¡Las nueve de la noche y todavía no he hecho mis ejercicios! Ahora me pondré a ello porque desde hace un tiempo faig bondat, que en catalán quiere decir cuidarse, portarse bien, adelgazar incluso como, poco a poco, estoy haciendo yo. Me gusta mucho el catalán y siempre que puedo aprovecho para practicarlo. Hay una palabra que me encanta: tardor, la tardor, que se pronuncia sin la erre final: la tardó, y significa otoño, un otoño femenino.
sábado, 23 de octubre de 2010
viernes, 22 de octubre de 2010
Vigesimosegundo día
Después de hablar por teléfono con mi amigo me preparo un té rojo y ordeno las partituras del concierto del domingo. Poco a poco la noche cubre con su manto el pueblo iluminado con farolas. El frío ha llegado para quedarse. La taza de té está caliente. La voz de mi amigo siempre es música para mi corazón.
jueves, 21 de octubre de 2010
miércoles, 20 de octubre de 2010
Vigésimo día
MI MUERTE
Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!"
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien".
Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo".
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz".
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.
Raymond Carver,
de Todos nosotros, 4ª edición, septiembre de 2007.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:12 | Nombres propios
martes, 19 de octubre de 2010
Decimonoveno día
Una vez el marido de esta mujer la agarró de los pelos y golpeó su cabeza contra el suelo. Cuando estaba embarazada la amenazaba con las jeringuillas que utilizaba para vacunar a los tocinos, le decía que iba a ponerle la inyección que les ponía a las cerdas para que pariesen. La trataba como si fuese un animal o, sabe usted, peor que a los animales de la granja. En el pueblo nadie le quería y todos le temían, cuando bebía se pegaba con el primero que se encontraba por la calle. Al hijo lo sacó del colegio en cuanto cumplió quince años y le hacía trabajar con él de sol a sol, no le permitía salir por ahí con otros jóvenes de su edad. Durante años ella nunca se atrevió a denunciarlo porque sabía que el monstruo era capaz de matarles a los dos, pero cuando el chico intentó suicidarse se dio cuenta de que debía ser valiente, si no por ella, por su hijo. Puso una denuncia en la guardia civil y los dos se fueron a vivir a casa de su hermana en Barbastro. El juez impuso una orden de alejamiento que, afortunadamente, el ogro cumplió. Se divorciaron sin la presencia de él, que no quiso saber nada. Ella renunció a cualquier pensión compensatoria, a la aislada casa junto a la granja, a todo lo que tuviese que ver con aquel hombre y las cosas que le hacía. Comenzó una nueva vida. Se puso a limpiar para varias empresas en bancos, oficinas y colegios. El hijo se hizo mayor y se fue lejos con la traumática carga de su infancia en la memoria. Ella se compró un piso pequeño en la ciudad. Cuando a finales de septiembre de dos mil diez supo que su marido había muerto sintió un gran alivio, yo sé que está mal, sabe usted, pero no pude evitarlo, por fin podía respirar tranquila, por primera vez podía caminar por la calle sin esa sensación de temor permanente a la que nunca había llegado a acostumbrarse. Le hemos tramitado una pensión de viudedad especial para casos de violencia de género, una modalidad que elude la obligatoriedad de que la viuda percibiese pensión compensatoria del excónyuge. No es mucho dinero pero ella está satisfecha, lo ve como una especie de indemnización por haber aguantado tantos años a aquel hombre que conoció muy jovencita y la engañó. Me da las gracias, se levanta sonriendo y sale a la calle donde hace frío, el aire es transparente, las hojas de los castaños de indias se secan lentamente.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:20 | Diario , Vida laboral
lunes, 18 de octubre de 2010
Decimoctavo día
Este granjero de terneros se parece muchísimo a Sidney Pollack. La joven de la gestoría es el vivo retrato de Anaïs Nin. Tengo un amigo en Binéfar que es clavado a Harrison Ford. En un planeta con una población de casi siete mil millones de seres humanos resulta imposible que cada uno de nosotros no tenga más de un sosias. Alguien idéntico a ti sale ahora de su casa en las antípodas, sube a una bicicleta y se aleja pedaleando sobre el asfalto mojado.
domingo, 17 de octubre de 2010
Decimoséptimo día
Anotar algo en este cuaderno cada día durante un mes no tendría ningún sentido si no fuese por la voluntad de hacerlo. A veces basta con eso.
