Viendo las imágenes de la agresión racista no puedo evitar la sospecha de que no es la primera vez que ese miserable actúa, así lo indican su absoluto desparpajo, la manera en que antes del ataque mira alrededor calibrando la situación y a continuación, sin dejar de hablar por el teléfono móvil, la tranquilidad con la que insulta, humilla y golpea brutalmente a la víctima inocente, en este caso una menor de dieciséis años de nacionalidad ecuatoriana que se cruzó casualmente en su camino. Qué hijo de perra y qué cobarde. Uno no puede menos que desearle verse solo en el patio de la cárcel rodeado de compatriotas de la chica. Claro que de su valentía ya ha dado cumplida muestra, por si el vídeo del vagón de tren no había sido suficiente, con las declaraciones en las que recurre a la dudosa eximente de una gran borrachera que las secuencias niegan con meridiana claridad. Cobarde desde el principio hasta el final.
Pero hay otro cobarde en esta historia: ese joven que asiste a los acontecimientos sentado a pocos metros de distancia, mirando con esfuerzo a otra parte para no acabar recibiendo también él algún puñetazo. Durante estos días he pensado en su actitud, he imaginado y comprendido el pánico, la parálisis ante la violencia inesperada y gratuita, y no he podido excusarle. A veces la experiencia de la vida te sitúa ante situaciones donde, por una vez, las opciones son muy sencillas: a un lado está lo que deberías hacer y al otro lo que no deberías hacer, y no hay nada más salvo el precio que habrás de pagar, íntima o públicamente da igual, por la decisión que tomes. Para desgracia de ese chico la suya ha quedado grabada ante la vista de todo el mundo, y le compadezco, pero debió haber ayudado a la niña que estaba siendo agredida. Así de simple. Así de jodido.
Respecto al agresor, a nada que nos descuidásemos, tampoco resultaría difícil terminar compadeciéndole: en la imaginación rápidamente aparecerían suburbios, fracaso escolar, drogas, fracaso laboral, malas compañías, rencor social, inadaptación… Todo se disipa con la primera torta, el pellizco en el pecho, la inesperada y brutal patada en la cabeza: estamos ante una mala persona, alguien capaz de atacar a una adolescente indefensa por el mero hecho de ser de otra nacionalidad: racismo puro y duro, tan puro y tan duro que resulta casi imposible de articular, de mirar con los ojos abiertos. Pura y dura maldad.
miércoles, 24 de octubre de 2007
Una agresión racista
jueves, 18 de octubre de 2007
Costumbre de falta
Las lámparas de la pared se reflejan en el cristal de la terraza, transformado en un espejo por la oscuridad. Pasó el día. Fluyó como un manso río a veces, como un torrente precipitándose al abismo a veces, y pasó: ya no existe. Se llamaba "jueves, dieciocho de octubre de dos mil siete". Cada noche no es más de mañana, camino del verano (camino de la primavera, camino del invierno).
Falta de costumbre
Cada mañana es más de noche, camino del invierno. ¿Cómo es posible que todavía continúen sorprendiéndome estas cosas? Suenan las campanadas mecánicas de la iglesia de San Pedro. En la calle comienza a regresar, poco a poco, la luz. Nada de esto me resulta verdaderamente familiar: ni los pájaros que ruidosamente dan la bienvenida al sol, ni el café, ni mi pequeño clan yendo de aquí para allá, entre los cuartos de baño y la cocina. Me pregunto si llegaré a acostumbrarme alguna vez.
miércoles, 17 de octubre de 2007
domingo, 14 de octubre de 2007
Luz rasante
El día del Pilar Zaragoza se inunda de personas vestidas con el traje regional de Aragón caminando por la acera con rostro serio. No me gustan los trajes regionales. Sí me gustan las gambas a la plancha, la sopa de cocido y el pollo asado en casa de mis padres, quienes nos cuentan que se van de viaje una vez más, en esta ocasión a Peñíscola.
