miércoles, 27 de diciembre de 2017

El ojo de la aguja

Dos mil diecisiete se precipita hacia el ojo de la aguja como todos sus hermanos anteriores. Yo escribo frente al espejo del cristal del ventanal del salón abierto al exterior oscuro de Zaragoza.

Maite y Paula, que vino de Bergen para pasar estos días con nosotros, se han ido de compras. A menudo suenan sirenas -no sé si de ambulancias o de policía o de bomberos- como si el mundo estuviese acabándose, aunque no es verdad. Son sonidos de las ciudades grandes a los que quienes vivimos en lugares pequeños no estamos acostumbrados (pero yo viví aquí durante toda mi juventud).

La navidad ya ha pasado. Cociné para veinte de las personas que más quiero en el mundo y todos disfrutamos de la comida, la bebida y, sobre todo, la compañía. Mis padres van siendo cada vez más mayores y estas reuniones tienen cada año un sentido más profundo. Nuestras vidas se enhebran.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Ni nuevo ni pertinente

Este año he decidido que no me gusta la Navidad. Me hace mucha ilusión cocinar para mi familia, para mis padres y hermanos y sobrinos, pero reconozco que me haría la misma ilusión hacerlo en septiembre o en febrero. Sé que no estoy diciendo nada original, pero la Navidad y toda su parafernalia, los adornos, las compras, etcétera, me ponen enfermo, e imagino que si no fuese ateo todavía me pondrían peor.

Y como no estoy escribiendo nada nuevo ni pertinente ni que aporte lo más mínimo a nadie, aquí termino. ¿Ya he dicho que no me gusta nada la Navidad?

domingo, 17 de diciembre de 2017

Respeto

Volviendo de sacar dinero de un cajero automático y comprar el pan he visto el cuerpo de un pájaro pequeño en la esquina de la calle. Se trataba de un gorrión que, como todo el mundo que me conoce sabe, es mi pájaro favorito. Su rígido cadáver había perdido la esponjosidad del plumaje de invierno, y lo que quedaba era su pequeño cuerpo delgado y la cabecita de lado, las membranas de sus ojos unidas en un gesto de frío, aceptación y abandono.

He sacado el móvil del bolsillo y he estado a punto de hacerle una fotografía, pero al ver su imagen en el teléfono he sentido pena, he dudado y finalmente, tras mirar a mi alrededor como si hubiese estado a punto de cometer un crimen, he desistido de ello.

Antes no me pasaba. Hacía fotografías a todo tipo de animales muertos. Mis blogs son testigos. Algo ha ido pasando en mí durante estos años para que ahora no quiera hacerlas o, mejor dicho, para que ahora sienta al principio, como siempre, el intenso deseo de fotografiar pero, en el momento de pulsar el botón, aquel algo me lo impida. No sé, no estoy seguro de qué es, pero creo que tiene que ver con el respeto.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Caudal

Escucho las voces alegres de los nuevos vecinos, bastante más jóvenes que nosotros, que han debido invitar a amigos a cenar. Después me pongo los cascos para escuchar música mientras navego y escribo. ¿Por qué los edificios modernos tienen las paredes tan delgadas?

El río Vero viaja hacia el lejano mar con muy poco caudal a pesar del frío de la semana pasada. Frío y agua no son sinónimos. Alguna mañana caminé al trabajo a tres grados bajo cero, todos los coches cubiertos de hielo, el cielo alto y puro, mi alma respirando a través de los pulmones dejando un rastro de humo.

El frío me hace feliz. Bajo el abrigo llevo las mismas camisetas de manga corta que utilizo todo el año. El otro día recogí con la mano nieve de un coche aparcado en la calle de alguien que había bajado de Cerler o vete tú a saber de dónde, y me la llevé a la nariz. No olía a nada. Ni siquiera a frío.

Los pequeños pájaros urbanos sobreviven a las heladas y buscan en los parques y los bancos de las aceras la comida que dejamos caer sin querer. Contemplar cómo van de aquí para allá con esa alegría tan ajena a mi inteligencia me hace sentir esperanza. Son tan pequeños y al mismo tan resistentes y hermosos.

