miércoles, 11 de septiembre de 2019

Once de septiembre

A estas horas en algún sitio mis parientes más cercanos hacen sus nidos en la copa de los árboles y se disponen a dormir. El agua de los arroyos del bosque es ligeramente roja. Los senderos de los elefantes quedan desiertos. El leopardo sale de caza. Las lejanas nubes que esta noche ocultan las estrellas confirman que no existe nada más.

martes, 10 de septiembre de 2019

Diez de septiembre

Llovió muchísimo durante poco tiempo, hubo truenos, el cielo se oscureció y después, poco a poco, la lluvia se alejó a otro lugar. Me gusta la lluvia, y el olor de después. Volví a casa con mis sandalias intentando no mojarme los pies. Reventado otra vez. Me cuesta tragar las cosas. Mañana iré a mi médica a que me eche un vistazo. Espero que sea una laringitis y ya está.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Nueve de septiembre

Hoy el día ha comenzado muy bien aunque he dormido poco porque anoche me quedé a ver el partido de Nadal en el Open de Nueva York, y eso que cuando me fui a la cama, cerca de las dos, todavía no había terminado, pero me tenía que levantar a las siete y media. Las vacaciones terminaron y vuelven los horarios y el orden, más o menos.

Hacia las once u once y media de la mañana sentí la aparición del amago de un momento complicado, pero pude salir adelante sin recurrir a nada, centrándome en las personas que tenía sentadas al otro lado de la mesa, aunque al llegar a casa estaba reventado.

El día acaba bien. Bendita siesta. Carlos trabaja de once de la noche a siete de la mañana en la bodega de Viñas del Vero mientras dure la vendimia. Se llevará para recenar arroz que ha sobrado de hoy. Cuando llega a casa su madre y yo nos estamos preparando para ir a trabajar y él se acuesta. Es raro. Una vida al revés.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Ocho de septiembre

Hoy, felizmente, han finalizado las fiestas patronales de Barbastro. Las noches volverán a ser silenciosas y los petardos, en su sentido literal, desaparecerán del escenario sonoro. O eso espero. Esta mañana el caudal del canal junto al cual solemos ir a pasear los fines de semana había descendido mucho. Sé que es la Confederación Hidrográfica del Ebro la que decide esas cosas. Hemos comido algunas moras maduras. En el cielo no había una sola nube, todo era azul. Le he dicho a Maite que los primeros habitantes de Marte, si nacieron en nuestro planeta, echarían muchísimo de menos el azul puro y maravilloso del cielo terráqueo, por no hablar del verde de árboles, arbustos y campos agrícolas. Este cielo azul de tierra adentro, que no tiene nada que ver con el de la costa o el de Bergen, en Noruega, parece más alta, más inmenso, más maravilloso, y sé que si yo fuese uno de esos primeros astronautas sería lo primero que echaría en falta, por muy bonito que sea el cielo de color melocotón marciano. Luego echaría en falta las plantas, el zumbido de los insectos, el vuelo de los pájaros. Pero debemos explorar otros mundos y aprender a vivir en ellos. La nave se hunde lentamente, muy lentamente, pero tenemos que buscar nuevos horizontes, algo que, por otra parte, siempre hemos hecho como especie; algo que llevamos impreso en nuestro ADN. No sé muy bien cómo he comenzado alegrándome del fin de las fiestas patronales de Barbastro para terminar escribiendo sobre la exploración espacial, pero qué importa. Este es mi diario. Larga vida y prosperidad 🖖.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Siete de septiembre

Voces en la calle que me impiden dormir. Bocinas de coches. Petardos. ¡Estamos en fiestas! ¡Viva! Cuanto más viejo me hago más las odio. Tanta convención social, esa obligación de hacer ruido y pasarlo bien haciendo ruido y jodiéndome a mí el sueño. Pero no puedo hacer nada. Cerraré los ojos y rezaré para que se cansen. Fiestas patronales... Yo las prohibiría todas. Soy un malo de James Bond. Todas. Y también la Navidad. A tomar por el culo la Navidad, las fiestas patronales y la madre que las parió a todas. Soy la alegría de la huerta.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Seis de septiembre

Hace horas que los pájaros que viven cerca del río, en la maleza y árboles del otro lado, se han retirado. Duermen. Cuando mañana amanezca cantarán como si se hubiesen vuelto locos, aunque lo único que estarán haciendo es lo que deberíamos hacer nosotros: dar gracias por un día más en este planeta, dar gracias por seguir vivos y capaces de cantar y bailar y besar y ser besados.

