lunes, 8 de septiembre de 2008

Tictac

Los vencejos de mi casa se fueron de improviso, asomándose a la entrada de sus nidos colgantes y dejándose caer. Debió de ser hace varios días, cuando empezaban a escasear los insectos de los que se alimentan. ¿Cómo no me di cuenta de su desaparición en el cielo de las calles, la ausencia de sus vuelos acrobáticos girando y regirando entre los edificios, escandalosos y chillones? ¿Habrán alcanzado ya el estrecho de Gibraltar?

Puedo imaginarlos a estas horas, integrados en una gran bandada, sobrevolando a cientos e incluso miles de metros de altura las luces nocturnas de las ciudades y carreteras; ante ellos, al otro lado del mar, se extiende una oscuridad intacta, no contaminada por la electricidad ni el desarrollo aunque sí por la pobreza y el dolor. Los grandes corazones envían sangre a las alas de guadaña. Cuando atraviesan nubes de plancton aéreo, compuesto de millones de diminutos insectos arrastrados por corrientes cálidas, abren la boca y se alimentan. No se detendrán, volarán valientemente noche y día hasta llegar a su lejano destino, más allá de la invisible línea del ecuador africano.

Ocho o nueve meses después volverán a ponerse en marcha, cruzarán el estrecho, atravesarán casi toda la península ibérica y regresarán a esta calle, justamente a esta y no a otra, para ocupar los nidos donde vivían hasta hace pocos días. Quién seré yo entonces no lo sé. Si estaré vivo, si estaré muerto, si seré mejor o peor que ahora, si habré conseguido volver a adelgazar, si habré descubierto algo, olvidado algo, recuperado algo, no lo sé. Sí sé que estas migraciones, como las olas golpeando en la playa, son el tictac del reloj del mundo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Días de Normandía

La casa está en una de las cientos de carreteras locales que cruzan la península de Cotentin, en el canal de La Mancha, y soy incapaz de encontrarla, así que aparcamos junto a la iglesia de L'Hommet d'Arthenay, la aldea a cuyo término municipal pertenece, y telefoneamos al señor Humbert Bigot, quien no tarda mucho en venir a buscarnos en su pequeño Peugeot azul. Él nos guía a lo largo de dos o tres kilómetros hasta la que será nuestra residencia durante las próximas dos semanas. Su esposa nos saluda cordialmente y nos enseña las distintas habitaciones, los electrodomésticos, el ajuar, la barbacoa, el jardín trasero, lindante con un campo de manzanos con cuyos frutos elaboran sidra. En el frigorífico han dejado enfriándose dos de sus botellas como amable obsequio de bienvenida.

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He dormido maravillosamente bien. Mientras me dirijo al baño el suelo de madera cruje bajo mi peso. La luz lluviosa de nuestra primera mañana en Normandía se cuela a través de los visillos de las ventanas abuhardilladas del pasillo.

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Aparcamos junto a las dunas cubiertas de hierba y, a través de un sendero de arena, descendemos a la playa. El cielo cubierto convierte el mar en una superficie de aspecto metálico. El aire trae aroma a algas y yodo. En este mismo lugar, hace sesenta y cuatro años, desembarcaron parte de las tropas norteamericanas que liberaron Europa del nazismo. He leído muchos libros sobre ese día, he visto muchas películas. Fue aquí. Caminamos junto a la orilla, cruzándonos con otros grupos de turistas, algunos de ellos alemanes, vestidos, como nosotros, con chubasqueros para la llovizna que cae intermitentemente. Nos dirigimos al museo Memorial UTAH que se construyó en una zona de búnkers, allí se exponen numerosos restos de la batalla: armas, vehículos, uniformes, utensilios que llevaban los combatientes, pertrechos de todo tipo. Como todo el mundo, antes de entrar nos hacemos una fotografía delante de un tanque Sherman en bastante buen estado de conservación. Dentro del museo asistimos a la proyección de imágenes del desembarco. Antes de irme del edificio escribo lo siguiente en un libro de firmas: “Memoria y gloria eterna para los jóvenes norteamericanos que dejaron aquí su vida en defensa de la libertad. Jesús Miramón. España”.

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Saint Lô es una ciudad más grande de lo que yo pensaba. El domingo por la tarde está prácticamente desierta. Caminamos por sus calles llenas de comercios y cafeterías cerrados. Hay una muralla, una iglesia reconstruida (la ciudad fue absolutamente destruida durante la batalla de Normandía), un amplio y tranquilo canal surgido de un cuadro de Monet.

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Normandía huele a pasto fresco, a madera barnizada, a naftalina, a manzanas verdes, a asfalto mojado, a animales de granja, a hierro antiguo, a flores húmedas, a sidra casera, a leche, a bizcochos de mantequilla, a pan recién hecho, a queso, a marisco, a algas en proceso de descomposición, a yodo marino, a densa espesura, a prados silvestres, a paredes de piedra cubiertas de liquen, a sombra, a humo de rastrojos, a nubes perpetuas, a lluvia por la mañana, a sol por la tarde, a noches de verano de sábanas y manta, a Innisfree.

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El día amanece luminoso y soleado. Es increíble cómo la luz puede modificar la sensación que produce una región. Mañana de compras para unos días en la que buscamos productos del país: patés, quesos, carnes, vinos, etcétera. Los precios son más baratos que en España.

