domingo, 17 de octubre de 2010

Decimoséptimo día

Anotar algo en este cuaderno cada día durante un mes no tendría ningún sentido si no fuese por la voluntad de hacerlo. A veces basta con eso.

sábado, 16 de octubre de 2010

Decimosexto día

Hace quince días una señora de Barbastro me regaló una bolsa de almendras de su campo. Esta tarde las he cascado con un martillo, las he escaldado en agua hirviendo con sal para que la piel se suelte fácilmente al comerlas, y después de secarlas con un trapo las he tostado en la bandeja del horno. Todavía calientes estaban buenísimas. La señora en cuestión suele pasar con cierta frecuencia por mi lugar de trabajo, si vuelvo a verla ojalá recuerde decirle que no hubiese cambiado sus almendras recién tostadas por todas las trufas y todo el caviar del mundo. Se pondrá contenta y además es verdad.

viernes, 15 de octubre de 2010

Decimoquinto día

Alertado por el ruido, Carlos me pregunta si me estoy afeitando y yo le contesto que no, que sólo me estoy depilando el vello de las orejas. Mi hijo, intrigado, entra en el cuarto de baño. Sí, le digo, observa esta pequeña máquina, no parece gran cosa, ¿verdad? Pues de eso nada, aquí donde la ves se trata de una máquina tan inteligente que su mera utilización genera y asegura su propio porvenir. ¿Qué quieres decir, papá? Quiero decir, hijo mío, que una vez que has empezado a depilarte el vello de los oídos con una depiladora eléctrica deberás seguir haciéndolo hasta el final de tus días, porque los pelos crecerán cada vez más fuertes y visibles, ¿es o no es inteligencia artificial? Ah, y también sirve para eliminar los de la nariz... Eh, pero, ¿por qué te alejas haciendo muecas de asco? ¡No huyas, cobarde! ¡Algún día también tú te someterás a su poder! ¡Algún día!

jueves, 14 de octubre de 2010

Decimocuarto día

Conduzco de regreso de Lérida con el sol retirándose a la izquierda, su luz definitivamente otoñal iluminando los maizales, un campo de golf, las viñas de Raimat. No he puesto música en el equipo del coche y sólo se escucha el aire deslizándose sobre la carrocería, el ronroneo del motor diesel, mi respiración.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Decimotercer día

Observo conmovido el rescate de los mineros atrapados en Chile, las emocionantes escenas de su llegada al mundo exterior tras más de dos meses sepultados, y también las entrecortadas imágenes tomadas desde el interior del refugio que muestran a la cápsula de salvamento asomando milagrosamente en el techo de roca, esa estrecha cabina que, con un hombre en su interior, recorrerá seiscientos veintidós metros atravesando la tierra rumbo a la superficie, a la luz, al aire fresco y los seres queridos; esa cápsula que se llama Fénix e inmediatamente me hace pensar en Julio Verne.

martes, 12 de octubre de 2010

Duodécimo día

Llegué al retrete con el tiempo justo para arrodillarme y empezar a vomitar violentamente. Expulsé durante un rato lo que mi cuerpo rechazaba sin contemplaciones, me lavé los dientes y me tumbé en la cama hasta que tuve que correr de nuevo, algo que sucedió varias veces durante la noche, al principio para purgarme por arriba y después por abajo. Maite entró a consultar en internet y llegamos a la conclusión de que se trataba de una gastroenteritis viral, lo que por aquí se conoce vulgarmente como «una pasa», nada grave, dos días de adelgazamiento forzoso y curado, espero. Respecto a los vómitos y la diarrea: nunca deja de asombrarme que nuestro organismo pueda adoptar decisiones tan radicales al margen de nuestra voluntad.

lunes, 11 de octubre de 2010

Undécimo día

PUEDE SER SIN TÍTULO

Después de todo, estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un acontecimiento banal
y que no pasará a la historia.
Nada que ver con batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni con tiranicidios dignos de ser recordados.

Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
he tenido que venir de algún lado
y antes
estar en muchos otros sitios,
exactamente igual que los grandes descubridores
antes de subir a cubierta.

Hasta el instante más efímero tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Son tan reales sus horizontes
como los de los catalejos de los almirantes.

Este árbol es un álamo enraizado desde hace años.
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando unos pasos
formaron el sendero.
El viento, para dispersar las nubes
tuvo antes que arrastrarlas aquí.

Y aunque en los alrededores no pasa nada importante,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado, ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.

