Me gustan las mujeres que viven en las montañas, su aspecto agreste, sus jerseys de lana, los pantalones de trabajo, las botas de campo, a veces de agua; me gustan sus mejillas sonrosadas, sus ojos brillantes, las manos fuertes, las uñas descuidadas; me gustan porque transmiten una feminidad sin artificio, porque son mujeres distintas, acostumbradas al trabajo físico, el contacto con los animales, los caminos de tierra, la lluvia y la nieve. Algunas veces hablo con ellas en mi lugar de trabajo y, mientras lo hago, imagino cómo debe de ser vivir a su lado, compartir con ellas las labores de las granjas, los cultivos, la cama. Cuando se levantan y se van observo por el ventanal cómo suben a sus cuatro por cuatro, arrancan el motor diésel y emprenden el regreso a lugares que no conozco.
martes, 15 de febrero de 2011
46
Anteayer tuvimos el placer de disfrutar de un maravilloso concierto de piano interpretado por Teresa Vilaplana Maza, hija de la directora de mi coral y en su día compañera en la cuerda de las contraltos. Desde hace ya unos años vive, trabaja y estudia en Salzburgo, ella es la joven estudiante española que aparece en el primer texto que publiqué en Las cinco estaciones en marzo de dos mil siete. Lo mejor de Teresa, una pianista excepcional, no es únicamente su virtuosismo o la delicada sensibilidad con la que interpreta las partituras, lo mejor es algo que se mantiene intacto desde que era alumna de Maite: su personalidad sencilla, natural, tímida y absolutamente ajena, a pesar de sus logros y éxitos, a la petulancia y la megalomanía. Su talento nos regaló la partita BWV 826 en Do menor de Bach, la obra «Cançons i dances» de Mompou, Momentos musicales Op. 94 de Schubert, y de bis la sorpresa, de la que ni siquiera sus más íntimos estaban informados, de tocar unas canciones de Falla con una compañera suya de Salzburgo, María Moros Ballesteros, intérprete de viola venida desde Zaragoza para la ocasión. Fue una bellísima velada que convirtió la tarde del domingo en un verdadero acontecimiento. Enhorabuena.
lunes, 14 de febrero de 2011
domingo, 13 de febrero de 2011
44
La gente dice: «Yo no leo poesía, soy más de novela". La gente dice: «Hace años que sólo leo ensayos». Mirando revistas atrasadas, uno de mis pasatiempos favoritos en el cuarto de baño, leo que en los altares espontáneos que aparecieron en los andenes después de los terribles atentados de Madrid había, sobre todo, muchísima poesía. La antropóloga dice: Había de todo. Velas, flores, muchos mensajes, tanto a los fallecidos como a los terroristas. Mensajes religiosos y políticos. Y muchísima poesía. La investigadora Paloma Díaz Mas estudió la parte literaria, donde la parte oral se mezcla con la literatura. En un momento de crisis, de muerte sentida socialmente como algo traumático, lo que cuenta es la palabra, el papel de la poesía. La presencia poética en los 70.000 documentos resulta apabullante.
En realidad no se trata de que nos guste o no: sucede que en situaciones extremas la poesía es el único modo de expresar la verdad de lo que sentimos. Es algo que en rigor tiene más que ver con lo que somos que con la literatura o la edición de libros. Hölderlin escribió: «Pleno de méritos, pero es poéticamente / como el hombre habita esta tierra». ¿Cómo habría de ser de otra manera si la vida, el mundo, no es un mérito sino un don?
sábado, 12 de febrero de 2011
viernes, 11 de febrero de 2011
42
Es curioso cómo nuestros hijos heredan, además de algunos rasgos físicos, nuestras aficiones y mitomanías. Carlos, de trece años, se está convirtiendo poco a poco en un amante del cine como yo. Comenzó el año pasado cuando se enganchó a la serie «The Wire», siguió con John Wayne en Irlanda (El hombre tranquilo) y tras pasar por Stanley Kubrick (La chaqueta metálica) y Akira Kurosawa (Dersu Uzala) ahora está loco con otro de mis ídolos, Clint Eastwood, de quien estos días ha visto «Million dolar baby», «Gran Torino» y «Sin perdón»: de lo bueno lo mejor. Él me pide calidad y yo se la doy, ¿qué otra cosa puedo hacer? Carlos me cuenta que le da rabia no poder hablar de esas películas con sus amigos, me cuenta que si alguna vez ha sacado el tema en una conversación resulta que ninguno las ha visto y le dicen que es un friki. Yo le digo: bienvenido al club.