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Llegamos a la playa de Gouville, al oeste de la península, cuando ya se retiran los tractores que han estado recolectando moluscos en la zona de marea baja. Los trabajadores viajan de pie en los remolques junto a sacos que emiten un intenso aroma a mar. Paseamos por la orilla adentrándonos en tierra a la sorprendente velocidad a la que sube la marea, tan potente que absorbe el movimiento de las olas convirtiendo el mar en un creciente lago de aspecto mineral. Exceptuando dos pescadores que han instalado sus largas cañas en puntos muy alejados del agua, conocedores de lo que aquí sucede a estas horas, no hay nadie más en la playa. El cielo es gris, mesozoico.

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Aparcamos el coche y nos adentramos entre los árboles del bosque de Cerisy. Sólo se escucha el crujido de las ramas del suelo bajo nuestras suelas. Entre la hierba crecen los helechos y el acebo, y el suelo está levantado aquí y allá por los hocicos de los jabalíes. De pronto el sol ha quedado lejos y hace un poco de frío.

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Después de comer decidimos quedarnos en casa el resto del día. Los adultos dormimos la siesta sin prisa. Por la tarde disfrutamos del jardín, del clima fresco. Cenamos una pizza, queso, paté, embutido. Ah, qué agradable es también no tener planes.

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La arena está cubierta de conchas y restos de algas. En la zona de aguas someras un caballo trotón arrastra un pequeño carruaje de carreras conducido por su entrenador. Una pareja juega con sus dos perros junto a la orilla.

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Me encanta conducir a través de estas carreteras locales de color rosa envueltos por el bocage, el nombre que se les da a los altos y característicos muros de vegetación interrumpidos de vez en cuando por cercas de entrada a prados donde pastan vacas y caballos.

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En uno de los tejados de la iglesia de Ste. Mère Eglise cuelga la figura de un paracaidista de la 82 división aerotransportada, unidad que fue lanzada en la madrugada anterior al día del desembarco. El paracaídas y el maniquí es un homenaje del pueblo a aquellos hombres, así como el recordatorio de una escena real que la película “El día más largo” hizo famosa: uno de los paracaidistas aterrizó directamente sobre el campanario de la iglesia y quedó allí colgado y expuesto a las defensas alemanas. Milagrosamente sobrevivió y en uno de los carteles explicativos que salpican la población leemos que regresó a Ste. Mère Eglise en varias ocasiones. En las fotografías aparece un jubilado de rostro rubicundo. Falleció en 1976.

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Nos sentamos en la terraza de una pequeña crepérie en la plaza de la iglesia de Ste. Marie du Mont, una de las cuidadas y preciosas aldeas que salpican cada pocos kilómetros este territorio. Pedimos gallettes, crepes saladas hechas con trigo sarraceno. La mía tiene huevo, jamón, champiñones en salsa y ensalada. Bebemos sidra y agua. Todo está buenísimo. Cae la tarde. La cuenta asciende a 39 euros. ¿Quién dijo que Francia era un país caro?

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Cherburgo, cuando uno accede desde las zonas rurales del interior, parece una gran ciudad en comparación a las abundantes aldeas y pedanías que por doquier salpican el paisaje normando. La zona del puerto es también la más turística. Desde allí salen y llegan diariamente ferrys que comunican Francia con las relativamente cercanas Irlanda e Inglaterra y el turismo anglosajón campa a sus anchas. Nos topamos con un mercado callejero donde venden verduras, quesos, patés, comida del país. Compramos queso y judías verdes. Luego paseamos a lo largo de los muelles donde se tambalean los mástiles de los barcos allí amarrados. En uno de los malecones se mece la reproducción histórica de un drakar vikingo. El sol brilla con fuerza en el cielo pero no alcanza a hacer calor. Adoro este clima.

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Mi hermana y su familia han venido a pasar unos días con nosotros. Después de su llamada telefónica comunicándonos que ya estaban en Saint Lô he salido a esperarles a la carretera: qué alegría he sentido cuando he visto aparecer su coche, y qué preciosas estaban mis sobrinas. Besos, emoción y abrazos: qué curioso resulta que nos reunamos a tantos kilómetros de casa. A pesar de su cansancio después de un viaje tan largo hemos cenado tranquilamente (láminas de magret de pato asado con rúcula y vinagreta de mostaza, quesos, foie, patés, vinos de Burdeos y Borgoña) y los adultos nos hemos ido a la cama cerca de las dos de la mañana.

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Las niñas y sus primos se apresuran hacia la arena de la playa Omaha para jugar, más allá del feo monumento conmemorativo del desembarco más duro y sangriento de aquel día. Me sucede lo mismo que en la playa UTAH: no puedo evitar conmoverme al pensar en todas las vidas que fueron segadas aquí hace sesenta y cuatro años. Donde se apostaban los nidos de ametralladoras y los cañones hoy se levantan bonitas casas de vacaciones con vistas al mar; en la orilla donde miles de jóvenes fueron abatidos las gaviotas se trasladan de aquí para allá con aire impertinente. Recuerdo un texto maravilloso que expresa algo de lo que siento.