El silencio no sólo acompaña a conspiraciones secretas.
Ni un séquito de causas a ceremonias de coronación.
No sólo se erosionan los aniversarios de las sublevaciones,
también envejecen los guijarros de la orilla.

Complicado y denso es el bordado de las circunstancias.
Costura de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas en el que se enhebra un tallo.
Por casualidad estoy aquí y miro.
Sobre mí una mariposa blanca bate en el aire
unas alas que sólo a ella le pertenecen
y una sombra se me escapa a través de la mano,
no otra, no la de cualquiera, precisamente la suya.

Ante esta visión siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.

Wislawa Szymborska, traducido por David Carrión Sánchez,
de El gran número, Fin y principio y otros poemas, 5ª Edición, 2010.

domingo, 10 de octubre de 2010

Décimo día

Despierto a Carlos en nuestro piso de Zaragoza cuando todavía es noche cerrada sobre la ciudad. Encendemos la televisión. El Gran Premio de Japón comenzará dentro de un rato.  Todavía no sé que Fernando Alonso quedará en tercera posición y ganará Sebastian Vettel, pero lo que sí sé es que estos madrugones que mi hijo y yo nos damos año tras año desde que era muy pequeño son un territorio único, un lugar especial en el que estamos juntos.

sábado, 9 de octubre de 2010

Noveno día

Hoy comemos en el huerto de mis padres con toda la familia y se supone que ya debíamos estar en Zaragoza, donde queremos detenernos a comprar unos regalos para nuestros sobrinos, pero son las once menos cuarto y todavía estamos en casa. Por mi parte he bajado plásticos y algo de basura a los contenedores, he ido a sacar dinero al cajero y todavía me ha dado tiempo de comprar en la bodega Isabal una botella de whisky Glenfiddich para llevar al pueblo. Siempre pasa lo mismo. Yo antes me agobiaba pero ahora ya no, total nadie me hacía caso y sólo servía para crear tensión ambiental. No veo a mis padres y mis hermanos desde que regresamos de Irlanda, tengo muchas ganas de encontrarme con todos y ver cómo han crecido los niños más pequeños. Por aquí el cielo está cubierto y tiene pinta de llover, no sé qué tiempo hará en la ribera de Navarra. ¡Ya son las once! Pero tú tranquilo, Jesús, ponerse nervioso no sirve para nada, no te asomes a la escalera para gritar: ¿SABÉIS QUÉ HORA ES? ¿CÓMO ES POSIBLE QUE TODAVÍA NO ESTÉIS LISTAS?

viernes, 8 de octubre de 2010

Octavo día

Detrás de mi casa hay un pequeño parque con columpios. Son las seis y media de la tarde y los niños gritan como si los guerreros de Herodes hubiesen entrado en la plaza blandiendo sus espadas. Los chillidos se reflejan en las fachadas de los edificios y se convierten en un eco que pervive durante unas milésimas de segundo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Sexto día

Carlos y yo vamos a comprar ropa al Centro Comercial. Necesita camisetas, pantalones, una prenda de abrigo y una mochila para el instituto. Normalmente suele comprarse la ropa él solo pero como esta vez vamos a pagar con tarjeta tengo que acompañarlo. Después de la emasculación lo que menos me gusta del mundo es ir a comprar ropa, lo odio tanto que mi familia opina que es una fobia: igual que hay personas que tienen fobia a las palomas, a volar en avión o a los sitios cerrados, yo tengo fobia a comprar ropa. Seguramente tienen razón. En la tienda una dependienta reconoce a Carlos, de trece años, y me comenta que siempre le ha llamado la atención que se comprara la ropa él solo o acompañado de algún amigo de su edad (de hecho viene haciéndolo desde los once o doce años). No sé muy bien qué contestarle, también yo suelo comprarme la ropa solo ¡y en diez minutos! En la zona de caballeros veo un matrimonio comprando pantalones, la mujer los elige y su marido, como un niño grande, va a probárselos mansamente y sin rechistar.

