Estamos en Zaragoza. La discusión de ayer pertenece al pleistoceno. El cielo sobre esta ciudad que quiero y odio un poco a la vez era gris, bochornoso, un radiador de calor que rebotaba en alquitrán, cemento, cristal y hormigón.
Hace un rato cayeron cuatro gotas que, casi antes de tocar la superficie de este lugar, se evaporaron como si nunca hubieran existido.
Sí, sé que el verano me convierte en un animal esquizofrénico, uno de esos tristes ejemplares de oso polar que caminan repetitivamente de un lado a otro de su espacio en un zoológico muy lejos del Ártico. ¿Qué puedo hacer? Siento dar tanto la brasa, pero es que, si de normal ya no estoy bien del todo, en verano todo se dispara y me vuelvo loco. Loco. Loco. Porque estoy loco. Soy un loco sudando delante de un ventilador escribiendo que está loco.
Sólo una cosa me impide alejarme de la razón pulcra y obsesivamente ordenada con la que intento dar testimonio y escribir cada día de cada día: el amor de la gente que me quiere, que es, para mi sorpresa, mucha. El amor que recibo de los demás y el que siento por personas, libros, películas y música mantienen mis demonios a una distancia más o menos segura del descalabro. Lo sé y nunca lo había confesado tan crudamente.
Ojalá el amor nunca me abandone. No solamente el que doy sino, sobre todo, el que recibo. Es lo que me mantiene en equilibrio. Es lo que alimenta mi esperanza y mi optimismo un poco impostado pero tan deseado y verdadero en realidad. El amor cierto, el del perdón.
sábado, 13 de julio de 2019
Trece de julio
viernes, 12 de julio de 2019
Doce de julio
Mi compañera y yo hemos discutido. Hacía tanto tiempo que no lo hacíamos: semanas, meses (es lo que tienen las relaciones de larga duración), que no sé muy bien qué hacer, se me ha olvidado.
Recuerdo que a ella le costaba más hacer borrón y cuenta nueva. Yo soy ligero como pompa de jabón, móvil como pluma al viento, pero a ella le costaba un poco más. Imagino que son cosas que van en el carácter de cada uno.
Sé que pasará. Todo pasa y la amo, y creo que ella también me quiere.
jueves, 11 de julio de 2019
Once de julio
A medida que voy
haciéndome mayor
cierta tranquilidad va
instalándose en
mi manera de experimentar
toda esta locura que
vino a mí sin permiso.
Sé que terminaré el viaje.
Viajaré hasta que
la música se apague,
y también la luz, y
también los sentimientos, y
el tacto y el oído y el olfato,
y el gusto, y la vista y,
sobre todo,
el sexto sentido.
Navegamos hacia
lo desconocido
levemente.
miércoles, 10 de julio de 2019
Diez de julio
Libro muchas batallas a la vez pero todas son pequeñas. Ahora envío una crema con corticoides hacia aquel valle, ahora detengo una columna tras las colinas con cortisona para tranquilizar las cosas en ese sector y permitirles descansar y, a continuación, vuelvo a mi tienda, como un pollo a l'ast con las manos (existen pocos placeres semejantes que puedan hacerse con las manos) y bebo vino directamente de mi cuerno de uro y ordeno a las tropas que no me molesten hasta el amanecer excepto circunstancias de mucha necesidad.
Ser un conquistador es duro, muy duro. Y lo más duro, lo que nadie sabe, es que en realidad me precipito hacia adelante empujado por las circunstancias, no por mi voluntad.
Si realmente fuese tan valiente como creen mis tropas, haría detener la horda y les diría: "Yo lo dejo aquí. Elegid un nuevo general y hacedlo bien, alguien con palabra que cumpla lo que dice". Me voy. No os deseo ni buena ni mala suerte, y ahora dejadme terminar con las manos grasientas mi pollo a l'ast y mi cuerno de uro lleno de vino y miel, dejadme ser feliz antes de desaparecer en las lejanas estepas donde asoman colmillos de mamut en la tierra helada".
Pero no soy realmente tan valiente como creen mis tropas, y los colmillos de mamut asomando de la tierra helada es el recuerdo de un sueño. Nunca viajé tan al norte. Me lo contaron viajeros extranjeros cuando era niño.