Con los pájaros, como con las flores y plantas, me sucede que los que más me gustan son los silvestres y sencillos: gorriones, lavanderas, tórtolas turcas, palomas comunes, verderoles, cardelinas o aviones comunes. Prefiero un pequeño gorrión comiendo los restos de un bocadillo en un parque que un pomposo flamenco o un águila imperial. Y sé que es absurdo, porque ni el flamenco es pomposo ni el águila imperial, pero me permito estas inocentes tonterías que no van a ninguna parte.

Dejo jugar a mis pensamientos y mis dedos sobre el teclado. A menudo no hay nada mejor que dejarse llevar por el agua, por el viento, por el tiempo, sin oponer ninguna resistencia. Se parece a rendirse a la música.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Cinco de septiembre

Después de treinta y cinco días de vacaciones hoy he vuelto al trabajo. A los diez minutos mis sensaciones han sido las de alguien que nunca se hubiera ido. Y, lo que es más preocupante pensando en mi todavía lejana jubilación: me he sentido estupendamente. Focalizar tu mente en los demás la desvía de ti mismo. ¿Qué pasará entonces cuando deje de trabajar si no me he muerto antes, algo que no descarto en absoluto? Que tendré un arduo trabajo por delante. Más arduo de lo que pensaba. Hoy me he dado cuenta de que echaba de menos el contacto con personas desconocidas que buscan información. Lo mismo estoy un poco loco (já, un poco), pero recuperar ese contacto me ha hecho mucho bien a todos los niveles.

Me doy cuenta de que lo que hago permanentemente es ordenar el caos y lo impredecible. Saber que mañana tendré que madrugar, ducharme y abrir nuestro pequeño puesto de información comarcal me tranquiliza, me ancla al suelo más fuertemente que la gravedad. Me doy cuenta, tengo la sensación, de que en cualquier momento podría salir volando, flotando hacia la estratosfera hsta terminar helado y muerto por asfixia girando alrededor de mi casa redonda y preciosa y azul, los ojos convertidos en cristal.

Ordenar el caos. Escribir una palabra detrás de otra con la ridícula ambición de expresar algo pertinente. Dar testimonio de la navegación como los antiguos capitanes.

La noche llegó y, como llegó, se irá para dar paso a la aurora de delicados dedos sonrosados. Porque el planeta gira y palpitan nuestros corazones, y recordamos, y olvidamos, y amamos; porque en lo más profundo de nuestro ser, en ese lugar que los poetas se empeñan en desvelar, no sé por qué, sabemos que ya estamos muriendo. Que ya estamos muertos. Que el caos no existe, y menos todavía lo impredecible. Que lo único que existe es aquella única certeza.

Por eso es necesario dar testimonio. Sé que todo lo que me rodea, lo que amo, lo que odio, lo que me es indiferente, desaparecerá, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? Estoy vivo ahora mismo. Contemplo el mundo con un asombro infinito.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cuatro de septiembre

Esta mañana, cuando hemos vuelto de caminar junto al canal, hemos visto frente a la puerta de nuestro piso una barquilla llena de tomates, berenjenas, pepinos y pimientos. Enseguida hemos sabido, porque no era la primera vez, que aquello era un regalo de Ángela, nuestra vecina del piso de arriba. Para nosotros no puede haber una sorpresa mejor: ni dulces ni diamantes ni nada: productos de su huerto recolectados y agrupados para nosotros.