martes, 5 de octubre de 2010

Quinto día

Las excavadoras y camiones de las obras de la autovía descansan inmóviles bajo las estrellas. Los padres, agotados al cabo del día, acuestan a sus hijos pequeños cumpliendo escrupulosamente los rituales precisos. Las camareras del Chanti limpian el local, pasan una bayeta por la barra y la cafetera, apagan las luces y salen a la calle. El camión de la basura avanza, se detiene, avanza y vuelve a detenerse para que los dos trabajadores que viajan detrás se descuelguen con agilidad y vuelquen en su interior el contenido de los depósitos verdes. Cerca de Monzón el agua del río Cinca fluye bajo el puente que cruzaré mañana rumbo al trabajo. Hay una comadreja atropellada en la carretera de las viñas de Barbastro, su piel suave como plumón se mueve agitada por el viento nocturno.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cuarto día

Tengo cuarenta y siete años y siempre he tenido ideas políticas. Me he batido el cobre muchas veces hasta acabar agotado y cubierto de polvo. Creo que jamás convencí a nadie de nada, y no me sorprende, lo acepto como algo normal porque tampoco a mí me convenció nunca nadie. Ahora sé que no merece la pena gastar toda esa energía, toda esa concentración mental, es una pérdida de tiempo hablar con quien, a menudo, en su fuero interno te desprecia, debatir con quien al mirarte ve la caricatura previa que dibujó en su mente. Me costó años aprender esto y descubrirlo supuso un alivio instantáneo. Continúo teniendo ideas políticas, por supuesto, y las defiendo a mi modo, tranquilamente, cada día de hecho, pero ya no me enzarzo en obscenas peleas cuerpo a cuerpo, ya no trato de convencer a nadie de nada porque sé que es imposible. La vida es breve como el día. Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.

domingo, 3 de octubre de 2010

Tercer día

La lluvia despertó al viejo rapsoda, que se levantó y se acercó a la galería colgante sobre el mar. Las voces de los muertos continuaban susurrando en sus oídos. Tomó asiento frente al escritorio, prendió la lámpara de aceite y la sangre volvió a correr sobre la tierra mientras los gritos de las viudas se elevaban al otro lado de las murallas.

sábado, 2 de octubre de 2010

Segundo día

Cerca de las dos de la madrugada, mientras tomaba una copa en el Chanti con mis compañeros del coro, sonó mi teléfono móvil. Desconocía el número que aparecía en la pantalla pero era mi hija, que me llamaba desde Barcelona. Apenas podía oír su voz en medio del inconfundible ruido de una fiesta. Me decía, desde el móvil de una amiga, que había perdido su teléfono y me ocupase rápidamente de bloquearlo, que es lo que hice sin necesidad de hablar con nadie, limitándome a marcar los números que una voz robótica me ordenaba desde el otro lado. Poco después, para alivio de los trabajadores del Chantilly, salíamos a la frescura de la noche. Octubre. Jamás había pensado en esa palabra. Octubre. Paula.

viernes, 1 de octubre de 2010

Primer día

Al amanecer calló el grillo que desde hace semanas canta en algún lugar de la terraza. Anoche salí a grabar en el teléfono su voluntad incansable, tan ajena a la mía. Pronto llegarán los días fríos. La mañana es gris. Octubre comienza a suceder.


Canto de un grillo en mi terraza, 30 de septiembre de 2010, 8:59 de la noche.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Después del ensayo

Después de casi dos meses de vacaciones musicales me ha costado un poco vestirme y salir a la calle un viernes por la noche para ir a ensayar. Quédate en casa, idiota, deja la coral y ahórrate estos compromisos, ¿qué necesidad tienes de complicarte la existencia? ¿no ves que vivirías más tranquilo y sin obligaciones? El viento de la calle ahoga la voz de mi conciencia y camino los pocos metros que me separan del local de ensayo. Las compañeras que ya han llegado me saludan. ¡Anda, te has dejado barba! Sí, bueno, dejé de afeitarme en vacaciones y así está la cosa, ¿cómo ha ido el verano? Muy bien, ¿y tú? También, también, sí, de maravilla. La directora se sitúa de pie junto al piano y nosotros nos repartimos de izquierda a derecha en semicírculo y por cuerdas: sopranos, tenores, contraltos y bajos. Instalo un atril frente a mí y coloco en él mi carpeta negra, que no he tocado desde el uno de agosto. La abro mecánicamente, mis ojos se posan sobre los pentagramas y recuerdo por qué estoy aquí. Las partituras, todas las partituras, siempre son bellas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Aguaceros interruptus