El sábado por la tarde regresamos a Binéfar. En el coche todos duermen. Para no molestar su descanso hace rato que apagué la música y ahora sólo se escucha el ronroneo del motor. Devoro el tiempo kilómetro a kilómetro. El sol poniente ilumina la carretera con su luz rasante.
domingo, 7 de octubre de 2007
Domingo de octubre
Después de comer se ha quedado dormida tumbada en el sofá, desfallecida en una postura extraña que distorsiona un poco su apariencia y le hace pensar a él, durante unos segundos, en la muerte (la boca ligeramente entreabierta, la mandíbula alzada hacia atrás, el precioso cuello blanco expuesto). Si estuvieran solos sabe perfectamente qué haría: besar ese cuello, acariciar sus caderas, despertar su húmeda y palpitante ternura. Late sin prisa el domingo. El deseo. La vida.
jueves, 4 de octubre de 2007
Que no existen
Camino por la ribera de un estrecho río de la jungla. El suelo está cubierto de barro y en el aire flota una humedad fétida e irrespirable. Sudo por todos los poros. Enjambres de diminutos insectos acosan mi cabeza, mis ojos, mis oídos. Formas furtivas huyen a mi paso escabulléndose en la espesura, chapoteando en el agua. Estoy soñando, sé que estoy soñando y acelero el paso, corro sin sentir el esfuerzo tratando de elevarme como un pájaro y lo logro, ya estoy volando sobre el río, flanqueado por los oscuros muros de una selva que, sin transición, se transforma en una ciudad moderna abandonada tras un terrible desastre, una ciudad que dolorosamente reconozco. Sobrevuelo sus calles y siento en los huesos el eco de cientos de años de olvido. Es de noche. Sólo la luna ilumina las viejas fachadas cubiertas de liquen, los escaparates rotos, las aceras desiertas. No hay nadie, ya no queda nadie, hace mucho tiempo que todos nosotros morimos. Estoy soñando, sé que estoy soñando y decido despertar. Lo hago secándome unas lágrimas que no existen.
lunes, 1 de octubre de 2007
miércoles, 26 de septiembre de 2007
Ha regresado
La cortina exterior de la terraza, empujada por el viento, golpea de vez en cuando el cristal. Parece que hubiese alguien ahí fuera llamando y escondiéndose al mismo tiempo en la oscuridad. El frío ha regresado.
lunes, 24 de septiembre de 2007
Una gineta
Allí estaba, en medio de la carretera:
una cola amarillenta con anillos oscuros
emergiendo de la carcasa de un cuerpo
aplastado por una rueda.
Estoy acostumbrado a ver perros, gatos,
zorros, alguna vez un jabalí y hasta un tejón
una mañana de lluvia, pero nunca
había visto una gineta muerta.
Resulta difícil creer que un animal tan bello
pueda vivir en este territorio de granjas
y campos de cultivo, cruzado por caminos
y carreteras, saturado de nosotros,
sin embargo las aves insectívoras cazan
en los canales de hormigón armado,
lo mismo que los murciélagos sobrevuelan
mi terraza estas primeras noches de otoño.
La luna brilla en el cielo. En las praderas
de la sierra de San Quílez
serpentean las culebras, vigila la lechuza,
late impaciente el corazón de la raposa.
sábado, 22 de septiembre de 2007
Tres sugerencias
Un amigo me invita a participar en una cadena y yo acepto. He aquí mis tres sugerencias para un blog: la primera es tratar de no cometer faltas de ortografía, uno podrá escribir mejor o peor, pero las faltas ortográficas son imperdonables (sobre todo desde que existen herramientas automáticas para corregirlas); la segunda es hacer de la página un lugar bonito, agradable a la vista, cuidar el diseño, los detalles, el tipo de letra, los colores, las imágenes, etc.; la tercera y más importante sería escribir para explorar, escribir sin pensar en el número de personas que nos leen o los comentarios que podemos suscitar, escribir desde la verdad, desde la consciencia, escribir para dar cuenta de nuestra expedición.