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He dormido bien sobre las pieles de lobo. Despierto y salgo al exterior. A lo lejos, en el estuario del mar de plata, columbro el brillo de los mármoles de los templos. Antes de subir a mi caballo tomo mi antidepresivo y los ansiolíticos de cada mañana; un capuchino con pan tostado y aceite de oliva virgen extra: rutinas. Mi ejército me observa expectante. Hoy tengo que conquistar Roma. No puedo fallar.
martes, 9 de julio de 2019
Nueve de julio
Finalmente por la noche llovió mucho, y al despertar entraba por el balcón la mezcla del aroma de la hierba húmeda que crece junto al río y el cemento y el asfalto de la calle mojados por la lluvia. No sabría decir si era un olor dulzón, antiguo, fresco o cálido, pero era claramente el eco que la lluvia había dejado en mi calle, y me asomé a ella en calzoncillos y lo inspiré con deleite porque lo echaba tanto de menos.
Por desgracia con la luz del sol ya no volvió a llover más, y poco a poco el calor regresó a sus dominios deseoso de vengarse sin piedad de quienes le habíamos traicionado.
lunes, 8 de julio de 2019
Ocho de julio
En los programas que predicen el tiempo meteorológico anunciaron tormentas para hoy y mañana. Todos lo esperábamos con anhelo, así que esta mañana, cuando el cielo se ha puesto negro al otro lado de los ventanales de la Agencia Comarcal de Información de la Seguridad Social de Barbastro, todos nos hemos empezado a ilusionar. Alguno -vale: yo- incluso se ha atrevido a decir: "¡Pero que no sea granizo!", pensando en las viñas esplendorosas y los campos de maíz creciendo centímetro a centímetro cada noche.
Pero, oh, vana ilusión, fueron cuatro gotas que, al contactar con el suelo caliente, convirtió la atmósfera de la calle en una especie de pequeña sauna, y nada más. Nada más. Volvió a salir el sol ante nuestras miradas estupefactas. Nada más. El verano siempre, siempre, siempre es cruel. Y más que lo será. "Que no sea granizo", ¿qué idiota dijo eso?
domingo, 7 de julio de 2019
Siete de julio
El domingo discurre tranquilamente bajo esa distorsión de la luz sobre las carreteras y los edificios que genera el calor extremo. Aunque en mi cubículo contaminador con el aire acondicionado a veintitrés grados me siento como un astronauta a salvo mientras exista energía en la nave.
Por la mañana muy temprano, la única hora en la que se puede salir a caminar seis kilómetros, Maite y yo fuimos a pasear. Hoy no vimos ningún animal salvo las aves que siempre están ahí. Durante unos minutos pensé que volveríamos a ver otro jabalí en el agua huyendo hacia la vegetación de nuestra presencia, una repetición no prevista, un fallo de Matrix, pero no sucedió. Tal vez nuestras vidas son realmente improvisadas.
Ayer por la noche regresó mi hijo Carlos Miramón del campamento más allá de los Llanos del Hospital, en Benasque, una experiencia de montaña organizada desde hace muchísimo tiempo por un hombre extraordinario de Binéfar, Faustino Rami; unos campamentos a los que comenzó acudiendo de niño y ahora, con veintidós años, va para echar una mano si no trabaja. Me gusta que mi hijo ame la montaña y la naturaleza. Me gusta también que los niños y niñas que acuden a esos campamentos le quieran mientras camina montaña arriba con cinco o seis mochilas colgadas de su cuerpo.
El hecho es que anoche regresó de la montaña y quería comer mi comida. Ya sabemos lo que sucede en esos sitios donde comen niños, adolescentes y adultos: comida de rancho, que guste más o menos a todos y que tampoco sea muy cara: salchichas de frankfurt, arroz a la cubana, macarrones con tomate, pollo rebozado, etcétera (creo que por cualquiera de esta comidas moriría ahora mismo, pero ya me comprendéis). Así que hoy ha comido una crema de puerros fría que hice el otro día y un bacalao desalado a la vizcaína con su carne de pimiento choricero y su tomate y sus pimientos y su canesú que estaba para, como ha sucedido, fundirnos media barra de pan. En esta casa nos gusta comer comida de yaya, que decimos. Yo soy un experto cocinero de comida de yayas.