miércoles, 9 de febrero de 2011
40
Al salir del trabajo voy a una peluquería. Allí una chica desconocida me coloca una bata blanca, me invita a sentarme en una butaca, apoya con suavidad mi cabeza en el hueco del lavadero, empapa mi pelo de agua caliente, lo enjabona y aclara una vez, dos veces, y a continuación me practica un masaje que poco a poco, a medida que sus dedos giran con lentitud presionando con fuerza inesperada el cuero cabelludo, logra disolver la barahúnda de voces que traía de la agencia en el interior de mi cráneo. Al terminar le doy las gracias por el masaje y añado: «lo necesitaba». Ella sonríe con timidez y se aleja, su trabajo ha terminado, será otra persona quien me corte el pelo.
martes, 8 de febrero de 2011
lunes, 7 de febrero de 2011
38
Este hombre portugués de sesenta y siete años de edad aparenta sesenta a pesar del pelo gris y el rostro curtido por el sol. Se sienta sonriéndome con franqueza y me dice que está contento porque viene a jubilarse. «Usted no se lo creerá», asegura, «pero jamás en mi vida estuve enfermo». «¿Nunca? ¿Jamás tuvo la gripe o se rompió un hueso?», le pregunto. «Lo que le digo: jamás», responde mirándome sin pestañear, y añade: «Oh, pero no piense que mi vida fue fácil, ah, no, mi vida fue complicada, pude morir muchas veces, desde luego que sí», y calla, durante un instante calla y me mira sin verme, lo sé porque en el iris de sus ojos claros comienzan a agitarse las copas de las palmeras, los pájaros y los monos chillan alertando de la presencia de los soldados, las orugas de los vehículos levantan el polvo de los caminos de Angola, aquel polvo rojo.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:57 | 365 , Cuentos , Diario , Vida laboral
domingo, 6 de febrero de 2011
37
A media mañana fui a la sierra a recoger ramas y palos entre los restos de la tala del pinar. Por alguna razón recordé a mis hermanos, de quienes no tenía noticias desde hacía mucho tiempo, así que allí mismo decidí telefonear a los tres. Primero hablé con mi hermano C., quien andaba de excursión en Monrepós con su familia y unos amigos, rodeados de nieve. Después llamé a mi hermana S., a la que sorprendí dando fin a uno de los legendarios desayunos dominicales de su clan; ¡estuvimos hablando durante casi una hora! (ella y mi amigo C. son las dos únicas personas del mundo con quienes soy capaz de estar tanto tiempo al teléfono). A continuación marqué el número de mi hermano J., que estaba plantando árboles en su jardín, exactamente un manzano, un ciruelo, un almendro y un cerezo; me hizo feliz encontrarle animado y de buen humor. Cuando colgué me quedé quieto y escuché el silencio del bosquecillo, roto de vez en cuando por los graznidos de las picarazas. Luego seguí recogiendo leña menuda para encender, no demasiada, sólo la necesaria para dos o tres fines de semana.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:33 | 365 , Diario , Fotografías
sábado, 5 de febrero de 2011
36
Es sábado y me levanto a las siete y cuarto para no perder la cadencia del tratamiento que me está devolviendo poco a poco el olfato. Mi familia duerme, la casa está en silencio y cierro la puerta de la cocina para no despertarles mientras desayuno. Hay muy pocas nubes en el cielo, apenas unos borrones de color rosa pálido a gran altitud. Uno de los muchos aviones que cruzan sobre nosotros deja una estela blanca en dirección al norte e inmediatamente le asigno Barcelona como origen de su vuelo. Ayer telefoneó mi hija. Hace más de un mes que no viene a casa, inmersa en exámenes que todavía no han terminado. Tengo tantas ganas de verla que por un momento la emoción me impide respirar.
viernes, 4 de febrero de 2011
35
El monstruo se acercó al amanecer con una taza humeante entre las manos. Exhalando vapor por la boca contempló nuestro mundo y se preguntó, pensando en sus queridos hibiscos y jazmines, si habríamos sobrevivido a las heladas de estas semanas. Yo no sabría decir si estamos muertas o vivas, aunque se me ocurre que si soy capaz de hacer estas reflexiones será que yo, al menos yo entre mis hermanas, sí estoy viva. El invierno es largo en la oscuridad, y durante algunas de las madrugadas más duras a punto estuve de convertirme en una gota de hielo en lo profundo del hormiguero, pero aquí estoy. El monstruo se ha ido, confiado en que este invierno terrible le haya librado de nosotras. Pobre ignorante, no sabe que llevamos librando esta batalla desde hace millones de años y nunca la hemos perdido.
