diario tan antiguo he dejado migas de pan de su crecimiento. Desde que iba a buscarlo al colegio hasta hoy. Imagino que para eso sirven los diarios. Son mapas, mapas para ser capaces de regresar en la memoria mientras el futuro se precipita hacia nosotros.
viernes, 16 de agosto de 2019
Dieciséis de agosto
Levantarán la vista para mirar el cielo y ni siquiera verán la tierra, sólo estrellas. Este planeta será una leyenda, algo parecido al diluvio universal. Ellos serán diferentes a nosotros en función de la gravedad del planeta y sus nutrientes. Tal vez midan tres metros de estatura, o uno, o cincuenta centímetros. Lo que sí es seguro es que existirán naves espaciales capaces de viajar y transportar mercancías y personas muy lejos.
Levantarán la vista y ni siquiera verán la tierra, ya muerta. Habrán oído hablar de ella a los más ancianos, que a su vez oyeron hablar de ella a sus ancestros. Luego volverán a seguir siendo humanos concentrados en sus trabajos, en sus vidas diarias en el lugar donde nacieron.
jueves, 15 de agosto de 2019
Quince de agosto
De vuelta a Barbastro resulta que se han estropeado la lavadora y el aire acondicionado. La primera no funciona (y sí, he mirado el filtro y estaba limpio), y el aire del aire acondicionado no sale lo frío que debería salir. En fin, habrá que llamar a los técnicos pertinentes y pagar lo que nos pidan, si es que no están de vacaciones (como yo, por otra parte, así que no les culpes por ello, gilipollas).
Me dice Maite: "No dejes que estas cosas te pongan de mal humor, lo arreglaremos y ya está". Y sé que tiene razón, así que dejo de darle vueltas al asunto de las averías y me doy cuenta de la suerte que tengo de vivir con alguien tan inteligente y serena, alguien que conoce qué cosas son verdaderamente importantes.
miércoles, 14 de agosto de 2019
Catorce de agosto
En este mismo instante
me siento vacío.
No triste, no
desgraciado, sencillamente
vacío. Escucho a
unos niños chillar
en la calle, jugando, y
me da igual. Es
como si
durante unos minutos
hubiese dejado de tener
sentimientos. Sólo
apatía, aceptación
sin juicio.
Ni siquiera me preocupa.
martes, 13 de agosto de 2019
Trece de agosto
Me asomo al balcón de nuestro quinto piso en Zaragoza frente al colegio de primaria ahora silencioso. Una mujer desciende la calle empujando o, más bien, frenando un carrito con un bebé que mira al cielo. Nuestra calle es una cuesta relativamente empinada.
De pronto las calas de la Costa Brava quedan muy lejos aunque hayan pasado apenas tres días. Es curiosa la flexibilidad con la que percibimos el tiempo. Paula buceaba el sábado por la mañana en las cristalinas aguas de la cala S'Alguer y ahora mismo probablemente esté trabajando en su laboratorio de Bergen, en Noruega.
Yo, por mi parte, continúo de vacaciones hasta el treinta y uno de agosto, y de lo que me estoy dando cuenta es de que podría estar jubilado perfectamente. Y eso que me gusta mi trabajo, me gusta mucho interactuar con los usuarios, pero no tener ninguna obligación, ninguna responsabilidad hacia los ciudadanos, disponer de todo el tiempo para uno mismo, es algo maravilloso. Sí, podría jubilarme mañana mismo.
Ayer y hoy está haciendo un tiempo espectacular en Zaragoza. ¡Esta madrugada me he tenido que cubrir con una sábana! Mediados de agosto. Luego llegará Septiembre y después Octubre. Ya sé que el otoño dura un poco menos cada año, pero cuánto me gustan esos pocos días antes del invierno, la estación en la que soy plenamente feliz.
lunes, 12 de agosto de 2019
Doce de agosto
He dormido mucho desde ayer. El cierzo sopla con fuerza en Zaragoza y atraviesa la casa de ventana abierta en ventana abierta provocando portazos. El insoportable y húmedo calor de Palamós quedó atrás y también el fondo rocoso de las calas, el agua transparente, la sensación de mi cuerpo subiendo y bajando al albur de las olas como si no pesara nada.
Como si no pesara nada. Sigo buscando eso fuera del mar, a centenares de kilómetros de las playas y calas. Esa sensación. Porque esa es la realidad: caminando por la acera rumbo al trabajo, haciendo cola en el supermercado, llenando el depósito de combustible del coche, durmiendo profundamente la siesta en el sofá, cargando con las bolsas de la compra en ambos brazos... No pesamos nada. En las básculas domésticas debería aparecer un mensaje que nos lo recordara y, en vez de aparecer una cifra de kilos, apareciese la palabra NADA.
Pero no queremos ser nada, queremos ser algo, y pesar equis kilos, y dormir equis horas, y existir, existir eternamente. Es el milagro que, de pronto, despertó en nuestros cerebros de primate. La concepción de la existencia de algo sin nombre pero pongámosle futuro y, a partir de semejante vértigo, la filosofía y la poesía y todo lo demás.