¿Que por qué he hablado de mi hijo y de lo que hemos comido? Porque ha formado parte de este domingo que, sí, lo sé, lo he repetido mil millones de veces y lo haré otra vez: no se repetirá nunca. A menos que exista un repetición extraña, un déjà vu, un fallo del software que rige toda esta experiencia maravillosa y extraña al mismo tiempo. Mañana es lunes. Me gusta tanto mi trabajo que no siento ninguna pena por eso. Pero lo que está sucediendo en el Mediterráneo sí, mucha. Y también indignación.
sábado, 6 de julio de 2019
Seis de julio
Como hace tanto calor esta mañana fuimos a dar nuestro paseo junto al canal a las siete y media de la mañana. A las ocho sorprendimos a un jabalí dándose un baño que, al vernos, salió corriendo y se escondió en la espesura. Estaba allí, a dos metros, y pensé en todas las veces que he visto huellas de jabalí en el barro de los charcos del invierno, y pensé que si estaba viendo a uno es porque hay cien, y los hay, y más de cien, tal vez miles, porque me lo dicen los agricultores, sobre todo los que cultivan maíz. "Si una piara se adueña de un campo cuando vayas a cosechar tendrás un montón de círculos sin una mazorca en condiciones". Porque son muy listos y van cambiando de ubicación. Listos y duros. Una mañana en el trabajo otro agricultor me decía: "Y no sabes lo duros que son, pueden comer todo, hasta veneno, y no les pasa nada. Hasta zapatos viejos tirados por ahí se comen, se lo comen todo y no les pasa nada. No hay animal más duro y resistente que el jabalí", decía.
Ha sido una experiencia bonita. Yo no soy cazador ni tengo una opinión especialmente favorable hacia la caza, aunque reconozco que al no existir depredadores naturales especies como el jabalí se están convirtiendo en una plaga, al menos en este territorio. Pero ha sido bonito ver a un animal verdaderamente salvaje en plenitud de facultades, no muerto, no atropellado, no enfermo, nadando en el canal y saliendo a toda velocidad de él al vernos. No era un ejemplar grande, parecía joven. Tal vez por eso se dejó llevar y siguió actuando a la luz del sol, sin esconderse al amanecer como hacen todos.
Siempre que vamos a caminar por el campo lo hago con los ojos bien abiertos. Normalmente sólo hay aves. Una zona de abejarucos, otra de aviones comunes como los que anidaban en el alero de nuestra casa en Binéfar. Y verderoles, jilgueros (cardelinas las llamamos en Navarra y Aragón), pequeños gorriones moros en pequeñas bandadas jugando con nosotros volando de arbusto en arbusto al ritmo de nuestro paso. Y me gustan mucho los pájaros, sobre todo los pequeños y alegres cuyo canto siempre es superior a su aspecto, pero me ha gustado ver a un gran mamífero. Una vez vimos un zorro que se detuvo, se nos quedó mirando y después siguió su camino al trote, sin correr ni nada.
Este mundo no es nuestro. Lo compartimos. Sólo, como el resto de especies que nos rodean, desde los insectos a las ballenas azules, podemos vivir aquí de modo natural. Respirar el venenoso oxígeno que nos oxida. Soportar los rayos ultravioleta del sol. La gravedad que ha conformado nuestras columnas vertebrales y la presión arterial de la sangre en nuestras venas. Tal vez deberíamos ser conscientes de algo tan simple: cada animal y cada planta, desde el más pequeño a la más grande, son nuestros hermanos. Nosotros somos caníbales y ellos también. Pero somos hermanos. Pertenecemos a este pequeño lugar del universo y, por ahora, sólo aquí podemos vivir y morir en condiciones naturales.
viernes, 5 de julio de 2019
Cinco de julio
Es un poco extraño vivir en una zona relativamente céntrica de la pequeña ciudad y oír el croar de las ranas a través del balcón abierto. La ilusión de vivir en el campo si cierro los ojos.
Hoy he jubilado a una señora que tiene una yegua. La montaba su hija hasta que se emancipó y se fue de casa. Yo sé que los caballos, si no se montan a diario o cada semana, además de engordar se asilvestran, no se dejan domar con facilidad después. Lo hemos comentado. Me ha dicho, "no, la yegua ya es muy vieja y se ha amansado por la edad".