Yo conozco a Ángela, debido a mi trabajo de atención al público y porque Barbastro al final es un pueblo, desde hace años. Está jubilada desde hace tiempo y sus regalos: calabazas una vez, un montón de puerros en otra ocasión, el de hoy, son totalmente generosos. Le digo: "Pero, Ángela, ¿cómo podemos devolverte estos regalos?", y ella dice: "No hace falta, es que el huerto es así, cuando da lo da todo a la vez". Yo pienso: "Sí, es verdad, los huertos lo dan todo a la vez, pero podrías dejar que lo que no fueses a consumir se pudriera en el suelo y lo fertilizase, en vez de agacharte para recogerlo y regalárselo a tus vecinos de abajo".

No hay nada más maravilloso que la generosidad gratuita, aquella que consiste en dar sin esperar recibir nada a cambio salvo, acaso, un "gracias" dicho desde el corazón. Eso, por nuestra parte, lo tiene garantizado.

Qué bonito es tener vecinos así, buenos sin que ellos sean plenamente conscientes de que lo son, naturales sin tonterías. Ángela conduce uno de esos vehículos que no requieren carnet de conducir, una especie de cápsula que hace mucho ruido en el garaje. No cuida su aspecto, no se maquilla, es mujer de muy pocas palabras, es el tipo de gente que me gusta, y no por sus regalos del huerto, que también, sino por su potente y anónima personalidad.

Somos una especie gregaria, sociable; yo, con todo lo cascarrabias que soy, no puedo evitarlo: mañana, cuando levantemos la persiana de nuestra pequeña oficina comarcal del Instituto Nacional de la Seguridad social de Barbastro y comience a entrar la gente, toda mi energía física y mental se concentrará en ayudarles. En nada más. Tal vez, en algún momento, piense en Ángela y los regalos de su huerto, y el círculo quedará cerrado.

martes, 3 de septiembre de 2019

Tres de septiembre

Terminan los días de vacaciones. Pasado mañana me reincorporo a mi puesto de trabajo. Durante todos estos días ha habido de todo: días de felicidad, días de hermosa tranquilidad, y también días inexplicables de ansiedad y zozobra sin razón alguna. Quienes lo sufrimos sabemos.

Tal vez las vacaciones, para personas como yo, no son todo lo buenas que debieran, porque de algún modo mi mente necesita una rutina de obligaciones, sobre todo cuando, como en mi caso, se trata de atender a seres humanos y sus problemas y el reto de ayudarles. Tantos días sin ninguna obligación y con un calor que me impedía físicamente imponerme cualquiera, salvo cocinar, no han sido lo beneficiosos que yo imaginaba al principio. Pero todo está bien. A mis cincuenta y seis años siento que estoy aprendiendo lo que hubiera debido aprender a los treinta, y lo estoy aprendiendo tan bien que semejante sensación me da igual. Ahora es el momento.

Vuelvo al trabajo pasado mañana. Espero perder los dos kilos que he engordado, siquiera sea por el esfuerzo cerebral de empatizar y tratar de ayudar a los demás. Leí que el cerebro consumía muchas calorías. Qué tontería si al volver a casa lo primero que hacemos, mientras preparamos la comida, es siempre un vermú: cervezas frías, berberechos, boquerones caseros con ajo y perejil (hoy los he terminado, estarán listos mañana por la tarde o el miércoles).

Al final vivimos hasta morir, y da igual que montemos el mejor y más rápido corcel para escondernos en otra ciudad del país, como en el antiguo cuento. La muerte, allí donde estemos, nos alcanzará, ya no sin piedad sino sin un solo gesto. Está acostumbrada. Cada día siega miles y miles de existencias y no solamente de humanos, también de aves, insectos, árboles y líquenes. Para ella nosotros no somos más inteligentes que una hormiga recolectora del Amazonas. Somos vida que acabará en sus manos. Nada más.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Dos de septiembre

Hoy no ha habido verbena y el exterior de esta zona de Barbastro está tranquilo. Me asomo al pequeño balcón del salón y, a pesar de la contaminación lumínica, algunas estrellas lucen en el cielo oscuro. Me imagino asomado al puente de un barco. Me imagino asomado a un acantilado en el que rompen las olas del mar. Me imagino en el puesto de mando de una nave espacial. Me imagino a alguien asomado al pequeño balcón de su apartamento que vuelve al interior y viene al sitio donde escribe y teclea en el cuaderno de bitácora: "Hoy no ha habido verbena y el exterior de esta zona de Barbastro está tranquilo".