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La excursión a Mont Saint Michael ha sido decepcionante, no por culpa del lugar, ciertamente espectacular y muy bonito, sino por la masificación turística a la que nosotros ocho hemos contribuido. Era tal la muchedumbre que pretendía entrar en la abadía que en un momento dado, cuando estábamos encajonados en la estrecha y única calle de acceso sin poder ir hacia adelante ni hacia atrás, mis sobrinas en los hombros, la sillita plegada contra las piernas para molestar lo menos posible, hemos decidido escapar de allí, lo cual tampoco resultaba fácil. Y cuando hemos llegado al aparcamiento ha sido para participar en un monumental atasco de una hora de duración sólo para salir a la carretera. Conclusión: jamás hay que ir a Mont Saint Michael en agosto.

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La ciudad de Bayeux es limpia y ordenada. En el centro histórico, uno de los pocos del territorio que salió indemne de los bombardeos y enfrentamientos de la liberación, se conservan bonitos edificios de la Edad Media. En las calles que rodean la preciosa catedral de Notre Dame hay muchos restaurantes y terrazas y el aire huele a pan, a queso fundido, a mostaza. Acudimos al museo en el que se expone el tapiz de Bayeux, el famoso lienzo de setenta metros de longitud donde, a través de imágenes cargadas de potencia y de gracia, se nos narra la historia de Guillermo el Conquistador, noble normando que se coronó rey de Inglaterra. Uno de los aspectos más interesantes del tapiz, muy evidente cuando uno se halla ante él, es la información viva y casual que ofrece: ornamentos, armaduras, costumbres, vituallas, barcos, batallas, gestos de hombres y animales. Todos salimos casi tan maravillados de nuestro pequeño viaje temporal al siglo XI como de lo bien que se han portado Celia y Olivia.

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De madrugada se han ido nuestros queridos visitantes. Maite y yo nos hemos levantado para despedirles. La noche estaba oscura. Les esperaba un largo viaje hasta Santander.

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Va a llover, puedo sentirlo en cada rizoma y raíz bajo la hierba, puedo sentirlo sobre mí como siento vuestros pasos en el césped cuidadosamente segado. Os detenéis frente a mi cruz blanca, leéis: "Here rest in honored glory / a comrade in arms / know but the god", a veces hacéis una fotografía, y luego proseguís vuestro camino. No os lo reprocho, hay muchísimas cruces a mi alrededor, casi diez mil camaradas me acompañan. Al principio me dolió ser uno de los pocos que no tenían nombre, aquel obús alemán me deshizo de tal modo que no pudieron identificarme. Ahora ya no me importa: mis padres hace mucho que murieron con la diminuta y permanente esperanza de que yo estuviese vivo, amnésico en Francia, asistido por desconocidos, ingresado en alguna parte, y mis amigos de Brooklyn me olvidaron al cabo de pocos años, ¿qué otra cosa podían hacer con un colega desaparecido en combate a los diecinueve años? Poco a poco, año tras año, fui acostumbrándome a este estado anónimo, vegetal, mineral. Va a llover. Puedo sentirlo en el granito de mi lápida labrada, puedo sentirlo en la corteza de los pinos que crecen tumbados por el viento del mar. Dios conoce mi nombre.

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En los prados que rodean el castillo de Guillermo el Conquistador, en Caen, grupos de jóvenes hacen botellón. El sol brilla tímidamente sobre los tejados de pizarra de la ciudad. Visitamos la catedral de Saint Pierre y damos un paseo por las animadas calles circundantes. Hay muchos comercios, bares y cafeterías. Pasado mañana nos vamos de este país. Sé que es una tontería pero eso me condiciona para disfrutar del día de hoy. Soy estúpido.

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Aparcamos frente a la extensa playa de Coutainville. La marea está baja y la arena brilla bajo las nubes. Caminamos a lo largo del paseo marítimo junto a casas con contraventanas de madera y tejados a dos aguas. Nadie se baña en el mar. Una pareja de jinetes avanza al paso en la zona donde rompen las olas.

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Desayunamos muy temprano y recogemos todo. Arreglamos y limpiamos las habitaciones, vaciamos el lavavajillas, ordenamos las cosas, dejamos todo exactamente como estaba cuando llegamos. En la mesa de la cocina, a modo de obsequio de despedida, coloco a la vista dos botellas de rioja bueno que encargué a mi hermana. A las nueve de la mañana, tal y como quedamos, aparece el matrimonio Bigot. Les damos las gracias, les expresamos lo maravillosamente bien que hemos estado en la casa y les devolvemos las llaves. Au revoir. Adieu.

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Que nunca olvide el sonido
de las ramas del árbol
al otro lado de la carretera,
mecidas por el viento nocturno
de Normandía.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Septiembre

Si tuviese que elegir un mes
escogería septiembre,
lo mismo que si tuviese
que elegir un día
escogería el lunes,
un momento despertar,
un minuto el primero
de cada hora.