Se ha amansado por la edad. ¿Será cierto eso? Yo siento que me he calmado, a pesar de la ansiedad crónica y la depresión, etcétera. Apenas ya no entro en discusiones porque he aprendido que no se convence a casi nadie de nada. Pero, ¿amansarme? Puede ser. Tendría que preguntárselo a Maite: "Cariño, ¿me he amansado con la edad?". Voy a preguntárselo y ahora vengo.
Ya he vuelto. Se lo he preguntado y me ha dicho que sí. Pregunta resuelta. La señora de Pozán de Vero tenía razón.
Croan las ranas junto al hilo de río que viaja estos días muy lentamente hacia el mar frente a mi casa, y también brilla la luna.
jueves, 4 de julio de 2019
Cuatro de julio
Al otro lado de la línea
está el suave susurro del
aire acondicionado y
mi inminente acercamiento a la cama
para dormir todo lo posible,
lo mejor posible y
lo más lejos posible.
Esta noche me apetece
la expedición que
desde hace años
viaja hacia un planeta
con posibilidades de
convertirse en un nuevo hogar.
Cierro los ojos.
Soñaré con eso.
miércoles, 3 de julio de 2019
Tres de julio
La línea que separa
los días se aproxima
y yo todavía no
he escrito nada. Pero
ahora eso
ya es mentira.
martes, 2 de julio de 2019
Dos de julio
Día raramente tranquilo en el trabajo. Incluso hemos podido hablar entre nosotros y yo salir a la calle para sacar dinero de un cajero automático. La temperatura ha descendido pero no lo suficiente para mí. Ahora, exactamente a las diez veintidós de la noche, hay veintiocho grados. No lo suficiente para mí, que soy feliz cuando todo el mundo tiene frío. Pero lo acepto, lo acepto como acepto mis taras, mis defectos, mis muchos defectos, aunque últimamente intento mejorar algunos de ellos, los más graves que, por vergüenza, no mencionaré aquí.
Como decía, hoy tuvimos un día relativamente tranquilo en la Agencia Comarcal de la Seguridad Social de Barbastro. Tres informadores y una ordenanza (subcontratada, qué vergüenza que la Administración recurra a estas malas prácticas). Se llama María, tiene la edad de mi hijo y es maravillosa, trabajadora, una mirada azul, limpia y sonriente, siempre de buen humor, buena, generosa, un ser humano de los que merece la pena que se crucen en tu camino. Y portera de fútbol, por cierto, en el equipo de Peña Ferranca de Barbastro. Y muy buena portera, según me han dicho. Un amor. Los tres funcionarios que quedamos en el fuerte la queremos mucho. Ojalá esté con nosotros mucho tiempo.
Al final la vida es esto, navegar conociendo paisajes, experiencias vitales, personas, situaciones concretas, cruces de vidas ajenas que dejan un eco y te enseñan o, a veces, desaprenden; cruces de vidas que iluminan la tuya con una luz que nunca hubieras imaginado.
En mi empresa, el Instituto Nacional de la Seguridad Social, hay compañeros que odian la atención al público, que la probaron y no pudieron con ella. Yo no podría hacer otra cosa, y no les critico. Te tiene que gustar, tienes que estudiar constantemente los cambios legislativos vertiginosos que últimamente se nos vienen encima (somos informadores, somos la primera línea), pero, sobre todo, lo más importante de todo para mí: tienes que sentir curiosidad por la naturaleza humana y querer ayudar. Querer ayudar es lo más importante, y, en mi caso concreto, querer conocer y aprender de las experiencias y presencias vitales de quienes se sientan al otro lado de mi mesa.
He tenido problemas derivados de mi trabajo. Estrés. Ansiedad. Gustosamente pago el precio por lo que me devuelve: conocimiento directo y sin filtros de mi propia naturaleza, compasión, paciencia, amor sin sujeto concreto, amor a mi especie, a quienes caminan tranquilamente por la calle sin saber que, con sus pequeños actos cotidianos, que yo conozco porque me los cuentan, son héroes y heroínas de las de verdad. Cuando mañana me levante y vaya a trabajar lo haré agradeciéndolo. Quién sabe qué seres humanos extraordinarios se sentarán frente a mí.
lunes, 1 de julio de 2019
Uno de julio
Suenan petardos. O cohetes, no sé. El barrio donde vivo es el de San Fermín (también es casualidad) y creo que esta semana o la que viene son, lógicamente, las fiestas. Una calle ya la han cerrado para instalar unas ferias de niños con tiovivos y esas cosas.