domingo, 1 de septiembre de 2019

Uno de septiembre

La pequeña orquesta suena frente al palacio de congresos, a veinte o treinta metros de mi apartamento. Está compuesta por dos personas, un chico y una chica, un teclado, luces y, claro, un sintetizador con todas las canciones grabadas.  La voz es en directo.  Unas cuantas parejas de personas mayores bailan. Tengo suerte de que en ese lugar se celebran las verbenas para personas mayores, porque eso significa que allá hacia las once ya habrá terminado todo. Ahora mismo la chica canta una famosa ranchera, antes fue "Quieres que bailemos un vals" de un cantante canario de cuyo nombre ahora no me acuerdo ni tengo ganas de buscar. Esto sí que es música clásica y no Mozart.

Odio las fiestas en general y las patronales en particular. Barbastro está en fiestas toda la semana. Esta mañana, junto al puente donde he tomado algunas fotografías de los edificios junto al río, estaban montando las ferias en la superficie de lo que durante el resto del año es un gran aparcamiento. Las ferietas: el último vínculo con la edad media y el timo consentido "porque son fiestas". Ahora se han arrancado con "No te vayas de Pamplona". Oh, misericordia.

sábado, 31 de agosto de 2019

Treinta y uno de agosto

El fin de agosto sólo trae la esperanza del otoño, un otoño que, como sucede en los últimos años, durará un suspiro. Pero el invierno no me da ningún miedo, amo el primer día en el que mi aliento se convierte en humo ante mi boca al respirar, y las pocas heladas de los últimos tiempos que convierten todo en cristal.

Pero hoy termina agosto, un mes en el que no he trabajado y el mes también en el que nuestra hija y nosotros compartimos una semana en la Costa Brava. He cocinado mucho, he engordado dos kilos, he hecho muchas fotografías, he escrito cada día. Sigo adelante con mis pastillas matutinas y mis días absolutamente y exageradamente maravillosos junto a mis días de mierda en los que casi nada me importa.

Sé que, como mi madre desde que la conozco, nunca me curaré y debo aprender a vivir con la depresión y la ansiedad. Es lo que hago y, en ese sentido, escribir me ayuda (aunque no el compromiso de hacerlo cada día, eso también es verdad, pero yo me lo he buscado).

En realidad creo que vivir es algo muy extraño, muy raro, muy difícil de creer. Comencé a pensar de este modo en la adolescencia, que fue también cuando empecé a escribir. Expresar toda esta inconsistencia ayudaba a que no se desmoronara. Lo sigo haciendo ahora y por el mismo motivo que entonces.  Las estaciones, el calor, el frío, el humo del aliento en invierno. Ayudo a la vida aunque ella no lo sepa ni lo agradezca. Cada día recompongo como puedo el castillo de arena en la orilla de la playa donde las olas y las mareas vienen y se van.

viernes, 30 de agosto de 2019

Treinta de agosto

Hoy, todavía de vacaciones -me reincorporo el cinco de septiembre-, he ido al punto limpio del Ayuntamiento de Barbastro para dejar algunas cosas que espero que reciclen (siempre me queda la duda de si harán bien las cosas, algo ofensivo para esos trabajadores: si yo intento hacer el mío lo mejor posible por qué ellos no? Soy idiota, ya lo sé).

Aprovechando que las instalaciones están a unos pocos kilómetros de la ciudad, en la carretera de Berbegal, he conducido hasta un pequeño aeródromo muy rudimentario que hay pasada la autovía a la derecha. Allí he tomado el camino y he conducido muy despacio, en primera o segunda, casi al paso de una persona. El termómetro marcaba treinta y tres grados en el exterior de la vieja Picasso, cuyo aire acondicionado soplaba a todo trapo, apenas tapado por el sonido de la música. En esa zona no hay árboles, ni siquiera encinas carrascas o enebros, sólo campos de cereal de secano llanos u ondulados bajo un cielo alto muy azul donde navegaban nubes muy altas y desvaídas, como si constantemente estuviesen desapareciendo.