Al llegar cada mañana a la pequeña Agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro donde trabajo abro mi ordenador y, por decirlo de algún modo, compruebo que mi ropa interior está limpia, que huelo bien, que estoy en orden, que las personas a las que voy a atender se irán tras una buena experiencia conmigo. Sé cómo suena lo que digo e insisto y añado: me gusta mucho. Yo les informo y les ayudo. Si supieran cuánto me regalan ellos a mí: las cosas que me cuentan, sus realidades, sus anhelos, sus frustraciones, sus alegrías, sus penas, su humanidad sin filtros. Si supieran todo lo que aprendo.

Los vecinos siguen de fiesta. Son una pareja joven como en su día lo fuimos Maite y yo. Espero no arruinarles la sobremesa de la cena con mis ronquidos.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Veintiocho palabras

Sólo son veintiocho palabras: tú que estas leyendo lo que he escrito y yo que lo estoy escribiendo existimos durante un instante. Esto es todo lo que sucede.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Migas de pan

Camino entre los árboles
sin blancas migas de pan
que me guíen
bajo la luna llena.

No viajo solo y
al mismo tiempo
viajo solo.

Más allá del bosque
me aman.

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lunes, 4 de diciembre de 2017

Pajaricos

Tengo el recuerdo del soto de Tulebras como el de un maravilloso paraíso. El río Queiles fluía prístino, puro y virgen antes de llegar a Cascante y después a Tudela, y después al Ebro (a partir de ese momento ya sí, en un río tan grande, rumbo al mar que es el morir).

Guardo como un tesoro aquellos veranos con mi primo Emilín. Tulebras era y sigue siendo un pueblo diminuto, con apenas cuatro calles, un convento y un claustro. Su festividad, a mediados de agosto, según recuerdo, es San Bernardo, y todo el pueblo huele a a albahaca.

Con Emilín salíamos a cazar pajaricos con trampas a las que atábamos alicas, las hormigas aladas que salían de los hormigueros después de las tormentas. También pescábamos cangrejos en el río limpio junto a los prados de hierba y los chopos, los álamos y los abedules.

La primera vez que me enamoré fue en Tulebras, y lo hice de una chica de Bilbao. Se llamaba María Jesús. Yo debía de tener trece o catorce años. Me enamoré, por supuesto, con toda la pasión propia de mi edad, a muerte, al estilo de Romeo y Julieta, y le escribí cartas que sus padres censuraban y nunca llegaron a su destino; y diré que, al margen de amar a mi actual compañera y madre de nuestros dos hijos, si pienso en aquella lejana adolescente de entonces, prácticamente una niña como yo, algo se remueve en mi corazón.

Todo lo que acabo de describir es el escenario que convierte el fallecimiento de mi tía Carmen Miramón en un acontecimiento muy triste para mí. Aquellos veranos en los que vivíamos en su casa junto a la carretera, aquellas fiestas de San Bernardo, éramos de Tulebras, no de Cascante, no de Zaragoza.

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Mi tía Carmen era, toda ella, bondad pura. No existe en el universo entero nadie que, por mucho que se empeñase, pudiera decir lo contrario. Era un ser humano bueno en el más estricto sentido de la palabra. Hermana de mi padre. Mi tía Carmen de Tulebras.

Sus últimos años fueron muy duros para Emilín y Elenita, mis primos. Cuidar a alguien que no te reconoce ha de ser algo que te pone a prueba sin medias tintas. Ellos estuvieron allí. Además de quererles como primos hermanos les admiro como seres humanos. Aunque, ahora que lo pienso, en realidad no existe diferencia alguna entre el Emilín que conocí cuando explorábamos el soto y vivíamos como pequeños salvajes y el hombre en el que se convirtió después. Hablo de honestidad, hablo de valor; hablo -de él y de mi prima Elenita- del amor que les permitió estar al pie del cañón hasta el final.

Mi tía Carmen, después de años padeciendo la terrible enfermedad, murió la pasada madrugada. Yo, por motivos de trabajo, no podré asistir a su funeral. Asistí al de su marido, mi tío Emiliano, pero no podré asistir al suyo, y me da mucha pena, incluso rabia, pero no puedo. Mi trabajo no me lo permite.