Quien me conoce sabe que odio las fiestas colectivas, las patronales, las de navidad, las del barrio, las del Pilar: todas. Forma parte de mi carácter, que ya se veía venir en la adolescencia, de viejo gruñón.
Odio las fiestas colectivas, incluidos los festivales de música, etcétera, y nunca entenderé por qué siempre se celebran en verano, cuando más calor hace y la aglomeración de personas intensifica ese calor y convierte la realidad en un infierno de sudor y empujones. Las fiestas deberían celebrarse en invierno. El verano en estas latitudes es incompatible con cualquier actividad que no sea pasiva, solitaria y, mejor que a la sombra, bajo el aire acondicionado.
A menos que estés de vacaciones y junto al mar o en la alta montaña, claro, que actualmente no es mi caso. Y otro petardo, venga. Odio los petardos, asustan a los animales y no sirven más que para molestar a todo el mundo. Sé muy bien dónde metería con un palo los petardos y cohetes de quienes los tiran, incluso podría hacer un dibujo. Oh, misericordia.
domingo, 30 de junio de 2019
Treinta de junio
Hacía tanto calor que esta mañana me he ido a pasear en coche yo solo (para Maite pasear en coche no tiene sentido). He tomado un camino de la carretera que nunca había explorado y he avanzado por él lentamente, pues no estaba en muy buen estado. El aire acondicionado de nuestra querida y vieja Picasso refrescaba su interior con una eficiencia impropia de un coche de catorce años, y era agradable atravesar los campos de cereal, mucho más allá del territorio del canal por donde solemos caminar cuando el tiempo lo permite.
Los campos de cereal, tanto cuando son de color verde esmeralda al principio de la primavera como cuando están en sazón y el viento los mece en forma de olas, hoy, ya cosechados, habían cumplido su ciclo. Paula los echa mucho de menos allí en Noruega: los campos de cereal y los cielos azules.
Finalmente el camino se complicaba y me he detenido frente a una extensa propiedad en medio de la cual, como suele suceder en los Monegros, más al Sur, el agricultor había respetado un pequeño y humilde árbol solitario.
Me gusta pensar que es un un gesto de respeto. Siempre me conmueven esos árboles protegidos por el propietario, que perfectamente hubiera podido acabar con él para aprovechar esos pocos metros de tierra. Es algo que siempre me llamó la atención. Creo que tiene que ver más con la poesía que con la agricultura.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:33 | 2019 , Diario , Fotografías
sábado, 29 de junio de 2019
Veintinueve de junio
Hace un rato he acudido a la inauguración de la nueva mezquita de Barbastro, que está justo al lado del bloque de pisos donde vivo. Me han enseñado el interior del edificio, un pequeño trozo de Marruecos en nuestra ciudad, y han sido tan hospitalarios y solícitos conmigo que he vuelto a casa con un montón de comida de la que habían sacado a la calle en dos largas mesas. A los musulmanes de aquí los conocía a casi todos, por no decir a todos, y ellos me conocían a mí. En la calle habían dispuesto dos largas mesas con una cantidad ingente de comida hecha en sus propias casas, lo he probado casi todo, sabores distintos, cúrcuma, especias que no conozco, semillas de sésamo, miel, muchos dulces muy muy dulces. Me conmovía el cariño con el que me han trataban: "¡Jesús, prueba esto! Jesús, ¿otro té? (Qué rico el té con hierbabuena, nunca lo había probado y me he tomado tres) Jesús, ¿has comido calabacines rellenos? Están muy buenos. ¡Jesús, bebe un poco de limonada, que ésta está recién sacada del congelador y se calentará enseguida!" Imagino que sufrían al verme sudar, pero allí sudábamos todos y todas.