Pero si tuviese que elegir
un beso, la lluvia,
la página de un libro,
una hoja de árbol,
sería sin duda la última,
la que cae impasible,
la que pesa lo mismo
que nosotros.

domingo, 31 de agosto de 2008

Exposición

Ayer por la mañana mi familia fue a visitar la Expo. Yo, por prescripción de ellos, que son quienes mejor me conocen, me quedé felizmente en casa. A las diez y cuarto de la noche fui a buscarles a la salida. Ni siquiera la brisa nocturna lograba mitigar la sensación de calor. ¿Qué tal ha ido?, les pregunté. Bien, dijeron, aunque tú no lo hubieras soportado. ¿En serio no lo hubiera soportado? No, papá, hacía demasiado calor, había demasiada gente, había que hacer colas enormes para ver los mejores sitios: vaya, todo lo que más odias en el mundo. Ah, pues entonces he hecho bien en no acompañaros, ¿no os parece? Oh, sí, desde luego que sí, tú te hubieras vuelto loco. ¿Me hubiera vuelto loco? Sí, papá, loco como una cabra.

viernes, 29 de agosto de 2008

Presagios

El otro día, antes de llegar a Nantes, de la parte trasera del coche al que estaba a punto de adelantar se desprendió una bicicleta mal amarrada. Todo sucedió en un instante: el artefacto salió volando y cayó sobre el asfalto justo cuando yo giraba hacia la izquierda, eludiéndolo sin querer.

Hoy, viniendo a Zaragoza, me he cruzado con un perro que trotaba en el carril izquierdo de la autovía de Huesca en dirección contraria al tráfico. Era un animal relativamente grande, un Shar Pei de arrugada y hermosa capa negra. Durante unas milésimas de segundo he contemplado con asombro su figura serena trotando hacia su futuro atropello en mi pasado.

La bicicleta que sale despedida, el perro que se cruza conmigo en la carretera sin tocarme... ¿Me persigue una sombra? ¿Son avisos? ¿Significan algo cuando mi voluntad y mi inteligencia son ajenas a su existencia? Vuelo de aves, hígados del sacrificio, piedras sobre la arena, posos de café, líneas en la palma de las manos.

jueves, 21 de agosto de 2008

Fragilidad

A menudo creemos que poseemos algo: conocimientos, una edad, una familia, bienes materiales, esperanzas, un futuro, algo. Con qué estremecedora y sabia inocencia somos capaces de olvidar nuestra fragilidad.

viernes, 1 de agosto de 2008

Preparativos

La entrada de casa está llena de maletas, bolsas y mochilas. ¿Has puesto los cargadores de los móviles y el Macbook? ¡Paula, piensa que el maletero tiene un volumen limitado! Por la mañana he comprobado las presiones de los neumáticos y los niveles del motor del coche. He preparado las provisiones que tenemos que llevar para la noche del sábado y el domingo entero, lo justo hasta poder comprar el lunes. ¡Ah, y acuérdate también del cargador de las pilas de la cámara de fotos! Los libros que quiero leer. ¿Dónde está la guía de Normandía que compramos en Zaragoza? He programado la ruta en el TomTom. Ahora mismo reposa un arroz negro que acabo de guisar, nunca comemos tan pronto pero la idea consiste en acostarnos pronto para salir a las cuatro de la madrugada, así que hoy todo lo estamos haciendo un par de horas antes. Lo cierto es que estamos un poco alterados, aunque tal vez debería hablar más bien de entusiasmo. Yo, como siempre en estos casos, querría estar ya en la carretera devorando kilómetros, rumbo a lejanos lugares que no conozco.

lunes, 28 de julio de 2008

Colmena

Son las cinco de la mañana cuando despierto en Zaragoza bajo la ventana abierta, a través de la cual entra la silenciosa y fresca brisa que precede al amanecer. No se escucha ruido de tráfico ni sirenas de ambulancia ni sonido alguno de los que caracterizan a las grandes ciudades, tal parecería que estoy en una aldea o en medio del campo. Pero me yergo y contemplo los altos edificios que pueden verse desde el apartamento heredado de mis suegros, bloques en los que a estas horas duermen más personas de las que viven en todo Binéfar. Cuántos años pasé en esta ciudad, la mitad de mi vida, y qué extraña me resulta ahora. He olvidado tantas cosas, es como si parte de mi infancia y mi juventud nunca hubiera existido. Se dice que en la ancianidad se recupera memoria del pasado más remoto, recuerdos que se creían perdidos para siempre. Quién sabe: acaso alcance yo ese momento, ese canto del cisne. Ahora el frescor que echaremos de menos durante el día acaricia los cuerpos de quienes duermen con las ventanas abiertas. En las peores noches veraniegas de Zaragoza había incluso quien sacaba los colchones a las terrazas y balcones. Dentro de un momento la ciudad comenzará a despertar, y la vida que contiene iniciará su zumbido absorto, incesante, dichoso.

martes, 22 de julio de 2008

De príncipes

Por la mañana abro los ojos y en vez de ir a desayunar leo un buen rato recostado en la almohada. Con el cerebro descansado cada frase y cada palabra se deslizan velozmente hasta su interior revelando su significado sin el más mínimo esfuerzo. Qué distinto es leer por la noche: algunas veces, de puro cansancio, debo recapitular y regresar al principio del párrafo para comprender. Pero sucede que ya no sé dormirme sin un libro, aunque sólo alcance a leer una o dos páginas antes de cerrar los ojos.