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Regreso al soto de Tulebras. Los prados verdes junto al río. La brisa entre los árboles cuando éramos jóvenes y pensábamos que nuestros padres eran inmortales.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Más allá del mar de los Sargazos

En estos días pienso a veces que el verdadero secreto consiste, al estilo de los peores libros de autoayuda, en aceptarse a uno mismo con todos sus abundantes defectos y también sus pequeñas y a menudo invisibles virtudes.

Y en estos últimos días he llegado también a la conclusión de que esta intuición sin fundamento alguno expresa una verdad, sencilla y difícil a la vez.

No es mucho pero significa mucho: es la frontera entre la lejana juventud y una nueva etapa en la que el próximo horizonte es absolutamente nuevo, más allá del mar de los Sargazos.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Algo es algo

Otro domingo que no volverá a existir, como el último latido de mi corazón o el del tuyo: es así. Se hizo de noche a las seis de la tarde pero no llueve. ¿Hace frío? Bueno, eso es algo relativo: Maite viste como la última patagona del sur del Cabo de Hornos, envuelta en capas de ropa completadas por una especie de manta, y a mí me basta con una camiseta y una chaqueta vieja llena de pelotillas de lana vieja, mi putrefacta chaqueta favorita.

No dejo, como los faros marinos o el malévolo ojo de Sauron, de otear todo el horizonte a mi alrededor. Algunas cosas me gustan y otras no, pero no soy una persona violenta, no aprendí a serlo en su momento y ahora ya no sé si sabría (pero he visto miles de películas violentas, igual sí que sabría).

Paseando esta mañana por el campo me he dado cuenta de cómo la naturaleza, a pesar de tanto desconcierto, comienza a entrar en reposo. Los insectos empiezan a desaparecer y las hojas rojas de los viñedos caen al suelo mientras los racimos de uva que sobrevivieron a la vendimia se convierten en algo así como centenares de diminutos Nosferatu apretados unos junto a otros.

En las cimas más altas ya hay nieve, podemos ver su fulgor mientras regresamos a Barbastro después de nuestro paseo. Es una esperanza en este momento histórico de apocalipsis zombi. Nevó.

Vale, de acuerdo, nevó a una altitud a la que sólo pueden acceder con normalidad ciertos animales de pezuñas especializadas, pero nevó y podemos verlo desde la carretera comarcal. Algo es algo.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Independencia

Echo de menos la suavidad. La fluidez natural de las cosas que no dependen de nuestros pensamientos. Echo de menos la aceptación de lo sensato, de lo obvio, de lo que es justo por su propio peso, sin discusión alguna en cualquier lugar del mundo. Echo de menos la inteligencia sin aspavientos, aquella que nace donde nacen los sentimientos más básicos: el odio, el amor, la ternura, el miedo, el atrevimiento, la atracción incontenible. Sí, echo de menos la suavidad, echo de menos la inteligencia, echo de menos la fraternidad y la ternura.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Rosi

En realidad Rosi se llama Rosalía, pero desde que llegué a esta agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro, hace diecisiete años, siempre fue Rosi.

Es, en muchos aspectos, muy diferente a mí. Ella lo sabe y yo también. Sin embargo pronto nos hicimos amigos, y no unos amigos cualesquiera: amigos de esos que se han contado cosas que desconocen nuestros propios familiares. En los malos y en los buenos momentos, más allá de nuestra condición de compañeros de trabajo, ella se apoyó en mí y yo me apoyé en ella. Y lo mismo podría decir de Sofía, mi jefa queridísima, una de las personas con el corazón más grande que he conocido en toda mi vida. Y lo mismo podría decir de Chelo, una compañera tan guapa, tan brillante e inteligente que a veces, durante los primeros años de conocerla, me perturbaba; una amiga que, al vivir en Huesca, acabó trasladándose allí.

El trabajo es nuestro segundo hogar, y como tal en él nace, crece y se desarrolla la vida. Una cara de la vida. Voy a decirlo con absoluta claridad: yo soy feliz trabajando en el CAISS (Centro de Atención e Información de la Seguridad Social) de Barbastro. Trabajamos muchísimo pero en un ambiente tan solidario, tan de equipo al cien por cien, tan ajeno a las jerarquías absurdas, que no lo cambiaría por nada. Espero jubilarme aquí, como hoy lo ha hecho Rosi.