viernes, 21 de septiembre de 2007
Una historia
Conozco a esta mujer ecuatoriana de baja estatura y rostro redondo, la he atendido otras veces, trabaja de empleada de hogar. Se acerca a mi mesa y me solicita unos datos relativos a su hijo. Le digo que no puedo dárselos sin una autorización de él. Ella se pone nerviosa, extrae de una carpeta azul de cartón una fotocopia de la tarjeta de residencia de su hijo, un certificado de nacimiento, otros papeles. Los esparce sobre la mesa con sus manos regordetas y dice: “Por favor, señor, ayúdeme, de veras necesito esos documentos, por favor, no es ningún capricho”. Rompe a llorar. Le digo: “Tranquilícese, señora, no se disguste, solo necesito una autorización de su hijo, nada más”. “¡Ay, señor!”, dice, “¡pero es que él está en Holanda, ay, dios mío, dios mío, está allí preso porque le pusieron droga en la maleta! ¡Mi hijo en la cárcel, ay!”. La mujer se desmorona, llora desconsoladamente. “¡Usted sabe que somos una familia honrada! ¡Aquí mucha gente nos conoce, yo trabajo, él trabaja también! ¿Por qué iba a meterse en algo así? ¡Le han engañado, le han engañado!”, dice.
Me cuenta toda la historia. Su hijo se fue de vacaciones dos semanas, era la primera vez que regresaba a su país en ocho años. Tras pasar unos días con sus tíos y primos regresó a España. En Quito perdió de vista su equipaje para volver a verlo en Ámsterdam, en el departamento de la policía del aeropuerto. Nada menos que diez kilos de cocaína pura. Le interrogaron. Él aseguró no saber nada. Ahora está en la cárcel, pendiente de juicio. Sus padres, que no son precisamente ricos, le envían dinero para sus gastos, hablan con él por teléfono todos los días. Son conscientes de que, dentro de la desgracia, ha tenido suerte al ser detenido en Europa: cuando sus padres fueron a verle les dejaron abrazarle (“estaba muy blanco de piel, muy asustado”). En Holanda se respetan los derechos de los detenidos. “Imagínese si le pasa esto en el mismo Ecuador, ahí me lo matan nada más entrar en prisión, ¿sabe usted? Porque ellos son asesinos, no tienen piedad ninguna”. De hecho “ellos” se han puesto en contacto con la familia amenazándoles de muerte si su hijo dice algo, si da alguna pista a la policía (“¿Pero, señor, qué pista va a dar si él no sabía nada?”).
Miro la fotografía de su hijo. También lo conozco, se ha sentado un par de veces donde ahora está su madre. Tiene su misma cara redonda, los mismos rasgos indígenas y unos ojos despiertos, sonrientes. A estas alturas puedo imaginar lo sucedido. ¿Cuántos miles de euros le prometieron? ¿Cien mil? ¿Doscientos mil? Diez kilos de cocaína pura. Con razón los traficantes temen que les delate. Probablemente incluso en Ámsterdam corre peligro.
Ayudo en lo que puedo a esta señora. Vinieron aquí en busca de una vida mejor, de más oportunidades, y ahora todo se ha torcido. El abogado holandés les ha advertido de que su hijo puede cumplir doce años de cárcel; también, gracias a Dios, les ha prometido hacer todo lo posible para que cumpla la condena en Europa. Cuando ella se levanta yo me levanto también y la acompaño a la puerta. Su estatura queda debajo de mis hombros. Me da mucha pena verla partir por la acera camino de tiempos tan duros y difíciles.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:13 | Cuentos , Diario , Vida laboral
jueves, 20 de septiembre de 2007
Jueves de septiembre
En Monzón, por la mañana temprano, detenido frente a un semáforo en rojo, contemplo a los jóvenes que salen de las carpas donde han pasado la noche bailando. Un mozo lleva sobre los hombros a una chica morena, balanceándose peligrosamente de un lado a otro hasta caer con estrépito sobre la acera. Por un momento me asusto y empiezo a girar el volante para acercarme a ellos, pero veo que se levantan como si nada, riendo alucinados. La mayor parte de los que deambulan por la avenida están borrachos. No puedo dejar de darme cuenta de lo grotescas que somos las personas en ese estado. Hay grupos tambaleantes que piden a los conductores que accionen el claxon de sus coches. Algunos lo hacen. A mí no me apetece. Siento alivio cuando dejo atrás el pueblo en fiestas y vuelvo a conducir a través del campo camino del trabajo.