He decidido explorar el camino durante un buen rato rato y finalmente, después de casi una hora, he ido a parar al canal por donde siempre paseamos Maite y yo por un camino subsidiario que transcurre a través de dos granjas abandonadas. Antes de llegar a las granjas en ruinas, al girar en una curva, he sorprendido a una perdiz roja que ha salido volando a ras del suelo durante unos metros hasta alzar el vuelo. Era preciosa.

jueves, 29 de agosto de 2019

Veintinueve de agosto

Aunque la vida me engulla como
una ballena al abrir su inmensa boca
tragando toneladas de krill,
nada cambiará para mí. Soy
un diminuto camarón y,
al serlo, soy también una ballena y,
al serlo, soy el océano entero y,
al serlo, soy mi planeta, todo
mi sistema solar entero y
mucho más.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Veintiocho de agosto

El océano tranquilo,
negro como el betún
bajo un cielo
cuajado de estrellas.
Nada nuevo.
Todo nuevo.

Navego.

martes, 27 de agosto de 2019

Veintisiete de agosto

Iba a escribir mi entrada diaria en este cuaderno de bitácora -todavía recuerdo la época en la que los blogs se llamaban así-, cuando de pronto he oído el sonido de un avión a baja altura sobrevolando la zona donde vivimos en Zaragoza. Como en los últimos días han ocurrido tantos accidentes aéreos en España todo mi organismo se ha puesto inmediatamente en situación de alerta. El avión se ha ido y he respirado pausadamente mientras, al hacerlo, de pronto he pensado en quienes a partir de ese preciso sonido, el mismo que he escuchado yo, ahora mismo comenzaban a sentir un terror real en tantos lugares del planeta; ahora, en este preciso instante: escombros, sangre, muerte de niños y ancianos y familias enteras, sufrimiento, olvido mediático.

Y entonces me ha dado vergüenza escribir las primeras frases de este texto. ¿A qué puedo temer yo sino a un ictus, un cáncer, un infarto o cualquier otra enfermedad de las que morimos quienes no sufrimos bombardeos? Sé que alguna de ellas me expulsará del escenario, y no pasa nada, lo veo cada día en mi trabajo, en realidad es lo normal. Lo que no debería ser normal es morir, a los tres o a los ochenta años, bajo las bombas de un avión saudí o israelí.

Ahora todo está tranquilo a mi alrededor. Estoy muy lejos de la guerra y los incendios de la Amazonía, y la estación espacial gira ingrávidamente alrededor de mi mundo. Sé que el sufrimiento forma parte de la historia de mi especie, conozco del hallazgo de fosas comunes de jóvenes guerreros griegos de hace dos mil años con terribles heridas de espada. Soy un mono curioso, me gusta saber. Me gusta escribir aunque para hacerlo, a veces, deba imaginar el sufrimiento de personas que no conozco ni nunca conoceré. Jamás sabré si sirvió para algo.

lunes, 26 de agosto de 2019

Veintiséis de agosto

Mientras conducía hacia Zaragoza a través del desierto que la rodea, en las inmensas y lejanas nubes negras fulgían los relámpagos. Sin embargo, ya aquí, en el dormitorio de mi hija, constato que no llueve aunque tal vez lo haga esta noche.

Es muy difícil medir las distancias y altitud de las nubes. Una vez leí que los cúmulo nimbos que flotan en el cielo a menudo lo hacen a muchos kilómetros de altura. Los rayos que yo creía sobre Zaragoza desde el coche tal vez centelleaban a mucha más distancia.

Cuando he volado en avión sobre ellas siempre me he sentido un viajero espacial, sobre todo cuando, como ha sucedido en alguna ocasión, la nave ha tenido que introducirse en la tormenta para poder aterrizar y lo que era paz absoluta de pronto se ha convertido en un tramo de turbulencias, lluvia y oscuridad. Esos cambios radicales en la atmósfera me demuestran que habitamos "realmente" un planeta. El único en el que, por ahora, podemos sobrevivir y dar testimonio de ello. De vez en cuando necesito pruebas materiales de todo eso.