Porque nunca volverá a trabajar en su mesa. En una oficina tan pequeña como la nuestra su ausencia ya es como un agujero negro, pero nos alegramos por ella porque la queremos. Los que quedamos tendremos que trabajar mucho más, porque ella era de las que te aliviaba el trabajo cuando a ella le faltaba, y siempre estaba dispuesta a ayudar, a compartir con nosotros lo mismo que con nuestros clientes: dando su corazón por ayudar a quienes se sentaban al otro lado de la mesa. Sí, la echaremos mucho de menos, muchísimo.

Pero hoy hemos celebrado en nuestro lugar de trabajo un vermut/comida a la que ha traído una de sus famosas empanadas de atún, un pastel de verduras y mayonesa, y jamón, pan de cristal, tomate de untar, queso de Radiquero; y Sofía ha traído buñuelos de bacalao caseros, y de postre había bombones que nunca nos faltan de los que nos regalan los clientes, y Flores de Barbastro, unos pastelitos típicos de aquí, todo ello regado con vino, champán, cervezas y moscatel de Málaga. A la celebración se han unido nuestras compañeras del Centro de Salud que está justamente enfrente de nuestra puerta: administrativas, enfermeras... Cuando nos hemos ido eran casi las cinco.

Este texto es para ti, Rosi. Sé que volveremos a vernos porque vives en Barbastro. De hecho tenemos una comida pendiente el próximo día veinticuatro en la que sí estará Chelo y otras personas que te quieren como te quiero yo. Hemos compartido muchas cosas, querida amiga, y quiero decirte que has influido en mi vida y lo has hecho para bien. Tú siempre decías que yo era positivo pero, sobre todo en los últimos años y con mis problemas de ansiedad, la positiva fuiste tú. Te echaré de menos. Feliz jubilación, querida, queridísima compañera. Sé que jamás te olvidaré.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El monstruo

El domingo desperté, me levanté de la cama, desayuné, tomé mi medicación, hice otras cosas de cuyos detalles no es necesario hacer mención, y de golpe, a eso de las once de la mañana, estando bien, apareció el monstruo.

Como suele suceder su fuerza me pilló por sorpresa, sin aviso. Aunque desde hacía días el cambio de estación, el cambio de luz, el cambio horario, etcétera, ya había influido sin remedio en mi química cerebral, ayer sucedió el ataque en toda regla. Volví a sentir, con absoluta certeza, que me moría; y volví a sentir vergüenza de mi temor a morir así, sin gloria alguna (que es como, puedo asegurarlo al cien por cien, moriré).

Me puse una pastilla de Lorazepam debajo de la lengua y esperé sin decir nada a nadie, intentado pasar desapercibido. Pero Maite pasó a mi lado y notó que no estaba bien. Me dijo que se dio cuenta al ver mi cara primero de perro abandonado y segundo de albóndiga. Cara de albóndiga, de albóndiga de perro.

Aunque ya eran las dos de la tarde nos fuimos a dar un paseo por campos de olivos y viñedos de hojas rojas y diminutos racimos de uva que habían sobrevivido a la vendimia. Los probé. Eran de grano pequeño, hollejo fuerte y mucha pepita, pero sabían bien, aunque luego hubiera que escupirlo todo.

El paseo me vino muy bien. Nada mejor que cambiar el foco de tu tinnitus y tus taquicardias hacia los campos y las lejanas montañas, algunas con sus cimas ya nevadas.

Estos ataques, como cualquiera que los haya sufrido sabe, dejan un eco, secuelas que duran algunos días. Siempre queda la inseguridad, esta vulnerabilidad aterradora. Hoy lunes todavía sentía todo eso, aunque lo he aguantado sin necesidad de recurrir a ningún rescate.