lunes, 17 de septiembre de 2007
El final del verano
P., de catorce años, está cansada y afligida. Cansada porque acaban cinco días de festejos y pocas horas de sueño, afligida porque las vacaciones se apagan, se alejan engullidas por la velocidad. Ni siquiera el espectáculo pirotécnico, que grabo en silencio, logra animarla. Ella sabe que los fuegos artificiales que estallan en el cielo nocturno como si fuesen fenómenos estelares, nacimientos de galaxias, son en realidad el anuncio del final del verano.
martes, 11 de septiembre de 2007
Cuando despertó
Cuando despertó se dio cuenta de que estaba en su antigua habitación de la casa de sus padres, y como eso era imposible cerró los ojos durante unos segundos, pero al volver a abrirlos todo seguía allí: la cortina de dibujos florales, la casita de madera en la pared, los libros de Enid Blyton en las estanterías. Entonces, ¿toda su vida había sido un sueño: su marido un sueño, el nacimiento de sus dos hijos un sueño, la muerte de sus padres un sueño? Guiada por el sonido familiar de la radio salió al pasillo temblando de arriba abajo. Al asomarse a la cocina reconoció el pequeño cuerpo de su madre inclinado sobre los fogones. "¿Mamá?", dijo con un hilo de voz. La mujer de cuarenta y siete años se volvió, dijo: "Hola, cariño, ¿has dormido bien?", y sonrió a la hija adolescente que se acercaba a ella con los ojos arrasados por las lágrimas.
domingo, 9 de septiembre de 2007
Vencejos
Se han ido los vencejos que cada verano anidan en el alero de mi casa. Es probable que se marchasen hace días pero me he dado cuenta esta mañana, cuando regresaba de comprar el periódico. Mientras subía las escaleras he pensado que tal vez ya estuviesen en el sur de África, cazando vertiginosamente sobre los rebaños de cebras y las manadas de leones. Qué asombroso que los mismos pájaros que hace poco tiempo chillaban al atardecer entre estas calles, sorteando con sus alas de guadaña las antenas y los edificios, sobrevuelen ahora el mar mediterráneo, el desierto, la sabana, los grandes bosques donde habitan los chimpancés y se esconde el okapi.
sábado, 8 de septiembre de 2007
En voz baja
Los primeros besos.
Los aplausos.
El zumbido de un insecto
sobre las hojas de hierba.
El peso de la nieve.
La potencia de unos pulmones
haciendo vibrar
las cuerdas vocales.
Las despedidas.
Las bienvenidas.
El olvido pasajero y también
el duradero. El sabor
de un tomate maduro.
Las primeras lecturas.
Las olas del mar.
La velocidad de la luz
sobre los muros de la infancia.
El amor. Las apuestas
perdidas, las ganadas.
Al final, lo sabes,
todo habrá sucedido
en voz muy baja.
Barcelona
Incluso en la sala de espera del consultorio, cerrada y sin ventanas al exterior, siento en la piel del rostro y en las manos la humedad de Barcelona. "Oh, dios, ¿cómo puede vivir alguien en semejantes condiciones?", pienso mientras apoyo la cabeza en la pared y cierro los ojos. Lo siguiente es un pozo en el que me hundo con los pies por delante, consciente de que si me descuido empezaré a roncar. Abro los ojos. M. lee un libro de tapas rojas a mi lado. Viste una camiseta blanca de tirantes que desnuda sus omóplatos. La observo durante unos segundos hasta que se da cuenta. Se vuelve. Me mira con sus ojos de cierva.
jueves, 6 de septiembre de 2007
La sombra de los olmos
Conduzco despacio por
una carretera arbolada.