Despierto de la siesta aturdido y confuso. Uf, ha sido demasiado larga, profunda, impropia de un día laborable. Me siento en la cama frente al espejo del armario y contemplo un hipopótamo. Oh, dioses, qué gordo estoy. Tengo la boca seca y decido bajar a la cocina y servirme una Guinnes bien fría en uno de los vasos oficiales de la marca que compré en Dublín. ¡Servirte una Guinnes! ¿Así adelgazarás, vago de bellota? Oh, cállate, por favor, cállate y déjame en paz. La casa está desierta, ¿dónde se ha metido todo el mundo? Mientras me sirvo la pinta con el cerebro al ralentí, aunque no tan al ralentí como para no inclinar cuidadosamente el vaso, comienzo a recordar que ella tenía cita en la peluquería y él clase de inglés. Sí. Todo está bien. Fuera el cielo es oscuro. El bochorno que nos ha acompañado durante todo el día no acaba de descargar. Odio estos aguaceros interruptus.

martes, 21 de septiembre de 2010

Repiquetea

Llueve a la luz del sol. No es la primera vez que lo presencio: brilla el sol y la lluvia repiquetea sobre todas las cosas, indiferente a ellas y a mí.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Alas invisibles

Salgo de Barcelona cuando el tráfico en sentido contrario comienza a crecer, es domingo por la tarde y los viajeros del fin de semana vuelven a casa. Por la mañana llevé a Paula al colegio mayor donde residirá durante su primer curso de estudios universitarios. En el viaje no paraba de hablar, qué entusiasmada, qué feliz y radiante estaba de salir al mundo, de iniciar un nuevo camino, nuevas experiencias y exploraciones. Yo también me sentía feliz, feliz por ella. Después de dejar las maletas en la habitación hemos cruzado la ciudad y los dos nos hemos ido a comer al Port Vell. Tras dar un paseo contemplando los barcos y los turistas hemos regresado a la residencia y la he dejado en la puerta. «Cuídate mucho, cariño», le he dicho. «No te preocupes, papá, estaré bien», ha dicho ella, sonriente. Nos hemos dado un beso y me he ido.

De Innisfree [5/2004 - 5/2005]:

Viernes 17 de septiembre de 2004

SIN TÍTULO

Forro los libros del nuevo curso con plástico autoadhesivo. El proceso es semejante a una pesadilla. Si me descuido por aquí la esquina se pega sobre sí misma por allá, y cuando acudo presto a despegarla, en otro lugar del libro, que ahora parece inmenso como un continente, lo mismo vuelve a suceder. P. me observa con cara de sueño, ligeramente sorprendida de mi torpeza. Su hermano duerme desde hace un rato. Yo mascullo maldiciones en voz baja pero al cabo de lo que parecen interminables horas la pila de volúmenes ya ha sido forrada, por llamarlo de algún modo. Con las burbujas de aire que han quedado atrapadas en la chapucería podría sobrevivir durante un mes una estación espacial. Mientras me sirvo un whisky mi hija las pincha con una aguja de coser. "Lo he hecho lo mejor que he podido, cariño", le digo. "Bah, está muy bien, papá", dice ella deshaciendo las ampollas con minuciosidad de cirujana. Observo la cola de caballo de su cabeza, sus delgados codos apoyados en la mesa, los delicados omoplatos donde asoman las alas invisibles que un día la alejarán de mí.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mahamet

Mahamet me dice que no hay trabajo porque ahora las grandes bodegas vendimian con máquinas. Cuando llegue a casa me enteraré a través de internet de que una sola vendimiadora mecánica hace en un día la faena de cien hombres, pero ahora todavía no lo sé y lo único que puedo hacer es escuchar y compadecerme. La verdad es que no sé qué solución hay para todas estas personas que cada día se sientan al otro lado de mi mesa: temporeros, peones de la construcción, empleados de almacenes y pequeñas empresas sin ningún tipo de especialización. O sí lo sé: no existe ningún futuro para ellos porque en España no se volverán a construir ochocientas mil viviendas al año, no existe ningún futuro para ellos porque las tareas del campo se mecanizarán cada vez más. El panorama es así de desolador. Conozco a Mahamet desde hace años, no tiene familia, vive en pisos patera durmiendo en colchones sobre el suelo y comiendo arroz cocido con pastillas de caldo avecrem. Es un hombre alegre de ojos brillantes y siempre un poco inyectados en sangre. Si alguna vez me ve por la calle siempre me saluda diciendo mi nombre y alzando un brazo. Todavía es bueno, todavía tiene esperanza, la realidad no ha logrado, todavía, socavar sus cimientos. Ojalá nunca lo haga. Siempre que hablo con él me fijo en unas cicatrices simétricas que adornan su rostro de ébano. Juego a imaginar que son el resultado de alguna especie de ritual mientras visualizo rechonchos baobabs, chozas de espino, tierra roja, los mugidos de vacas de cuernos inmensos bajo el cielo azul. ¿Son esas cicatrices las que le dan la fuerza necesaria para seguir adelante?