Estoy muy cansado, muy harto, muy, muy harto, pero empiezo a pensar que deberé convivir con esto toda mi vida. Nunca me curaré. No es una enfermedad. El monstruo soy yo.

jueves, 9 de noviembre de 2017

No se acaba nunca

Por la mañana, a cuatro o cinco grados de temperatura, feliz como un oso, fui a trabajar. No fue una mañana complicada, de largas colas y protestas por la cita previa. Hubo consultas sencillas y complicadas, cada cliente un ser humano distinto, con problemas distintos y situaciones distintas. Mujeres y hombres de todas las edades. Les atendí lo mejor que pude y aprendí mucho de ellos.

Por ejemplo, una de ellas había trabajado en el hotel de los Llanos del Hospital, en Benasque, donde es habitual que sus clientes se queden aislados por las grandes nevadas. Le pregunté si durante esos días no contratados debían pagar la comida, y mi clienta, una mujer nacionalizada española pero con el bellísimo acento colombiano de su nacimiento, me dijo que cobraban la comida con un cincuenta por ciento de descuento. ¿Y si no tenían dinero para pagar ese cincuenta por ciento del precio normal? Ella me contó que un invierno quedaron aislados, como tantas veces, y se dieron cuenta de que una pareja muy joven no había bajado a desayunar ni a comer. El dueño del hotel fue a su habitación y aquellos le dijeron que no podían permitirse ni siquiera la mitad del precio del hotel, pues tenían muchos gastos y habían planificado el fin de semana sin ningún margen económico. Mayoral, el propietario del hotel de los Llanos del Hospital de Benasque, les dijo que no iba a permitir que no desayunaran o comieran, y les dio de desayunar, comer y cenar gratis. Conclusión: quienes pudieran pagar la mitad para cubrir los costes, bien; quienes no pudieran no pasarían hambre. Señor Mayoral, desde aquí le digo: gracias por su ejemplo comunicado por una de sus trabajadoras, lo que tiene, si cabe, más mérito.

Cada día aprendo mucho en mi trabajo. Y tras años de oficio puedo certificar que la gente normal, las trabajadoras y trabajadores, los seres humanos con quienes nos cruzamos cada día en la acera de las calles, no son buenos: son más que buenos.

Mi trabajo, a pesar del estrés de los días de mucho follón, me nutre de esperanza, de amor, de conmovedoras sorpresas cada día. Nunca sabes qué historia va a sentarse al otro lado de tu mesa. Yo me ofrezco entero y sincero a ellas y siempre recibo lo que doy. Creo profundamente en el vínculo fraternal entre todas las personas del mundo, lo experimento en mi propia carne cada día. Sólo son necesarias dos condiciones: empatía y curiosidad. De la primera no puedo hablar yo sino mis receptores; de la segunda sí, y puedo decir que no se acaba nunca.

martes, 7 de noviembre de 2017

Es

Es el día,
es la noche,
es la hora,
el segundo,
el más mínimo
instante
de ser.

Es lo que
a la vez
es y no es,
todo eso
es.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Colonias espaciales

Hemos llegado a Zaragoza de noche. Desde kilómetros de distancia en la carretera brillaban las luces de sus barrios, polígonos industriales y suburbios. Me he sentido un astronauta acercándose a una colonia espacial.

En los pueblos y ciudades pequeñas como Binéfar o Barbastro la oscuridad comienza muy cerca, a pocos metros de las calles que terminan en el campo. En esa oscuridad despiertan las comadrejas, los tejones, los jabalíes que hozan el suelo y dejan sus huellas en los caminos. En esa oscuridad existe algo que se oculta de lo que somos y un día nos vencerá.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Todos los santos

Fuimos al cementerio la última vez que estuvimos en Zaragoza. Yo creo que no pasan cuatro meses sin que nos demos una vuelta por aquella ciudad de los muertos. Tiramos las flores viejas de Ikea y pusimos unas nuevas, también de Ikea. Son bonitas, resistentes y baratas.

No solemos ir el día de Todos los santos. Hay mucho tráfico, mucha gente, en fin: es un rollo. No voy a escribir ahora lo que todos sabemos: que los muertos se levantan y acuestan junto a nosotros cada día, que viven y vivirán mientras les recordemos, etcétera. No lo voy a escribir aunque sea verdad porque lo he escrito cien veces y ya me aburre hasta a mí.