En la calle hacen ruido los vehículos y las tareas laborales de quienes no están de vacaciones. El aire a estas horas es fresco y se cuela a través de la puerta abierta de la terraza. Oh, yo podría vivir así toda la vida: relajado, sin prisas, sin horarios, leyendo una hora por la mañana antes de desayunar. Incluso me planteo durante unos segundos la posibilidad de jugar a alguna de las múltiples loterías que funcionan en mi país: ¡me conformaría con un premio que me permitiese vivir sin tener que trabajar por obligación! Qué original, ¿verdad? Con qué certeza sabemos que dentro de cada uno de nosotros descansa, apoyado indolentemente en una almohada con un libro en el regazo, paseando junto al mar o asomado al paisaje con una copa en la mano, un espontáneo, auténtico y genuino príncipe.

jueves, 17 de julio de 2008

Relinchos

Schssssssss, hablemos en voz baja porque son las cuatro de la madrugada y no quisiera despertar a nadie. Ya sé que es muy tarde, pero estoy de vacaciones y mañana podré dormir hasta que mi organismo despierte sin ayuda. ¿Qué me ha traído a horas tan intempestivas? La lectura: continúo con Alejandro el macedonio tragando polvo, urdiendo planes, rindiendo ciudades y fortalezas, alejándome de mi casa. Recuerda que respiró el mismo aire que respiramos tú y yo. Recuerda que murió más joven que mi edad. No lloraré de envidia, como dicen que hizo Julio César, al reflexionar sobre lo que Alejandro logró en treinta y tres años. Por alguna razón me es más sencillo imaginar el sabor metálico en el velo del paladar antes de una batalla que la gloria del desfile triunfal. Pero chitón, mejor regresar a las páginas un rato más antes de dormir. La luna brilla sobre el desierto como una moneda de plata. Los caballos relinchan en sueños.

martes, 15 de julio de 2008

Cartografía

El tomate troceado con sal, azúcar, orégano y laurel se confita despacio en el aceite a fuego muy lento. La familia vuelve a estar completa y bien merece una cena de lujo. Coceré brevísimamente unas ventrescas de merluza en agua hirviendo y a continuación las serviré sobre la compota de tomate, acompañadas de una ensalada de lechuga del huerto de unos amigos y una fuente de pepino cortado en bastones sazonados con sal Maldon, pimienta, aceite y vinagre de Módena. No escribo desde hace varios días. Leo, cocino, bebo, duermo, como, pero no escribo. No pasa nada. O sí: pasan los días, uno detrás de otro precipitándose sin remedio, uno detrás de otro sin ser cartografiados. De postre comemos galletas de mantequilla fabricadas en Escocia y adquiridas en Bath. No me da miedo decirlo: son días felices.

viernes, 11 de julio de 2008

Bajo el cielo

Pedaleaba entre viñedos y campos de espárragos cuando la bicicleta resbaló y caí al suelo. Me di un buen susto pero no había nadie, así que en vez de levantarme de un salto como si no hubiera pasado nada me quedé allí, sentado resignadamente en el polvo del camino.

Durante toda la tarde había velado delante de la casa, cerca del puente de la carretera, frente al soto del río Queiles, esperando inútilmente que ella apareciese en la puerta, que se asomase a una ventana. Necesitaba tanto verla. Se llamaba Miren y era de Bilbao. La última vez que habíamos estado juntos había sido el verano anterior. Desde entonces le había escrito muchas cartas, siempre sin contestación. Supe tiempo después que nunca llegó a leerlas porque sus padres las interceptaban. Teníamos catorce o quince años.

A comienzos de Julio, en cuanto nos hubimos instalado en el pueblo para pasar un verano más, fui en bicicleta hasta su portal con la esperanza de que también ella hubiese llegado. El edificio aparecía silencioso y sin vida pero yo no quería rendirme. Incluso fantaseé con la imagen de su familia llegando desde Bilbao en coche mientras yo esperaba sentado en el pretil del puente sobre el río, dispuesto a que ella me viese y me saludase tímidamente con un gesto. Nada de eso sucedió y antes del atardecer levanté la guardia y me fui.

Volvía a casa pedaleando entre viñedos y campos de espárragos cuando la bicicleta resbaló y caí al suelo. Me di un buen susto pero no había nadie que pudiera verme, así que en vez de levantarme de un salto como si no hubiera pasado nada me quedé allí, sentado en el camino, ingenuo, ignorante, observando en silencio cómo giraban las ruedas en el aire, sus radios metálicos dando vueltas bajo el cielo de verano.

jueves, 10 de julio de 2008

Desde Bath

Paula telefonea a las doce y media de la noche desde Bath y nos cuenta que está muy bien, disfrutando muchísimo, conociendo a gente de otros países, "me están pasando un montón de cosas maravillosas", dice. No hablábamos con ella desde el domingo, pero está disfrutando tanto que entendemos que el entusiasmo nos difumine en sus prioridades inmediatas.

Al principio nos costó aceptarlo, la idea -absurda, ahora nos damos cuenta- era que llamase a casa cada día, aunque al final hemos terminado comprendiendo y también recordando cómo éramos nosotros a los quince años, cuando no había nada peor que una familia agobiante.