jueves, 3 de febrero de 2011
34
De pronto he sentido en mi cerebro el aroma del aftershave del hombre que se había sentado al otro lado de mi mesa. Apenas podía creerlo. Mientras giraba hacia el ordenador he acercado disimuladamente la nariz al hombro derecho de mi camisa y sí, era cierto, ahí estaba la fragancia del suavizante. ¿Cómo explicar la felicidad que me ha embargado, las ganas de levantarme y saltar de alegría? Desde ese preciso momento el mundo ha sido absolutamente distinto para mí: más completo, más interesante, más rico. ¿Cómo explicar la emoción de volver a oler las calles, el interior de mi coche, el aire viciado del garaje, la escalera de mi casa?
miércoles, 2 de febrero de 2011
33
Me conmovieron las fosas comunes de guerreros griegos muertos hace dos mil quinientos años, jóvenes que cayeron combatiendo contra los cartagineses en la batalla de Himera, al norte de Sicilia, a finales de septiembre del año 480 antes de Cristo. Algunos de los cuerpos conservaban las puntas de flecha y lanza que habían acabado con ellos. Recordé un epitafio dedicado a los atenienses caídos en la batalla de Queronea un siglo y medio antes: «¡Oh, Tiempo, que ves pasar todos los destinos humanos, dolor y alegría; la suerte a la que hemos sucumbido, anúnciala a la eternidad!»
martes, 1 de febrero de 2011
32
Son las cinco de la mañana y no puedo dormir. No estoy seguro de que haya sido una buena idea hacer frente a mi vieja y crónica rinitis. He comenzado el tratamiento con corticoides, antibióticos y nebulizadores nasales, y mi organismo se resiente, me siento extraño, no estoy acostumbrado a tanta medicación. La primera fase del tratamiento va a durar diez días, ayer fue el primero, y el doctor P., un hombre tal vez demasiado serio y distante, me aseguró que no me ocasionaría ninguna molestia, lo cual no ha resultado cierto del todo. Le daré un voto de confianza, no quiero rendirme tan ridículamente pronto, pero estoy inquieto. Debería intentar dormir un poco. Pronto amanecerá.
lunes, 31 de enero de 2011
31
Salgo de la agencia a las seis y diez de la tarde. La luz ha comenzado a cambiar oscureciendo poco a poco todos los colores. El río Vero, encauzado por el canal de hormigón que lo doma a lo largo de Barbastro, fluye hacia el mar. Subo al coche, arranco el motor, giro el mando de las luces, dejo libre el hueco que ocupaba junto a la acera, y vuelvo a casa.
domingo, 30 de enero de 2011
30
Encuentro un gran consuelo en las llamas del hogar, en su contemplación y también en el sonido que hacen. Es el mismo consuelo que ofrece el repiqueteo de la lluvia o las olas del mar rompiendo una y otra vez en la playa. Ese tipo de consuelo.
sábado, 29 de enero de 2011
29
Después de las copas vuelvo a casa a las tres de la mañana. Ayer estuve toda la tarde en Lérida y al regresar no tuve tiempo de cenar antes de bajar a ensayar, así que ahora me preparo dos huevos fritos que devoro con hambre de lobo en la mesa de la cocina mientras en la radio hablan, a estas horas de la madrugada, de realidades paralelas, de chamanes, del carácter sagrado de la ayahuasca, de viajes cósmicos.
Anotado por Jesús Miramón a las 03:38 | 365 , Después del ensayo , Diario
viernes, 28 de enero de 2011
jueves, 27 de enero de 2011
27
Alguien dijo que estaba nevando y todo el mundo miró hacia los ventanales. El runrún del público que esperaba su turno enmudeció. Quienes estaban siendo atendidos dejaron de sentir miedo durante unos segundos. Alguien dijo que era agua nieve, no nieve de verdad.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:04 | 365 , Diario , Vida laboral
miércoles, 26 de enero de 2011
26
Salgo del trabajo a las tres y paso a todo correr por el supermercado armado con mi pequeña lista de papel y... ¿qué es esto? ¡Lo han cambiado todo de sitio! Oh, mierda, ahora en vez de tardar diez minutos tardaré quince o veinte y estoy hambriento como un animal porque hoy tampoco he podido comer nada en toda la mañana. Llamo a casa avisando de que tal vez llegue un poco más tarde de lo previsto y me dicen: «Se te escucha muy cansado, déjalo, ya iremos mañana u otro día». «Ah, no, no podría soportar una tercera noche sin mi yogur», contesto con cierto deje de desesperación en mi voz. «Vale, pues lo que quieras, ya llegarás». Cuelgo el teléfono sintiéndome el tipo más tonto del universo y a continuación salgo disparado en busca de los yogures, ¿dónde demonios los han puesto?