sábado, 16 de octubre de 2010
Decimosexto día
Hace quince días una señora de Barbastro me regaló una bolsa de almendras de su campo. Esta tarde las he cascado con un martillo, las he escaldado en agua hirviendo con sal para que la piel se suelte fácilmente al comerlas, y después de secarlas con un trapo las he tostado en la bandeja del horno. Todavía calientes estaban buenísimas. La señora en cuestión suele pasar con cierta frecuencia por mi lugar de trabajo, si vuelvo a verla ojalá recuerde decirle que no hubiese cambiado sus almendras recién tostadas por todas las trufas y todo el caviar del mundo. Se pondrá contenta y además es verdad.
viernes, 15 de octubre de 2010
Decimoquinto día
Alertado por el ruido, Carlos me pregunta si me estoy afeitando y yo le contesto que no, que sólo me estoy depilando el vello de las orejas. Mi hijo, intrigado, entra en el cuarto de baño. Sí, le digo, observa esta pequeña máquina, no parece gran cosa, ¿verdad? Pues de eso nada, aquí donde la ves se trata de una máquina tan inteligente que su mera utilización genera y asegura su propio porvenir. ¿Qué quieres decir, papá? Quiero decir, hijo mío, que una vez que has empezado a depilarte el vello de los oídos con una depiladora eléctrica deberás seguir haciéndolo hasta el final de tus días, porque los pelos crecerán cada vez más fuertes y visibles, ¿es o no es inteligencia artificial? Ah, y también sirve para eliminar los de la nariz... Eh, pero, ¿por qué te alejas haciendo muecas de asco? ¡No huyas, cobarde! ¡Algún día también tú te someterás a su poder! ¡Algún día!
jueves, 14 de octubre de 2010
Decimocuarto día
Conduzco de regreso de Lérida con el sol retirándose a la izquierda, su luz definitivamente otoñal iluminando los maizales, un campo de golf, las viñas de Raimat. No he puesto música en el equipo del coche y sólo se escucha el aire deslizándose sobre la carrocería, el ronroneo del motor diesel, mi respiración.
miércoles, 13 de octubre de 2010
Decimotercer día
Observo conmovido el rescate de los mineros atrapados en Chile, las emocionantes escenas de su llegada al mundo exterior tras más de dos meses sepultados, y también las entrecortadas imágenes tomadas desde el interior del refugio que muestran a la cápsula de salvamento asomando milagrosamente en el techo de roca, esa estrecha cabina que, con un hombre en su interior, recorrerá seiscientos veintidós metros atravesando la tierra rumbo a la superficie, a la luz, al aire fresco y los seres queridos; esa cápsula que se llama Fénix e inmediatamente me hace pensar en Julio Verne.
martes, 12 de octubre de 2010
Duodécimo día
Llegué al retrete con el tiempo justo para arrodillarme y empezar a vomitar violentamente. Expulsé durante un rato lo que mi cuerpo rechazaba sin contemplaciones, me lavé los dientes y me tumbé en la cama hasta que tuve que correr de nuevo, algo que sucedió varias veces durante la noche, al principio para purgarme por arriba y después por abajo. Maite entró a consultar en internet y llegamos a la conclusión de que se trataba de una gastroenteritis viral, lo que por aquí se conoce vulgarmente como «una pasa», nada grave, dos días de adelgazamiento forzoso y curado, espero. Respecto a los vómitos y la diarrea: nunca deja de asombrarme que nuestro organismo pueda adoptar decisiones tan radicales al margen de nuestra voluntad.
lunes, 11 de octubre de 2010
Undécimo día
PUEDE SER SIN TÍTULO
Después de todo, estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un acontecimiento banal
y que no pasará a la historia.
Nada que ver con batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni con tiranicidios dignos de ser recordados.
Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
he tenido que venir de algún lado
y antes
estar en muchos otros sitios,
exactamente igual que los grandes descubridores
antes de subir a cubierta.
Hasta el instante más efímero tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Son tan reales sus horizontes
como los de los catalejos de los almirantes.
Este árbol es un álamo enraizado desde hace años.
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando unos pasos
formaron el sendero.
El viento, para dispersar las nubes
tuvo antes que arrastrarlas aquí.
Y aunque en los alrededores no pasa nada importante,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado, ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.
El silencio no sólo acompaña a conspiraciones secretas.
Ni un séquito de causas a ceremonias de coronación.
No sólo se erosionan los aniversarios de las sublevaciones,
también envejecen los guijarros de la orilla.
Complicado y denso es el bordado de las circunstancias.
Costura de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas en el que se enhebra un tallo.
Por casualidad estoy aquí y miro.
Sobre mí una mariposa blanca bate en el aire
unas alas que sólo a ella le pertenecen
y una sombra se me escapa a través de la mano,
no otra, no la de cualquiera, precisamente la suya.
Ante esta visión siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.
