El sábado por la tarde fuimos a la sierra de San Quílez con mi hermano Carlos y su familia. Apenas habíamos iniciado el paseo cuando se puso a llover. Regresamos a los coches justo a tiempo, pues al cabo de pocos minutos comenzó a granizar tan violentamente que decidimos refugiarnos bajo un puente de la carretera. Mis pequeñas sobrinas asistieron, entre asustadas y entusiasmadas (como los adultos), al espectáculo de la naturaleza. Después la tormenta, con el mismo estrépito con el que había llegado, se trasladó a otro lugar.