La echamos de menos y al mismo tiempo somos conscientes de la apasionante aventura que emprende, el mundo entero abierto ante sus ojos y su cerebro. Una historia mil veces repetida. Nuestra pequeña ha iniciado su propia exploración y nuestro papel ha cambiado: ya no es el de llevarla de la mano, darle de comer sentada en las rodillas, contarle cuentos antes de dormir, ahora tenemos otro no menos importante: estar siempre allí donde nos necesite, amarla discretamente durante toda nuestra vida, seguir ayudándola a convertirse en la maravillosa mujer que ya comienza a ser.

martes, 8 de julio de 2008

Seamus Heaney

LA PENÍNSULA

Cuando no tengas nada más que decir, sólo conduce
durante todo el día en torno a la península.
El cielo es alto, como sobre una pista de aterrizaje,
la tierra sin señales, de modo que no llegas

sino pasas de largo, siempre a través del zócalo de una cala.
Al atardecer, los horizontes se beben el mar y la colina,
el campo arado se traga el caserón blanquecino
y te encuentras de nuevo en la oscuridad. Recuerda ahora

la playa vidriosa y el tronco a contraluz,
aquella roca en que las olas se rompen en jirones,
las zancudas forzadas sobre sus propias patas,
islas que se introducen en la niebla,

y vuelve a casa, todavía sin nada que decir
salvo que ahora decodificarías todos los paisajes
así: cosas halladas puras y limpias en sus propias formas,
agua y tierra en su extrema desnudez.

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THE PENINSULA

When you have nothing more to say, just drive
For a day all round the peninsula.
The sky is tall as over a runway,
The land without marks, so you will not arrive

But pass through, though always skirting landfall.
At dusk, horizons drink down sea and hill,
The ploughed field swallows the whitewashed gable
And you're in the dark again. Now recall

The glazed foreshore and silhouetted log,
That rock where breakers shredded into rags,
The leggy birds stilted on their own legs,
Islands riding themselves out into the fog,

And drive back home, still with nothing to say
Except that now you will uncode all landscapes
By this: things founded clean on their own shapes,
Water and ground in their extremity.


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Seamus Heaney,
traducción de Vicente Forés y Jenaro Talens,
de la antología Campo abierto,
Editorial Visor, Madrid, 2004.

domingo, 6 de julio de 2008

Despojarme

Se arrastran los días calurosos, acumulándose. Odio esta estación que convierte a los seres humanos en animales. Cada lenta hora aniquila algo de mí. Echo de menos el frío, los breves días de invierno que, en vez de sumar, restan. No necesito añadir sino despojarme.

jueves, 3 de julio de 2008

Río Gránico

Regreso del trabajo, como arroz a la cubana, recogemos la mesa, me acuesto un rato, despierto, acudo a refugiarme en el aire acondicionado del salón, abro un libro y antes del alba cruzo el río Gránico para enfrentarme a los persas, al atardecer preparo una coca de tomate natural y atún para cenar, una cazuela de cabezada de lomo de cerdo con pimientos del piquillo para comer mañana, abro una botella de vino de rioja Siglo, suena la radio, el ventilador gira en la cocina.

lunes, 30 de junio de 2008

Triunfo y partida

Horas después del encuentro victorioso cargo el equipaje de mi hija en el coche y partimos hacia Zaragoza, desde donde ella viajará a Inglaterra. Tanto en Binéfar como en Monzón todavía hay gente que celebra ruidosamente el triunfo de España haciendo sonar el cláxon de los coches y ondeando banderas. La carretera nocturna es diferente: un silencioso agujero de gusano que comunica estaciones espaciales. En el aparcamiento del pabellón deportivo Príncipe Felipe esperan otras familias, desconocidas entre sí. Son las tres de la madrugada y la situación trae a mi imaginación escenas de películas apocalípticas, ciudades desiertas, supervivientes esperando ser evacuados. Aparece el autobús y llega el momento de las despedidas, abrazo a Paula, la beso, le digo que disfrute de la experiencia, que practique inglés, que nos llame por teléfono cuando llegue, todas esas cosas. Luego regreso a Binéfar. Son las cuatro y media de la mañana. Pequeñas bestias se apartan de la carretera nacional: una comadreja, un zorrillo al pasar por Barbastro.

viernes, 27 de junio de 2008

Patriotismo

Siempre he intentado resistirme a las emociones colectivas: me dan un poco de miedo, me apabullan, afectan de modo directo al vergonzante solipsismo que padezco. Ayer, sin embargo, viendo la maravillosa segunda parte del partido de fútbol que jugó la selección española en las semifinales de la copa de Europa de naciones, salté del sofá, levanté los brazos, grité: ¡GOOOOOL! sabiéndome acompañado de miles y miles de personas que estaban sintiendo exactamente lo mismo que yo en ese preciso momento, y fue algo emocionante, consolador, patriótico.

jueves, 26 de junio de 2008

Treinta y seis grados

Despierto de la siesta empapado en sudor. El calor derrite mis meninges, anula absolutamente mi imaginación. Me siento incapaz de hacer nada que suponga un esfuerzo. Ni siquiera soy capaz de pensar. Odio estas temperaturas inhumanas.