Era un día muy especial para su comunidad, y habían venido desde Fraga, Monzón, Binéfar, Graus; incluso desde lugares tan lejanos como Zaragoza y Tarragona. Se apenaban de que no hubiera acudido más gente no musulmana, aunque el nuevo alcalde sí lo había hecho antes de que yo llegara y había pronunciado unas breves palabras de concordia y convivencia, muy bien según me han contado. Yo les he comentado que con semejante calor todavía me parecían muchos los que habíamos respondido a la invitación, y asentían con la cabeza. "Qué mala suerte con el calor", decían, y añadían: "Pero no pasa nada, los que habéis venido sois nuestros amigos".
Ha sido una bonita experiencia echar un vistazo a una comunidad muy desconocida y, en cierta manera, injustamente estigmatizada por quienes se niegan a conocer otras culturas y otras religiones, ya no hablo por los directamente racistas. Y lo digo yo, que me declaro ateo sin complejos. Eso sí, puedo asegurar que la fama del islam hospitalario es absolutamente merecida hasta extremos abrumadores. Al irme les he dicho: "Un millón de gracias. Ya sabéis dónde encontrarme".
Anotado por Jesús Miramón a las 21:38 | 2019 , Diario , Fotografías
viernes, 28 de junio de 2019
Veintiocho de junio
Anoche me desperté a las tres y cuarto de la madrugada sudando como un pollo y no logré volver a dormirme hasta las seis y media, con lo cual fue cerrar los ojos y, sonar el despertador. Entretanto me di una ducha de agua fría que se secó sobre mi cuerpo en dos minutos.
La sensación de ir a un trabajo tan exigente mentalmente como el mío sintiéndote al cincuenta por ciento de tu capacidad es terrible. Ha sido una de mis peores mañanas de trabajo de los últimos años, pero he sobrevivido sin víctimas colaterales.
Por la tarde he ido a Monzón con Maite, donde tenía que hacerse una resonancia magnética. Cuando hemos salido de la clínica, el termómetro de la vieja Picasso marcaba ¡cuarenta y siete grados! Era como habitar una de las primeras colonias humanas de Marte.
Hoy necesito dormir bien, así que volveré a hacerlo en el sofá cama del salón con el aire acondicionado puesto. No me gusta contaminar ni gastar tanta energía, pero es que necesito dormir una noche entera de un tirón. Lo necesito de verdad.
jueves, 27 de junio de 2019
Veintisiete de junio
Cinco y media de la madrugada. Veinticuatro grados. Duermo sobre la cubierta del colchón con todo abierto. Mi calle en general es poco transitada, hasta hace un rato sólo se escuchaba el croar de las ranas junto al río, pero acaba de pasar alguien silbando, probablemente camino del trabajo. Me ha hecho sonreír.
miércoles, 26 de junio de 2019
Veintiséis de junio
El calor ha llegado sin piedad, a galope tendido, haciendo desfallecer las hojas de los árboles. Pertenezco a una especie resistente, tal vez demasiado resistente, pero las primeras embestidas duelen. Habitamos el ártico y los desiertos, pero en Barbastro no estamos acostumbrados a esas cosas.
Anoche dormí en el sofá cama del salón con el aire acondicionado a veintitrés grados. A ver qué pasa hoy. Tengo conciencia ecológica, en casa reciclamos, etcétera, pero me gusta dormir seis o siete horas seguidas, soy así de caprichoso (véase la ironía idiota).
El verano ha venido para quedarse. Pensábamos ir a Zaragoza el fin de semana pero los meteorólogos han vaticinado cuarenta y cuatro grados el sábado. ¡Cuarenta y cuatro grados! Allí no tenemos aire acondicionado, así que aquí nos quedamos, quietecicos y tranquilos. Eso sí, dudo que podamos ir a dar nuestros paseos junto al canal. El verano ha llegado. Ningún año nos perdona.
martes, 25 de junio de 2019
Veinticinco de junio
Se acabó la cortisona. A pesar de las advertencias de mi dermatóloga he ganado casi dos kilos en tres semanas. Eso sí, mi dermatitis ha desaparecido, estoy curado al cien por cien. La próxima vez no esperaré a ir a su consulta. Estoy bien. También debo confesar, para ser sincero, que no cumplí mis buenos propósitos del principio, que duraron apenas una semana. Pero es que me quiero y quiero quererme. Y quererme es mimarme. Y mimarme es saltarse a veces ciertas reglas.
