viernes, 30 de agosto de 2019

Treinta de agosto

Hoy, todavía de vacaciones -me reincorporo el cinco de septiembre-, he ido al punto limpio del Ayuntamiento de Barbastro para dejar algunas cosas que espero que reciclen (siempre me queda la duda de si harán bien las cosas, algo ofensivo para esos trabajadores: si yo intento hacer el mío lo mejor posible por qué ellos no? Soy idiota, ya lo sé).

Aprovechando que las instalaciones están a unos pocos kilómetros de la ciudad, en la carretera de Berbegal, he conducido hasta un pequeño aeródromo muy rudimentario que hay pasada la autovía a la derecha. Allí he tomado el camino y he conducido muy despacio, en primera o segunda, casi al paso de una persona. El termómetro marcaba treinta y tres grados en el exterior de la vieja Picasso, cuyo aire acondicionado soplaba a todo trapo, apenas tapado por el sonido de la música. En esa zona no hay árboles, ni siquiera encinas carrascas o enebros, sólo campos de cereal de secano llanos u ondulados bajo un cielo alto muy azul donde navegaban nubes muy altas y desvaídas, como si constantemente estuviesen desapareciendo.

He decidido explorar el camino durante un buen rato rato y finalmente, después de casi una hora, he ido a parar al canal por donde siempre paseamos Maite y yo por un camino subsidiario que transcurre a través de dos granjas abandonadas. Antes de llegar a las granjas en ruinas, al girar en una curva, he sorprendido a una perdiz roja que ha salido volando a ras del suelo durante unos metros hasta alzar el vuelo. Era preciosa.

Sin comentarios