Wislawa Szymborska, traducido por David Carrión Sánchez,
de El gran número, Fin y principio y otros poemas, 5ª Edición, 2010.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:59 | Nombres propios
domingo, 10 de octubre de 2010
Décimo día
Despierto a Carlos en nuestro piso de Zaragoza cuando todavía es noche cerrada sobre la ciudad. Encendemos la televisión. El Gran Premio de Japón comenzará dentro de un rato. Todavía no sé que Fernando Alonso quedará en tercera posición y ganará Sebastian Vettel, pero lo que sí sé es que estos madrugones que mi hijo y yo nos damos año tras año desde que era muy pequeño son un territorio único, un lugar especial en el que estamos juntos.
sábado, 9 de octubre de 2010
Noveno día
Hoy comemos en el huerto de mis padres con toda la familia y se supone que ya debíamos estar en Zaragoza, donde queremos detenernos a comprar unos regalos para nuestros sobrinos, pero son las once menos cuarto y todavía estamos en casa. Por mi parte he bajado plásticos y algo de basura a los contenedores, he ido a sacar dinero al cajero y todavía me ha dado tiempo de comprar en la bodega Isabal una botella de whisky Glenfiddich para llevar al pueblo. Siempre pasa lo mismo. Yo antes me agobiaba pero ahora ya no, total nadie me hacía caso y sólo servía para crear tensión ambiental. No veo a mis padres y mis hermanos desde que regresamos de Irlanda, tengo muchas ganas de encontrarme con todos y ver cómo han crecido los niños más pequeños. Por aquí el cielo está cubierto y tiene pinta de llover, no sé qué tiempo hará en la ribera de Navarra. ¡Ya son las once! Pero tú tranquilo, Jesús, ponerse nervioso no sirve para nada, no te asomes a la escalera para gritar: ¿SABÉIS QUÉ HORA ES? ¿CÓMO ES POSIBLE QUE TODAVÍA NO ESTÉIS LISTAS?
viernes, 8 de octubre de 2010
Octavo día
Detrás de mi casa hay un pequeño parque con columpios. Son las seis y media de la tarde y los niños gritan como si los guerreros de Herodes hubiesen entrado en la plaza blandiendo sus espadas. Los chillidos se reflejan en las fachadas de los edificios y se convierten en un eco que pervive durante unas milésimas de segundo.
jueves, 7 de octubre de 2010
miércoles, 6 de octubre de 2010
Sexto día
Carlos y yo vamos a comprar ropa al Centro Comercial. Necesita camisetas, pantalones, una prenda de abrigo y una mochila para el instituto. Normalmente suele comprarse la ropa él solo pero como esta vez vamos a pagar con tarjeta tengo que acompañarlo. Después de la emasculación lo que menos me gusta del mundo es ir a comprar ropa, lo odio tanto que mi familia opina que es una fobia: igual que hay personas que tienen fobia a las palomas, a volar en avión o a los sitios cerrados, yo tengo fobia a comprar ropa. Seguramente tienen razón. En la tienda una dependienta reconoce a Carlos, de trece años, y me comenta que siempre le ha llamado la atención que se comprara la ropa él solo o acompañado de algún amigo de su edad (de hecho viene haciéndolo desde los once o doce años). No sé muy bien qué contestarle, también yo suelo comprarme la ropa solo ¡y en diez minutos! En la zona de caballeros veo un matrimonio comprando pantalones, la mujer los elige y su marido, como un niño grande, va a probárselos mansamente y sin rechistar.
martes, 5 de octubre de 2010
Quinto día
Las excavadoras y camiones de las obras de la autovía descansan inmóviles bajo las estrellas. Los padres, agotados al cabo del día, acuestan a sus hijos pequeños cumpliendo escrupulosamente los rituales precisos. Las camareras del Chanti limpian el local, pasan una bayeta por la barra y la cafetera, apagan las luces y salen a la calle. El camión de la basura avanza, se detiene, avanza y vuelve a detenerse para que los dos trabajadores que viajan detrás se descuelguen con agilidad y vuelquen en su interior el contenido de los depósitos verdes. Cerca de Monzón el agua del río Cinca fluye bajo el puente que cruzaré mañana rumbo al trabajo. Hay una comadreja atropellada en la carretera de las viñas de Barbastro, su piel suave como plumón se mueve agitada por el viento nocturno.