Yo ya no busco la felicidad. La encontré hace mucho mucho tiempo. Sé que suena muy raro pero en realidad es algo muy pequeño, casi diminuto. Soy feliz con mi leve depresión crónica, mi ansiedad, mis odiosos acúfenos o tinnitus, mi dermatitis psicológica que aparece y desaparece, mi sobrepeso, mis adicciones y mis obsesiones paranoicas, pero soy feliz. Y la culpa de mi felicidad no reside en que yo me acepte como soy, que también, sino en que la persona a la que más amo en este mundo, a quien conozco desde los diecinueve años, también me acepta como soy. Y eso es algo absolutamente increíble. Soy un ser humano muy afortunado porque soy amado. Así de sencillo y complicado es.
domingo, 11 de agosto de 2019
Once de agosto
Hemos dejado a Paula en la terminal dos del aeropuerto de Barcelona y hemos seguido nuestro camino rumbo a Zaragoza. Un poco más allá de Lérida me sentía muy cansado y hemos parado en una estación de servicio donde he tumbado el respaldo de mi asiento y he dormido unos minutos. He soñado con buganvillas, y también con una chica en bikini que, en una playa, me devolvía con su pala una pelota tan alta que desaparecía en el cielo detrás de mí. He abierto los ojos totalmente recuperado. Maite me ha dicho que no he dormido casi nada, apenas cinco minutos. A mí me ha parecido media hora. Ha sido suficiente para conducir la hora que me quedaba hasta aquí. El tiempo es elástico y mentiroso.
Adiós, humedad ambiental de Palamós; hola, calor real de Zaragoza sin trucos, seco, soportable para mí, maravilloso. El mar está muy lejos pero aquí se puede respirar y la ropa no se pega a la piel. Meseta pura y dura. El verano que viene volveré a no recordarlo.
Estoy muy cansado, cansadísimo. Aunque sean poco más de las diez y media de la noche, cuando termine este apunte en el cuaderno de bitácora de esta vieja nave que ya va siendo Las cinco estaciones me iré a dormir. Caeré redondo. Vencido. Bona nit. Me rindo.
sábado, 10 de agosto de 2019
Diez de agosto
Último día en Palamós. Para mí una semana es suficiente, me gusta mucho el mar pero no tanto el turismo del que formo parte activa.
Esta mañana hemos vuelto a la cala Castell y desde allí hemos ido a la Cala S'Alguer, caminando por un pequeño sendero junto al mar acompañados de pinos y cactus de higos chumbos y el sonido mediterráneo de la cigarra. La Cala S'Alguer es muy pequeña y está rodeada de antiguas cabañas y casetas de pescadores, pero me ha enamorado, ha sido como regresar en el tiempo, casi como estar en una pequeña isla griega. Pocas personas y un agua transparente frente a casas de colores claros y ventanas abiertas.
Mañana Paula regresa a Noruega. Tendremos que salir un poco más pronto de lo que teníamos pensado por la huelga del personal de seguridad del aeropuerto de Barcelona. A pesar de nuestros pequeños encontronazos la voy a echar mucho de menos hasta Navidad. Ha sido maravilloso estar con ella estos días. Todavía me queda todo el mes de agosto para salir a caminar temprano con Maite junto al canal, vivir sin prisa, cuidarme un poco y cocinar mucho. Y escribir mucho también, si se tercia -como mínimo una vez al día, ese es mi compromiso hasta el treinta y uno de diciembre. Y leer, que es algo que tengo muy abandonado.
Continúo de vacaciones. Creo que, a pesar de alguna llamada al móvil de trabajadoras sociales y gestorías, ya he desconectado del todo de mi trabajo. Mañana me acostaré en Zaragoza. Me compré dos gafas nuevas que debo ir a buscar. Una de ellas tiene unas lentes de sol que se acoplan magnéticamente a la montura.
Las cosas van sucediendo a su tiempo, según su necesidad, y lo único que podemos hacer es disfrutar incluso de eso. Disfrutar tranquilamente.
viernes, 9 de agosto de 2019
Nueve de agosto
Estoy solo en el apartamento. He bajado la temperatura del aire acondicionado. Me he servido un whisky con mucho hielo. Ni siquiera he puesto la televisión. Sólo estoy aquí, disfrutando de una temperatura aceptable desde un punto de vista humano, tratando de escribir algo pertinente.
Mi hija no acaba de comprenderlo, piensa que como estoy de vacaciones debería aprovechar más el tiempo, salir con ellas a pesar del calor y conocer calas del camino de ronda que bordea el mar. Aunque luego, como ahora mismo, regresan y me dicen: "conociéndote, tú no lo hubieras soportado, hace muchísimo calor". ¿Y entonces?
No entiende que yo estoy bien aquí, en este lugar nuevo para mí, distinto al que habito diariamente, escribiendo, pensando, estando. No necesito "hacer" nada especial. Todo a mi alrededor me parece especial salvo caminar sudando a chorros, algo que se parece más a una tortura insufrible que a cualquier otra cosa.
Se enfada conmigo porque no me comprende. Y yo me enfado con ella por lo mismo, le digo: "respétame como soy", y todavía se enfada más. Paula, de veintiséis años, es una mujer de mucho carácter, muy apasionada, y yo, su padre, estoy en otra fase de la vida con mis cincuenta y seis. He entrado en una etapa, un territorio tan inexplorado como los anteriores, en el que quiero poder hacer o no hacer lo que quiera, sin juzgar ni ser juzgado (aunque a estas alturas me importa muy poco, por no decir nada en absoluto, lo que los demás puedan pensar de mí). Me quedan algunas décadas de vida; nadie, yo tampoco, sabe cuántas. Quiero vivirlas a mi ritmo, a mi manera. Y si Paula, mi hija, piensa que estoy desperdiciando el tiempo, me da igual. No es capaz de comprenderlo como yo a su edad probablemente tampoco hubiera podido. El tiempo, a nada que se tenga imaginación o la necesidad de dar testimonio de lo que sucede, nunca se desperdicia. Sólo se consume.