Voy a escribir, a riesgo de equivocarme, que nuestra generación es acaso la última en darle importancia a estos desvelos escatológicos, la última en tomarnos en serio un compromiso que, sin dejar de estar alimentado por el amor, no deja de ser una herencia cultural.

Las incineraciones crecen día a día precisamente para no dejar a nuestros hijos esas obligaciones. Maite y yo queremos que nos incineren cuando dejemos de existir, y ni siquiera le damos importancia a lo que puedan hacer con nuestros restos. Ni océanos ni ríos ni campos de amapolas: cualquier sitio nos parece bien, sobre todo si es cómodo para quien quiera ocuparse de ese menester. Lo que no queremos es que nos guarden en ningún lugar, ni en una casa ni en un trastero: las cenizas están hechas para ser esparcidas por el viento, siempre que se tenga en cuenta su velocidad y dirección. Amén.

lunes, 30 de octubre de 2017

Como una regadera

Todo es extraño. Los árboles, como yo, no saben si empezar a rendirse o mantenerse despiertos. Algunas hojas tímidas, reticentes, comienzan a morir y caer en su instante más anónimo y glorioso. La naturaleza en general está aburrida, cansada, casi irritada, despeinada y con muecas de mal humor de tanto esperar lo que tocaba. Y si ella está así cómo no estaré yo: un oso irlandés encerrado en un cuerpo humano español.

Todo es extraño. El president de la Generalitat que ayer pedía en la televisión la defensa pacífica de la nueva República al pueblo catalán mientras comía en un restaurante de Girona, y hoy está en Bélgica para, presumiblemente, pedir asilo político. Sí, es para caerse al suelo de la risa, pero qué falta de gallardía, cuánta cobardía, el voto secreto del día D, en fin: ni Berlanga hubiera escrito un guión más ridículo y risible que éste. Tal vez sea la poca testosterona que me queda la que dicta mis siguientes palabras, pero ¡qué falta de cojones y de dignidad! ¡Qué falta de valor para afrontar las consecuencias de los actos como hacemos todos los días los ciudadanos de a pie! Aunque, ahora que me acuerdo, prometí no sufrir más por este tema; aunque, ahora que caigo, esto no es sufrir, esto es otra cosa muy distinta: darme cuenta de que el Rey desfila desnudo y dar testimonio de ello, incluso reírme a carcajada limpia. Soy el niño barbudo con aspecto de profeta bíblico que señala con el dedo.

Todo es extraño. Después de muchos muchos meses sin necesidad de hacerlo, esta mañana he tenido que ponerme una píldora de Lorazepam bajo la lengua. Han habido tres o cuatro horas de un trabajo sin cuartel, estresante, ansioso, con los clientes enfadados por tener que esperar... O tal vez sencillamente he sido yo, que siento los cambios horarios y de estación de un modo radical, muy exagerado, ajeno a mi voluntad. Presión en el pecho, taquicardias, el zumbido en los oídos creciendo por momentos, cierto vértigo visual y sensorial. Quien lo ha padecido me comprende. Afortunadamente la química ha hecho su efecto y he podido controlar la situación sin dejar de atender a los ciudadanos ni un momento. Los años me han enseñado a saber lo que me estaba sucediendo, aunque no a padecer menos.

Todo es extraño, cómo no. Todo el mundo espera la llegada del frío y la lluvia. Yo sé que también podría alcanzarnos un meteorito de varios kilómetros de longitud, o un cambio climático de alta velocidad que convirtiese este pequeño planeta donde podemos pesar, caminar y respirar, en un cementerio como Marte. Todo el mundo espera la llegada del otoño. Mis imaginaciones apocalípticas las guardo para mí.

Todo es extraño y, como quienes me rodean, actúo como si la vida fuese normal. A veces, en el supermercado o mientras pongo gasolina en el coche, sospecho que a las demás personas les pasa lo mismo que a mí y siguen actuando con normalidad para que nadie piense que están como una regadera. Para que nadie piense que están como yo.

viernes, 27 de octubre de 2017

Amarga Catalunya

He sufrido mucho con los acontecimientos de Cataluña. En este diario he dejado huellas recientes de todo ello.  He sufrido mucho.