lunes, 23 de junio de 2008

En la piscina

Primera tarde de piscina en esta temporada. Escojo una tumbona de plástico blanco milagrosamente libre en la zona de sombra, junto a la pequeña tapia que linda con el campo de fútbol, y me tiendo en ella como una morsa. Las instalaciones rebosan de niños, adolescentes y madres. En los altavoces, como cada verano, atronan los éxitos de la Cadena Dial. Carlos y su amigo desaparecen rápidamente rumbo al agua y yo intento leer, esforzándome por abstraerme de la música, los gritos y los cercanos chapuzones. Entre página y página levanto la vista y pienso con qué naturalidad perdemos la vergüenza de la desnudez: durante todo el año cubrimos nuestra ropa interior pero en verano la enseñamos sin ningún pudor. Me acerco al bar, pido una cerveza y regreso a mi tumbona, cuidadosamente señalizada con mi toalla y el libro sobre ella. Pasan los minutos, una hora, dos horas, la gente comienza a levantar sus campamentos y marcharse. Yo todavía no me he bañado, y caigo en la cuenta de que ése es sin duda un síntoma de que me estoy haciendo viejo: ¡sería la primera vez en toda mi vida que paso una tarde en la piscina sin tirarme al agua! Me levanto de la hamaca, me mojo superficialmente bajo la ducha, me aproximo al borde de azulejos azules y me zambullo de cabeza. El agua está deliciosamente fresca y me envuelve mientras desciendo hacia el fondo, luego me dejo reflotar al exterior, hacia el cielo de nubes marrones, y regreso nadando muy despacio hasta la orilla.

miércoles, 18 de junio de 2008

Sedimentos

Salgo a la terraza de arriba vestido con un pantalón corto. Por la tarde hacía calor pero ahora la brisa nocturna estremece la piel de mi espalda con su frescor vivificante. Son las doce: un día termina, otro comienza. No hice gran cosa hoy, nada que cambiase el mundo. Sin embargo respiro bajo el espacio estelar, piso el mismo escenario que acogió a grandes y pequeños hombres. En el idioma natal, en el color de mi piel y mi cabello, en los aromas a los que estoy acostumbrado, en la estructura de mis huesos y los gestos que hago sin darme cuenta me acompañan los muertos, miles, millones de muertos que no son fantasmas sino estratos, sedimentos que me empujan hacia adelante con un afán ajeno a la inteligencia. Bebo un sorbo de whisky y contemplo la pequeña plaza ajardinada junto a la residencia de ancianos. Las farolas revelan en contraluz la orfebrería de las ramas de los árboles. La luna llena se traslada en el cielo negro sobre mi hombro izquierdo.

martes, 17 de junio de 2008

Una pesadilla

Anoche soñé una pesadilla terrible, innombrable. En ella el dolor de la tristeza y la desesperación era tan grande, tan sólido, que casi no podía respirar. Desperté. Me levanté de la cama. Fui a los otros dormitorios. Ellos dormían plácidamente. La angustia comenzó a disolverse mucho más despacio de lo que deseaba.

viernes, 13 de junio de 2008

Vida laboral

Estoy embaraza de mellizos, ¿existe alguna ayuda especial para mí? Tengo las cervicales destrozadas y no puedo trabajar. Mañana comienzo en mi primer empleo y necesito un número de la Seguridad Social. Mi mujer y yo nos vamos de crucero por el Mediterráneo, imagínese, ¡nosotros, que en la vida hemos salido del pueblo! Es un regalo de la hija por las bodas de plata, ¿sabe? Amigo quiere tarjeta médico, sólo pasaporte, no papeles. Con mi pensión no me alcanza ni para comer. Fíjese qué fatalidad, le encontraron el bulto en diciembre y se murió en abril. ¡Niño, deja de tocar los papeles que este señor te va a reñir! Se me ha terminado el paro y no encuentro trabajo. ¿Mi empresa puede negarse a concederme el permiso de paternidad? Ha muerto mi padre y vengo a tramitar la viudedad de mi madre. He recibido una carta donde me reclaman una deuda. Me gustaría saber cuánto cobraría si me jubilase este año. Trabajo en campo muy malo, cuatro euros hora y si llueve no trabajo no cobras. Vengo a asegurarme de que la empresa me ha dado de alta. Voy a abrir un negocio, ¿qué pasos tengo que dar? Doy a luz el mes que viene y me gustaría saber qué trámites debo hacer para cobrar el permiso de maternidad. No entiendo esta carta. Nos vamos a Dublín, ¿tenemos que llevar alguna tarjeta sanitaria especial? Ha llovido mucho pero mis abejas se mueren de hambre. Siempre supe que si tenía una hija se llamaría Violeta.

martes, 10 de junio de 2008

Cantinela

El ruido de la lluvia acaricia mi cerebro. La lluvia que cae sabia, ignorante de la noche y de nosotros. Cantinela del agua estrellándose contra la superficie de las cosas que esperan en la oscuridad. Ventanas encendidas. Coches aparcados en la acera bajo las farolas.