domingo, 25 de agosto de 2019

Veinticinco de agosto

En realidad, si lo piensas bien, todo es liviano, ligero, pasajero, fugaz como ese golpe de brisa en tu rostro que, como llegó, desapareció. Nada es tan importante como la consciencia, y ni siquiera esta lo es. La vida es un misterio que sucede y nada más.

sábado, 24 de agosto de 2019

Veinticuatro de agosto

Hoy me levantado desafinado, víctima de una desagradable sensación vertiginosa que, por desgracia, conozco bien. Hacía tanto tiempo que no me ocurría que ya casi la había olvidado. Lo que a las personas que nunca han padecido ninguna enfermedad mental les cuesta entender es que yo hoy, por ejemplo, estando de vacaciones, habiendo dormido bien, etcétera, me haya levantado mal, con la cabeza desafinada sin motivo alguno. Ya he aprendido que no debo buscar razones ni entrar en bucle, sino dejar que pase y se vaya y, si eso no sucede, recurrir a la química, que conmigo es lo único que funciona. Hasta ahora no ha sido necesario, y noto cómo poco a poco la conocida sensación va diluyéndose. Odio a mi cerebro cuando se empeña en fastidiarme. Me conoce mucho mejor él a mí que yo a él, y se aprovecha de ello. Qué cabrón.

viernes, 23 de agosto de 2019

Veintitrés de agosto

Cada verano, cuando disfruto de las vacaciones que me corresponden, más cuenta me doy de que podría vivir perfectamente estando jubilado. No tendría ningún problema. Me gustan demasiadas cosas y tengo demasiada curiosidad para poder aburrirme, y hasta eso sé: aburrirme.

Antes todos sabíamos aburrirnos. Cuando era niño y tenías que ir con tu familia a visitar a alguien en una casa donde sólo se oía el reloj de la pared, te sentabas en una silla y asumías que ibas a aburrirte como una ostra, y sin móvil, sin nada. Mirabas al vacío y te aburrías sin protestar porque estabas bien educado. A veces te daban alguna galleta, a veces no, pero no era el fin del mundo.

Creo que saber aburrirse es bueno, muy bueno. Tan bueno que ahora le llaman meditación. Abstraerte del tiempo y dejarlo pasar sin hacer un drama de ello. Yo sé hacerlo. Antes de escribir estas líneas he estado mirando la pantalla en blanco como media hora, y no exagero. Sin escuchar música ni nada, simplemente pensando qué podía escribir, por una parte, y que a partir del uno de enero de dos mil veinte se acabó escribir sí o sí cada día.

He pensado en que esta mañana he ido a comprar y me han parado para charlar cinco personas que me conocen del trabajo, es lo que tiene estar cara al público. A mí nunca me ha molestado, más bien al revés. Luego he estado un buen rato sin pensar en nada concreto hasta que he recordado que hoy me he levantado a las diez y media de la mañana. Hasta la mitad del mes de vacaciones seguía madrugando como cuando trabajo, pero ahora ya me he convertido en un jubilado poco madrugador. He pensado que este era un buen hilo del que tirar para escribir la página del diario de hoy. Porque sí: podría estar jubilado felizmente. Y me gusta mucho mi profesión, ayudar a la gente, todo eso, pero no tener ninguna obligación, no tener que madrugar, tener todo el tiempo del mundo para cocinar recetas que requieren tiempo... Oh, esto es el paraíso. Ahora un paraíso temporal, aunque cada año me queda menos, siempre y cuando los políticos no me obliguen a atender a los ciudadanos hasta los setenta años, lo que espero no suceda nunca.

jueves, 22 de agosto de 2019

Veintidós de agosto

En alguna parte leí que
algún día conseguiríamos
viajar a
la velocidad de la luz.

Y me atrevo a decir
que viajaremos a
más velocidad aún, pero
mientras tanto

deberemos conformarnos con
viajar a la increíble velocidad
del tiempo humano. Las
cinco estaciones una y otra vez.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Veintiuno de agosto

Como hoy hacía calor me he ido a pasear en coche, pasando antes por la panadería. Maite no acepta que pasear en coche sea algo aceptable, y, de algún modo, relacionado con el deporte, la comprendo. Pasear es poner un pie delate del otro, mover los brazos, avanzar por nuestros propios medios físicos. Pero para mí sí es aceptable pasear tranquilamente en coche, y también me comprendo.