La intermitente sombra de las copas
impide y permite
la luz del sol
a un ritmo constante.
Dentro de algunas semanas
comenzarán a despoblarse
y el arcén
se cubrirá de hojas.
No quedan muchas carreteras así:
ya nadie camina por ellas y
la sombra de los olmos
a nadie refresca. A mí
me gusta este juego de luz y oscuridad
sucediéndose una a la otra,
luz y oscuridad, luz y oscuridad
hasta dejarlo todo atrás.
lunes, 3 de septiembre de 2007
Alguien murió
Murió ahogado un pescador. Murió, víctima de una bomba, una señora de Bagdad que caminaba por la calle. Murió un agricultor aplastado por su tractor. Murió de hambre un niño pequeño en algún lugar de África. Murió en los hielos de los Alpes un pastor hace más de cinco mil años. Murió un escritor en la habitación de un hospital. Murió un aristócrata en su pequeño apartamento. Murió Jorge Manrique de un lanzazo en los riñones cerca del castillo de Garci Muñoz. Murió un joven futbolista después de un infarto en pleno campo de juego.
miércoles, 29 de agosto de 2007
Tormenta de agosto
Hace unas horas conducía hacia Barbastro junto a los oscuros viñedos que pronto serán vendimiados. El cielo pardo vibraba en la mañana de bochorno como si fuese el de un planeta lejano, diferente, hostil. Ya en mi destino rompió la tormenta: retumbaron los truenos y gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre los castaños de indias y la grava del parque. Los peatones aceleraron el paso en las aceras. Del asfalto húmedo se elevó inmediatamente aquel olor a sueños y sexo. Fue un alivio breve, casi peor que si no hubiera sido, pues al cabo de quince o veinte minutos la tormenta cesó poco a poco. Las calles se secaron. Las personas volvieron a caminar despacio, todavía más sofocadas que antes por el vapor que ahora desprendía el suelo. El sol, indiferente a nuestra existencia, continuó brillando sobre el mundo.
sábado, 25 de agosto de 2007
Ser el fruto
Hoy mis padres cumplían cuarenta y cinco años de casados, y para celebrarlo han invitado a sus dieciséis hijos, hija, nueras, yerno, nietas y nietos a comer. Los homenajeados estaban radiantes, rodeados de la vida que su encuentro había sembrado hace casi medio siglo. Gritaban las niñas pequeñas, charlábamos los adultos, tintineaban los cubiertos y las copas de vino. Sé que soy un hombre afortunado, lo he sabido siempre, y uno de los motivos más poderosos para serlo son ellos: qué privilegio ser su fruto.
martes, 21 de agosto de 2007
Comienzo
El viento ha estado soplando durante toda la noche. Ahora la claridad que se cuela a través de la persiana dibuja sobre la pared del dormitorio un paño de círculos de luz. En la calle resuenan voces masculinas, el motor de un camión. El verano menos caluroso de los últimos años comienza a quedar atrás. Me siento en el borde de la cama, respiro una, dos, tres veces, y me pongo en marcha.
sábado, 18 de agosto de 2007
Polvo de huesos
Dice: si volviese a nacer sería músico profesional, a ser posible chelista en una orquesta del norte de Europa, luciría una de esas barbas de cuatro días cuidadosamente rasuradas y viviría en una casa de paredes blancas. Dice: si volviese a nacer sería cocinero y abriría un restaurante pequeño, sin pretensiones, cerca del mar pero no en el paseo marítimo sino en una calle estrecha y adyacente que hubiese que buscar para encontrarla, cada mañana acudiría temprano al mercado y compraría la mejor verdura, la mejor carne, el mejor pescado, tendría muchos hijos, un coche viejo y una barquita para navegar los lunes. Dice: si volviese a nacer sería pastor de ovejas en la Patagonia, tendría tres caballos, una boina, dos sillas de blanca piel de cordero y una alegre novia de mejillas sonrosadas en un pueblo a muchos kilómetros de distancia; al cabalgar hacia sus brazos los cascos de mi montura levantarían nubes de polvo de huesos de dinosaurio.