sábado, 7 de junio de 2008

Junio

Vuelvo a recorrer los doscientos cincuenta kilómetros que separan el huerto de mis padres y mi casa. Los campos que a principios del mes pasado exhibían su verdor de esmeralda son ahora amarillos, y plagados algunos de ellos de amapolas retan con su belleza a nuestra inteligencia: ¿tiene algún significado la emoción que me produce contemplarlos desde el coche? ¿por qué me asombro de su aparición pura y casual si es algo que sucede cada año? No hay demasiado tráfico en la carretera nacional 240. Son las nueve de la tarde y todavía hay luz. También esto ha sucedido muchas veces: Paula y Carlos, tan mayores ya, duermen en los asientos de atrás, puedo contemplarlos en el espejo retrovisor. Maite corrige exámenes a mi lado para aprovechar el tiempo que le falta en la recta final del curso. ¿Cómo es posible que no se maree? Pero siempre ha podido hacerlo, no sé cuántos suspensos y sobresalientes habrá puesto mientras yo conducía a su lado. Espero que la verdura que nos ha dado mi padre no esté dando vueltas en el maletero: acelgas, cogollos de lechuga, cebollas tiernas, calabacines, todo recolectado hace un par de horas. Tres bolsas iguales, una para cada uno de los hijos que viven fuera del pueblo. Mi padre fue encargado de obra hasta su jubilación, profesión evidente al observar su huerto: no creo que exista otro con las calles y ringleras más rectamente trazadas, más pulcro y ordenado, más planificado: da gusto verlo (y comer sus frutos, por supuesto). Hasta su retiro él nunca había trabajado la tierra, y al principio no confiaba demasiado en sus posibilidades, sin embargo, ayudado por hermanos y cuñados que sí sabían, pronto descubrió que en su interior se escondía un hortelano trabajador y cuidadoso. Tal vez en el corazón de todos los hombres buenos duerme un labrador. Conecto las luces del coche aunque todavía se ve bien. Estos son los días más largos del año. Me fijo en el cuentakilómetros: nuestra Picasso ya ha recorrido ciento doce mil kilómetros en cuatro años. Junio. Dentro de nada todos los de mi casa estarán de vacaciones, y aunque yo tenga que ir a trabajar me sentiré un poco como si estuviese también de fiesta. Más tarde sí, en agosto iremos a Normandía y ya me empieza a preocupar la distancia: qué será mejor, ¿salir a las dos o las tres de la madrugada y hacer todo el trayecto de una vez o ir más tranquilos y hacer noche en un hotel por el camino? Ardo en deseos de partir. Incluso ahora, de regreso de una comida familiar, cansado y con el estómago más lleno que de costumbre, me siento feliz conduciendo. Carretera y manta, eso me gusta mucho. Dejamos atrás Barbastro. Hace nada estaban podando las viñas desnudas y mira cómo crecen ahora colmadas de hojas. Qué guapas estaban mis sobrinas pequeñas, ellas son nuestros pámpanos. Y mis hermanos, mi hermana, cada uno con su vida y sus proyectos, mi sangre, mi infancia, mi clan. Viñas, pámpanos, uva, vino, conversación, risas, besos de despedida. Blancos molinos de viento girando a un ritmo constante y poderoso. La gran ciudad de Zaragoza quedando atrás. Campos amarillos de cebada salpicada de amapolas. Los semáforos de Monzón. El canal de Zaidín. Entro en Binéfar, enfilo mi calle. ¿Por qué me asombro? ¿De qué estoy hablando exactamente?

miércoles, 4 de junio de 2008

Algarabía

Duermo con la puerta de la terraza abierta, y a las seis de la mañana, cuando aparecen los primeros rayos de luz, me despierta la caótica algarabía de los pájaros: palomas, tórtolas, vencejos, gorriones, estorninos... ¡todos se ponen a gritar y armar jaleo a la vez como si se hubiesen vuelto locos! Me levanto a cerrar la puerta y vuelvo a acostarme, pero ya no puedo recuperar el sueño.

Es primavera y mi cerebro todavía no ha aprendido a ignorar ese ruido. Cuando llegue el verano y duerma igualmente con la puerta abierta ya no escucharé la bienvenida de los pájaros al nuevo día, mi mente se habrá acostumbrado y, por increíble que parezca en este momento, hará caso omiso a semejante milagro.

domingo, 1 de junio de 2008

Después del concierto

He cantado en Barbastro y mis compañeras de trabajo han venido al concierto, algo que me ha hecho una enorme ilusión (las quiero mucho). Horas antes, en casa, estaba tan nervioso que no podía dormir la siesta. Sólo al vestirme con la ropa de cantar -camisa negra, traje negro, calcetines negros, zapatos negros- he empezado a serenarme: para eso sirven las liturgias. Actuábamos invitados por la coral Barbitanya, magnífica musicalmente y, en lo personal, hospitalaria y generosa como pocas. Tras el concierto nos han invitado a una merienda, y en ella, después de comer y beber, hemos seguido cantando: Gobbo so pare, Tourdion, Rossinyol.

sábado, 31 de mayo de 2008

Cuenta nueva

Cerraré la tapa del ordenador y me levantaré de esta mesa. Iré a la cocina. Beberé un vaso de agua. Iré a mi dormitorio. Me desnudaré. Me meteré en la cama. Cerraré los ojos. Se apagará la noche, las estrellas se apagarán. El universo entero quedará en suspenso. Las olas dejarán de golpear las costas. El tráfico de las grandes ciudades, las unidades de urgencias en los hospitales, los grandes rebaños de ñus, los cocodrilos del río, la estación espacial: todo se detendrá durante unas cuantas horas. Borrón. Frescura de la mañana. Cuenta nueva.

jueves, 29 de mayo de 2008

Sin mirar atrás

Me levanto más temprano de lo normal, me ducho y voy a la cocina. En la pequeña fiambrera de plástico dispongo unos trozos de pechuga de pollo empanada, y encima otros de tortilla de patatas, y sobre ellos una docena de tomates cherry cortados por la mitad. Es nuestro kit clásico para las excursiones del colegio. Más tarde llevo a Carlos a la estación de autobuses, donde ya esperan otros padres y otros niños. Me da un abrazo, da unos pasos, se detiene, regresa, me da un beso y se aleja corriendo hacia sus compañeros, hacia ese otro mundo suyo que no conozco, sin mirar atrás.