El martes termina como comenzó. Sin ruido. Sólo el del ventilador que gira incansable. Tenemos aire acondicionado en el salón (por llamarlo de algún modo), pero estoy mucho mejor en este pequeño rincón junto a la cama. Nací para vivir en una celda y soñar con sistemas planetarios.
lunes, 24 de junio de 2019
Veinticuatro de junio
Se avecina una ola de calor "extraordinaria", el apocalipsis, mi pesadilla. Yo respiro pausadamente, despacio, como aprendí cuando cantaba en un coro. He decidido no tener miedo nunca más. Cumplí cincuenta y seis años el pasado veintiocho de mayo pasado. No volveré a tener miedo salvo que, en medio de la acera, me ladre un chihuahua inesperadamente y sin saber por qué.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:07 | 2019 , Cortisona , Después del ensayo
domingo, 23 de junio de 2019
Veintitrés de junio
Se acerca la hora y todavía no he escrito nada. Lo haré ahora: este largo fin de semana (el viernes era fiesta local en Barbastro), ha sido tranquilo y pacífico. Yo ya no esperaba nada más. Bueno, sí, que la pequeña verbena frente a mi casa terminase a una hora decente, pero hace mucho que recogieron los bártulos.
Haré lo mismo que los vencejos y aviones comunes que durante la tarde surcan el cielo comiéndose los insectos que ya no entrarán en nuestro apartamento: dormiré. Ya presiento que soñaré cosas agradables, porque lo deseo. Mis deseos son órdenes para mí.
sábado, 22 de junio de 2019
Veintidós de junio
La belleza no pertenece a la naturaleza, ni siquiera forma parte de ella. Es el fruto de nuestro cerebro, que, a su vez, sí pertenece a la naturaleza. Cuando ya no existamos sobre la superficie de este planeta ¿qué belleza existirá?
viernes, 21 de junio de 2019
Veintiuno de junio
Hoy, por una pura convención de calendarios religiosos y antiguos, empieza el verano. El verano. La estación en la que nuestra animalidad se pone a prueba. El ventilador, mi pobre hidroavión amputado, gira a toda velocidad enviándome aire ligeramente más fresco del que el verano es capaz de proporcionar en esta habitación donde escribo.
Si el calentamiento global de nuestro planeta es una amenaza cierta para nuestra supervivencia, ¿por qué el verano es la llegada del buen tiempo? Es un anticipo de nuestro final. Eso es lo que es.
jueves, 20 de junio de 2019
Veinte de junio
Ha durado apenas diez o quince minutos, pero el cielo se ha oscurecido de repente y ha comenzado a caer granizo y lluvia, y un viento que agitaba los árboles, truenos viajeros que, como llegaron, se fueron.
Una tormenta de verano en junio. Las alarmas de algunos coches aparcados en la calle han comenzado a sonar. ¿Era para tanto? El pequeño río frente a nuestro apartamento de pronto ha crecido diez o quince centímetros.
El olor de la vegetación y la calle después, cuando volvíamos a tender la ropa que a toda velocidad habíamos retirado antes, en plena granizada, era maravilloso: una mezcla anisada de hierba, asfalto y hojas de árboles. Me gustan las tormentas.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:09 | 2019 , Cortisona , Diario , Fotografías
miércoles, 19 de junio de 2019
Diecinueve de junio
La luz de esta hora refulge
en todas las cosas, en
las fachadas de los edificios, en
los árboles, en
los coches aparcados
en la acera como si
estuviese aconteciendo
el fin del continente
misterioso de la Atlántida.
Sin embargo nada sucede.
Sólo la luz, la luz nada más.
martes, 18 de junio de 2019
Dieciocho de junio
Las nueve de la tarde. Las nueve de la noche. En estos periodos entre estaciones las palabras dejan de tener un sentido exacto. Es de día y suena una motocicleta. Maite está ya en la recta final del curso. Hoy ha hecho calor, pero lo llevo mejor de lo que esperaba. Hará más calor: reservo mis quejas y protestas infantiles para cuando ya no pueda más. Unos perros ladran. El sol se retira, la luna apareció como una creación artificial en el cielo hace un rato. Todo es extraño. Todo está bien. Nací y moriré aquí. No tengo patria sino planeta.
lunes, 17 de junio de 2019
Diecisiete de junio
Me da igual haberlo escrito decenas, cientos de veces. Hoy jamás volverá a existir. Y de algún modo eso le da sentido al mundo. Me fascinan lo cohetes espaciales despegando de la fuerza gravitatoria de la tierra con miles de toneladas de combustible ardiendo en inmensas nubes de fuego y humo hasta alejarse y perderse en el espacio. Pues bien, el combustible de nuestro viaje es que cada día se consume y arde y nos empuja hacia adelante sin sentimiento alguno -el sentimiento es un invento nuestro que al tiempo no le importa nada.