lunes, 4 de octubre de 2010
Cuarto día
Tengo cuarenta y siete años y siempre he tenido ideas políticas. Me he batido el cobre muchas veces hasta acabar agotado y cubierto de polvo. Creo que jamás convencí a nadie de nada, y no me sorprende, lo acepto como algo normal porque tampoco a mí me convenció nunca nadie. Ahora sé que no merece la pena gastar toda esa energía, toda esa concentración mental, es una pérdida de tiempo hablar con quien, a menudo, en su fuero interno te desprecia, debatir con quien al mirarte ve la caricatura previa que dibujó en su mente. Me costó años aprender esto y descubrirlo supuso un alivio instantáneo. Continúo teniendo ideas políticas, por supuesto, y las defiendo a mi modo, tranquilamente, cada día de hecho, pero ya no me enzarzo en obscenas peleas cuerpo a cuerpo, ya no trato de convencer a nadie de nada porque sé que es imposible. La vida es breve como el día. Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.
domingo, 3 de octubre de 2010
Tercer día
La lluvia despertó al viejo rapsoda, que se levantó y se acercó a la galería colgante sobre el mar. Las voces de los muertos continuaban susurrando en sus oídos. Tomó asiento frente al escritorio, prendió la lámpara de aceite y la sangre volvió a correr sobre la tierra mientras los gritos de las viudas se elevaban al otro lado de las murallas.
sábado, 2 de octubre de 2010
Segundo día
Cerca de las dos de la madrugada, mientras tomaba una copa en el Chanti con mis compañeros del coro, sonó mi teléfono móvil. Desconocía el número que aparecía en la pantalla pero era mi hija, que me llamaba desde Barcelona. Apenas podía oír su voz en medio del inconfundible ruido de una fiesta. Me decía, desde el móvil de una amiga, que había perdido su teléfono y me ocupase rápidamente de bloquearlo, que es lo que hice sin necesidad de hablar con nadie, limitándome a marcar los números que una voz robótica me ordenaba desde el otro lado. Poco después, para alivio de los trabajadores del Chantilly, salíamos a la frescura de la noche. Octubre. Jamás había pensado en esa palabra. Octubre. Paula.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:20 | Después del ensayo , Diario
viernes, 1 de octubre de 2010
Primer día
Al amanecer calló el grillo que desde hace semanas canta en algún lugar de la terraza. Anoche salí a grabar en el teléfono su voluntad incansable, tan ajena a la mía. Pronto llegarán los días fríos. La mañana es gris. Octubre comienza a suceder.
Canto de un grillo en mi terraza, 30 de septiembre de 2010, 8:59 de la noche.
sábado, 25 de septiembre de 2010
Después del ensayo
Después de casi dos meses de vacaciones musicales me ha costado un poco vestirme y salir a la calle un viernes por la noche para ir a ensayar. Quédate en casa, idiota, deja la coral y ahórrate estos compromisos, ¿qué necesidad tienes de complicarte la existencia? ¿no ves que vivirías más tranquilo y sin obligaciones? El viento de la calle ahoga la voz de mi conciencia y camino los pocos metros que me separan del local de ensayo. Las compañeras que ya han llegado me saludan. ¡Anda, te has dejado barba! Sí, bueno, dejé de afeitarme en vacaciones y así está la cosa, ¿cómo ha ido el verano? Muy bien, ¿y tú? También, también, sí, de maravilla. La directora se sitúa de pie junto al piano y nosotros nos repartimos de izquierda a derecha en semicírculo y por cuerdas: sopranos, tenores, contraltos y bajos. Instalo un atril frente a mí y coloco en él mi carpeta negra, que no he tocado desde el uno de agosto. La abro mecánicamente, mis ojos se posan sobre los pentagramas y recuerdo por qué estoy aquí. Las partituras, todas las partituras, siempre son bellas.
Anotado por Jesús Miramón a las 03:11 | Después del ensayo
jueves, 23 de septiembre de 2010
Aguaceros interruptus
Despierto de la siesta aturdido y confuso. Uf, ha sido demasiado larga, profunda, impropia de un día laborable. Me siento en la cama frente al espejo del armario y contemplo un hipopótamo. Oh, dioses, qué gordo estoy. Tengo la boca seca y decido bajar a la cocina y servirme una Guinnes bien fría en uno de los vasos oficiales de la marca que compré en Dublín. ¡Servirte una Guinnes! ¿Así adelgazarás, vago de bellota? Oh, cállate, por favor, cállate y déjame en paz. La casa está desierta, ¿dónde se ha metido todo el mundo? Mientras me sirvo la pinta con el cerebro al ralentí, aunque no tan al ralentí como para no inclinar cuidadosamente el vaso, comienzo a recordar que ella tenía cita en la peluquería y él clase de inglés. Sí. Todo está bien. Fuera el cielo es oscuro. El bochorno que nos ha acompañado durante todo el día no acaba de descargar. Odio estos aguaceros interruptus.