He conducido hasta el Monasterio del Pueyo, uno de los puntos más elevados alrededor de Barbastro. Desde allí pueden verse kilómetros de paisaje del Somontano de Huesca, y, en días claros, todas las cimas del Pirineo. He hecho algunas fotografías y después he vuelto a casa a muy poca velocidad porque era un paseo. Imagino que los conductores que iban detrás de mí habrán verificado la leyenda de que los fatos (así nos llaman a los oscenses) no tenemos sangre ni rasmia. Me daba igual. Lo mismo es verdad. No tener sangre ni rasmia. Dejarse llevar por la vida nada más. No está mal.

martes, 20 de agosto de 2019

Veinte de agosto

Toda la pasada noche llovió abundantemente, y siguió lloviendo hasta el mediodía más o menos. El escuálido río Vero que fluye frente a mi casa aumentó su caudal y donde antes había cuatro dedos de agua y algas podridas de pronto comenzó a fluir un metro de agua de color chocolate con leche. Fui a comprar un par de cosas antes de comer y las aceras olían a gloria. La lluvia había pegado las hojas secas de los árboles en el suelo como fósiles tiernos. Saludé a un par de conocidos. "Que, ¿de vacaciones?", me preguntó un señor al que jubilé hace muchos años. "¡Sí!", le contesté. Iba con su nieto. Trabajó en el mar como ingeniero de máquinas durante muchos años. Recorrió el mundo. Su historial vino a mi cerebro en un segundo y luego lo dejé ir. Ojalá vuelva a llover esta noche. Maite y Carlos dicen que se fue la luz a no sé qué hora, y cuando digo la luz digo la luz de las farolas de la calle, todo: Barbastro quedó a oscuras. Yo no me enteré de nada. Duermo y ronco como un búfalo, pero mi sueño es tan profundo que casi nada puede despertarme. Sí, ojalá vuelva a llover esta noche y se empape la tierra y luego la mezcla del olor de la hierba junto al río y el hormigón armado y el alquitrán de las calles inunden mi nariz haciéndome feliz. La vida no se detiene, ni los sentidos, ni la memoria, ni los sentimientos. Aunque a veces sí.

lunes, 19 de agosto de 2019

Diecinueve de agosto

Cuaderno de bitácora de la nave espacial Jesús_Miramón_Arcos_1963. Seguimos navegando a través del tiempo en una sola y única dirección. Hoy amaneció un día inusualmente fresco. Fui a caminar con mi compañera, la segunda al mando que me acompaña desde el principio, y vimos dos culebras. Una muerta, parcialmente devorada por unas hormigas excepcionalmente grandes, y otra viva y reptante, su pequeña cabeza buscando un camino incierto en el camino, cerca del canal.

Por lo demás debo declarar que en el día de hoy no ha habido incidencia alguna en nuestro viaje. Seguimos adelante a la velocidad conocida. Quién sabe qué aventuras y mundos insólitos nos esperan. Fin del diario. Diecinueve de agosto de dos mil diecinueve, fecha terrestre en el calendario cristiano.

domingo, 18 de agosto de 2019

Dieciocho de agosto

Ladra un perro.
Yo lo escucho muerto
de sueño.

Mañana despertaré
en este planeta
y no en otro.

sábado, 17 de agosto de 2019

Diecisiete de agosto

Un anuncio de publicidad me ha hecho recordar la época en la que mi hijo y yo dormíamos juntos la siesta en el sofá, su pequeño cuerpo sobre el mío, la saliva de su boca en mi camiseta o en mi pecho desnudo. Imagino que subía y bajaba al ritmo de mi respiración. Entonces a él no les molestaban mis ronquidos ni a mí el calor que debía despedir su pequeño cuerpo.

Le inculqué sin darme cuenta mi amor a las carreras de coches, y recuerdo despertarlo a las seis de la mañana para ver juntos más de uno y más de cinco grandes premios de Fórmula Uno de Australia o Japón. Yo me sentaba en el suelo con la espalda apoyada en el sofá y él se sentaba en mi regazo y solía volverse a dormir.