jueves, 16 de agosto de 2007
Terremoto en Perú
Alzo la vista del libro y ya no queda nadie en la piscina. Casi hace frío cuando me levanto de la tumbona y busco con la mirada a mi hijo y su amigo. Los localizo en el último rincón de hierba donde todavía queda un poco de sol. A mi llamada se levantan y vienen corriendo, alegres y confiados, a través de las sombras. Alguien apagó la música en los altavoces. Riela el agua azul.
sábado, 11 de agosto de 2007
Después del ensayo
Después del ensayo del coro unos pocos fuimos al bar a tomar unas copas. Hablamos de esto y de lo otro hasta casi las dos de la mañana. Luego, mientras regresaba a casa, recordé las Perseidas, las lágrimas de San Lorenzo. Detuve el coche y salí al espacio exterior. La luz de la colonia humana contaminaba el cielo nocturno impidiendo la observación de los meteoros, pero así y todo aquella oscuridad tachonada de algunas estrellas me impresionó hasta el punto de hacerme creer que todo era cierto, absolutamente cierto. Desde el principio hasta el fin.
Anotado por Jesús Miramón a las 02:48 | Después del ensayo
jueves, 9 de agosto de 2007
Mudanza
Hemos llevado a cabo una mudanza, aunque la mayor parte de las cajas tuviesen como destino un centro de reciclaje de residuos del ayuntamiento de Zaragoza. Todo: el retrato de boda donde mis suegros aparecen tan extrañamente jóvenes y desenfocados en blanco y negro, los recuerdos de cerámica de sus escasos viajes a Cuenca o Tarragona, los juegos de café, las lámparas, una gran llave antigua que alguna vez sirvió para abrir una puerta cuyo rastro se ha perdido, sábanas, mantas, figuras de santos, candelabros, bandejas de plata, álbumes de fotografías donde M. nace, crece y se aleja de mi brazo, colecciones de sellos y monedas, zapatos, la bendición oficial de un papa de Roma, calendarios: todo fue examinado y seleccionado. No me sentí más cruel que el eco de las habitaciones vacías.
viernes, 3 de agosto de 2007
miércoles, 1 de agosto de 2007
Bajo el sol
Agosto nos alcanza con dos de mis sobrinos pasando unos días con nosotros. Mientras las primas adolescentes salen cada tarde a explorar el gran mundo de este diminuto lugar del universo, sus hermanos pequeños se lanzan a la piscina de cabeza con carrerilla, de cabeza desde parado, de lado, hacia atrás, en bomba, y chillan, se ríen, salpican.
Una vez, por increíble que parezca, yo fui uno de ellos bajo el sol. ¿Cómo es posible que haya podido olvidar tantos detalles de aquel tiempo, todos aquellos veranos? ¿Cómo es posible que casi no sea capaz de enfocar una imagen nítida de mis padres cuando eran jóvenes? ¿También C. olvidará cómo soy yo esta tarde, aquí sentado cerca del agua con un libro abierto en la mano, las gafas oscuras sobre la nariz? Desde luego que sí. Se olvidará, lo sé.
Laten los corazones de los vivos. Los pulmones se llenan y se vacían. El futuro chilla, ríe, salpica, dice: "¡Tío, mira cómo me tiro de cabeza!", dice: "¡Papá, mira cómo me tiro de cabeza!". Y yo miro, admiro, me asombro de tamañas proezas. Éste es el tiempo, no otro, no ayer.