Pero hoy, sin ninguna pena general aunque sí algunas personales, he decidido dejar de sufrir, he decidido dejar de sentir angustia y ansiedad por el futuro de un país al que amaba pero no así, tan ausente de la realidad, tan ajeno a las terribles consecuencias de las decisiones de la mitad que ahora mismo le empuja al precipicio.

Para mí, a partir de hoy, todo este tremendo conflicto es asunto suyo, de mis amigas y amigos: de Carlus, de Carme, de Elvira, de Silvia, de todos los que, viviendo allí, pueden hacer algo, no como yo, que vivo en Aragón y no puedo hacer nada salvo sufrir hasta la decisión que he tomado esta noche: dejar de sufrir.

Qué descanso mental ha sido. Qué línea invisible entre que me importase mucho y dejase de hacerlo. Mis amigas y amigos catalanes saben dónde estoy, saben que pueden contar conmigo, pero yo ya no estoy allí, no quiero estar allí. Esta noche dormiré a pierna suelta.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Petya

Hoy ha venido a la agencia comarcal Petya, una joven búlgara a la que hace algo más de un año le diagnosticaron, con veintitrés años, un cáncer de mama. Recuerdo que en aquella ocasión todo su ser emitía furia y odio al mundo, una furia y un odio que no hacían sino expresar su estupefacción.

Por aquel entonces trabajaba en una zapatería que después cerró sus puertas. Nosotros la ayudamos a gestionar lo que estaba en nuestras manos: el pago de la baja por parte de la Mutua de la empresa, los ánimos, el cariño.

Durante mucho tiempo venía con su cabeza calva cubierta por un pañuelo, pero hoy no lo llevaba y una suave superficie de cabello oscuro de no más de un centímetro de altura cubría su cráneo precioso. Porque Petya es una joven muy guapa y muy valiente, y hoy, cuando le he preguntado, me ha dado buenas noticias, y aquella furia que en la primera visita proyectó a su alrededor sin ningún control, yo incluido como parte del sistema, angustiada por la noticia inconcebible, algo que por otra parte en su momento comprendí perfectamente, había desaparecido.

No todas las historias que suceden delante de mí durante el horario laboral acaban bien. Durante todos estos años he visto, como decía Roy en las últimas escenas de una de mis películas favoritas, "cosas que no creeríais". Casi siempre fueron valor, dignidad, tristeza, sabiduría, consciencia, reformulación de prioridades, aceptación. Y también curaciones, es verdad.

Petya, que tiene un año menos que mi hija, me ha tocado la mano con una sonrisa porque, como le anticipé la primera vez que la atendí mientras, perpleja, lloraba de rabia, ha salido adelante. Y soy feliz por ello, soy feliz de ver e intervenir cada día en la vida de otras personas, ser partícipe de cosas que afectan más profundamente o de modo más liviano a lo que yo soy: un ser humano como ella, como ellos, como vosotros, como nosotros.

martes, 24 de octubre de 2017

Caballos pequeños

El otro día soñé con un lugar perdido en el Himalaya, un país de inexplorados valles de bosques de bambú y prados de flores en los que pacían caballos de pequeña estatura. No había nada más y yo me acercaba a ellos, que a su vez se acercaban a mí con curiosidad. Les acariciaba las cabezas y los belfos suaves como el terciopelo. En el sueño no había nada más salvo los caballos, yo y un cielo de un color azul muy pálido, casi blanco, entre cumbres de nieves eternas.

sábado, 21 de octubre de 2017

Llovió mucho un día

Llovió mucho un día y todos sonreímos y dijimos: ¡Al fin! Al día siguiente llovió mucho menos y las esperanzas se desvanecieron poco a poco.

El suelo que rodea mi lugar de trabajo, como cada año, está cubierto de los frutos amargos de los maravillosos castaños de Indias que lo rodean.

Busco, deseo, ansío buenas noticias. Paz, entendimiento, fraternidad, todas esas cosas. Y mientras las deseo sufro personalmente.

Por la mañana Maite y yo fuimos a caminar como todos los fines de semana junto al canal, que hoy fluía un poco más bajo que la última vez. Los abejarucos y vencejos y aviones comunes hace tiempo que se fueron en dirección a África. Quedan los cuervos, las tórtolas y los gorriones moros que, en pequeñas bandadas, se trasladan de unos arbustos a otros huyendo de nuestro paseo inofensivo. Bajo las grandes encinas y sus bellotas esparcidas en el suelo había huellas de jabalí, esas huellas hendidas en el barro de las lluvias del otro día.