martes, 21 de septiembre de 2010
Repiquetea
Llueve a la luz del sol. No es la primera vez que lo presencio: brilla el sol y la lluvia repiquetea sobre todas las cosas, indiferente a ellas y a mí.
domingo, 19 de septiembre de 2010
Alas invisibles
Salgo de Barcelona cuando el tráfico en sentido contrario comienza a crecer, es domingo por la tarde y los viajeros del fin de semana vuelven a casa. Por la mañana llevé a Paula al colegio mayor donde residirá durante su primer curso de estudios universitarios. En el viaje no paraba de hablar, qué entusiasmada, qué feliz y radiante estaba de salir al mundo, de iniciar un nuevo camino, nuevas experiencias y exploraciones. Yo también me sentía feliz, feliz por ella. Después de dejar las maletas en la habitación hemos cruzado la ciudad y los dos nos hemos ido a comer al Port Vell. Tras dar un paseo contemplando los barcos y los turistas hemos regresado a la residencia y la he dejado en la puerta. «Cuídate mucho, cariño», le he dicho. «No te preocupes, papá, estaré bien», ha dicho ella, sonriente. Nos hemos dado un beso y me he ido.
De Innisfree [5/2004 - 5/2005]:
Viernes 17 de septiembre de 2004
SIN TÍTULO
Forro los libros del nuevo curso con plástico autoadhesivo. El proceso es semejante a una pesadilla. Si me descuido por aquí la esquina se pega sobre sí misma por allá, y cuando acudo presto a despegarla, en otro lugar del libro, que ahora parece inmenso como un continente, lo mismo vuelve a suceder. P. me observa con cara de sueño, ligeramente sorprendida de mi torpeza. Su hermano duerme desde hace un rato. Yo mascullo maldiciones en voz baja pero al cabo de lo que parecen interminables horas la pila de volúmenes ya ha sido forrada, por llamarlo de algún modo. Con las burbujas de aire que han quedado atrapadas en la chapucería podría sobrevivir durante un mes una estación espacial. Mientras me sirvo un whisky mi hija las pincha con una aguja de coser. "Lo he hecho lo mejor que he podido, cariño", le digo. "Bah, está muy bien, papá", dice ella deshaciendo las ampollas con minuciosidad de cirujana. Observo la cola de caballo de su cabeza, sus delgados codos apoyados en la mesa, los delicados omoplatos donde asoman las alas invisibles que un día la alejarán de mí.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Mahamet
Mahamet me dice que no hay trabajo porque ahora las grandes bodegas vendimian con máquinas. Cuando llegue a casa me enteraré a través de internet de que una sola vendimiadora mecánica hace en un día la faena de cien hombres, pero ahora todavía no lo sé y lo único que puedo hacer es escuchar y compadecerme. La verdad es que no sé qué solución hay para todas estas personas que cada día se sientan al otro lado de mi mesa: temporeros, peones de la construcción, empleados de almacenes y pequeñas empresas sin ningún tipo de especialización. O sí lo sé: no existe ningún futuro para ellos porque en España no se volverán a construir ochocientas mil viviendas al año, no existe ningún futuro para ellos porque las tareas del campo se mecanizarán cada vez más. El panorama es así de desolador. Conozco a Mahamet desde hace años, no tiene familia, vive en pisos patera durmiendo en colchones sobre el suelo y comiendo arroz cocido con pastillas de caldo avecrem. Es un hombre alegre de ojos brillantes y siempre un poco inyectados en sangre. Si alguna vez me ve por la calle siempre me saluda diciendo mi nombre y alzando un brazo. Todavía es bueno, todavía tiene esperanza, la realidad no ha logrado, todavía, socavar sus cimientos. Ojalá nunca lo haga. Siempre que hablo con él me fijo en unas cicatrices simétricas que adornan su rostro de ébano. Juego a imaginar que son el resultado de alguna especie de ritual mientras visualizo rechonchos baobabs, chozas de espino, tierra roja, los mugidos de vacas de cuernos inmensos bajo el cielo azul. ¿Son esas cicatrices las que le dan la fuerza necesaria para seguir adelante?
Anotado por Jesús Miramón a las 22:47 | Diario , Vida laboral
martes, 14 de septiembre de 2010
Explosiones
Espero por su propio bien que esta noche no haya supervivientes de guerra entre los habitantes de este culo del mundo. Lo digo por los fuegos artificiales que cierran las fiestas: podrían despertar en ellos ataques de pánico, episodios de estrés postraumático, reacciones inesperadas. La casa entera vibra con las explosiones. Bebo un sorbo de whisky y me pregunto si realmente es necesario todo esto.