Los vencejos vuelan acrobáticamente en el cielo, quebrando su vuelo en el último segundo y devorando moscas y mosquitos. Es algo que no puedo comprender. Son muchísimo más inteligentes y útiles que yo, este ser humano que escribe al otro lado de la ventana sin aportar al mundo poco más que su peso muerto en esta silla delante de su portátil y el ventilador.
domingo, 16 de junio de 2019
Dieciséis de junio
Recuerdo los cuartos delanteros de mi caballo galopando en un camino entre campos de cebada recién cosechados en las afueras de Tudela, Navarra, hace decenas de años. El compás de mi cuerpo sobre la silla, el viento en mi rostro. Se llamaba “Coyote” y era un mil sangres de cabeza grande y noble como él solo. Hace ya mucho tiempo que habrá muerto.
Anoche soñé que volvía a cabalgar. No sé si montaba a “Coyote” o a “Llivia”, la yegua que muchos años después alquilé en el club hípico de Banyoles durante nuestra estancia allí. Cada semana iba dos o tres veces y me perdía con ella entre los bosques. Era tan noble como aquel caballo de mi adolescencia pero rubia y un poco más tranquila.
Amo a los caballos, y sé que subirme encima de ellos tal vez no sea el modo más adecuado de demostrar mi amor, pero hace muchos años que no monto y sigo amándolos igual, así que igual sí es un amor verdadero.
Anoche soñé que galopaba sin apenas luz de luna. Incluso soñando tenía la lucidez suficiente para, sabiendo que estaba soñando, disfrutar de la experiencia como si fuese real, pues todas las sensaciones lo eran. Galopaba despacio a través de los caminos entre viñas y campos de maíz y de cebada que rodean esta pequeña ciudad. De vez en cuando acariciaba el musculoso cuello del animal para que supiera que todo estaba bien. Era tan feliz.
sábado, 15 de junio de 2019
Quince de junio
Me ha costado cincuenta y seis años comprenderlo. Podría haber muerto hace tiempo sin saberlo y, también me doy cuenta, tampoco hubiera importado gran cosa.
Para quienes tenéis problemas, adicciones cotidianas, manías, depresión y ansiedad, como es mi caso: cuidaos sin llegar a traicionaros. Quereos, quereos como queréis a vuestros mejores amigos y amigas que tampoco son perfectas. Aceptad lo que sois. ¿Por qué somos más generosos con los demás que con nosotros mismos? No tiene ningún sentido.
Nadie sabe el tiempo que le ha sido concedido sobre la tierra. Nadie. Ni el rey ni el pastor.
Nada, y nuestra vida va en ello, importa gran cosa. Vive y perdónate los errores, acéptate como eres, y ama, quiere mucho, reparte a tu alrededor todos esos pequeños gestos que convierten la convivencia en algo agradable. Pero sobre todas las cosas quiérete a ti mismo sin juicios severos ni expectativas imaginarias. Si tú eres tú, lo eres porque en ti se suma todo lo que te convierte en lo que eres: lo bueno, lo regular y lo malo.
Me ha costado más de medio siglo comprenderlo. Moriré antes o después, pero mientras viva quiero vivir como soy, no como no soy.
viernes, 14 de junio de 2019
Catorce de junio
La ventana junto a mi mesa está abierta y escucho niños que corren y chillan entusiasmados en la calle. Hoy no necesito música para escribir, sólo sus risas alegres, absolutamente ignorantes del futuro, tan ancladas en el presente inmediato que la inminente cena está a años luz de su realidad temporal, este ahora que para mí es una miga de pan en el camino y para ellos el mundo entero en su totalidad.