martes, 14 de septiembre de 2010

Explosiones

Espero por su propio bien que esta noche no haya supervivientes de guerra entre los habitantes de este culo del mundo. Lo digo por los fuegos artificiales que cierran las fiestas: podrían despertar en ellos ataques de pánico, episodios de estrés postraumático, reacciones inesperadas. La casa entera vibra con las explosiones. Bebo un sorbo de whisky y me pregunto si realmente es necesario todo esto.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Chernóbil

Por la mañana salgo un momento a hacer unos recados y paso por las ferias desiertas y silenciosas. Todos los puestos están cerrados, las bombillas de colores apagadas bajo el sol del día, el suelo cubierto de vasos de plástico rotos, pañuelos, basura. No se ve a nadie por ninguna parte. Pienso en Chernóbil.

Tan cascarrabias

Han comenzado las fiestas y casi todas las familias sin hijos menores ni otros compromisos han huido rumbo a la playa o la montaña, lo más lejos que podían. Desgraciadamente la mía no está entre ellas y, como cada año, tendré que soportar el bullicio de las peligrosas ferias ambulantes, el eco de la música de la carpa de las peñas a todo volumen hasta el amanecer y los inevitables botellones en el pequeño parque de atrás.

Cuando Carlos vuelve del chupinazo con la cabeza empapada cubierta de grumos de harina y camino de la ducha dice sonriente que se lo ha pasado genial no puedo evitar sentirme un poco culpable: ¿cómo puedo ser tan cascarrabias?

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Tarde o temprano

Ese vecino que lleva dos bolsas de basura hacia los contenedores de la esquina vestido con bermudas viejas, chanclas de piscina y una camiseta agujereada (su personal versión de «ropa de estar por casa», tal vez alguien debería decirle que parece un vagabundo), ese hombre que camina con la mirada en el suelo, abstraído en sus pensamientos, lloró hace unas horas viendo una película de dibujos animados, ¿puedes creerlo? La historia va de juguetes abandonados o más bien, en realidad, del paso inexorable de los años. En las secuencias finales -estaba solo frente a su ordenador, podía dejarse llevar- lloró como una magdalena, sin reparos, a moco tendido, y lo curioso es que no es la primera vez que le pasa en los últimos tiempos, sin ir más lejos hace unos días también acabó sonándose la nariz viendo el desenlace de «Las invasiones bárbaras», una película muy distinta. Pero qué desahogo le producen esas convulsiones y lágrimas: cuando han terminado se siente limpio, liberado, ligero. Quizás se está volviendo demasiado blando, ¡a este paso acabará llorando viendo anuncios en la televisión!

Tras depositar las bolsas de basura en sus respectivos contenedores regresa a su casa por la acera. Los nidos colgantes de los aviones comunes vuelven a estar vacíos. Corre un poco de aire fresco, ¿será verdad que van a bajar las temperaturas? Al fin y al cabo alguna vez deberá suceder, tarde o temprano vendrá el otoño, no hay nada que pueda hacerse por evitarlo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Contacto

Entre los primeros avistamientos y la aniquilación de cualquier forma de vida sobre el planeta transcurrieron exactamente dos segundos y medio. Ellos ni siquiera se habían detenido y siguieron su camino, inocentes, a través del universo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Agujeros de gusano

El tiempo ha cambiado, incluso es posible que llueva. Conduciendo hacia el trabajo veo un Citröen Picasso gris detenido en el arcén y a su lado un hombre arrodillado tomando fotografías de las viñas a la luz de la mañana recién nacida. Si el coche hubiera sido de color rojo y el hombre hubiese tenido el pelo más largo bien pudiera haberse tratado de mí mismo en un cortocircuito espacio-temporal, uno de esos agujeros de gusano donde presente y pasado comparten durante un segundo el mismo instante.

sábado, 28 de agosto de 2010

Álbum de Connemara

LA CASA




LOS QUE SE FUERON




LUGARES










PERSONAS




IRLANDA ES UN JARDÍN



(Pasar el cursor sobre las fotografías permite leer información, así como abrirlas y ampliarlas.)