Busco, deseo, necesito buenas noticias. Y al hacerlo no pienso en mí, que vivo en Aragón, donde todo está en calma; al hacerlo pienso en gente que quiero: en Carme, en Carlus, personas importantes en mi vida y por cuyo futuro, por cuyas experiencias inmediatas, sufro. Pero no hay nada más que pueda hacer además de expresar aquí mi amor hacia ellos.

Son las diez de la noche y he venido a mi pequeño rincón a escribir. No he querido seguir viendo la televisión como he hecho, angustiado, toda la tarde. Me he servido un whisky con hielo. Luego me iré a dormir. Buenas noches. Bona nit. Pateixo. Petons.

jueves, 19 de octubre de 2017

Emboscadas

Me gustan las fotos antiguas. Todas esas personas que murieron hace mucho tiempo vivas y lozanas frente a la cámara con su ropa de época, sus sombreros y su pequeña estatura.

De acuerdo: sé lo que de triste tienen las fotografías, esas imágenes estáticas de seres humanos que no paraban quietos un momento, la falsa realidad de lo que fueron.

Aunque en el fondo de mi pensamiento siento que existe cierta verdad en aquellas. No somos solamente movimiento sino también quietud, inmovilidad, el retrato de una emboscada.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Mundos

Maite me dice que en la televisión han anunciado que mañana lloverá. Yo digo: ¡Ojalá sea verdad!

Estos días históricos duran lo mismo que lo otros y nos acostamos más bien tarde y madrugamos para ir a trabajar, y así, con esta caligrafía, se escribe lo aburrido y lo extraordinario.

Decidí dejar de sufrir pero no surtió efecto ni durante treinta minutos. Esto, junto a algunos detalles más, es algo que odio profundamente de mí. No ser capaz de desconectar de los asuntos que me preocupan. Puedo articular con cierto oficio la descripción del diminuto tamaño que tanto nuestros pensamientos como el volumen de la Tierra ocupan en el cosmos inabarcable, y sé que ésta es una verdad científica, incontrovertible. Pero la ley de la gravedad no me deja escapar a ninguna parte, me atrae inexorablemente hacia el núcleo magnético de mi planeta y así atrapa el peso de mi cuerpo y también el de mis pensamientos, mis preocupaciones, mis desvelos, impidiendo que se desvanezcan en el espacio exterior.

Sólo descanso cuando duermo y al cerrar los ojos despierto en otro lugar.

domingo, 15 de octubre de 2017

La soledad es un lugar mucho mejor que la indiferencia

Siempre he creído en la generosidad. Últimamente, sobre todo, en la generosidad de ida y vuelta. Ya no tengo edad para dar sin recibir nada a cambio como cuando era un adolescente y tenía toda la vida por delante y pensaba, absolutamente idiota, que tarde o temprano recibiría una respuesta equitativa. He aprendido mucho desde entonces.

No sé si servirá de algo escribir esto, pero voy a hacerlo: no seáis generosos con quienes no lo sean con vosotros; no admiréis a quien no os admire; no queráis a quien no os quiera. Todo ese estéril esfuerzo no merece la pena. El camino es largo, el mundo es grande y está abierto a millones de posibilidades. La soledad es un lugar mucho mejor que la indiferencia.

sábado, 14 de octubre de 2017

Un bramido lejano

Resulta difícil creer que, estando tan lejos de la fiesta, a varios barrios de distancia, su eco alcance con tanta fuerza nuestra terraza abierta. Es un sonido en el que se mezclan varios conciertos a la vez, algo parecido a un bramido con esporádicos aumentos de intensidad mezclados a veces con sirenas de ambulancias. El resultado es primitivo, temible, algo parecido al presagio sonoro de nuestro último final, pero sólo son los estertores de las Fiestas de la Virgen del Pilar en Zaragoza.

Madrugada del sábado catorce de octubre de dos mil diecisiete.

Página número mil doscientos de esta bitácora interestelar.