Nadie me robará eso jamás. Ahora mide un poco más que yo y es guapísimo, al menos a ojos de su madre, su padre y su novia. Ahora es un hombre con las ideas claras, generoso, valiente y tan rojo como yo. Un buen ser humano capaz de hacer felices a muchas personas, un buen humano capaz de recibir y entregar, consciente como su hermana de lo que está sucediendo en nuestro planeta. En este diario tan antiguo he dejado migas de pan de su crecimiento. Desde que iba a buscarlo al colegio hasta hoy. Imagino que para eso sirven los diarios. Son mapas, mapas para ser capaces de regresar en la memoria mientras el futuro se precipita hacia nosotros.

viernes, 16 de agosto de 2019

Dieciséis de agosto

Levantarán la vista para mirar el cielo y ni siquiera verán la tierra, sólo estrellas. Este planeta será una leyenda, algo parecido al diluvio universal. Ellos serán diferentes a nosotros en función de la gravedad del planeta y sus nutrientes. Tal vez midan tres metros de estatura, o uno, o cincuenta centímetros. Lo que sí es seguro es que existirán naves espaciales capaces de viajar y transportar mercancías y personas muy lejos.

Levantarán la vista y ni siquiera verán la tierra, ya muerta. Habrán oído hablar de ella a los más ancianos, que a su vez oyeron hablar de ella a sus ancestros. Luego volverán a seguir siendo humanos concentrados en sus trabajos, en sus vidas diarias en el lugar donde nacieron.

jueves, 15 de agosto de 2019

Quince de agosto

De vuelta a Barbastro resulta que se han estropeado la lavadora y el aire acondicionado. La primera no funciona (y sí, he mirado el filtro y estaba limpio), y el aire del aire acondicionado no sale lo frío que debería salir. En fin, habrá que llamar a los técnicos pertinentes y pagar lo que nos pidan, si es que no están de vacaciones (como yo, por otra parte, así que no les culpes por ello, gilipollas).

Me dice Maite: "No dejes que estas cosas te pongan de mal humor, lo arreglaremos y ya está". Y sé que tiene razón, así que dejo de darle vueltas al asunto de las averías y me doy cuenta de la suerte que tengo de vivir con alguien tan inteligente y serena, alguien que conoce qué cosas son verdaderamente importantes.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Catorce de agosto

En este mismo instante
me siento vacío.
No triste, no
desgraciado, sencillamente
vacío. Escucho a
unos niños chillar
en la calle, jugando, y
me da igual. Es como si
durante unos minutos
hubiese dejado de tener
sentimientos. Sólo
apatía, aceptación sin juicio.

Ni siquiera me preocupa.

martes, 13 de agosto de 2019

Trece de agosto

Me asomo al balcón de nuestro quinto piso en Zaragoza frente al colegio de primaria ahora silencioso. Una mujer desciende la calle empujando o, más bien, frenando un carrito con un bebé que mira al cielo. Nuestra calle es una cuesta relativamente empinada.

De pronto las calas de la Costa Brava quedan muy lejos aunque hayan pasado apenas tres días. Es curiosa la flexibilidad con la que percibimos el tiempo. Paula buceaba el sábado por la mañana en las cristalinas aguas de la cala S'Alguer y ahora mismo probablemente esté trabajando en su laboratorio de Bergen, en Noruega.

Yo, por mi parte, continúo de vacaciones hasta el treinta y uno de agosto, y de lo que me estoy dando cuenta es de que podría estar jubilado perfectamente. Y eso que me gusta mi trabajo, me gusta mucho interactuar con los usuarios, pero no tener ninguna obligación, ninguna responsabilidad hacia los ciudadanos, disponer de todo el tiempo para uno mismo, es algo maravilloso. Sí, podría jubilarme mañana mismo.

Ayer y hoy está haciendo un tiempo espectacular en Zaragoza. ¡Esta madrugada me he tenido que cubrir con una sábana! Mediados de agosto. Luego llegará Septiembre y después Octubre. Ya sé que el otoño dura un poco menos cada año, pero cuánto me gustan esos pocos días antes del invierno, la estación en la que soy plenamente feliz.