martes, 25 de enero de 2011
25
Me gustan estas gélidas mañanas con temperaturas bajo cero, los campos cubiertos de escarcha, la transparencia del aire, los charcos helados, los arbolillos en cuyas ramas más altas algunos pájaros se exponen a los primeros rayos del sol para ahuyentar de sus cuerpos el frío nocturno. ¿Cómo es posible que un gorrión que pesa poco más que un pedazo de pan pueda sobrevivir a noches como estas?
lunes, 24 de enero de 2011
24
En la música el instante verdaderamente sustancial, único, irrepetible, carece de sonido. Es el momento en el que mi directora, de espaldas al público, sonríe sólo para nosotros, levanta las manos siendo absolutamente consciente de que todos estamos concentrados en ella, y con un gesto hace que todo comience. Es también el momento en el que la pieza termina, las notas han expirado y el tiempo parece haberse detenido para siempre antes del estallido de los aplausos.
domingo, 23 de enero de 2011
23
Salgo a la terraza a buscar leña para alimentar el fuego. Dos calles más allá, en otra terraza, un hombre habla por teléfono y el eco de su potente voz africana viaja a través de la noche hasta alcanzar mis oídos. En alguna parte alguien ensaya con una trompeta repitiendo una y otra vez las mismas notas. Lo que debo comprender con claridad es que todo esto es real.
sábado, 22 de enero de 2011
22
Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. Junto a la puerta han instalado una estufa exterior para quienes deseen salir a fumar, pero no hay nadie. La luna llena brilla en el cielo nocturno.
Anotado por Jesús Miramón a las 03:19 | 365 , Después del ensayo , Diario
viernes, 21 de enero de 2011
21
Me acuesto en la camilla y una chica joven de pelo corto coloca mi cabeza bajo la máquina, me pide que no la mueva, «tampoco para decir sí o no», y la sujeta con una correa. «Cierra los ojos, por favor, y sobre todo no te muevas», dice antes de alejarse. Cierro obedientemente los ojos y escucho los ruidos electrónicos del anillo que comienza a girar y moverse alrededor de mi cráneo. Sé lo que está haciendo: rayos X de múltiples cortes axiales de mi cabeza en tres dimensiones, lo que generará una imagen exacta de huesos y tejidos blandos. Al cabo de pocos minutos termina. La chica de pelo corto, amable y sonriente, me dice que tendré los resultados a partir del miércoles que viene. Salgo a la calle, donde hace mucho frío. Me gustan las ciudades por la mañana, cuando los niños no han salido todavía del colegio. De camino hacia el coche alzo mi rostro a la luz del sol.
jueves, 20 de enero de 2011
20
Por absurdo que parezca, cuando la niebla escampó todo seguía igual: la torre del campanario de la iglesia, la fachada trasera de los edificios sin revocar, el pequeño parque junto al centro de día de la tercera edad, la leña apilada contra la pared. Giré la cabeza a la derecha y advertí que también el vecino que no saluda nunca a nadie seguía allí. Sólo por probar le dije: «Buenas tardes». Me observó brevemente atravesándome con la mirada, no dijo nada y se fue.
miércoles, 19 de enero de 2011
19
El otorrinolaringólogo me ausculta los oídos, la boca, la garganta, y finalmente toma un artefacto parecido a una pistola en forma de aguja de unos veinte centímetros de longitud. «No se preocupe», dice, «voy a hacerle una endoscopia a través de las fosas nasales, no suele doler pero si le molesta indíquemelo». Asiento con un gesto y el doctor procede a introducirme el aparato por la nariz mientras observa una cámara de televisión situada detrás de mí. Cierro los ojos. Los abro. Me doy cuenta de que con mucho cuidado ha introducido la aguja hasta el fondo, de modo que está contemplando el interior de mi cabeza. No estoy seguro de que mis senos paranasales sean un espectáculo muy agradable pero me gustaría poder mirar a mí también.